Cinco cosas que nunca le sucedieron a Gus Kinney-Taylor

May 07, 2008 03:33

Personajes: Gus, Brian/Justin, Lindsay/Mel
Género: Humor
Rating: General
Advertencias: Spoilers de toda la serie, post 513 
Notas: Iba a ser un fic de Cinco cosas que nunca le sucedieron a Gus Kinney-Taylor, pero me he dado cuenta que han acabado siendo Cinco cosas que SÍ le sucedieron, o quizás no, depende cómo creáis que fue su vida.

Esta es mi versión, espero que os haga reír y paséis un buen rato.

Gus descubre que es gay a los siete años, cuando, para su vergüenza y la diversión de sus padres, se enamora total y perdidamente de Justin. Se pasa el día siguiéndole a todas partes, regalándole dibujos y frunciendo el ceño cuando Brian se le acerca a menos de medio metro.

Al principio Justin ríe, quitándole importancia, explicando que es una fase y pronto descubrirá que los demás chicos de su edad no son unos capullos insensibles, expresión que Gus oyó la otra noche en una cena familiar y que repite sin cesar como si fuera un loro.

Después de unas semanas, Justin deja de reír y se sonroja cuando Gus le mira con expresión de cachorro abandonado, con unas flores en la mano, que, según descubren después, ha arrancado del jardín de los vecinos. Vuelve a explicarle lo de la fase, dándole un beso en la mejilla porque sí, las flores son preciosas, mandando a paseo a Brian cuando los ve y se ríe a carcajadas de Romeo y Juslieta.

Al cabo de unos meses, a Gus de verdad que se le ha pasado la fase, porque en serio, Justin es su otro padre, por amor de dios, ¿qué se le pasaba por la cabeza? A los ocho años cree que era un crío a los siete, pero sigue con la farsa unos días sólo por ver la cara de Brian al oírle recitar aquel poema.

Cree que se ha pasado cuando, bombones en mano, imita el culebrón que dan por las tardes y que Debbie a veces ve, declarando su amor eterno por Justin, su odio por el insensible bastardo (su nueva expresión preferida, los adultos de su vida han desistido de intentar mejorar su vocabulario, con esa familia es casi imposible) que le mantiene retenido (ergo, Brian), mientras le sugiere que se fuguen al amanecer.

Porque Justin es capaz de leer en su rostro casi tan bien como en el de Brian, de modo que a media frase, justo cuando se le está declarando, ambos estallan en carcajadas, ganándose unos cuantos insultos de Brian que incluyen palabras como inmaduros ataque al corazón e idos a la mierda un rato.

Gus Peterson-Marcus se transformó en Gus Kinney-Taylor oficialmente al cumplir los dieciocho años. No es que no llevara tiempo pensándolo, por supuesto, era sólo que, con una madre abogada era bastante difícil acudir a un despacho de abogados a por el papeleo sin que alguno de sus colegas acabara llamándola por teléfono.

Cada uno de los intentos desembocaron en Lindsay llorando, preguntándose qué habían hecho mal, o bien llorando emocionada porque Brian y Justin fueran tan importantes en su vida, con Melanie gritando como una energúmena insultos a su padre que se habían quedado anticuados.

No es que no las quiera, es sólo que vivir con tres mujeres, tres personas llenas de hormonas que ovulan cada maldito mes, a veces al unísono, está a punto de encanecerlo prematuramente. De modo que a los catorce años amenaza con hacerse cura, apuntarse al ejército, o fugarse a China, si no le dan permiso para mudarse de vuelta a Pittsburgh con sus padres. Justin lleva allí casi diez años, él casi los mismos acudiendo cada verano a Britin, y por lo menos ni Brian ni Justin pasan del llanto a los gritos por motivos tan absurdos como ese especial de animadoras que dieron por la tele.

Brian pone cara de asco cuando le da los motivos, Justin asiente convencido, hablando de tía Molly y de la abuela, y como ahora son tres contra dos, en apenas unos meses Gus Peterson-Marcus está viviendo en valle testosterona (aka Britin) con sus padres, usando sus apellidos en todos los papeles y documentos oficiales (y no tan oficiales) que le ponen por delante.

Así que en realidad, a los dieciocho sólo pide a los abogados de Kinnetik que lo hagan un poco más legal, porque lleva cuatro años siendo Gus Kinney-Taylor para todo el que quiera escuchar.

Gus sabe que Melanie y Brian no se llevan demasiado bien. Aunque, tal como dirían Lindsay y Justin, es sólo que ambos son demasiado parecidos para llevarse bien. Rompe pelotas, cabezotas y tercos, tanto una como otro se admiran en el terreno profesional y han llegado a respetarse en las reuniones familiares, aunque de vez en cuando aún fingen odiarse para darles conversación a los demás.

Pero Gus no tenía a Melanie por una mentirosa hasta que una noche en que sus madres están de nuevo cabreadas, Mel habla de Brian y le acusa de follarse todo lo que se mueve, de poner el sexo por delante de todo y de todos. No es capaz de oír la réplica de Lindsay porque baja las escaleras furioso, cegado por la decepción y la ira. Acusándola de mentir, de ensuciar el nombre de Brian porque se les han acabado los motivos legítimos para discutir.

Desde que tiene uso de razón, Brian y Justin han estado en su vida. Cuando era más pequeño sabe que vivían separados, que Justin se fue a Nueva York a trabajar pero Brian tuvo que quedarse porque Kinnetik era su bebé y aún estaba dando los primeros pasos (aún le da un poco de repelús la manera que tiene su padre de hablar de la empresa, pero qué demonios, es uno de los cinco empresarios mejor reconocidos en el mundo de los negocios, el único gay, cree que se lo ha ganado y puede hacer lo que quiera con ella)

Luego, Justin Taylor fue un nombre a tener en cuenta en el mundo del arte, Kinnetik se expandió y les hizo aún más ricos, y ambos iban juntos a todas partes.

¿Brian Kinney, follándose todo lo que se mueve? Ya, claro.

Gus no es consciente de hasta qué punto el mundo conoce a sus padres hasta que, en una de sus clases de arte del instituto, ojeando el libro mientras la profesora les pone diapositiva tras diapositiva de las obras del arte clásico (por favor, con una de sus madres y otro de sus padres artistas, lleva años de ventaja al resto de la clase), llega a los capítulos del arte moderno.

Allí, en una página entera y a todo color, el cuadro que tienen en el salón de Britin, Apología de un arco iris, lleno de trazos vivos y mezclados el uno sobre el otro hasta que se pierden y no se sabe dónde empieza uno y acaba el otro. Busca el pie de página, ansioso y un poco intimidado, leyendo Apología de un arco iris, Justin Taylor, 2008, colección privada del artista. Le extraña la brevedad del texto, hasta que, girando la página, se encuentra con un apartado dedicado sólo a Justin, comentando un poco su vida y milagros, que vive en Pittsburgh con su marido y su hijo (eso le hace sonreír, calentándole un poco por dentro, orgullo y felicidad a partes iguales), que estuvo a punto de morir a los dieciocho años (eso le enfría, apretando las manos en puños porque sabe la historia y Justin sigue sonriéndole y dándole un beso de buenas noches cada día, pero eso no lo hace menos real, lo cerca que estuvo de no conocerle), con una lista de sus obras expuestas por todo el mundo.

Con Brian Kinney es distinto, es en la clase de economía donde lo descubre, poniendo los ojos en blanco cuando estudian las empresas y sus métodos de expansión, aburrido porque entre el tío Ted y sus veranos en Kinnetik, sería capaz de manejar una empresa mejor que el pedante de su profesor.

Presumiendo delante de sus amigos de lo geniales que son sus padres, de lo listos y ricos que son, porque ey, está en el instituto, se trata de sobrevivir, de demostrar algo, y qué coño, Gus es un Kinney-Taylor, de mayor va a ser la hostia.

Gus descubre que, si vende su descubrimiento científico, va a forrarse y a ser famoso, porque está convencido de que nadie sospecha siquiera que los hombres sean capaces de menstruar. Es lo único que se le ocurre cuando es testigo de uno de los arranques de reina del drama de su padre (Brian) al cumplir los cuarenta, buscando por todos los cajones de Britin una bufanda como un desesperado, murmurando cosas como dejar un bonito cadáver y ¡canas, Sunshine, voy a tener canas!

De modo que Justin pone los ojos en blanco por enésima vez ese día, amenaza con un divorcio, con sacarle hasta el último centavo y vender sus trapos sucios a la competencia, con millones de chorradas que no tienen ningún efecto, hasta que, con los brazos en jarras y mirada decidida, amenaza con huelga. Gus finge una arcada, no quiere pensar, imaginar, siquiera de refilón, que sus padres hagan esas cosas, pero Brian se detiene, mirándolo con algo parecido al miedo, y decide de repente que no le urge tanto colgarse de la lámpara.

El arranque de Justin no es por la edad o las canas, y pilla a Gus y a Brian viendo una de esas películas antiguas que su padre le ha enseñado a amar. Se dirige a ellos, gritándole a Brian por haber dejado las cosas tiradas, por haberle perdido un calcetín, por haber mirado de reojo al nuevo secretario de Kinnetik, Gus no es capaz de recordar qué chorrada se le ocurrió primero. El caso es que Brian parece acostumbrado, así que sólo arquea una ceja, sin apartar los ojos de Marlon Brando, diciéndole con todas las letras vete a la mierda, Justin, y déjame acabar de ver la película.

Así que Justin amenaza con un divorcio, con sacarle hasta el último centavo y vender sus trapos sucios a la competencia, con millones de chorradas que no tienen ningún efecto, hasta que, con los brazos en jarras y mirada decidida, amenaza con huelga.

Los dos Kinney se giran a mirarle, pero esta vez es Gus quien pone los ojos en blanco, te quiero, pops, pero deberías buscarte discursos nuevos, este apesta. Brian ríe, cogiéndole de la muñeca para sentarlo en el sofá con ellos, y a los dos minutos están dándose el lote como unos adolescentes.

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