¤ Comunidad:
fandom_insano.
¤ Título: Un poco de tranquilidad.
¤ Fandom: The Forbidden Kingdom [El Reino Prohibido].
¤ Claim: Lu Yan+Ni Chang.
¤ Tabla:
Helados.
¤ Helado: 08. Fresas.
¤ Palabras: 1,050.
¤ Advertencia: Pre-canon.
¤ Notas: Escena perdida de antes de que el viajero viajara (??). Y dedicado a
miyu_su. Ella sabe la razón ♥.
¤ Resumen:
Si se puede tener un poco de tranquilidad estando sólo, ¿por qué no mejor estar acompañado?
Lu Yan podía considerarse, en esos momentos al menos, una persona un tanto desafortunada. Llevaba caminando más de cuatro días sin rumbo fijo, completamente desorientado y sediento, puesto que hace poco se le había acabado su adorado licor. Podría decirse con seguridad que se sentía algo estúpido, no sólo por haberse perdido de ese modo, sino por estar tan mal equipado para sobrevivir, no llevaba consigo ni transporte ni mucho menos alimentos, por lo que sentía que era muy posible que pronto llegara su fin. Ni que decir que pensaba que esa sería una manera muy fea de morir -patética mejor dicho-. Pero no le quedaba otro remedio que seguir hacia delante, rogando a cualquier deidad que se diera el tiempo de escucharlo para que pudiera encontrar pronto algún poblado y así reabastecerse de su preciado elixir y poder seguí con su misión -auto impuesta- de encontrar al viajero.
Se detuvo al sentir como sus piernas se entumecían, dándose cuenta que las mismas ya no le sostendrían por más tiempo. Miró a su alrededor, tratando de ver algún lugar en el que pudiera descansar y fue cuando notó algo que hizo que sus ojos brillaran. A unos cuantos pasos más allá del camino, había un pequeño campo de cultivo, y por lo que se dejaba ver, se encontraba en su tiempo de cosecha.
Animado, corrió con toda la escasa fuerza que aún le quedaba, y se dejó caer en los verdes prados, disfrutando el aroma de la vida y la frescura del lugar. Al alzar la vista, vio el fruto de esa área y no pudo más que sentirse bendecido, considerando que en ese momento era el ser más afortunado de ese reino. Tal vez no fueran uvas, pero las fresas eran igual o incluso más cotizadas que los frutos morados. Eran catalogadas como manjar de nobles, fruto que no cualquiera podía conseguir. Lu Yan sonrió, sintiéndose, al menos por el momento, un noble que podía darse el lujo de comer algo semejante.
Se sentó gustoso y tomó su pequeño bule, lo miró con cariño y le susurró un perdón, su siguiente acción fue partirlo a la mitad. Se permitió guardar silencio por unos segundos, velando el alma de aquel gran compañero de viaje, pero tenía que seguir con su vida y le aseguró que seguiría siéndole de mucha ayuda, aunque ya no como medio par almacenar su licor, sino como plato para recolectar diversos frutos, pero el momento se conformaría con esas fresas que le pedían a gritos que las comiera. O eso se imaginaba él.
Se puso de pie y comenzó a arrancar algunas, colocándolas en su nuevo recipiente improvisado. Cuando lo llenó, eligió un lugar cómodo para sentarse y así empezar a degustar con toda la tranquilidad del mundo.
Tan concentrado estaba en esa tarea que no se dio cuenta en que momento dejó de estar solo en aquel campo. Cuando terminó de comerse su sexta fresa notó una sombra, pero por alguna razón no se puso a la defensiva, ya que no sentía que fueran a atacarlo. Alzó el rostro en dirección a donde sentía la presencia y se extrañó un poco al toparse con una bella mujer, de larga cabellera plateada.
Al mirar sus ojos, el sentimiento de que algo no estaba bien le inundó, haciendo que desconfiara de esa mujer. Pero al percatarse de que ella no demostraba ningún sentimiento, sino sólo calma, decidió ignorar su instinto, manteniendo aquella sensación resguardada por si llegaba a necesitar sus reflejos -en esas épocas nunca era bueno ser completamente confiado con desconocidos- y así evitar echar a perder ese momento de tranquilidad que tanto apreciaba.
Le sonrió a la mujer y extendió en su dirección el plato con las fresas: ―¿Gusta un poco? ―Le preguntó sin moverse de su lugar.
La chica se le quedó viendo por largo tiempo, dudosa, pero al final aceptó aquel gesto y se acercó a donde estaba aquel sujeto. Se inclinó un poco y tomó una de las fresas. La miró aun desconfiada y después observó al hombre. Lu Yan le animó, tomando él una de las fresas y comiéndola, invitándola a que imitara el gesto. Ella estuvo a punto de girar los ojos, pero notó que no había ningún gesto de maldad en esa acción, así que probó la fresa. En el momento en que la degustó, sus blancas mejillas se colorearon de un tenue rosado y dejó escapar un sonidito de placer, encantada por el sabor del fruto. Lu Yan rió un poco, divertido por el gesto infantil de la muchacha, adivinando que era la primera vez que probaba algo parecido.
Ella pareció ofenderse, tanto porque él se riera como por dejar ver esa parte de si misma, y se marchó sin decir ni una palabra. Lu Yan, dándose cuenta de su error, se puso de pie e intentó alcanzarla.
―¡Discúlpame! No quise reírme ―Trató de disculparse, pero cuando salió del campo de cultivo sólo alcanzó a ver parte del plateado cabello ondeando por el viento y después nada. Lu Yan se preguntó si volvería a verle, aunque sentía que posiblemente no estaría muy contento cuando eso sucediera.
Regresó al lugar donde estaban sus cosas, aún pensando en aquella extraña mujer, cosa que hizo que no prestara atención a su alrededor.
―¿Quién es usted? ¡Fuera de mi propiedad! ―gritó un señor que había visto a Lu Yan. Él tomó sus cosas en cuenta pudo y comenzó a correr, el dueño siguiéndole los pasos de cerca y amenazándole con un gran rastrillo.
Lu, a pesar de todo, estaba sonriendo, viéndole lo divertido al asunto. Corrió todo lo que pudo hasta salir fuera de las propiedades, pero aquel hombre seguía persiguiéndole. Fue cuando notó, amarrado en la cerca, un burro. Se le ocurrió una gran idea, así que se acercó al mismo, lo desató y lo montó. Le gritó un ‘Gracias’ al señor y cabalgó en el pobre animal.
Al paso del tiempo suspiró, pues se dio cuenta que no había traído fresas para el camino y seguía sin su preciado elixir.
―Mala suerte ―murmuró y miró hacía abajo. Fue cuando notó que algo estaba abarrado a la silla del animal y al tomarlo, se sintió dichoso. ¡Una cantimplora llena de vino! Definitivamente, al final, si había sido un buen día.