Capítulo 16 del Fic: El Reino de las Mariposas [Star Trek 2009]

Aug 15, 2010 19:14


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“Horacio […] relata mi historia y 
mi causa a cuantos las ignoran”.

Hamlet, príncipe de Dinamarca.
De William Shakespeare


Capítulo 16

Aeropuerto Internacional de Des Moines, Iowa
Sala de espera, sección A. 8:15 am.
Estados Unidos de Norteamérica. 
Principios de la tercera semana de Septiembre 2003.

Kirk permanecía silencioso frente al ventanal panorámico, con la mirada extraviada en el cielo gris que se extendía sobre las pistas de aterrizaje, atado a la silla de ruedas debido a la herida de su pierna izquierda, y con una ajada libreta sobre su regazo. Su rostro pálido mostraba aún las pequeñas y medianas cicatrices que le dejara el ataque que sufrieran a manos de la patrulla sudanesa, y enfatizaba las grandes ojeras que habían aparecido bajo sus ojos.

-¿James? -Aunque la voz le fue vagamente familiar, no reconoció quién lo llamaba. Volteó apenas para saberlo, encontrándose con Christopher Pike a su lado-. Lamento la demora. Nos dieron mal los horarios de arribo.

Por varios segundos, Kirk lo observó sin mostrar ninguna emoción en su rostro. Hasta que, dejando la libreta a un lado, sobre la maleta que estaba junto a él, se levantó con dificultad, alcanzando a su antiguo profesor y amante en un abrazo inesperado.

-Chris…

Pike sólo atinó a sujetarlo, resintiendo el frágil y desvalido estado en el que se encontraba al escucharlo decir su nombre en un apagado murmullo. Después de eso, Kirk fue quien lo soltó, volviendo a sentarse en la silla, exhausto. Sus ojos mostraban también ese cansancio extraño que no lo dejaba desde que despertara en el hospital de Adré.

-Tu madre está en el estacionamiento. Te esperan en el Centro Médico, así que no nos demoraremos más -comentó el recién llegado, colgándose al hombro las maletas. Le entregó la libreta, observando cómo la dejaba con sumo cuidado en la mochila que llevaba con él-. ¿Quieres llegar a comer algo primero? Supe que el viaje fue bastante largo.

-No -negó levemente, mientras Pike sujetaba la silla para conducirlo hacia el exterior-. Gracias, Chris. Estoy bien.

Se dirigieron en silencio hacia el estacionamiento, en donde los esperaba Wynona Kirk, parada junto a un auto mediano. Al llegar con ella, con enorme sentimentalismo se inclinó sobre la silla y lo abrazó, tratando de contener su emoción. El muchacho cerró los ojos al sentirse envuelto por los brazos maternos, extrañando los breves momentos en que McCoy lo sostenía de una manera tan similar, pero al mismo tiempo, tan diferente.

-Mamá…

-¡Jimmy! ¡Estaba tan preocupada por ti!

Le sonrió cuando ella lo dejó, tratando de hacerle saber que estaría bien.

-Me alegra verte aquí. No sabía quién vendría a recibirme.

Pike subió las maletas al portaequipaje, y en seguida, lo ayudó a él a subir al auto, tratando de no lastimarlo. Minutos más tarde, se dirigían hacia el Centro Médico.

-…tu padre nos encontrará hasta en la tarde, en el hospital. Tuvo una conferencia que atender en la universidad, y ya sabes cómo es eso -comentó ella despreocupadamente, mientras el otro lo observaba en silencio por el retrovisor-. Los médicos que revisaron tu expediente nos aseguraron que no habrá ningún problema en tu recuperación. La operación que te harán será de mínimo riesgo.

James veía hacia el exterior, en la misma actitud en que lo encontrara Pike. Y éste se había percatado de eso con suma facilidad. Algo lo perturbaba. Decidió averiguarlo, considerando que debía buscar un tiempo adecuado para hablar con él. Posiblemente sería después de la operación, cuando todo estuviese más tranquilo en su ánimo y sus pensamientos.

Llegaron en poco tiempo, y más pronto de lo que esperaba, un par de médicos ya los atendían para el ingreso del herido. Antes de que uno de los médicos alcanzara la silla con intención de llevarlo dentro del nosocomio, Pike sujetó su hombro izquierdo, en una muestra de apoyo incondicional. Kirk volvió su vista opaca hacia él, y al tiempo que levantaba su mano derecha y lo acariciaba apenas en un roce, sus labios formaron una silenciosa frase agradecida.

Junto a Wynona Kirk, Christopher Pike lo vio desaparecer detrás de unas puertas de cristal y madera, sintiendo el corazón roto debido a la enorme tristeza que empañaba esa antes traviesa y vivaracha mirada azul, extraviada en alguna hostil región africana.

Mercy Medical Center, sala 3 de rayos X.
Des Moines, Iowa. Estados Unidos de Norteamérica.
Tercera semana de Septiembre 2003.

Kirk permaneció casi dos horas en una habitación silenciosa y deprimente, de paredes blancas y sin ventanas, recostado sobre las frías sábanas que cubrían la plancha metálica, y apenas cubierto con una ridícula bata hospitalaria.

Hacía dos días que lo habían intervenido casi en cuanto fue ingresado. Despertar de la anestesia, esa misma noche, fue tan apabullante, tal como si lo hubiese arrollado una manada de elefantes enfurecidos. No tuvo conciencia de en dónde se encontraba, hasta que su padre lo sacudió un poco, sujetándolo por los hombros. Tampoco supo cuántas veces gritó el nombre de McCoy en esos segundos angustiosos, en los que su subconsciente dejaba entrever lo que estaba consumiéndolo lentamente.

Ahora, con la pierna vendada y aún sangrante por los recientes cortes en la piel y el músculo, sujeta por un incómodo y doloroso aparato ortopédico, permanecía a la espera de tediosos exámenes. No hizo el intento de averiguar quién entraba a la habitación cuando la puerta se abrió y se cerró. Más se sorprendió al ver que Chris Pike se paraba a su lado, viéndolo críticamente.

-Deseaba tener unos minutos a solas contigo para charlar -explicó ante su mirada desconcertada, sin que el muchacho le hiciera pregunta alguna-. Pero con tus padres discutiendo en la habitación que te asignaron, dudo que pueda hacerlo en otro momento. Por otra parte, creo que los médicos se tardarán un poco más. Es hora del almuerzo.

Una leve sonrisa asomó a sus labios mientras se incorporaba con cansancio, recargándose en un brazo. Pike acercó una silla que había en una esquina de la habitación, sentándose en ella.

-Siempre tienes salidas ingeniosas, Chris. -Por toda respuesta, el otro hizo un breve gesto afirmativo sin perder su sonrisa-. ¿Qué haces aquí, en Iowa? ¿Y en dónde conociste a mi madre?

-Es una lejana historia, meses después de que saliste de la universidad. Dejaste algunos papeles olvidados, y llamé al único teléfono que tenía tu expediente, el de la casa de tu madre. Me ofrecí a llevar los papeles, y fue cuando nos conocimos. Después de unos días que tomé como asueto, alguien de la universidad Deker me ofreció trabajo, y decidí cambiar un poco de ambiente.

-No creo que sea como en Kent.

-En lo absoluto. Pero aquí encontré lo que Kent no había podido darme en tanto tiempo -Pike adoptó una expresión divertida por un segundo, y continuó hablando-. Fue cuando conocí a George, tu padre.

-Oh… espero que no te haya cansado con sus charlas políticas.

Ambos rieron por un momento, y volvieron a quedar en silencio. Pike decidió interrogarlo entonces.

-Has estado ausente todo este tiempo que llevas en el hospital. ¿Quieres hablar de eso?

Dejó pasar varios segundos antes de asentir. Sabía que podía confiar en él, y que lo escucharía con paciencia, tratando de comprenderlo.

-Nunca pensé… -inició dubitativo, organizando sus pensamientos. Pike se acomodó, dándole tiempo-. ¡Dios! Viví el tiempo más increíble de toda mi vida en ese lugar, Chris, y sin embargo… fue como estar en una pesadilla. Es un lugar bellísimo, personas extraordinarias y hermosas… pero con todo el horror que deseas jamás conocer…

-Lo sé. Nunca es igual verlo en crónicas y palabras, que vivirlo en carne propia. -Ambos guardaron silencio, hasta que se atrevió a hacer la siguiente pregunta-. ¿Quién es Leonard McCoy?

El periodista no despegó su mirada de la de su interlocutor, buscando las palabras adecuadas. Sus mejillas se tiñeron de un curioso tono rosado. Suspiró profundamente antes de decírselo.

-Era el médico en jefe de Ardimi, el campamento de refugiados, y quien intentó detener la amenaza de un genocidio atroz. Huíamos hacia Al-Junaynah, cuando una patrulla militar y un grupo rebelde nos alcanzaron. Él… -hizo una breve pausa, carraspeando un poco cuando continuó-. Me dijeron que murió cuando intentábamos cruzar el río.

-La libreta que tenías cuando te encontré, en el aeropuerto, ¿es de él? -sólo recibió un gesto afirmativo. Eso confirmó sus pensamientos, más decidió hacer que lo reiterara-. ¿Lo amabas?

Kirk no respondió, desviando su vista hacia uno de los muros relucientes y vacíos. Pasó saliva con dificultad mientras intentaba humedecer sus labios con la punta de la lengua. Otro profundo suspiro fue el preámbulo a sus palabras.

-Fue quien me hizo ver que mi vida era una porquería. Era una persona extraordinaria; todo el tiempo se la pasaba malhumorado y gruñón… -una leve risa vacía se atoró en su garganta, muriendo casi al instante en que continuó hablando-. Tenía un corazón de oro.

Pike asintió, viéndolo con una mezcla de ternura y lástima. No era el mismo James Kirk que lo había echado de su vida, hacía tiempo. Había madurado, pero con un enorme sacrificio de por medio.

-Lo lamento, Jim. -Fueron interrumpidos cuando la puerta se abrió, dejando el paso a un par de médicos y un técnico del hospital. Pike se levantó de la silla, comprendiendo que debía salir del lugar-. Creo que debo irme. Estaré en el corredor, por si necesitas algo.

-S-si, gracias, Chris.

Mientras los médicos se dedicaban a hacer su labor, Kirk dejó que su mente volviera al tormentoso caos de recuerdos y vivencias que no lo dejaban descansar.

Mercy Medical Center, habitación 219.
Des Moines, Iowa. Estados Unidos de Norteamérica.
Tercera semana de Septiembre 2003.

Un día más transcurrió lento y tedioso, entre exámenes y ratos de hastío en la soledad de la habitación en la que estaba. Hasta que, al día siguiente, uno de los médicos que lo atendía se presentó con él mientras desayunaba.

-Señor Kirk, hemos terminado con la etapa de observación. Lo daremos de alta mañana, a primera hora. Por fin podrá irse a descansar a casa, sin enfermeras y médicos rondándolo.

El periodista le sonrió con desgano, tal como si la noticia le importara lo mismo que la vida de las moscas del desierto. Después, volvió a quedarse solo por algunas horas, hasta que su ex profesor tocó la puerta, asomándose y esperando la invitación para entrar.

-Chris, pasa.

-Veo que te cambiaron el aparato por escayola. -Kirk hizo un gesto de enfado, asintiendo-. Te traje esto.

Al acercarse a la cama, el recién llegado le extendió un par de periódicos doblados que llevaba en la mano. Los reconoció al instante, incluso antes de leer el encabezado. Eran dos ediciones del Central Iowa Herald, en las que iniciaban con la crónica que les había enviado.

-Adivina qué están publicando.

Kirk sonrió por primera vez con mejores ánimos, alcanzando los periódicos casi con impaciencia. Los abrió, buscando la sección en donde dedicaban medio cuerpo de una página a una primera parte de la crónica. Había fotografías de los primeros rollos que había enviado, antes de salir de Jartum hacia Darfur.

-¿Bromean? ¿En cuánto piensan dividir la historia? La primera crónica era de unas diez hojas, aproximadamente. Esto no es ni la mitad.

-Lo imagino, pero mientras no tengan material fresco, harán malabares con lo que tienen -lo reprendió Pike-. Así que tendrás que darte prisa para escribir todo lo que conforma la historia de tu viaje.

-Si, por supuesto que lo haré. Mañana me dan de alta, y tendré tiempo para continuar con los artículos y la crónica.

-¿Mañana? Pero necesitarás mucho reposo. ¿Irás a la granja de tus padres?

Kirk bajó el periódico que sostenía, con gesto ceñudo. No lo había considerado.

-¡Cielos, no! Ese es el peor lugar para escribir algo, además de que no hay servicios de Internet, y las líneas telefónicas son pésimas. Me quedaré en mi departamento.

-James, tu departamento está en un tercer piso, sin rampas ni elevadores como para que puedas moverte sin sufrir un accidente. ¿Por qué no te quedas en mi casa? -propuso en tono despreocupado-. Hay un departamento independiente en casa, y no tiene escaleras. Además, tengo conexión de Internet y teléfono. Podrías estar en contacto con el periódico todo el tiempo.

Kirk se mordió el labio inferior, pensativo. Era una propuesta magnífica, aunque podría tener una doble intención por parte de Pike. Sin embargo, reconoció que le debía mucho a ese hombre, y que tal vez pudiesen darse una segunda oportunidad. Decidió aceptarlo, y ver cómo se daban las cosas al paso del tiempo.

-No sé si sea conveniente...

-Sólo por el tiempo de tu recuperación. Después de eso, podrás volver a tu departamento.

-De acuerdo. Pero será por poco tiempo. No quiero darte molestias.

Pike le palmeó un hombro, complacido ante su respuesta. Después de eso, mientras charlaban acerca de los planes a corto plazo del muchacho, sus padres volvieron para acompañarlo por el resto del día.

Casa del profesor Christopher Pike
Walker Street. Des Moines. Iowa.
Estados Unidos de Norteamérica.
Domingo. Última semana de Septiembre 2003.

El padre del periodista se había marchado antes que ellos del hospital, recordándoles que tenía una agenda demasiado atiborrada. Pidiéndole que se cuidara de futuros accidentes e incidentes, abrazó a su hijo de manera rápida, peleó con Wynona en un tiempo récord de quince segundos, mientras extendía un cheque para cubrir imprevistos de la cuenta del hospital, y se despidió del catedrático con un apresurado apretón de manos.

Wynona le había insistido a su hijo demasiado para que volviera a la granja con ella, más la sensatez de Pike, aunado a la explicación del por qué no era conveniente, reforzada por la aceptación de George Kirk, terminaron de convencerla.

Era media mañana cuando llegaron a la casa. Christopher guió al muchacho hacia el corredorcillo que llevaba al pequeño departamento del que le hablara. Kirk no estaba aún acostumbrado al uso de las muletas, así que le costó un poco de trabajo seguirlo.

-Bien, aquí estarás cómodo -anunció el dueño de la propiedad mientras abría la puerta y dejaba las maletas en el pequeño recibidor. Kirk entró tras él, viendo la estancia con agrado. Se notaba perfectamente el gusto un poco austero, aunque elegante-. Tiene todos los servicios, y por esa parte, tienes acceso total a la cocina de la casa. ¿Qué te parece?

-Que es genial. ¿Tú lo remodelaste, por completo?

-Sólo le hacían falta algunos detalles, así que decidí terminarlo, por si se presentaba la oportunidad de usarlo. Y mira, qué oportuno.

Kirk se le acercó, y con un torpe movimiento, dejando caer la muleta del brazo derecho, lo sujetó para poder besarlo, decidido también a corresponder su hospitalidad. Sin embargo, al notar que el otro permanecía frío a ese contacto, se separó, viéndolo con desconcierto.

-James, espera.

-Chris, sé que ha pasado tiempo, y que me comporté como un completo idiota contigo, pero podemos intentarlo otra vez.

-No. Estás malinterpretando las cosas. -Pike lo veía también, con un brazo levantado hacia su cintura, más en un impulso por evitar que pudiese caer que por otra causa. Mantenía una expresión seria-. No lo hice por obligarte a que volvieras conmigo. Yo ya tengo a otra persona.

Kirk intentó apartarse, avergonzado. Se disculpó con un leve tartamudeo al reconocer el enorme error que había cometido.

-L-lo lamento. Yo creí…

-Hey, hey. No pasó nada -Christopher no lo dejó, evitando que pudiese lastimarse. Le ayudó a llegar a uno de los cómodos sillones individuales que adornaban la pequeña estancia, haciéndolo sentarse sobre sus piernas, como si fuese un niño pequeño-. Te ofrecí este lugar porque te aprecio. Es cierto, te comportaste como un bastardo integral conmigo, pero también me diste ese tiempo extraordinario, y cientos de motivos para cambiar mi aburrida existencia. Además, James, sabía que al aceptar tu naturaleza rebelde, tu hiperactiva genialidad y tu cabezonería, las cosas terminarían así. Yo tengo parte de culpa, porque me arriesgué demasiado, aún conociendo las consecuencias.

El joven periodista le sonrió, sin poder quitarse la expresión culpable de su rostro.

-Eres un gran tipo.

-Lo sé. -Esta vez, Pike le sujetó el rostro por la barbilla y lo atrajo, depositando una tierna caricia en sus labios. Kirk correspondió de manera tímida, sin llegar más allá de ese gesto. Al romper el contacto, el mayor le sonrió con cariño-. Nunca perdí la esperanza de verte madurar, Jimmy. Aunque eso no fuera para mí. Me alegra ver que no me equivoqué contigo.

Kirk le acarició la mejilla, suspirando levemente. Pike lo hizo levantarse un poco para poder incorporarse él.

-Bien, ahora que hemos aclarado las cosas, te dejo -le dijo al tiempo que recogía la muleta del piso y se la entregaba-. Debo revisar algunos exámenes, y tú debes escribir una crónica. Si necesitas el teléfono, hay una extensión en la recámara. Te llamaré a la hora del almuerzo.

Kirk asintió, aligerado ya totalmente de ese embarazoso mal entendido, dispuesto a iniciar también con su labor. Antes de que Pike alcanzara la puerta, el muchacho lo detuvo por un momento.

-Chris... Gracias.

El mayor le sonrió, viendo en su mirada el genuino agradecimiento que sentía. Pensó que tal vez, después de todo, no sería tan difícil ayudarlo a recuperarse.

Edificio principal del periódico The Central Iowa Herald
Miércoles, 9:56 am. Primera semana de octubre, 2003

-¡No puedes pasar, Kirk! -la voz un tanto histérica del editor en jefe, se dejó escuchar en el corredor que llevaba a la oficina del director.

Pickard se levantó de su escritorio justo cuando la puerta se abrió, dejando paso a un molesto Kirk, quien a pesar de llevar muletas, avanzaba demasiado aprisa. Ricker le seguía, y detrás de ellos, Christopher Pike se quedó en el corredor, expectante.

-Tengo más de media hora esperando a que me reciba, señor Pickard -explicó aún con la respiración agitada-. Mi gafete no me permite el acceso, además de que me reciben con la noticia de que he sido despedido. ¿Por qué no me avisaron cuando llamé desde Chad, hace una semana? ¿Acaso soy el último en enterarme?

-Kirk, este no es el momento ni el lugar para tus desplantes.

-¡¿Mis desplantes?! ¡Estuve hospitalizado por una semana, y fui deportado, sin oportunidad de realizar otra llamada hasta que llegué aquí! ¡Después de eso, usted se ha negado una y otra vez a coger el teléfono cada ocasión que he tratado de reportarme!

-¡Me quedaste mal con el trabajo para el que fuiste enviado, Kirk!

-No es verdad -conteniéndose para no levantar otra vez la voz, el periodista se quitó la mochila y la abrió frente a ellos, sacando los cuadernos con anotaciones y mapas, y los rollos fotográficos que aún no revelaba-. Les envié la segunda parte de la crónica mientras estuve en el territorio de Kutum, y me cercioré de que la recibieran.

Pickard se inclinó con las manos sobre el escritorio en una clara pose prepotente, respondiendo sin siquiera ver lo que le mostraba.

-Kirk. Antes de que abandonaras Jartum, te dije que te despediría si dejabas la sede diplomática. Como continúas haciendo lo que te viene en gana, decidí que haría válida mi amenaza.

-No, no. Espere… ¿Q-qué ha dicho?

-Que estás despedido. Tienes un minuto para salir de aquí, o haré que te saquen.

Un sepulcral silencio se hizo en el lugar por varios segundos, roto en un momento dado por el ruido que hicieron algunas de las cosas que Kirk sostenía en la mano, mismas que había soltado debido a la inesperada situación. Pike se apresuró a entrar a la oficina, y evitó que el aturdido muchacho tratara de inclinarse a recogerlas.

-No, yo me encargo. Espérame afuera -murmuró al estar a su lado. Kirk asintió, y salió del lugar en silencio, con expresión derrotada.

Fue ahí cuando Jean-Luc Pikard lo reconoció.

-¿Profesor Pike? ¿Christopher Pike?

Éste volteó a verlo ya inclinado en el piso, junto al editor en jefe, quien le ayudaba a guardar los rollos de fotografía desperdigados a su alrededor. Su expresión era tranquila, sin embargo, la glacial mirada que le dirigió al director del periódico lo amedrentó un poco.

-Así es, y usted, señor Pikard, acaba de cometer un enorme error. -Se levantó guardando las cosas en la mochila que le dejara Kirk, sin cortar el contacto visual-. La historia que acaba de rechazar al despedirlo, podría trascender de maneras inimaginables en el medio periodístico. Además, yo supervisé la tercera crónica que les envió hace dos días, y estuve presente justo en el momento en que lo hizo. No entiendo cómo es que les ha quedado mal, si se ha esforzado demasiado por cumplir con su trabajo.

Riker guardaba silencio, observando a ambos hombres.

-Escuche -intentó suavizar las cosas el director, adquiriendo una pose más relajada-. Sé que he sido bastante severo con Kirk, pero no me ha dejado más opciones…

-¡Siempre…! -puntualizó Pike, levantando sólo en esa palabra la voz, imponiendo silencio. El joven a su lado se sobresaltó, más se recompuso casi en seguida-. Siempre hay opciones, señor. Eso debería tenerlo en cuenta, especialmente si se es director de un periódico.

Riker le entregó el resto de las cosas, un poco nervioso.

-Aquí tiene, señor.

-Gracias -Pike las guardó en la mochila, cerrándola en cuanto todo estuvo dentro. En seguida, se despidió diplomáticamente-. Ahora, me retiro. Posiblemente otros periódicos a nivel nacional querrán la historia, de principio a fin, así que seamos claros. El trabajo de James Kirk está supervisado por mí, y de ahora en adelante, seré yo quien decida para quién escribe. Que tengan buen día, señores.

Al quedar solos, Riker sólo aguardó a que Pikard hiciera algún comentario. Éste suspiró ruidosamente, abatido.

-Debes creer que soy un tonto al enemistarme con él de esa forma.

-Bueno, nadie tiene el privilegio de discutir con el tres veces nominado al National Headliner y una vez ganador del mismo, o dos nominaciones al Pulitzer, u otras tantas al Golden Pen of Freedom. -Comentó el editor con tono irónico, encogiéndose de hombros. En seguida, se dispuso a salir también de la oficina-. Y quién sabe, Jean-Luc. Tal vez acabas de enemistarte de por vida con el futuro galardonado de la Asociación Mundial de Prensa. Ése sí que va a ser todo un honor.

Salió sin agregar más, dejando a Pikard con una amarga sensación de derrota ante sus palabras.

Mientras tanto, en el corredor que llevaba a los elevadores, Pike alcanzó a Kirk. Éste permanecía recargado en la pared frente a la puerta de uno de ellos, cabizbajo; al sentirlo detenerse a su lado, hizo un comentario desesperanzado.

-¿Qué te parece? Acabo de perder todo casi sin mover un dedo.

Pike clavó su mirada segura y profesional en él, dispuesto a no dejarlo caer.

-Eso es una vil mentira. Si continúas diciéndolo, ten la seguridad de que te daré la paliza de tu vida.

Kirk sólo atinó a levantar la cabeza, un tanto aturdido. Era la primera vez que lo amenazaba en esa forma.

-Pero...

-James, escúchame. Un periodista no se forja por el lugar en el que publican sus historias. Él es el factor importante, el que da vida a cada relato, crónica y reportaje que sale de sus manos. Y si este diario se ha dado el lujo de rechazarte, existen otros de mucha mayor importancia y seriedad que estarían dispuestos por disputarse la exclusiva del material que traes.

Se hizo un silencio entre ellos cuando la campanilla que avisaba la llegada del elevador se dejó escuchar. Casi sin romper el contacto visual, ambos hombres entraron al reducido espacio. Al cerrarse las puertas tras ellos, Chris Pike volvió a hablar.

-Por otra parte, sería la mejor forma de honrar a quien te impulsó a seguir adelante. Además, no pienso dejarte sólo en esta labor, si es que deseas llevarla al nivel de una denuncia internacional ante las Naciones Unidas. Sé que necesitarás un consultor.

Conforme descendían y el mayor decía esto, la sonrisa de Kirk se hacía presente en sus labios. Su confianza volvía a ser fuerte.

-Gracias, Chris. Ahora tengo una deuda enorme contigo. Jamás podré pagarte todo lo que has hecho por mí.

-Me daré por satisfecho cuando seas reconocido como un periodista serio y de influencia, y cuando el material se publique no sólo como un artículo; eso merece mucho más. Entonces sabré que mis cátedras han servido para algo.

Cuando el ascensor llegó al mezanine del edificio, Kirk sonreía ampliamente.

Casa del profesor Christopher Pike,
Walker Street, Des Moines. Estados Unidos de Norteamérica.
Lunes, Segunda semana de octubre 2003.

Aunque habían pasado cinco días desde que Pikard lo despidiera, Kirk no resintió la falta de trabajo. A pesar de que se encontraba bajo indicación médica de no salir de la cama, se mantenía activo la mayor parte del día, escribiendo y reorganizando sus apuntes. Debido a eso, permanecía recostado, usando como escritorio una pequeña mesa plegable, misma que Pike le había llevado días atrás, con una sonrisa pícara y uno que otro comentario en tono de travesura.

Estaba convencido de que esa era una especie de venganza por parte de su ex profesor, aunque recibía de muy buena gana sus bromas. Había sido un gran alivio darse cuenta que Pike lo había perdonado.

Esa mañana, mientras terminaba de escribir los momentos más difíciles vividos en la carretera principal hacia Al-Junaynah, Kirk se enfocó también en redactar una extensa carta, en la que hablaba de la gigantesca amenaza de un genocidio que se perpetraba en las regiones de Sudán, ni siquiera tomada en consideración como tal por las Naciones Unidas, denunciando así la negligencia de la organización. Debía entregarla junto con la crónica completa a tres de los diarios más importantes del territorio americano.

Tenía un montón de fotografías de varios rollos revelados, e iba eligiendo algunas de ellas al tiempo que repasaba sus apuntes. Al alcanzar varias que apenas había sacado del paquete de revelado, una fotografía de McCoy quedó a su vista.

La nítida escena del médico atendiendo a una joven encinta y a un pequeño, ambos volteando sorprendidos hacia la cámara, contrastando con la leve sonrisa que solía dedicarle a él cuando lo fotografiaba en plenas labores, lo llenó de melancolía.

Pike lo encontró así, perdido en sus recuerdos, sosteniendo la fotografía en la mano mientras su mirada se perdía en la imagen. Dejó en una cajonera cercana la charola con alimentos que le llevaba y se acercó, sentándose en un lado de la cama, llamando su atención.

-Veo que sigues aprovechando el tiempo -le dijo cuando volteó a verlo, tratando de sonreír. Pike le señaló la fotografía que sostenía-. ¿Puedo verla?

El joven periodista extendió la diapositiva hacia él. Permaneció en silencio, esperando lo siguiente que diría.

-¿Es la persona que mencionaste hace días? -Asintió con un gesto, mostrando un leve sonrojo. Pike ladeó la cabeza, devolviéndole la foto-. Es atractivo. Aunque nunca creí que alguien con esa apariencia llamaría tu atención.

Kirk bajó el rostro un poco, en medio de la sonrisa que logró arrancarle ese comentario.

-Yo también lo creía. Pero ya ves, uno suele equivocarse muy a menudo.

-Sí, lo sé -suspiró, levantándose de la cama-. Traje tu almuerzo. A propósito, llamó alguien preguntando por ti. Dijo llamarse Andrei Chékov.

Una vez más, el muchacho levantó la mirada sonriente hacia Pike, ya sin rastros de melancolía.

-Chékov. Vaya sorpresa. ¿Qué dijo?

-Mencionó algo de darse un tiempo para venir a visitarte, después de terminar con su trabajo en Washington, en unos cuantos días. -Le llevó la charola que había dejado en el mueble, al tiempo que Kirk desalojaba la mesita-. Comentó también que vendría acompañado por otro periodista, Montgomery Scott. Ahora, almuerza, que no quiero que tus visitas te vean agotado y mal atendido.

-Eres un ángel, Chris -asintió el convaleciente, acatando la orden con apetito-. Gracias.

------------------------------------CONTINUARÁ...


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