-No tenía que haberte dejado.
La máquina seguía pitando rítmicamente, pero no había ningún otro sonido ni movimiento en aquella blanca habitación, de paredes blancas, blanco suelo y pensamientos vacíos.
-Tenía que haberme quedado contigo.
Los pitidos siguen, no paran, y la habitación se inunda del miedo a que se paren, a que no se oigan más.
Le coge la mano, los dedos se resbalan, flácidos, muertos, le vuelve a coger la mano y se la apreta, para que no se marche, para que no le deje, para que se quede ahí, para siempre.
Lo malo es que ya casi se ha ido.
Y dentro de poco la máquina ya no va a pitar rítmicamente, dentro de poco no podrá volver a sostener su mano entre las suyas.
Y la deja. La deja ir.
Y sale de esa blanca habitación de hospital, de paredes blancas, de blanco suelo y de pensamientos vacíos.