Feb 02, 2009 12:53
Al parecer, ser amable con el otro es algo intolerable para la mayoría de la gente.
Si, asi como lo leen.
Resulta que yo tengo el mal hábito de saludar a las personas. Al diariero, a la vecina que barre la vereda, a la chica que vende los boletos del tren.
La chica en cuestión es una de las empleadas ferroviarias más amables con las que he tenido el placer de tratar. Atenta, siempre con una sonrisa y un “buen día, ¿cómo estás?” que recibe de respuesta un “Ida y vuelta a Constitución” gruñido entre dientes.
La mañana enloquece a la mayoría de las personas. Como ya he dicho en otro escrito, saca a flote a ese animal primitivo que todos llevamos dentro. Y en vez de humanos, somos monos otra vez, al menos hasta el café de las 11. Aunque los monos serían más educados y todo, si nos ponemos a pensar.
El asunto es, que hoy a la mañana hice la cola para sacar el boleto de tren y al llegar a la ventanilla vislumbré a la chica. La saludé y ella me preguntó cómo había pasado mis vacaciones mientras me imprimía el boleto. Le contesté que si fuese por mi viviría de vacaciones mientras le daba el dinero; y ella a mi el vuelto mientras se reía. Y nos deseamos mutuamente un buen día mientras yo tomaba el boleto y me salía de la fila.
No más de veinte segundos, creo.
Pero cuando miré la fila, todos me miraban como si hubiese estado charlando media hora sobre la reproducción de la morsa mientras se iba el último tren del día. Como si hubiese recordado a la chica que es una humana y ahora sus movimientos fuesen menos rápidos, menos automatizados.
Con una ceja alzada, le di el boleto al guarda para que me lo agujereara, y subí a la plataforma. El tren vino al instante, y las puertas neumáticas se abrieron.
Me corrí hacia un costado, dejando bajar a la gente (algo que me enseñó mi madre de pequeña, y debio ser la unica, porque la gente suele forcejear para entrar mientras otros salen) y un tipo literalmente me atropelló con su corpachón.
Yo soy de todo menos menuda, y el tipo rebotó contra mi hombro puesto a propósito.
Y ante la mirada de indignación del tipo (quizá porque no me caí por el hueco entre el andén y el tren) mi propia naturaleza animal salió de la nada.
-¿Qué te pasa? ¿Sos ciego, tarado? ¡Fijate por donde andás!
Y subí al tren bajo la mirada acusadora de una señora excesivamente maquillada, y la sonrisa del guarda. Con la cabeza alta, pero sintiéndome en el fondo una desubicada.
Quizá no estoy preparada para la feroz supervivencia de la vida de metrópoli...