Título: Rastros de harina.
Fandom: Original.
Advertencias/Spoilers: None.
Personajes: Hans DëVöer y familia.
Resumen: "No Hans, el pastel es para después de cenar" fueron las palabras de su madre. Pero el antojo era mayor que el temor a su madre.
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-No Hans, aún no- el puchero de réplica no se hizo esperar. Sin embargo, por más que los labios se arrugaran una y otra vez, era inútil, la madre de Hans no cedería. Así que al niño no le quedaba más que empinarse hasta que le ardían las puntas de los pies, intentando en vano hacerse con un poco del contenido de aquel recipiente de cerámica.
Aún era muy pequeño para alcanzar el centro de la mesa, donde su madre esta revolviendo los ingredientes, volviéndolos una masa amarillenta que después mutaría en un pastel. A Hans le encantaba comer la masa sin hornear, casi tanto como le gustaba contemplar el pastel inflándose poco a poco dentro del horno. En una ocasión su madre le encontró demasiado cerca de la ventana del horno; desde ese entonces las visitas de Hans a la cocina quedaron restringidas.
-¿Ya está listo, mamá?- en su afán por alcanzar el tazón lleno de masa, estaba equilibrándose en un solo pie pero el gesto reprobador de su madre le hicieron desistir de los malabares corporales.
-No vas a probarlo, Hans; este es el postre, recuerda que tus abuelos vienen a cenar- cuando su madre se inclinó hasta él, Hans supo que estaba examinando su vestimenta- luego tienes que cambiarte esa camisa...-
-Madre, los abuelos ya están aquí- Zeit entró en la cocina sin anunciarse, sonrió a Hans antes de mirar a su madre. Ella dejó escapar un mohín de duda antes de limpiar sus manos en el delantal, dejándolo en el respaldar de una silla.
-Pon el pastel en el horno y lleva a tu hermano al cuarto, haz que se cambie de ropa...- fueron sus últimas palabras antes de desaparecer tras la puerta de la cocina.
Hans miró a su hermana, ella estaba en silencio, con las manos rozando el borde de la mesa. Él casi podía tocarle el codo, pero Zeit no le dio tiempo de ningún movimiento. Se volteó hasta él, flexionando las rodillas para quedar ambos casi a la misma altura. Los rizos castaños caían de sus hombros y sus labios gruesos se ensanchaban en una sonrisa. Hans sonrió también, turbado por el aroma de violetas que se desprendía de ella.
-Ven acá, chiquillo goloso...- Zeit lo alzó en sus brazos, Hans soltó una risita triunfal, elevando las manos al techo, imaginando que podía tocar con la punta de sus dedos el candelabro que iluminaba la cocina- come antes que mamá regrese, Hans- fingiendo exasperarse, ella le pasó el enorme cucharón que se usaba para revolver la mezcla del pastel.
Hans lo tomó entre sus manitas, llevándolo a sus labios y devorando con avidez los restos de la masa. Repasó la lengua sobre el paladar, oprimiendo despacio para deglutir su postre adelantado. Mordió y lamió todo el cucharón, incluso donde quedaban restos de harina sin mezclar. Luego, se llevó los dedos a la boca, de dos en dos, limpiando cualquier rastro de masa que hubiera quedado en los nudillos, los pliegues o las uñas.
Habría metido la mano en el tazón, pero Zeit le dio un toquecito en la nuca, como si le adivinara el pensamiento. Él sonrío, masticando todavía el pulgar e índice derechos. Su hermana apretó los labios con las mejillas englobadas, conocía ese gesto, era cuando Zeit estaba conteniendo una carcajada.
-Mi Hans, mi glotón Hans, deja algo para la cena...- susurró, depositando un beso en su frente.
Muchos años después, en la celda de la prisión, Hans recordaría las muchas ocasiones en que su hermana le sostuvo en brazos, para ayudarle a alcanzar los restos de masa de pastel. Evocaría el perfume de violetas de Zeit y las cejas fruncidas de su madre; y en un arranque desesperado de locura, introducía dos dedos en su boca, fingiendo a ratos que mugre y sudor podían ser restos de harina y yemas de huevo.