[Frerard] Padre Soltero (1/2)

Jul 05, 2012 20:33

Categorías: Famosos - RPS, Músicos
Pareja: Gerard Way & Frank Iero.
Géneros: Romance, General.
Rating: G.
Series: Ninguno
Capítulos: 2
Completa: Sí Palabras: 8923
Resumen: En respuesta a un Desafío en Hotel Bella Muerte. Perdona que no sepa tu nombre, pero fue enviado por MP y ya se borró el mensaje. Sólo guardé el resumen y olvidé escribir tu nombre, soy una tonta. A la persona que lo haya mandado, esto es para ti y para @mixiB por ser tan buena persona y excelente ciudadana.

[El Desafío]
BUENO SE TRATA QUE FRANK ES UN HIJO CONSENTIDO, TIENE TODO LO QUE QUIERE, MUJERES, LICOR, FIESTAS ETC ETC, TODO CAMBIA CUANDO UNA NOCHE LLEGA A SU MANSION UNA CHICA QUE LE ENTREGA A UN RECIEN NACIDO, EL JURA QUE NO ES SUYO, PERO LA CHICA INSISTE EN DEJARLO, EL PAPA DE FRANK LO OBLIGA A ACEPTAR AL BEBE Y HASTA PROPONE QUE SE COMPROMETA CON LA CHICA, PERO ELLA TAMPOCO QUIERE SABER NADA DEL BEBE, ASI QUE AL FINAL SE LO DEJA A FRANK, QUE ES OBLIGADO POR SU PADRE A ASUMIR EL ROL DE PADRE, FRANK SE CREE TODO UN DIVO. LUEGO DE QUE PASA LA NOCHE LAMENTANDOSE POR SU MALA SUERTE, SE
DESPIERTA AL DIA SIGUENTE XQ TIENE QUE COMPRARLE COSAS A SU HIJO Y TIENE QUE IR A REGISTRARLO, EN UN MOMENTO DE LA TARDE CUANDO SU MADRE ESTA DE LO MAS CONTENTA COMPRANDO COSAS A SU NIETO, FRANK YA NO PUEDE MAS Y SALE CORRIENDO, LLEGA A UN PARQUE Y SE PONE A LLORAR [AQUI LA HISTORIA TIENE DOS RUMBOS]

1: VE A UN HOMBRE QUE LLAMA MUCHO SU ATENCIÓN, PERO ESTE ESTA PASEANDO CON SU HIJO[ES GERARD] Y LUEGO TERMINA TRABAJANDO EN UNA GUARDERIA Y CUIDA A EL HIJO DE GERARD Y LUEGO SE HACEN AMIGOS LUEGO MAS AMIGOS Y LUEGO SE BESAN Y PASA TODO LO FRERARD.






01
“Los hijos son una Bendición”.

Ja. ¿Qué los hijos son una bendición? Definitivamente la persona que haya inventado esa frase, y además, se atreviera a esparcirla por el mundo, tenía un problema con las drogas, o simplemente, jamás había sido padre. Y lo más seguro, es que nunca había sido, Padre Soltero. Podría incluso jurar, que no tenía una increíble vida, como Frank Iero.

Sí, Frank Iero, el maravilloso e increíble Frankie, hijo de papi, niño rico, mimado y divo extraordinario. Con sólo tronar sus dedos, sus deseos se hacían realidad. Su madre lo amaba, consentía y regalaba cada cosa que pudiera observar por más de tres segundos en un aparador; su padre le daba dinero a cambio de que obtuviera notas aprobatorias en el colegio, y luego, para que dejara de ensayar con sus “amiguitos ruidosos” en el garaje. Luego pedir dinero se hizo una costumbre, y a sus dieciocho años, seguía teniendo la firme mentalidad de que jamás trabajaría a menos que fuera tocando en una banda de Rock. Y mientras eso ocurría, todo dinero en cada cita y fiesta, era auspiciado por Papá.

Realmente, tenía una vida perfecta, hasta que llegó él.

La chica pelirroja lo había traído envuelto en una tela azul. Lo dejó en el sofá y sin dar muchas explicaciones, le dijo que ese bebé era suyo, que lo dejaba con él, porque ya no quería saber más. El bebé apenas tenía dos semanas y ya no podía más. La chica tiene por nombre Jos. Bueno, así le llamó los meses en que, esporádicas noches, la pasaban juntos. Ella le decía que lo amaba, y para Frank, era un capricho más. Era divertido, pero se aburrió luego, olvidando a Jos. Como cualquiera que conociera al Divo, su primera reacción fue la esperada: comenzó a negar, gritando con histeria que ese bebé podría ser de cualquiera, que no lo creyera un estúpido que aceptaría sin más.

Pero Jos le dijo que tenía que creerle, que ella era virgen, había sido el único hombre de su vida, y a pesar del engaño y que hubiera roto su corazón, quiso conservar al bebé para mantener su recuerdo. Pero un divorcio de sus padres, la bancarrota en el negocio familiar y su enorme depresión, le habían orillado a ir hasta ahí.

-Si quieres lo dejo por escrito -había dicho la pelirroja, sacando de su bolso un pedazo de papel, que Frank dedujo, era un ticket; una pluma y se puso a escribir. Le entregó el papel que en caligrafía difícil de descifrar, decía: “Yo Josephine Sinclair, cedo a Frank Iero los derechos sobre mi hijo, sin nombre”.

Frank terminó de leer, y a pesar de sus cortos conocimientos en el terreno legal, supo que eso poco serviría frente a un tribunal.

-Jos, yo… -Aunque la declaración le había permitido conocer su nombre completo.

Al poco tiempo, Jos seguía llorando, negando, y amenazando con quitarse la vida si ese bebé regresaba a su casa. Sus padres entraban en la sala, en el justo momento en que la pelirroja gritó que ese bebé era suyo, que ella no podía llevarlo al infierno en que se había convertido su casa, que prometía no volver a buscarlo, y que si no lo aceptaba, se suicidaría, y mataría al bebé, para evitarle el sufrimiento.

El corazón de Linda Iero se estrujó en su pecho y tomó al bebé que no hacía ningún movimiento sobre el sofá. Observó la piel arrugada, rosada y los párpados cerrados, y esa sensación de “Ser abuela”, la cautivó por completo.

Josephine logró entender la señal antes de que los hombres pudieran sentirse sorprendidos por la actitud de la señora Iero. Caminó hasta ella y besó su mejilla con adoración. Linda le sonrió, mientras mecía el pequeño cuerpo.

-Gracias -dijo la chica sin contener el llanto.

Como ninguno de los hombres en la sala, entendía al mínimo la situación, Frank Iero, padre, propuso lo que cualquier hombre decente podría proponer…

-Cásate con ella.

A Frank se le detuvo el palpitar en su corazón y a Josephine casi se le salen los ojos de las órbitas. Luego de unos segundos, Frank negó, y luego lo hizo la pelirroja, diciendo que no podría soportar un matrimonio sin amor. “Toda una reinita del drama”.

-Frank -dijo su madre, mirándolo fijamente, con esa capacidad de adentrarse en lo más profundo de la mente de un hijo. Mostrando los súper poderes de una madre. -Tenemos que cuidarlo.

Y como el gran divo. Hijo consentido y obediente ante los ojos de cachorrito de Linda, Frank dijo que sí, al más grande y aterrador cambio en su vida.

Así que ahora, recostado con los ojos cerrados y escuchando la lluvia caer, sólo puede pensar en que para él, ser padre equivalía a estar maldito, nada que ver con la divinidad que atribuía la frase. Su vida cambiaría, más allá del cambio que ocurre luego de un buen corte. Su mundo social se desplomaría, y un pequeño niñito en algunos meses le diría “Papi”. ¡Y él sólo tenía dieciocho años!
Frank Iero vivía la vida sin arrepentimientos y explicaciones, y ahora sólo podía llorar, aferrado a su almohada, deseando que nada de eso hubiera ocurrido. Que todo fuera diferente. Que él jamás hubiera conocido a Jos, jamás se acostara con ella, y en todo caso, que no hubiera sido tan torpe como para no usar condón. “Pero qué argumento tan convincente la virginidad…”.

Frank Iero lloró como el divo que es.

Sollozos estridentes, y agudos.

Gruesas lágrimas y golpes contra el colchón.

Casi competían con los llantos de un pequeño niño en la otra habitación…



Su cuerpo fue removido en dos ocasiones, antes de que diera un parpadeo. No recordaba cuánto había dormido, o en qué momento del drama había caído rendido, sólo recordaba que no se sentía de buen humor por las mañanas, y menos cuando era despertado de tan brusca forma.

Cuando pudo enfocar la vista, vio a su madre, cargando el pequeño bulto azul, y la realidad lo golpeó con fuerza. Era Padre. Era un maldito padre adolescente y Soltero.

Era un argumento perfecto para una serie de televisión.

-Vamos, Frankie, tenemos que ir a comprar ropa para el bebé y a registrarlo. Yo quisiera llamarle Derek, pero tú eres el padre, así que tú decides. -Linda hablaba extrañamente feliz y entusiasmada, abrió las cortinas y caminaba con una sonrisa sin dejar de acariciar la espalda del bebé.

-Mamá, ¿no me vas a decir nada? -Preguntó Frank incorporándose. - ¿No me dirás que estás decepcionada, que éste no es el futuro que tú querías para mí, que no debí hacerlo? ¡Dime algo, mamá! No finjas ser la abuela perfecta.

Linda suspiró. Porque si ella tenía súper poderes de mamá, Frankie tenía súper poderes de hijo.

-Me duele saber que ya no serás mi bebé -se sentó sobre el colchón a los pies de su hijo-. Me duele saber que serás padre tan joven, que yo seré abuela tan joven, pero más me duele que no lo vayas a querer. Frankie, éste pequeño no tiene la culpa, y si ninguno de los que estamos en la casa, no lo teníamos planeado, pues ya está aquí, y jamás tiene que saber eso. Siempre se sentirá deseado, y querido.

Frankie asintió apenas. Sus ojos soltaban lágrimas y la necesidad de abrazar a su mamá menguo cuando vio el pequeño cuerpo aferrado al pecho de Linda. Tal vez fuera estúpido e inmaduro, pero tuvo celos de su hijo. Su hijo…

Volvió a asentir y se puso de pie para ir a la ducha.

“Lo hecho, hecho está”.



Navegó por Internet unos minutos antes de bajar y subir junto a su madre en el BMW. Su chofer viajó con rumbo a una tienda departamental, mientras su madre hablaba por celular, con el bebé aún en brazos. Frank no podía verlo. Se le revolvía el estómago apenas oírlo llorar, aunque fuera un poco. No quería verlo, porque entonces, todo sería una realidad. Él sería un papá, y ese niño envuelto en una manta azul, sería su hijo; y todavía quería pensar que era un sueño, no le importaba si ya hasta había buscado nombres Irlandeses.

Linda Iero se despegó del teléfono, y le informó a Louis, que se dirigiera a otro lugar.

Frank no prestaba atención. Miraba las calles mojadas, el cielo nublado y las personas con abrigos largos. Amaba la lluvia. Los días lluviosos le ponían feliz, pero aparentemente, desde el día de ayer, nada ni nadie, le devolvería la felicidad de su vida perfecta.

Resultó que era el lugar donde registrarían al bebé.

Un hombre de traje les esperaba en el recibidor, y Frank lo reconoció como Adolf, el abogado de la familia. Le dio la mano y saludó al bebé acariciando la cabeza. Cuando Adolf sonrió, Frank sintió curiosidad por hacerlo, pero la reprimió.

- ¿Y cómo se llamará el pequeño? -Preguntó el juez, que curiosamente era amigo de la familia, y no preguntó más detalles. Parecía que Adolf lo tenía todo previamente arreglado.

Linda le miró expectante, y Frank suspiró, mirando por primera vez, el pequeño que levantaba las pequeñas manitas hacia el biberón que tenía en la boca y succionaba vorazmente.

-Aidan -murmuró finalmente.

Su madre pareció contenta, porque sonrió y se dirigió al juez: “Aiden Iero Pricolo”. El niño tuvo su nombre, y si no fuera porque se recordaba lo mismo cada cinco segundos, taladrándole el cerebro, podría engañarse pensando que ese pequeño era su hermano menor. Pero no lo era. Era su hijo.

Luego fueron a la tienda departamental, donde su madre con instintos de compradora compulsiva, miraba, tocaba y exclamaba por todo. Frank se sentía confundido. Mareado. Realmente, sentía ganas de vomitar. Su madre quería que asimilara todo demasiado rápido, y no podía creer si quiera que ese bulto fuera real. No podía.

-Frankie, ¿podrías sostener a Aidan? Necesito ver las tallas de esto.

Y sin esperar respuesta, Linda empujó el bebé contra su pecho. En un movimiento reflejo, Frank tomó el pequeño cuerpo y sintió todo su cuerpo temblar. No lo soportó más. Con el cuerpo estremeciéndose y la frente sudada, Frank entregó a Aidan a su madre y corrió buscando la salida. El pequeño rompió a llorar, y Linda no tuvo más opción que esperar a que su hijo se calmara.



Su atlético andar tuvo fin en un parque cercano. Es pequeño y tiene pocos árboles, algunos juegos al centro del mismo, y bancas verdes donde él se sienta.

Esconde el rostro con sus manos, y comienza a recordar. Recordar y anhelar la vida que tenía, y que nunca volverá.

«La fiesta estaba en el punto máximo. La música era genial, así como el tipo que le sonreía desde uno de los sillones y la rubia que lo abrazaba por detrás, besándole el cuello. Su mejor amigo por internet, Scott, que tenía veintisiete, le decía que era muy joven para definir su sexualidad, pero para Frank no le resultaba tan difícil establecer una conducta Bisexual. Era más fácil que partirse la cabeza entre uno y otro.

El punto es, que dos horas más tarde, estaba conduciendo hacia su casa, con números en la bolsa trasera del pantalón y luces de colores que se movían al ritmo de una canción imaginaria en su cabeza. Cuando tuvo lugar el impacto, apenas y fue consciente de él. Su cabeza dio dos rebotes antes de detenerse, y cuando lo hizo, no pudo hacer más que reír. El auto había quedado completamente dañado en la parte delantera, pero sin duda, el búho que dormía en aquel árbol, se había llevado la peor parte. Los policías llegaron y luego lo hizo su padre, evitando que lo metieran a la cárcel por conducir en estado de ebriedad, prohibiéndole, una vez que estuvieron en la casa, usar el auto. Una semana.

Una semana después, Frank tenía un nuevo Audi. Más reciente, y ahora, de un bonito color azul oscuro, y no rojo, como el anterior. Volvió a salir, volvió a emborracharse, y volvió a acostarse con muchas más personas».

“Deberías agradecer que nada más ha sido un bebé”. -Dijo una vocecita en su cabeza y Frank sollozó. Repentinamente apretó más las manos contra la cara y gritó de desesperación. Ya no llevaría esa vida, sí, eso estaba más que claro; pero, ¿cómo no se había dado cuenta lo estúpido que estaba siendo? “¿Cuándo pensabas crecer, Frank?”. Siguió llorando, sin entender muy bien la razón. Si era por Aidan, por su vida perdida, por la iluminación de que su vida había sido una mierda o porque estaba asustado. Jodidamente aterrado.

- ¿Por qué lloras?

Frank detuvo el sollozo que quería salir y sorbió la nariz. Limpió un poco la cara para poder elevarla. Entre la vista medio líquida pudo ver a un pequeño de cabello oscuro, el cual se veía apenas un mechón que salía del impermeable azul eléctrico que le rodeaba la cabeza y caía hasta sus rodillas. Tenía los ojos increíblemente verdes. Era de mejillas rellenas y sonrojadas y le miraba como si fuera un cachorro abandonado, golpeado y con hambre. Y siendo Navidad.

“Seguramente me veo patético si hasta un niño lo nota”.

-No estoy llorando -aseguró con la mejor voz que pudo.

-Papá dice que no hay que decir mentiras -replicó el niño frunciendo el ceño y haciendo un tierno puchero. Frank quiso reír, pero la risa se volvió sollozo y otras lágrimas descendieron por su cara.

-Me siento mal -admitió.

El niño inhaló todo el aire que pudo y abrió sus redondeados ojos.

- ¿Te duele la panza?

Esta vez el sollozo ocupó el lugar de una risa escandalosa, marca Frank Iero. El niño sonrió al tiempo que jalaba los cordones de la capucha del impermeable.

-Estoy dándole de comer a las palomitas con mi papi -dijo el pequeño de ojos verdes-. ¿Quieres venir?

Por unos segundos no supo qué decir. Sólo podía perderse en la intensidad de ese verde inquietante en los ojos del niño. Estuvo a punto de negar con la cabeza, cuando el niño giró al escuchar un grito.

-¡¡Dan!! -Gritó por segunda ocasión la voz, y Frank pudo ver a un hombre vestido con pantalones negros, y abrigo negro abotonado hasta la parte más alta del cuello. El hombre llegó hasta el pequeño y puso una rodilla en el suelo para estar a su altura. -No te vuelvas a ir así, tienes que avisarme, ¿me entendiste? -El tono no fue duro, sino serio. El pequeño, aparentemente llamado Dan asintió con la cabeza y abrazó al hombre, recargando la cabeza en su hombro, y sonriéndole desde ahí.

-Papi, ¿podemos invitarlo a llevarle comida a las palomitas? -Dijo el niño separándose de su padre y mirando a Frank. Éste estaba petrificado observando la reunión familiar, por lo que fue imposible no temblar de nerviosismo al sentir la mirada del hombre que, sospechaba era el padre de Dan.

El desconocido tenía ojos sumamente parecidos a los del niño, excepto que los de él, tenían un toque de marrón que los hacía más interesantes. El cabello estaba largo y desordenado, tal vez por la maratón que tuvo que dar para encontrar al pequeño. La piel extra pálida y los labios delgados, rosados y bueno… besables.

- ¿Quién es, Dan?

-Es el señor que llora. Le duele la panza -aseguró el niño mirando a su padre.

El hombre miró a Frank, y éste se ruborizó por la afirmación del niño. Cuando el hombre preguntó que cómo se llamaba el “señor que llora”, Dan elevó los hombros y gritó: ¡Paloma! Cuando uno de esos animales aterrizó cerca de ellos.

-Lamento que mi hijo le haya dado problemas -dijo el extraño de abrigo negro-. Seguramente olvidó su nombre, lo siento.

-No, en realidad, no nos habíamos presentado -Frank recuperó su voz, pero sonaba algo ronca y torpe.

-Oh, de acuerdo. Dan, preséntate.

El pequeño se colocó en una posición militar, completamente derecho al estar de pie. Con educación y firmeza, le dio la mano diciendo su nombre.

-Soy Dante Alexandre.

-Frank Iero -respondió sin poder ocultar su sorpresa.

-Y yo soy Gerard Way -dijo el padre. Frank le dio la mano, aún consternado por la actitud educada del niño.

“Tal vez, cuando Aidan sea mayor…”. Y negó con la cabeza sin importarle si el tal Gerard le veía mal. No era momento de pensar estupideces asumiendo el rol de “padre modelo”. Ahora entendía, cuando veía a ese niño vestido de azul, que no estaba listo. Que estaba aterrado, y que el principal temor, era el fracaso.

- ¿Frank…?

Frank parpadeó y luego miró a Gerard.

-Perdona, me he ido.

-Lo he notado -dijo el padre con una sonrisa. - ¿Me puedo sentar?

Frankie asintió lentamente, y el hombre se dejó caer a su lado.

-Dan, con cuidado -indicó a su hijo que arrojaba migajas de pan a las aves. -Así que… ¿el señor que lloraba?

Frank lo miró, pero Gerard estaba atento a su hijo, aunque mostraba una linda sonrisa.

-Ha sido un mal día -admitió.

- ¿Y cómo está tu panza? -Ésta vez giró para verlo, y Frank correspondió con una ligera sonrisa.

Frank lanzó una pequeña risa y dijo que su “Panza estaba bien, pero gracias por preguntar”. Luego se generó un silencio, donde ambos miraban a Dante correteando a las aves. Frank realmente quería hablar con ese hombre. Era como si el Destino lo hubiera puesto especialmente para él, para que le hablara de su experiencia de vida, le confesara si había estado tan asustado como él, si su vida se había desmoronado o si era tan increíble como decían en las Telenovelas.

-Dan es increíble -pero eso fue lo que salió en vez de un largo cuestionario.

-Gracias -respondió luego de un silencio.

-Su madre… ¿no ha venido con ustedes?

Frank pudo observar el leve temblor en la ceja izquierda del otro. Inmediatamente supo que había dado, justo en el punto sensible, por lo que esperó todos los segundos necesarios para que Gerard pudiera dar contestación a su pregunta.

-La madre de Dan se fue, poco después de cinco meses de nacido.

-Oh, lo lamento -bajó la mirada.

-Está bien. Ella tenía muchos problemas, ¿sabes? Era… es… -elevó los hombros-. No sé, pero tenía problemas con las drogas. Intenté ayudarla, pero se fue, así que me mudé y empecé una nueva vida con Dan.

Fue como si hubieran prendido un interruptor en su cabeza. Frank se sintió identificado y se encontró a sí mismo agradeciendo mentalmente al señor Bello Destino por no abandonar al afortunado y hermosamente increíble Frank Iero. Todavía le quedaban muchas actitudes de Divo, después de todo, un Divo no se hace, se nace, por lo que, mueres siendo Divo, y amén.

- ¿Fue difícil? -Por fin se atrevió a preguntar.

-Mucho -admitió Gerard-. Cada día un poco menos, pero el principio fue espantoso. Estaba muerto de miedo, ¿sabes? No creí poder hacerlo solo, pero ya sabes, los hijos son una bendición.

Gerard le sonrió. Él sólo bajó la mirada, preguntándose cómo poder amar tanto a alguien para que tu vida sólo gire en torno a él. Vivir por él. Luchar por él…

Y esa era otra situación que apoyaba el hecho de que Frank Iero, tendría que crecer.

“Nunca he amado a nadie más que a mis padres”.

- ¿Por qué no le pediste ayuda a alguien, Gerard? -Preguntó mucho tiempo después, cuando el pequeño Dan ya regresaba para que su padre lo sentara y pudiera recargarse contra su pecho.

-Porque es mi hijo. Y yo soy un hombre. No es de mi mamá, ni de mi hermano, ni de ninguna mujer esporádica. Es mío, y si fui tan hombre como para casarme con esa loca y hacer lo de las abejitas y las flores, pues tengo que ser muy hombre para enfrentarme a las consecuencias.

Frank asintió viendo cómo Dan parecía quedarse dormido.

-Bueno, creo que mejor nos vamos. -Declaró el pelinegro con el niño en brazos.

-Gerard, sabes -sostuvo su manga antes de que se pusiera de pie-. Yo… me acabo de enterar que soy papá. La madre me dejó al niño, y yo realmente, estoy aterrado, hombre. Me siento muy asustado, y no puedo ver a ese bulto azul a la cara sin sentir pena. Quiero que sepas, que esto me ha servido mucho… conocerte, digo. -A estas alturas, Frank se encontraba sonrojado-. Y, bueno, gracias.

Frank no se atrevió a elevar la mirada, cuestionando su poder para relacionarse con las personas estando sobrio.

Gerard le ofreció la mano y Frank la tomó, notando algo que se quedaba en su palma.

-Mucho gusto, Frank.

Y luego, le vio irse con el niño en brazos. Tal vez tuviera Dan cuatro años, pues las piernas sobresalían a los costados de Gerard al caminar. El pequeño lo abrazaba del cuello, y cuando se perdieron entre los árboles, Frank se permitió leer la tarjeta.
“Gerard Way: Psicólogo”. Y luego, un teléfono. Era predecible, pero aún así, genial. Mañana le llamaría, pensaba cuando su celular hizo el típico ruido.

- ¿Mamá? Sí, ya voy…


-Aidan no tiene la culpa. ¿Lo sabes, verdad Frank?

Frank asintió con la cabeza, olvidándose que hablaba por teléfono, y lógicamente, él no podría ver su gesto.

-Entonces acércate -continuó Gerard como si en realidad sí hubiera visto el gesto. -Abrázalo, bésalo y dale de comer. Es tu hijo, Frank. Es tuyo, va a serlo por el resto de su vida.

Llevaban hablando por teléfono una semana. Frank abusaba de que la consulta telefónica fuera gratis y aprovechaba para también hablar con Dante. Ese niño era increíble, como una personita pequeña e inocente. Realmente le gustaba Dan, por lo que a veces era su inspiración para no rendirse con Aiden y seguir cada consejo del psicólogo, que no era un profesional para Frank sino buen amigo.

Luego de colgar, fue por Aiden a su cuna, lo cargó con sumo cuidado y lo meció mientras inhalaba su aroma. El típico aroma a bebé invadió sus sentidos y lo abrazó. Se sentía increíble, tanto, que no quería dejarle ir.

Era su bebé.

Su hijo.

Lo miró y el pequeño le vio con esos ojos azulados. (Su madre decía que así eran todos los niños al principio, y que esperaba, sus ojos fueran como los suyos).

Entendió entonces, que era hermoso.

Su madre fue gratamente sorprendida con el ligero cambio de humor. Ya no temía a Aidan, ahora quería experimentar dándole de comer y hasta cambiándole el pañal. Verlo crecer era emocionante, y contarle a Gerard cada gracia que hacía, la mayor alegría. Estaba feliz de ser papá de tiempo completo, pero pronto el período vacacional terminaría. Aidan tendría apenas mes y medio, y Frank ya estaba medio enamorado de ese pequeño. Volvió entonces, a tomar el teléfono.

-Deberías independizarte -le dijo Gerard. -Estás a punto de entrar a la Universidad, y sería bueno que pudieras tener un trabajo de medio tiempo, para sentirte mejor. Sé que no abandonarás la casa de sus padres, pero podrías tener tu propio dinero para comprarle cosas a Aidan por tu cuenta.

-Eso sería genial. El comienzo de una vida nueva e independiente.

-Exacto -sonó feliz-. Primero tenemos que aprender a caminar, antes de poder correr, Frank.
Frankie agradeció como todas las ocasiones anteriores la consulta, y como otras veces, Gerard cedió el teléfono a Dan, quien comenzó a dar explicaciones sobre su día en la estancia infantil donde se encontraba la mañana y mitad de tarde en que Gerard trabajaba. Dante tenía tres años y medio, a punto de ir al jardín de infantes y muy alto para su edad. Hablaba perfectamente y ya comenzaba a leer. Se había enamorado de ese niño a la misma y exagerada velocidad de la que se había enamorado de su Aidan.

Propuso Frank al pequeño ir al zoológico la siguiente semana. El niño afirmó pero aún así, le dio el teléfono a su padre, que dudó.

-Vamos, y así conocerás a Aidan.

El psicólogo cedió y Frank se encontró todas las mañanas, preparando el biberón de Aidan y deseando que el sábado llegara lo más rápido posible.

Capítulo 2 (Final)

Categoría: músicos, rating: g, ! fanfics, pareja: frank iero/gerard way

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