Título: Lienzos
Autor:
vanhea_scratch Fandom: Percy Jackson and the Olympians
Disclaimer: Esta saga, así como sus personajes, le pertenecen a Rick Riordan. (Salvo Apolo que es de uso público)
Rating: apto para todos los públicos
Notas: un gracias enorme a
natxopistatxo por betear el texto y ponerlo decente.
Deslizó el pincel por el papel y volvió a mirarlo detenidamente. Aquel cuadro realmente se le estaba resistiendo. Sólo veía trazos y pinceladas que se cruzaban pero no llegaban a nada. Así que lo quito, lo arrugó y lo lanzó al suelo, junto a otros papeles que también habían sucumbido a sus manos. Se pasó el brazo por la frente para apartar unos mechones de pelo que caían por su cara. Tenía las mano manchadas de todos los colores que podían existir. Colocó un nuevo papel sobre el caballete y se lo quedó mirando con el ceño fruncido.
Escuchó que llamaban a su puerta y, lanzando un suspiro frustrado, se alejó del lienzo en blanco.
Cuando abrió, frunció más el ceño. Tenía delante a un rubio con gafas Ray Ban. Podría haber tomado cualquier otra forma y lo hubiese reconocido. Tal vez la culpa fuese de ser la Oráculo y sentirlo, de la luz que irradiaba en todo momento, la sensación de tener al mismísimo verano haciéndote una visita privada, o también que esa sonrisa de chulo era inconfundible.
-¿Qué tal está mi Oráculo favorita? -preguntó Apolo, alegre.
-Soy tu única Oráculo. -capullo, terminó para sí misma.
Apolo entró y la siguió cerrando la puerta. Se paró al fondo del apartamento lujoso. Rodeado de cristaleras que mostraban Nueva York en todo su esplendor metálico, había un cuadro blanco, vacío, impoluto.
-¿Sabes? Me gusta todo tipo de arte pero este en concreto -dijo encogiéndose de hombros.- no termina de convencerme. Por el mismísimo Zeus, qué significa esto.
-Significa que ya no tengo inspiración.
Apolo volvió hasta ella, se situó enfrente y la miró tras colocar sus gafas de sol sobre la cabeza.
-Yo soy el dios del arte, podría inspirarte. -murmuró tentadoramente.
Rachel bufó y le dio un pequeño empujón. Apolo sonrió y se sentó en el sofá blanco que estaba en medio del loft. Al final había convencido a Rachel para aceptar ese sitio. Tenía dos plantas, ambas con cristaleras en el fondo y ventanas enormes. Muy luminoso y muy caro.
La chica se sentó en el otro extremo del sofá y miró fijamente al dios sin dejar de fruncir el ceño. Ver a Apolo le ponía de mal humor. No sabía cómo hacía Percy para soportar a todos esos dioses sin acabar desesperado. Eran demasiado para ella. Y eso que sólo tenía que tratar con uno. Sin embargo, le había tocado el más insoportable de todos.
-¿A qué has venido?
-¿Acaso necesito una razón para venir a verte?
La pelirroja enarcó una ceja e incluso sonrió de lado.
-Normalmente, una profecía apocalíptica.
Apolo se rió ante su respuesta. La chica tenía carácter. Hubiese sido una buena semidiosa, en caso de no haber sido su profetisa, claro. Derrochaba valentía y tenía un poco de arrogancia, muy similar a todos los pertenecientes al Campamento Mestizo.
-Sólo quería verte, cariño. El Olimpo se está volviendo algo aburrido. -suspiró dramáticamente.
-¡Qué pena me das! -exclamó con sarcasmo.
Apolo se deslizó más cerca de Rachel. Ella no mostraba su habitual entusiasmo y una sonrisa que solía ser permanente en su rostro.
-Te noto molesta. ¿Algo que ver con el cuadro sin acabar? -preguntó seriamente.
Ella se cruzó de brazos y se intentó alejar de él, sin embargo, ya estaba al borde y el reposabrazos le impidió interponer más espacio entre ellos dos.
- ¿Segura? -susurró.
Rachel asintió con la cabeza débilmente.
-¿Ésto es todo lo que tengo? -preguntó Rachel cansada, con más años sobre su espalda. -Me siento algo vacía. Además, voy a estar toda la vida sola. Percy tiene a Annabeth de momento y yo no tengo a nadie. Y no lo tendré.
El dios se acercó todo lo que pudo a Rachel y sonrió tristemente. Conocía la sensación de estar en una vida que parecía no pertenecerte, a veces demasiado larga, otras veces demasiado reglada con consecuencias fatales. Ese vacío que sentía después de siglos y siglos observando un mundo que no dejaba de cambiar día a día; y él que iba siendo olvidado por los humanos, relegado a un tercer plano. Los dioses se habían convertido en cuentos de cama que se relataban a los niños antes de dormir. Atrás quedaba el gran esplendor de Grecia y los tributos.
Y había días, días muy malos, donde echaba de menos aquella etapa.
Apolo cogió suavemente a Rachel de los brazos y consiguió que los separa. Luego se acercó aún más, hasta situarse a un espacio insultantemente corto de la pelirroja. Ella estaba nerviosa pero al menos ya no parecía enfadada y menos cansada. Aquello no estaba del todo bien. No debería relacionarse con sus oráculos de ese modo, era algo que estaba prohibido y que podía complicar las cosas. Aunque por otro lado, Rachel le atraía de un modo diferente, le embargaba. No era amor, pero era algo interesante para él. Tal vez la capacidad de sentirse completo con otra persona, más allá de un plano puramente físico, del cual ya había descubierto todo lo imaginable.
-No somos tan diferentes. -dijo el dios. -En estos casos hay que saber adaptarse a lo que te ha tocado, aunque no termine de gustarte. Tarde o temprano eso cambiará.
Rachel no se movió y Apolo cogió su rostro entre sus manos y la besó. Fue algo corto y suave. La sensación de estar tumbado al sol en un día de primavera, cuando comienza a volver el calor y te embarga una paz casi desconocida. Podría guardar esos besos para resucitar los días muertos en los que el mundo parecía algo insoportable, en los que sentenciaba a gente a la que ni conocía y no podía hacer nada por evitarlo.
Cuando Apolo se alejó sonrió de una forma característica que no había visto antes, una sonrisa sincera y sin nada de burla. Se levantó y Rachel apartó la mirada para recomponerse. Al volverse, Apolo ya se había ido.
Entonces Rachel fue hasta el lienzo y se puso a pintar. Tras dos horas sin dejar el pincel y la paleta, consiguió dar forma al lienzo uniforme que se había revelado ante ella. Finalmente, cuando abandonó las pinturas y fue a dormir, el cuadro mostraba un amanecer brillante tras el Partenón griego, y un carro tirado por caballos surcaba el firmamento.