[Frerard] Padre Soltero (2/2)

Jul 09, 2012 16:02







Capítulo 1

02

-Conozco un lugar donde necesitan un trabajador.

Se encontraban frente a las jaulas de los monos que brincaban de rama en rama. Frank tenía en brazos a Dante, quien les gritaba a los animales, animándolos a brincar, y Gerard tomaba de forma experta a Aidan que acababa de comer, y ahora, se disponía a otra larga siesta. Había sido vestido por su madre, y claro, con ese instinto que tienen sólo las abuelas, le había arropado como si fuera al polo norte, y no al zoológico, por lo que al llegar, Frank tuvo que quitarle el pesado abrigo y dejarlo en la mochila que usaba como pañalera.

Sin duda alguna, nunca habría pensando caminar por un lugar así con un niño en brazos, una mochila al hombro y dándole un biberón, pero cada vez que sus ojos se posaban en los de Aidan, Frank se sentía más y más enamorado.

- ¿En dónde?

-En la guardería, donde dejo a Dan.

-Debería ir a ver -dijo Frank bajando a Dante, que quería ir corriendo a ver a los leones. -Me pasas luego la dirección, voy a ir con Dan.

Gerard asintió apretando un poco más a Aidan y sintiendo los tranquilos latidos de su corazón. Realmente extrañaba a su bebé. Dan creció y se volvió inteligente, hermoso e independiente, y eso para cualquier padre es doloroso. Tal vez se adelantara demasiado a los hechos, pero pronto Dan se iría y él estaría solo.

Gerard conocía la típica depresión que ocurría a los padres, pero se lamentaba definitivamente de que le ocurriera tan joven.

- ¡Gerard!

Bueno, ahora tendría que conformarse con la distracción de ver a los leones.



Frank había conseguido el trabajo. La solicitud indicaba “personal para el mantenimiento”, pero ocupó el puesto de recepcionista, y eso no tenía absolutamente nada que ver con el hecho de Gerard fuera muy amigo de la directora. Claro que no.

Linda Iero lucía feliz y cada día más enamorada de su nieto y más orgullosa de su hijo.

Frank Iero (padre), incluso invitaba a algunos empresarios, amigos suyos del club donde suele jugar golf para que conocieran al nuevo Iero.

Y Frank Iero (hijo), igual de divo, pero con un pequeño de increíbles ojos sobre sus brazos. El pequeño Aidan ya comenzaba a tener una colección de ropa y zapatos apenas comparable con la suya, y si seguían a ese paso, pronto se compararía con la de su madre.

Estaba a pocos días de iniciar los cursos de inducción en la Universidad, y esa tarde, en teoría, sería de las últimas tardes que podría disfrutar plenamente con Dan y Gerard siendo universitario. Sus padres adoraban a Gerard. Su madre le llenaba de besos en ambas mejillas a él y a su hijo, por eso, Frank sólo los había llevado a cenar en dos ocasiones. Por supuesto, Gerard no se quejaba, pero sabía que al psicólogo le molestaba la coloración rojiza que lucía su rostro en toda la velada al estar frente a los Iero. Sus padres creían que era una excelente influencia, y “podría aprender de él”. Frank sonrió y asintió. Porque nunca la palabra ‘aprender’ venía en un contexto más divertido e interesante que en el contexto que involucraba a Gerard y su hijo en su vida. El destino les había unido, y Frank Iero no iba a dejar que algo les separara. Porque eran amigos. Porque Gerard era amigo de Frank, y si Frank no lo iba a abandonar, entonces, nadie abandonaría nada. Frank manda. Esa es la ley.

Llegó al café con diez minutos de retraso.

Frank aún se sorprendía y admiraba que Dante, siendo un niño tan pequeño, pudiera quedarse quieto en un lugar tan silencioso y, sinceramente, aburrido como un elegante café al centro de la ciudad, sólo con una rebanada de pastel con fresas y una enorme malteada de chocolate. Aidan, que sólo se dedicaba a comer y dormir no daba muchas molestias, aún sus llantos eran ligeros, por lo que ambos hombres podían charlar por horas, hasta que la pequeña voz de Dan les interrumpiera diciendo que tenía que ir al baño.

-Perdona -fue lo primero que dijo Frank cuando llegó hasta él. Dan ya tenía frente a él un pastel y una malteada, aunque no había señales de que hubiera empezado a comer.
Gerard sonrió.

-Ya Dan, ya puedes comer -indicó a su hijo, y el pequeño lanzó un pequeño gritito de celebración -. Pero antes, saluda a Frank y Aidan.

Dan levantó su manita y la agitó diciendo “Hola Frankie. Hola Aidan”. El muchacho sonrió y besó la frente del pequeño de ojos verdes, luego, se sentó.

- ¿Has ordenado?

-No, sólo Dan lo ha hecho, pero le he dicho que no puede comer hasta que todos estemos sentados.

Frank nuevamente se perdió admirando el brillo en los ojos verdes de Gerard cada vez que veía a su pequeña copia. Gerard era hermoso, y cada vez costaba mucho más suprimir ese pensamiento.

- ¿Irás al jardín de niños este año, Dan? -Preguntó Frank al pequeño que lamía entretenido la cuchara. El pequeño puso atención, colocando el cubierto sobre el plato, y en lugar de respuesta, sólo vio a su padre. - ¿Qué? ¿Qué pasa?

-Creo que tendré que contratar un tutor para Dan. No tengo tiempo de llevarlo a la escuela. Estoy sumamente ocupado todo el día.

-Pero Gerard, ¡no lo puedes dejar con un desconocido! -Exclamó indignado Frank, haciendo que Aidan se estremeciera. -Perdón-, bajó la voz-. Pero no creo que sea justo para Dan, tiene que aprender a convivir con otros niños.

-Estoy de acuerdo, Frank, pero no puedo. Realmente no puedo, y Dan lo ha aceptado -dijo Gerard acariciando el cabello negro de su hijo.

-Yo te puedo ayudar. -Sugirió mientras veía a su hijo dormido sobre el porta-bebé azul marino.

-Tú irás a la Universidad.

-Gerard, me conseguiste un trabajo de medio tiempo como recepcionista en una Guardería en fin de semana. Lo menos que puedo hacer por ti es cuidar a Dan después de la escuela. Yo lo recojo y me quedo con él hasta que tú llegues.

-Pero tú tendrás que estudiar, ¿y Aidan?

Frank ignoró las réplicas de Gerard, porque el pequeño Dante comenzaba a sonreír.

- ¿Tú qué dices, Dan? ¿Quieres ir a la escuela?

El pequeño asintió con una sonrisa y Frank sintió en el pecho una increíble sensación burbujeante.

-Frank…

-Gerard, déjame que al menos, por esta vez, sea yo quien te ayude.

-Los grandes ayudan a los pequeños -dice regalando una sonrisa.

-Ya, pero no creo que seas tan mayor.

-Tengo 33.

A Frank le dolió la mandíbula por el movimiento brusco que realizó en dirección al sentido de la gravedad.

-No pongas esa cara -dijo Gerard con una sonrisa-. Tenías que sospecharlo después de todo lo que te he contado de mi trabajo.

-Pues pensaba que eras un niño genio muy adelantado, o algo así. No te ves de esa edad. Yo tengo 18.

-Lo suponía -desvió la mirada hacia el pequeño Aidan que roncaba ligeramente.

-No te preocupes Gerard, me gustan mayores…

Los ojos verdes se abrieron y entonces Frank sintió un poco de arrepentimiento. Arrepentimiento que fue creciendo conforme los minutos pasaban. No importaban los intentos de Iero por aligerar el ambiente, Gerard se portaba distante.

“Estúpido”. No paraba de insultarse mentalmente, porque no importaba si habían ido al que sería el colegio de Dan para hablar con los maestros e inscribir al niño en actividades extra curriculares, Gerard no le hablaba. Y dolía. Dolía mucho, porque ese pequeño le había pedido su opinión, sobre si tocar guitarra o ir a Karate, porque la secretaria le había dicho que parecían una linda familia y eso le habría gustado celebrarlo, pero ahora se sentía como mugre. Peor que mugre. Como la mugre que tiene la mugre.

Tal vez, a estas alturas de la vida, y con un silencioso psicólogo a un lado sea inverosímil aceptarlo, pero a Frank le gusta mucho Gerard. Y realmente, la diferencia de edad lo tiene sin cuidado. El mayor problema es la heterosexualidad de Gee. Tal vez ahora esté pensando el intenso asco que le tiene. Tal vez quiera golpearle la cara, pero no se atreve a hacerlo delante de Dan.
Frank es un Divo. Si él quiere, se evita la vergüenza del rechazo, se va y jamás lo vuelve a ver, pero parece ser que no se encuentra interesado en un solo hombre, sino en dos, y el pequeño hace que su cerebro no reaccione ante nada más que esa sonrisa. Así que, de cualquier manera, yéndose o quedándose, Frank Iero, está jodido. Y no de una buena forma.



Frank pasó la semana de inducción de buena manera. Iba en la mañana, regresaba en la tarde y comía con su hijo que cada día crecía más, y ¿por qué no? Se ponía más hermoso. Y él podía decirlo, porque era el maldito padre.

“Padre”. Jamás pensó que podría aceptar una palabra tan maléfica con tanta facilidad. Le gustaba estar con su hijo, ponerle ropa increíble y que todo el mundo se acercara para verlo de cerca. Adoraba la forma en la que su boquita se elevaba cada vez que tomaba del biberón, e incluso, comenzaba a tolerar el cambio de pañales.

Claro que tuvo que cancelar muchos compromisos, por ejemplo, la fiesta de novatos en la universidad, pero realmente extrañaba a Aidan. Realmente, quería pasar, el mayor tiempo posible con él, y dejar atrás las borracheras a cambio de ese bebé no sonaba tan descabellado ahora.

Le hubiera gustado escuchar la voz de Gerard felicitándolo por su gran avance, porque su mente cambió todas las prioridades, y si ahora tronaría los dedos, sería para que los deseos de Aidan se hicieran realidad. Le hubiera gustado que Gerard lo abrazara, pero las pocas palabras intercambiadas no avanzaban más allá de un “cómo estás” y acuerdos para recoger a Dan de la escuela. El pequeño saldría a las tres de la tarde y Gerard llegaría a las ocho. No era mucho tiempo, y Frank estaba feliz de compartirlo con el niño de ojos verdes, pero es que su papá…

“Déjalo, Frank. Sólo… déjalo y ve con Aidan”.

El primer fin de semana fue tranquilo. Había pocos niños y mucho tiempo para llamar a su madre y preguntar por Aidan. También pudo “practicar” con los otros niños y entablar conversación con las madres.

Llegó el domingo, y al día siguiente, sería el primero en que tuviera que ir por Dan, por lo que llamó a Gerard esa noche, y simplemente, lo mandó al buzón. Intentó dos veces, con el mismo resultado. A la cuarta, decidió dejar un mensaje.

-Mañana iré por Dan, no te preocupes Gerard, vamos a estar bien, confía en mí.

Una quinta llamada, y un nuevo mensaje.

-Sabes que si tienes problemas en llevarlo, yo también lo puedo hacer, pero por favor, háblame.

Lanzó un suspiro y se tiró sobre la cama. Aidan dormía en la cuna que estaba a su lado y daba las gracias a todos los Santos por tener el hijo más tranquilo del mundo. El más dormilón y el bebé que tal vez, gane un récord Guiness por los ronquidos más altos en la categoría infantil.

Luego de analizar y sonreír ante su estupidez, hizo una sexta llamada, y liberó todo.

-Jamás creí que fuera a pasar, ¿sabes Gerard? Jamás lo creí, pero me enamoré de Aidan. Tengo que agradecerte, porque, cuando estaba muriendo de miedo, apareciste tú, con esa devoción hacia tu hijo que provocó en mí una inmediata admiración. Sólo podía pensar que si ese hombre era tan feliz por tener una pequeña copia de sí mismo que alimenta palomas, algo de especial debería de tener. Y vaya que lo tiene. Me gustan sus dedos, la forma en que me toman de la ropa cuando le doy su biberón -suspiró-. Me gusta todo de él. Y es mío. ¡Es increíble!...

Un pequeño pitido se dejó oír. Tal vez había pasado el límite de tiempo en el mensaje de voz, por lo que hizo la séptima llamada. Siete. “El número de la suerte”.

-Bueno, Gerard, sólo quiero agradecerte. Has sido un gran amigo, y ya me imagino que dirás “No agradezcas Frank, es mi trabajo” -imitó la voz del mayor-, pero no es eso. Lo nuestro no es una relación paciente-psicólogo. Es… -se detuvo. Tendría que manejar bien las cartas. Sus palabras deberían ser precisas, su voz clara y firme. Y debería de ocultar el evidente tiemble en sus piernas, manos y en la voz-. Eres un gran amigo. Todos me dieron la espalda cuando les dije que no podría ir de fiesta. Y tú, bueno… lamento si lo que dije en el café fue… -Es difícil. Realmente le duele, y quiere llorar. Frank se siente más divo que nuca. Más dramático. Más humano y no un tonto títere de moda-. Realmente me importas. Me importan, y los… -dudó. Tenía una palabra perfecta en la punta de la lengua-. Aprecio -pero no la usó-. Perdona lo que dije, no quise ofenderte, jamás volverás a oír de mi parte nada parecido, sólo quiero que todo sea como antes. Por favor…

Un nuevo pitido y ya no hubo más llamadas. Ahora, sólo quedaba esperar.

Mañana será un nuevo día.

Una nueva oportunidad.

Y el primer día de escuela para Dante Way.



El primer día se sintió ignorado. Gerard llegó a casa como si él no estuviera junto a Dan, coloreando lo que sería su primera tarea del colegio.

El segundo día, Frank lo vio entrenar en un salón con piso de madera y una enorme pared cubierta por un espejo. El pequeño Dante gritaba junto a otros niños y daba golpes al aire y patadas que sólo se podían ver en las caricaturas. Frankie rió cuando el pequeño se fue de espalda y abrazó contra sí a Aidan que bostezaba en ese momento. Dan salía a las tres de la tarde, gracias a las clases extracurriculares de francés, diarias, y la de guitarra y karate un día sí, y un día no. El pequeño Dan estaba entusiasmado incluso después de saber que pasaría todo ese tiempo en el colegio, pero nuevamente sorprendió a Frank con su excitación. De cualquier manera, él entraba a las siete de la mañana y estaba libre para las dos de la tarde, lo cual era perfecto porque tenía tiempo de recoger a Aidan y luego ir por Dan.

- ¿Estás bien, Karateka? -Le sonrió al tiempo que le removía el cabello, una vez que la clase había concluido.

-Sí, Frankie.

- ¿Quieres comer algo en especial?

Y el niño negó con la cabeza, como si estuviera resignado, simplemente suspiró y tomó su mano. Frank lo sabía. Extrañaba a su padre. Y él también lo hacía.

Pasó la primera semana.

Frank aún no sabía si Gerard había escuchado sus mensajes, no le hablaba, y él se sentía por primera vez, muy intimidado. Gerard no era como todos esos chicos que babeaban por él, no era como todos aquellos que con tal sólo contar una ligera mentira, le adoraban con facilidad. Gerard era un adulto. Un adulto maduro y heterosexual. Y un excelente padre.

En algunas y desesperadas ocasiones (como sentirse ignorado), odiaba el hecho de haberse metido en tantos problemas.

Hubiera dicho que no al niño…

Hubiera dicho no, y no le hubiera conocido.

Si tan sólo hubiera ignorado a Dan…

Lo hubiera ignorado, y no estaría enamorado ese niñito.

Hubiera continuado con su vida…

Hubiera continuado, y no podría ver las sonrisas de Aidan cada mañana.

Hubiera podido decir que la vida de padre era asquerosa…

Hubiera podido, pero estaría mintiendo.

¡Cómo cambiaba una persona! Cómo da vueltas el destino.

Tiene un pensamiento que queda con el momento, pero no se atreve a hacerlo realidad. No se atreve a pronunciarlo.

- ¿Quieres ir al zoológico, Dan? -Preguntó mientras servía más leche al vaso del pequeño.

- ¿Crees que papi quisiera venir con nosotros? Lo extraño mucho. -Los ojos verdes de Dan comenzaron a brillar-. Él llega y duerme. Y no me da un beso. No me lee un cuento, lo extraño… -Y empezó a llorar. Frank lo apretó contra su pecho y sintió como su órgano vital se encogía dentro de él.

Tal vez Gerard tuviera un problema con él y sus enfermizos sentimientos, pero no tenía por qué afectar a su hijo. Un padre ejemplar no lo haría. Y Frank, realmente creía que Gerard entraba en esa categoría.

-No llores, Dan, prometo hablar con tu papá hoy. Todo estará bien.

Recostó al niño sobre el sofá y acarició su cabello hasta que la puerta se abrió. Agradeció a su madre mentalmente, por la maravillosa idea de cuidar por esa noche a Aidan. Ahora sólo quería organizar cada palabra para dejarlo impresionado.
Gerard Way no seguiría haciendo llorar a Dante.

-Gerard. -Ésta estaba a punto de ignorarle, como cada noche. Dejaba las llaves sobre la mesa y subía a la habitación sin decir ninguna palabra. Frank se preguntaba si después bajaba para asegurar la puerta, o dormía sin preocuparse por el robo a su casa.

Por fin pudo volver a ver esas esmeraldas que el hombre tenía por ojos, y aunque ahora lucían tan apagadas, por lo menos saber que seguían ahí le hacía sentirse liberado de un gran peso.

- ¿Qué? -Contestó tosco.

Frank Iero no estaba acostumbrado a recibir tonos de voz tan bruscos. Él estaba acostumbrado a mandar, a discutir y decir la última palabra; por eso no reaccionó bien cuando el psicólogo le habló de semejante manera.

- ¡¿Qué es lo que te crees que estás haciendo?! -No planeaba que el reclamo sonara tan histérico, pero le fue imposible externar rabia. Si él era Frank Iero, ¡por todos los Santos! Divo consagrado y adolescente consentido.

-No te importa -Way saboreó cada palabra, pronunciándola lentamente, como si Frank no hablara el idioma.

- ¡Claro que me importa! -Se acercó. Incluso elevo el dedo índice, tratando de parecer amenazante-. Me importa porque Dante se siente solo, Gerard. Te extraña y con esta actitud sólo estás consiguiendo hacerle daño.

-Déjame en paz -, dio un manotazo a esa mano, con ese dedo que le amenazaba y ciñó más el entrecejo-. Todo es tu culpa, tú y tus malditos comentarios, tú y tu maldita forma de ser. Me trastornas.

- ¿Yo te trastorno? -repite en tono sarcástico-. No me hagas reír, Gerard, aquí el único que trastorna eres tú, con tu actitud infantil, ignorando a tu hijo por un simple comentario en un café.

- ¿Crees que todo esto es por eso?

-No tengo otra teoría -, admite cruzando los brazos a la altura de su pecho.

Frank le miraba fijamente a los ojos, destilando a través de ellos, furia. Gerard correspondía, pero la rabia no era un sentimiento que se pudiera apreciar a través de esa mirada verde.

-Eres un egocéntrico de lo peor, Frank Iero, no todo es por ti; no todos mis pensamientos y preocupaciones giran en torno a ti, los recibos no tienen tu nombre, ni mis pacientes, ni mis alumnos tienen tu rostro. Existen muchas más personas en el mundo, ¡no sólo tú!

A Frank pocas veces en su vida le habían regañado, pero si tuviera más experiencia, diría que ese fue el regaño más alucinante en toda su vida. La ira desaparece, dando lugar a la sorpresa. No entiende a Gerard, y tal vez nunca lo pueda comprender, porque sigue siendo un maldito niño, y seguramente en la cabeza del mayor hay mil problemas, por lo que no valdrá la pena colocar uno nuevo, discutiendo con un niño.

-Tienes razón -admite derrotado. Sus brazos caen laxos a cada lado del cuerpo y ya no puede seguir reteniéndole la mirada. La desvía, y parece que aquella esquina del salón es lo más interesante del mundo, a partir de ahora-. Creo que me he precipitado al gritarte, pero Gerard, por el motivo que sea, por favor, no dañes a Dan. Es un chico increíble -sonrió-, posiblemente nada tenga que ver conmigo, y tengas muchos conflictos en tu mundo, pero realmente siento que yo también lo soy, así que no permitiré que cambies tu rutina con tu hijo por mí. No quiero ser un problema en tu vida, así que mejor, me iré. No quiero dejar a Dan, pero no quiero dañarte a ti, y en consecuencia dañarlo a él. No quiero perturbarlos.

Gerard lanza un bufido.

-Sí, tal vez me tomo muchas atribuciones y no genere en ti ningún sentimiento, pero quiero que sepas, que me he enamorado de tu hijo. Es genial y me ha enseñado tantas cosas -. Se rió un poco, porque es la verdad. Le ha enseñado que aunque los protagonistas de los cuentos, tengan sus dificultades, al final ganarán, porque son buenos. Le ha enseñado que la vida en el jardín de infantes es fácil si llevas la lonchera adecuada y el desayuno perfecto para intercambiar, que las niñas son raras, porque temen a la tierra y a los sapos, pero son buenas para elegir escondites. Que su papi es el mejor superhéroe y que algún día, él será tan alto, y tan fuerte como él.

Recordar le hace flotar, como siempre.

-Lo amo, de verás. Él y tú se han convertido en prioridades en mi vida, pero no sé qué hacer, no quiero que él llore, ni quiero que estés distante. ¿Qué puedo hacer Gerard? Dímelo y lo haré.

Ninguno dice más.

Luego de unos segundos en silencio, Frank se atreve y busca la mirada de Gerard. Ésta es oscura, pero indiferente a cualquier sentimiento. Simplemente está ahí, paralizado, y Frank tiene que poner mucha atención antes de poder distinguir el movimiento de pecho que le indica, continúa respirando.

-Dime qué hacer, Gerard…

Entonces nota un movimiento en respuesta a su mirada que suplica. Gerard da un par de pasos y le toma del rostro, acorta la distancia entre ellos, y como si fuera lo más común, le besa los labios cerrando los ojos.

La sorpresa le hace abrir la boca y simplemente quedar congelado. Gerard se encarga de acariciar sus labios con los suyos y de humedecer el contorno con la punta de su lengua. Se siente bien. Hay un cosquilleo en su vientre, y eso es agradable, por lo que se rinde y cierra los ojos, se aferra a la cintura y responde al beso con la misma efusividad que recibe.

La sorpresa no ha sido por desagrado, sino por infinita alegría y sorpresa. Grata sorpresa. Jamás pensó que ocurriría, pero definitivamente había soñado con eso. Con esos labios suaves, con el calor que irradiaba el mayor, y con ese latir apresurado en su corazón que parece, le está avisando que en poco tiempo saldrá a dar una caminata por toda la manzana.

Se separan poco a poco, pero sólo sus labios. Sus frentes están unidas, y las manos de Gerard aún permanecen sujetando su rostro.

-Hay tantas personas en el mundo, y tantos problemas en esta vida -dice con los ojos cerrados y en tono semejante a un susurro-, pero no importan las personas o los problemas que puedan ocurrir, todo en lo que pienso es en ti. En ti y en mi hijo abrazándose, en la forma en la que lo besas y le haces sonreír. En la forma en la que cuidas de él, dándole de cenar, y en lo feliz que me hace ver esa escena al llegar a casa.

El discurso termina y el oxígeno a su alrededor es inhalado por Frank, al tiempo que abre los ojos y sujeta el rostro de Gerard con suavidad.

-Te quiero, Gerard. -El nombrado le mira. Ahora los ojos verdes brillan-. Te quiero a ti, y a Dante. Los quiero en mi vida.

-Frank, pero tú tienes dieciocho años, ambos tenemos niños pequeños, esto puede ser muy peligroso.

-Te quiero.

-Frank, esta es mucha responsabilidad, eres muy joven, es… -Gerard no continuó. Se pasó las manos por el cabello y desvió la mirada de Frank. Tenía miedo, y eso era obvio, pero no por ello le gustaba sentirse así, ni dejarse ver por ese “niño”. El niño que se había metido en su mente, en su alma, y en el corazón de su hijo. Pero era inevitable pensar en la edad, en que Frank podía arrepentirse y no tomarlo en serio, y que acabaría rompiendo sus sueños románticos, porque él, realmente lo tomaba en serio.

Cuando Gerard Way quería a alguien, deseaba que el “por siempre”, cayera sobre él y su pareja. Pero, ¿y Frank?

-No sé qué hacer, Frank -admitió con voz cansada.

-Te amo.

Entonces fue imposible no buscar su mirada, para tratar de encontrar sinceridad.

Frank oía fastidiado las explicaciones, y no le importaba. No quería oírlas. Porque él era Frank Iero, las explicaciones se oían cuando él las pedía, y debía tener la última palabra.

Y la tuvo.

Acalló las palabras que estaban a punto de abandonar la boca del mayor con un beso.

Frank tenía la última palabra. Siempre.



La tarea del día siguiente, era escribir cinco palabras con la letra “B” y cinco con la letra “V”, luego remarcarlas con color y pegar un dibujo de cada ellas.

Frank no recordaba poner tanto empeño en una tarea escolar, pero deseaba volver a sentir el calor en el pecho como cada vez que veía a Dante haciéndolo bien y regresando con una sonrisa, diciendo que su trabajo había sido el mejor de la clase. Por eso en la mesa de centro de la sala había una enorme pila de revistas, y a su lado, un diccionario de gruesas pastas y hojas amarillentas.

Dante estaba dormido en la cama de Gerard, porque había caído muerto después de terminar, entrecerrando los ojos y pidiendo ir hacia ese lugar, donde Aidan tomaba otra larga siesta con la firme intención de despedirse, pero nada más sentir el colchón bajo de él, y Dante cerró los ojos, tocando apenas con un dedo la pequeña manita de su hijo. Frank no tuvo corazón para romper la escena. Dejó entre abierta la puerta y regresó a la sala, para seguir leyendo palabras con “B” en ese grueso diccionario.

Sonrió cuando llegó al apartado que quería. Leyó el significado y la sonrisa no se borró cuando lo hizo, ni siquiera cuando la puerta se abrió y tuvo que dejar el libro sobre la mesa, nuevamente.

-Hola, Gee -. Saludó acercándose.

Gerard no contestó, prefirió utilizar el tiempo para acercar sus labios a los suyos y hacer una ligera presión. Luego entraron al juego sus lenguas, sus manos, y Frank sonrió, porque Gerard le acariciaba el contorno de su oreja, provocándole cosquillas.

- ¿Dónde están?

Frank no respondió. Tomó en cambio la mano de Gerard y le guió a la habitación.

-Entenderé esto como una insinuación -, dijo Gerard en tono divertido. Sin embargo, guardó silencio y cambió su expresión al ver a ambos niños sobre la cama.

Dan lucía más grande de lo normal junto al pequeño cuerpo de Aidan, pero sin duda, el bebé ganaba en la competencia de ronquidos.

A Frank el corazón se le estrujó nuevamente al ver la escena, y se sintió en una nube cuando unos brazos rodearon su cintura, y la barbilla del mayor descansó sobre su hombro.

- ¿Son hermosos, verdad? -susurró.

Frank asintió con la cabeza.

-Puedes quedarte esta noche.

-Lo haré.

Entonces Gerard besó su cuello, y Frank recordó la palabra del diccionario.

Bendición: Cosa muy buena o que produce una gran alegría.

Ahora, y a pesar de los pesares, podía afirmar el dicho popular. “Los hijos son una bendición”. Los hijos. Gerard, y su vida.
La vida es una bendición, sólo tienes que darte cuenta.

Sí, Frank Iero, el maravilloso e increíble Frankie, hijo de papi, niño rico, mimado y divo extraordinario. Realmente, tenía una vida perfecta, hasta que llegó él. Y entonces, su vida fue perfecta, y mucho más.

F I N

Categoría: músicos, rating: g, ! fanfics, pareja: frank iero/gerard way

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