(no subject)

Aug 15, 2011 23:32

 

Prácticamente puede oír los engranajes del cerebro de su estúpido compañero mientras intenta reunir valor para hablar. Le gustaría volverse hacia él y gritarle que ya sabe lo que tiene que decirle, pero en lugar de eso se calla y sigue con el trabajo. Le odia, más que a ninguno. Más que a todo el pueblo. Es igual de estúpido e insulso que todos los demás, un corderito de color lechoso perdido entre el gran rebaño. Y sin embargo él tiene lo que Alex más desea en el mundo, puede ver sus marcas en él, como grabadas con tinta sobre la piel. Desde hace años, probablemente.

-… Sabes lo que pasará ahora, ¿verdad? -pregunta finalmente con un hilo de voz. Alex se vuelve hacia él, impaciente. Le recorre con la mirada de arriba abajo, con una ligera mueca de asco. No es más que otro crío vulgar y retrasado como todos los del pueblo. Ni siquiera tiene una belleza especial. Que él sea el elegido que recibe más a menudo las atenciones de James es como ver a un tigre masticando hierba. Patético.

-¿A qué te refieres? -pregunta sin dar muestras de entender.

-¿A ti no… ? - una tenue voz en su cabeza le recuerda que lo que él busca, para Michael es una desgracia. Lo intenta, pero es incapaz de sentir empatía hacia él. Se siente un poco culpable ante su falta de culpabilidad, pero eso es todo.

-No. A mí no me hace nada de lo que te hace a ti- el niño agranda los ojos de miedo al comprender que él lo sabe, y Alex tiene que reconocerle al menos la inocencia que a él le falta -. Pero tranquilo, algún día pasará. En cuanto crezcas un par de palmos y dejes de poner esos ojos de cordero degollado y cuando vaya a tocarte se encuentre con que tienes pelo ahí abajo, te prometo que dejará de hacerlo.

Le dedica una sonrisa sarcástica y se vuelve de nuevo, comprueba que haya terminado con todo y se aleja en dirección a la sacristía, dejando al otro crío pasmado y muerto de miedo en el sitio.

***

-Alex, ya empezaba a preocuparme tu tardanza -James levanta la vista del libro que tiene sobre el regazo y le dedica una sonrisa que hace que le tiemblen las piernas.

-Lo siento mucho padre -responde él, acordándose de pronto de bajar la mirada -. ¿Necesita que le ayude con la sotana?

-No, primero ven aquí -la sonrisa de James se ensancha mientras aparta el libro de su regazo y extiende los brazos hacia él. Alex camina en su dirección, inseguro sobre lo que debería hacer-. Ven, siéntate.

Se aproxima lentamente, tratando de conservar la máscara de inocencia, y se sienta de lado sobre sus rodillas. Está literalmente temblando de nervios y anticipación, pero no le preocupa, James supondrá que es el miedo el causante.

-¿Cómo estás?- le pregunta rodeando su espalda con un brazo-¿Quieres contarme lo que ocurre?

Alex levanta la vista buscando sus ojos, nervioso. Sabe que es su mejor arma, pero también su mayor debilidad.

-No puedo contártelo -susurra. Las cejas alzadas de preocupación y miedo, la barbilla y las comisuras de los labios temblorosas, los ojos acuosos e inundados-. Si se entera de que te lo he dicho será mucho peor.

-¿Acaso alguien te está haciendo daño?

No puede resistirlo. Le tiene tan cerca que podría besarle, podría envolver su rostro de mandíbula cuadrada entre sus manitos diminutas en comparación y acercarse hasta que sus labios se rozaran, hasta perderse dentro del vacío de sus ojos. Apoya la frente contra su hombro, para no tener que mirarle.

-No quiero que él sea mi padre -murmura entre sollozos -. No es un buen padre, no quiero que lo sea, mi padre de verdad era mejor.

-¿Tu padre de verdad? -James le obliga a separarse con firmeza para mirarle a la cara- ¿Max no es tu verdadero padre?

Alex niega con la cabeza, incapaz de pronunciar una sola palabra mientras siga sujetándole con tanta fuerza, casi haciéndole daño. Una parte de él quiere rogarle que le agarre con esa misma fuerza mientras le hace lo mismo que a los otros niños, pero mantiene los labios bien sellados.

Finalmente le suelta y deja que apoye la cabeza en su hombro de nuevo, acariciando su pelo con cuidado.

-Está bien, tranquilo -murmura cerca de su oído. Permanecen así unos minutos que Alex atesorada a cada instante, demasiado feliz para seguir fingiendo sollozos.

-Se enfada demasiado -añade Alex bajito -. Da miedo cuando se pone así.

De pronto se encuentra de pie en el suelo. James le ha bajado de su regazo y se levanta de la silla él también, para caminar hacia la puerta.

-Entonces será mejor que no le hagas enfadar, ¿verdad? Vamos, vete a casa, te prometo que todo irá bien.

No puede creérselo. Estaba tan cerca, tan jodidamente cerca. Pero su plan no ha funcionado. Se queda quieto frente a él, mirándole esta vez con verdadera tristeza. No entiende qué está mal con él. Por qué no le quiere.

-Dile a Michael que pase cuando te vayas, ¿está bien?

-Claro -asiente como un autómata antes de salir por la puerta que James le sostiene abierta. Le dan nauseas de pensar que prefiere a ese crío antes que a él. ¿No se da cuenta? Ellos dos están destinados, lo supo desde la primera vez que le vio, y está seguro de que él sintió lo mismo. ¡No puede hacerle esto! Le pertenece, James es suyo y no importa cuántas veces se haya follado a Michael porque jamás podrá sentir lo mismo que sentiría con él.

-Hasta luego, Alex.

La puerta se cierra tras él.

Camina de forma mecánica hasta que está lo bastante lejos como para que él no le oiga. Siente la rabia hervir dentro de él, chocando contra la calma exterior. A punto de explotar.

En tres zancadas alcanza uno de los candelabros de pie que sostienen multitud de pequeñas velas, lo agarra y lo estampa contra el suelo entre un estruendo metálico. La cera líquida se derrama por el suelo y las pequeñas llamitas mueren contra el mármol. No es suficiente. Avanza hasta el siguiente y lo agarra sin cuidado, sin atender a dónde pone la mano.

-¡AH! ¡Joder!

La aparta en una fracción de segundo, huyendo del fuego, pero tiene toda la palma cubierta de cera líquida que resbala hasta las yemas de sus dedos. Intenta limpiársela como puede, quemándose más, y finalmente hace lo único sensato que se le ocurre: se tira al suelo y la apoya contra la fría piedra, que apaga lentamente la cera. Aun así el dolor no se va. Tiene que aplicar algo frío directamente sobre la piel, y para eso debe arrancar la cera.

Lentamente, comienza a levantar los pegotes de cera extendidos por su mano, con miedo. La piel está tan jodidamente roja debajo que le da miedo estar arrancándose la piel. Aprieta los dientes y solloza de dolor, con los ojos cerrados con fuerza.

Oye pasos que se acercan corriendo. Abre los ojos un poco, pero solo es ese crío idiota.

-¿Estás bien? -Suena muy preocupado. Se sienta a su lado y mira su mano desde cerca, con gesto de dolor ante el mal aspecto que tiene- Eso parece doler mucho.

-Pues claro que duele gilipollas, o me estoy revolcando por el suelo porque tengo calor, no te jode, duele como el puto demonio -la cara traumatizada del niño ante tantos tacos seguidos le alivia un poco. Casi le haría gracia, si no sintiera que se está arrancando la piel a tiras.

-¿Quieres que vaya a buscar al padre James? -pregunta con un hilo de voz.

Muy a su pesar, Alex debe sentir admiración ante su valor. Sabe que James le provoca terror, pero aun así está dispuesto a ir a buscarle.

-No, déjalo. Ya estoy bien -intenta levantarse, apoyando sin darse cuenta la mano herida. Contiene un nuevo grito de dolor -.¡Joder!

-Espera, te ayudo -le dice Michael. Alex tiende la mano quemada hacia él y el otro niño le agarra de la muñeca y tira con todas sus fuerzas, mientras Alex se impulsa apoyando la mano buena contra el suelo, hasta que consigue ponerse de pie.

-…. Gracias -murmura tras unos segundos. Ahora sí que se siente realmente culpable. Puede que James le castigue por esto más adelante, pero en ese momento no soportaría que Michael acudiera a la cita, sobre todo después de haber demostrado que es mejor persona que él. Algo le duele en el pecho al mirar sus ojos castaños, sin nada especial, y comprender por qué James le prefiere antes que a él-. Por cierto, lo olvidaba, James me dijo que te avisara de que puedes irte a casa. No quiere que nadie lo moleste.

-Oh, bien -le brillan los ojos de alivio y por un momento Alex está seguro de que saldrá corriendo, pero finalmente se queda para esperarle-. Vamos, te acompaño a casa, tienes toda la ropa llena de cera. Seguro que te regañan si no les contamos lo que ha pasado en realidad.

-¿Y qué ha pasado en realidad? -pregunta confundido.

-Que se te cayó la torre de velas encima por culpa del viento -contesta el niño convencido. No puede creerse que de verdad exista alguien tan inocente.

***

Su madre y Max se muestran muy comprensivos mientras Michael está en la casa, incluso le invitan a galletas e insisten para que se quede un rato a jugar con Alex en la cocina, siempre bajo la atenta mirada de Elisa. Michael es un buen chico y su risa suena tan alegre que es casi imposible de creer que haya pasado años sometido al constante abuso físico y sexual de un adulto en quien todos confían. Alex se dedica a observarle mientras se toma sus galletas, intentando comprender si realmente es feliz o es solo una fachada como la suya.

Finalmente Michael tiene que irse, tras disculparse y repetir lo buenas que estaban las galletas, siempre tan educado y correcto con todo el mundo. Su madre parece encantada con él. Al menos hasta que la puerta se cierra.

-Qué curioso que estuvierais los dos juntos cuando el viento tiró esas velas, ¿no te parece? -Ya empieza. Debió saber que su amabilidad era tan solo una mentira- Escucha, sé lo que está pasando. Has sido tú quien ha robado eso de mi tocador -por décima vez ese día no nombra el objeto robado, como si fuera algo vergonzoso. La mira con cara de incomprensión, aunque sabe que es una batalla perdida: nunca creerán que no sepa a lo que se refieren. Siempre que ocurre algo malo tiene que ser por su culpa-. Y también has tirado esas velas a propósito, y no quiero ni pensar lo que hacías con ese pobre niño, tú y tus… jueguecitos. Te lo voy a decir una sola vez Alexander, no volveremos a mudarnos por tu culpa. Así que contrólate y no seas tan… tú mismo.

-Siempre tiene que ser culpa mía, ¿verdad? -intenta no alzar el tono, pero le resulta imposible. Se muere de rabia-. No puedes aceptar que simplemente olvidases ese objeto misterioso en cualquier otro lado porque estás envejeciendo y tu memoria ya no es lo que era. Es más fácil echarle la culpa a otro, que es lo único que sabes hacer.

Max cruza la habitación en pocos pasos y le cruza también la cara de un bofetón.

-No te atrevas a hablarle así a tu madre - le mira lleno de ira y asco mientras Alex apoya una mano sobre su cara, enrojecida del golpe y de la humillación.

-Y tú no te atrevas a hablarme así a mí, no eres mi padre, no eres más que un pringado sin hijos -grita con los puños apretados.

-Desde luego soy más pringado que tu verdadero padre, que se dio cuenta de la escoria que eras y se largó antes de que le hundieras la vida también a él.

Ni siquiera sabe cómo responder a eso. Todo su cuerpo tiembla de ira. Quiere golpearle, arañarle, arrancarle el pelo, cualquier cosa que le cause dolor, no importa cuánto dolor se lleve él a cambio.

Siente las miradas de asco de los dos sobre él. Ni siquiera su madre, la persona que se supone que más te debe querer en el mundo, le soporta. Max tiene razón, es escoria. Le gustaría morirse en ese mismo instante, o matarles a los dos, y luego a todo el mundo. Nadie le querrá, nunca. Todos deberían estar muertos.

Antes de que puedan impedírselo, sale corriendo hacia su habitación. Afortunadamente lo tenía todo preparado. Agarra la mochila que sobresale bajo su cama y la aprieta contra su cuerpo, protegiéndola con los brazos. La puerta trasera suele estar cerrada, pero sabe dónde esconden la llave. Le tiemblan tanto las manos que se le cae al suelo, provocando un sonido metálico. Mierda, seré estúpido. La recoge tan rápido como puede y sigue intentando encajarla en la cerradura, mientras oye a sus padres caminar hacia allí.

-¡Alex, ni se te ocurra! ¡Quédate ahí quieto!

La llave encaja y gira. La puerta está abierta. Siente el temor irracional que le sube desde el estómago al estar a punto de desobedecer una orden. Le han enseñado a reaccionar así, con el más simple método de acción - castigo. En el fondo, es otro autómata igual que todos, enseñado desde pequeño a no salirse del rebaño. Pero no obedecerá, porque si lo hiciera no sería más que eso. Una pieza más. Así que se rebela.

La puerta se cierra tras él, pero ellos no tardan en abrirla de nuevo. Corre, tengo que ser más rápido, no puede detenerse o le alcanzarán. Corre tan rápido como sus pulmones le permiten, sollozando como si se ahogara, llorando sin control porque si contuviera las lágrimas no le dejarían ver por dónde pisa. Hasta que por fin llega, con la cara empapada y goteando sobre la ropa. Por fin está a salvo. Golpea la puerta con el puño, y él no tarda en abrir.

-James -le contempla un segundo y rompe a llorar de nuevo, más sinceramente de lo que ha llorado en su vida, helado de frío y empapado por dentro.

-Dios santo -murmura él y le estrecha entre sus brazos, cálido y fuerte y seco, el remedio a todos sus males. Le hace pasar y cierra la puerta tras él, y por una vez, Alex se siente en casa.

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