Pesadilla de un Cuento: 1

Jul 01, 2009 17:02



Titulo: Pesadilla de un Cuento

Autora: tary_nagisa

Fandom: Bey Blade.

Pareja: TalaxKai.

Clasificación: M

Género: Angustia, Romance, Fantasía.

Advertencias: Shonen Ai.

Disclaimer: Ni Bey Blade ni El Ladrón de Sombras me pertenecen. Pertenecen respectivamente a Takao Aoki y Alexandra Adornetto. Yo... no pretendo hacer lucro de sus trabajos, solamente tomé prestados a sus personajes y trama para cumplir con un difícil y divertido reto.

Para: Pervert Days.


Nota: Basado e inspirado en el libro El Ladrón de Sombras de Alexandra Adornetto, y adaptado para el fandom de Bey Blade.

† PESADILLA DE UN CUENTO †

por

Tary Nagisa

Hacía mucho frío en ese lugar.

Tanto él como la otra persona que permanecía a su lado tiritaban a causa de éste, pues las ropas que portaban y a pesar de ser de lana, no eran suficientes para calentarlos y alejar de sus cuerpos el austero frío que embargaba la celda en la que habían sido confinados.

- Todo estará bien, Kai, ya verás... -fueron las palabras que el pequeño le dio a su amigo al verlo preocupado y temblando, atrayéndolo hacia su propio cuerpo.

- Sí. -contestó éste, haciéndose bolita entre el cuerpo del pelirrojo, en un intento por mantener el calor entre ambos.

¿Pero que había pasado?

¿Cómo es que dos niños de 9 años habían terminado en esa desolada y fría celda en quién sabe dónde?

/-Flash Back-/

- Qué bueno que te dejaron quedarte a dormir conmigo, Tala. -decía con una pequeña sonrisa el bicolor, levantando las cobijas para meterse entre ellas.

- Sí, pensé que no me dejaría; al menos, no después de lo de la última noche, ¿recuerdas? -y al igual que el primero, se metió en la cama vecina, colocándose las gruesas mantas encima.

- ¿Quién se hubiera imaginado que mi abuelo aparecería de repente, y justamente, nos encontraría en una guerra de almohadas? -recordó, encogiéndose de hombros al volver a revivir el momento de su largo sermón y reprimenda.

- Qué por cierto, yo, gané... -dijo triunfante el pelirrojo, recibiendo un almohadazo de la cama contigua.

- ¡Pero qué presumido! Sigues igual que cuando te conocí. -admitió con arrogancia en su voz, apagando la lamparilla de noche.

- ¡Ah! Eso dices tú. -y rió un poco, quedando ambos tranquilos y en silencio.- Kai, ¿En verdad era presumido? -aventuró con duda, dirigiendo su vista del techo hacia él, aunque no pudiera verlo en la oscuridad.

- ¡Por supuesto! Y aún lo eres... por eso a veces no te soporto. -agregó por lo bajo, siendo consiente de que el otro le seguía escuchando.

- ¡Ay, ay! ¡Mira quién lo dice! ¿Qué no eres tú, el nieto del gran Voltaire Hiwatari? -le contrapuso con molestia, sintiéndose ofendido por sus palabras.

- ¿Y? Yo no lo ando ni presumiendo, ni pregonándoselo a nadie, ¿O sí? -y lo puso a reflexionar, ganándose un punto a su favor.

- Es cierto. -le confirmó seguro al pensarlo.- ¿Me pregunto por qué Voltaire te habrá traído aquí? ¿Aún no lo sabes? -preguntó sin malicia, olvidándosele el efecto que preguntas como esas, tenían en el bicolor.

- No, pero... quizás tenga que ver con mis padres. -dijo en voz baja y con un nudo en la garganta, haciendo que el pelirrojo quisiera golpearse un par de veces contra la pared.

- A-aun así, es algo que le debemos a Voltaire, ¿no crees? -y con esas palabras atrajo su atención y mirada, disipando el mal recuerdo que tenía de su pasado.- Sino, nunca nos hubiéramos conocido y no seríamos tan bueno amigos. -agregó, tratando de reparar un poco, el daño que había hecho.

- Tienes razón. -y apareció una pequeña sonrisa en su rostro, siendo compartida por el oji-azul.

- Bueno, ¡Buenas noches, Kai! -y se dio la vuelta, sintiéndose mejor al ver que volvía a ser el mismo.

- Buenas noches. -le contestó, entrecerrando sus ojos para dormirse de una vez.

- Qué sueñes conmigo. -contrapuso el ruso, sonriendo al imaginarse la expresión que éste puso ante sus palabras.

- ¡Hmf! Claro. -y los ojos de ambos se cerraron.

Así, la noche transcurrió.

No había sonido alguno. La tranquilidad y calma de la noche cubría aquella zona de Rusia, dejando a sus habitantes descansar en un plano superior.

Y de pronto.

- ¡Ahhh!

Aquel grito despertó a varias personas, siendo seguido por más gritos y relinches de caballos.

- ¿Qué está pasando? -preguntó sobresaltado el oji-carmín, mirando en el mismo estado de angustia al ruso que también se había despertado.

- No sé, Kai. -y se bajaron de sus camas, corriendo hacia la ventana que tenían hacia un costado para ver lo sucedía.

Lo que vieron, los dejó desconcertados y asustados.

Por la calle, se observaban a varios tipos con capuchas, entrando a las demás casas y sacando a sus habitantes para subirlos por la fuerza a las carretas que permanecían estacionadas fuera de sus viviendas, caminando hacia la siguiente una vez que todos sus habitantes habían sido subidos.

- ¿Qué hacemos? -preguntó alarmado el pelirrojo, observando como poco a poco se dirigían hacia ellos.

- ¡Vamos! -y se bajaron de aquel mueble, comenzando el ruso-japonés a vestirse.- Hay que vestirnos, no podemos permitir que nos atrapen. -y una vez dicho eso, tanto el pelirrojo como él terminaron de vestirse y abrigarse bien, terminando de ponerse sus zapatos.

- ¿Huiremos? -aventuró a decir Tala, deteniéndose ambos al abrirse la puerta de repente.

- ¡Niños! ¡Qué bueno que ya se vistieron, vamos! ¡Hay que salir de aquí! -y la mujer que era la encargada de cuidar al nieto del Señor Hiwatari, los encaminó por el pasillo saliendo de la habitación.

- ¿Qué vamos a hacer, Nadezhda? ¿Quiénes son ellos y por qué se están llevando a las personas? -preguntaba su protegido, mientras caminaban por el oscuro pasillo a la siguiente habitación.

- No hay tiempo para explicarles niños, pero ya verán que todo estará bien. Vamos, apresúrense y salgamos por la puerta de atrás. -de su delantal sacó la llave de aquella puerta, abriendo ésta para poderse marchar.

- ¿Y Ksenya? ¿Qué pasará con mi tía Ksenya? -se detuvo el pelirrojo, agarrando a la mujer de su manga.

- No se preocupes joven Tala, ella estará bien. Mi prioridad es sacarlos y ponerlos en un lugar a salvo; el Señor Voltaire vendrá pronto y nos encontraremos después con ella, ¿de acuerdo? -y a pesar de su sonrisa y las palabras que le había dicho, el pequeño ruso no estaba convencido.

- ¿Pero? -no estaba seguro. Estaba preocupado por el bienestar de la única persona que se había ocupado de él desde que había nacido. No podía sólo irse sin... decirle.

- Tala. -le llamó Kai, tomándolo de la mano para atraer su atención.- Ya verás que pronto la volveremos a ver. Te lo prometo. -y le mostró su meñique, dispuesto a hacerlo una promesa para que le creyera.

- Está bien. -asintió éste, sellando su pacto y saliendo por la puerta de atrás.

Caminaron entre hierbas y caminos cubiertos de nieve. Llegaron a un camino secundario, que los llevaría hasta la capital principal.

- ¡Dios! ¡Me he olvidado el mapa del camino! -anunció la mujer, pensando rápidamente en una solución. No había ninguna otra. Tenía que regresar.- Escúchenme muy bien niños. Regresaré por el mapa, y quiero que los dos se queden escondidos tras éste árbol. No se muevan y no hagan ruido, no tardaré.

- ¿Y si te atrapan, Nadezhda? -refirió de repente un renuente bicolor, agarrándose con fuerza de la mano de la mujer.

- Tranquilo joven Kai, no me atraparan. Recuerde que mi misión es protegerlo, no se preocupen. -y les sonrió cálidamente a los dos, acariciando sus pequeñas y algo despeinadas cabezas.

- Ve con cuidado. -le dijo el joven Ivanov, sonriéndole levemente.

- Está bien. Ustedes no se muevan de aquí, ¿de acuerdo? -y sonriendo una vez más, fue como regresó tras sus pasos.

- Sí. -y asintieron los dos, agachándose entre la hierba y escondiéndose tras aquel árbol.

- Hoy hace mucho frío, ¿verdad? -comentó el ruso-japonés al mirar el lugar, encogiéndose en su propio cuerpo.

- Ah. -y asintió su compañero, acercándose un poco más al él.

En ese lugar y posición esperaron por mucho tiempo.

No sabían exactamente cuánto había pasado desde que Nadezhda se había ido, pero a juzgar por sus cuerpos entumidos y el frío que cada vez calaba más en sus huesos, ya llevaban ahí más de media hora.

- ¿No crees que Nadezhda ya se ha tardado bastante? -cuestionó Tala temblando de frío, sintiendo como su boca hacia ruiditos extraños.

- Hn, pero ya no debe de... -y calló al instante, escuchando como un par de carretas se acercaban hacia ellos.

Ahí, y en silencio, trataron de controlar sus respiraciones, permaneciendo inmóviles mientras éstas pasaban tan lentamente que les pareció un martirio; por lo que se agarraron fuertemente de las manos, para sobrellevar el peligro.

Temblaban y están asustados.

No debían ni podían ser encontrados; se lo habían prometido a Nadezhda, como ella les había prometido volver. Una promesa no debía romperse, así que permanecerían ahí hasta cumplirla.

Y las carretas continuaron su paso, alejándose cada vez de ellos, estaban a punto de sentirse aliviados cuando un perro dentro de ésta comenzó a ladrar insistentemente.

- ¿Y a ti que diablos te pasa, Trovitok? ¿Qué, acaso hay alguien por aquí? -y el hombre que conducía uno de los vehículos se detuvo, bajando del transporte y mirando el paraje.

El otro conductor también se detuvo, siendo él mismo el que desató al animal, dando un brinco éste, y comenzando a olfatear el lugar. Daba unos cuantos pasos, olía, y comenzaba a ladrar; y cada vez, se iba acercando más a donde estaban escondidos los dos rusos.

- ¡Ya sabemos que hay alguien aquí! -anunció uno de los hombres encapuchados, permaneciendo alerta a cualquier movimiento.- ¡Sal ya! -demandó por la buena, esperando atentamente.

¡Pero nada!

Ninguna persona salía, y mucho menos, hacía ruido.

- ¿Qué no escuchó? ¡Dijo que salieran! -agregó esta vez el otro tipo.

- ¡Muy bien! Dejemos que Trovitok te encuentre. ¡Ve por él! -y el perro se lanzó hacía uno de los arboles del camino, comenzando a ladrar y a rastrear.

- E-está bien, nos rendimos. -dijo de pronto una vocecita, saliendo del siguiente árbol los dos pequeños.

- ¡Trovitok, ven para acá! -y llamó al can, regresando éste a su lado.- ¡Pero mira que tenemos aquí! -y miró a ambos críos, sintiéndose decepcionado por aquel hallazgo.

- ¡Son sólo unos niños! -se bufó su camarada, ante la respuesta tan patética en la que habían caído.

- Aún así hay que llevarlos. -le dijo, acercándose con pasos rápidos hacia ellos.

- ¡Quédate quieto! -demandó su compañero, sacando un trapo y luchando para colocárselo en la nariz al infante.

- ¡No, Kai! ¡Suéltalo! -arremetía el joven ruso, viendo como el mencionado caía al suelo.

- ¡Tranquilízate, ya! -y presiono el trapo con fuerza hasta que el pelirrojo quedó inconsciente.- ¡Ah!, niños. -apuntó al encogerse de hombros, cargando el pequeño bulto para ponerlo en la parte trasera de la carreta.

\-End Flash Back-\

Por consiguiente, lo siguiente que Tala y Kai supieron cuando despertaron, era que estaban encerrados en esa vieja celda casi congelada.

- Kai, no te duermas. -y lo movió un poco, viendo como el mencionado estaba a punto de quedarse dormido.

- Pero tengo sueño, quiero descan... -y sus palabras quedaron ahí, ante un sonido que los sobresaltó y hasta asustó.

- ¡Vamos, ustedes! ¡Muévanse! -escucharon de pronto, terminando de despertar con aquel grito al ruso-japonés.

- ¡Métanlos aquí! -dijo uno de los tipos con ropajes negros, abriendo algunas celdas e incluida, en la que permanecían ambos rusos.- ¡Muévanse! -y empujó a tres personas dentro, cerrándola enseguida.

- ¡Ustedes! -se dio vuelta el sujeto, amenazando a las personas de la celda vecina.- ¡Más les vale que se queden calladitos, o sino... ya verán las consecuencias! -y su boca se curveó en una mueca de malicia.

Una vez que el hombre se fue, el lugar quedó igual de silencioso que antes de que estas personas llegaran, con la única diferencia de que todos se veían en completo silencio.

- ¡Ah! -y suspiró uno de los recién llegados, acomodándose en una de las esquinas ante las miradas atónitas de los cuatro restantes reos.

- Parece que no será fácil salir de aquí. -articuló el mayor de ellos, un muchacho peli-azul; en una oración que el oji-carmín logró comprender perfectamente.

- ¿Por qué dices eso? ¿Quién eres tú? -le cuestionó el mencionado, alejándose de los brazos del ruso para sentarse a su lado.- ¡¿Eh?! -y demandó impasible, sorprendiendo al otro por comprender sus palabras.

- ¿Entiendes el japonés... verdad? ¿Eres de allá? -pero sus preguntas no pudieron ser contestadas.

- No es de tu incumbencia. -le contestó serio el pelirrojo, mirándole con molestia.- Él te hizo una pregunta, ¿Quién eres? -y sus ojos le miraron con soberbia y desconfianza.

- ¡Oh! Está bien. -éste entrecerró sus ojos, sorprendiéndose ante su tono de hablar. Era sólo un niño pero parecía enojado. ¿Pero sólo era por no contestar a su pregunta? ¿O quizás... era por otra cosa?-. Me llamó Hiro Kinomiya; y sí, soy Japonés. -les dijo, tratando de calmar a ambos, pues estaban muy tensos y a la defensiva.

- ¿Y ustedes, quienes son? -esta vez fue el ruso-japonés quién interrogó a sus nuevos “invitados” con el mismo tono y semblante, obteniendo de ellos una respuesta inmediata.

- Bryan Kuznetzov. -dijo el de cabello color lavanda, sonriendo de forma presuntuosa que ni a Tala ni a Kai les agradó.

- Brooklyn Masefield. -contestó el otro, manteniendo una tranquila sonrisa en su rostro.

Siendo estos dos últimos, uno o dos años, como máximo, más grandes que los dos rusos.

Aún eran unos niños.

Y después de preguntar, la celda se quedó en silencio mientras todos de analizaban fijamente.

- ¿Y ustedes? ¿Quiénes son? -preguntó un tranquilo Hiro, cruzando sus brazos ante las atentas miradas de los otros dos.

- Él es Tala, y yo soy Kai. -señaló el pelirrojo, encontrándose con la confusa mirada de su amigo, pero no diciendo éste nada al final.

- ¿Tala y Kai, qué? -indagó un curioso Bryan, levantándose de la esquina en la que se había sentado.

- Ivanov. -contestó un neutro bicolor, no dándole importancia al asunto, o mejor dicho, a él.

- ¿Entonces ambos son... hermanos? -siendo el llamado Brooklyn quién preguntó esta vez, sonriendo de la misma forma desde que había llegado al lugar.

- ¿Importa? -fue la fría respuesta que recibió de “Tala”, no inmutándose éste por el tono en el que le habló.

- No realmente. -contestó en su lugar el japonés, mirando hacia otro lado mientras pensaba en otras cosas.- Aquí sólo somos prisioneros de la misma celda, no hay motivo para que algo como los apellidos importen.

- Sí tú lo dices. -fue la respuesta burlona que dio el otro ruso, esto, a juzgar por su apellido y su tono de hablar.

- Aunque eso no debería de ser precisamente así. -y el oji-verde atrajo la atención de todos.- No sabemos cuanto tiempo estaremos aquí. Las buenas relaciones podrían sernos de mucha ayuda. -expuso.

- Puede que tengas razón. -concordó con él Kinomiya, apareciendo una pequeña sonrisa al ver la de Brooklyn.

- Un placer conocerle, Kinomiya-¿san?. -y le tendió la mano, ampliando su sonrisa a pesar de su duda con respecto a las formas para dirigirse a las personas.

- Hiro, estaría bien; ¿Brooklyn? -tanteó, aceptando aquella mano.

- Sí, está bien. -y asintió, dándose cuenta ambos de la forma en la que los tres rusos les miraban.

- ¿A-alguno de ustedes sabe por qué estamos aquí con toda la demás gente? -cuestionó de pronto el joven Kuznetzov, pasando a segundo plano aquella relación que comenzaba a surgir entre esos dos.

- La verdad es que no. -confesó el mayor de ellos.

- Al parecer esos hombres encapuchados trabajan bajo las órdenes de alguien, y su misión fue reclutar a la mayor cantidad de gente posible. -dijo en tono serio, desapareciendo por algunos segundos su calcada sonrisa.

- ¡¿Pero para qué?! -y esta vez fue oji-carmín quién preguntó.

- No lo sé, Tala. Posiblemente lo sepamos mañana en la mañana. -le contestó amable y sonriendo tan tranquilo como todo un ángel; hecho que sin embargo tanto el ruso-japonés como el oji-azul ignoraron por completo, pues estos únicamente se vieron mutuamente por haberlo llamado de ésa forma.

Se sentía un poco raro, aquello.

- ¿Tala, por qué intercambiamos nuestros nombres? -preguntó en un tenue murmullo, permaneciendo lo más cerca posible el uno del otro para que los demás no lograran escuchar su conversación.

- Recuerda quién eres. Si alguno de ellos se entera de que el nieto de ya-sabes-quién, está aquí, no sabemos que puedan hacer con esa información. -y cada vez hablaban en voz más baja.

- Sí, pero... -y su objeción quedó a medias.

- ¡Hey ustedes!, ¿Qué tanto están cuchicheando? -el oji-lavanda se dirigió hacia ellos, agachándose y tomando del mentón el rostro del pelirrojo.- ¡Vamos, compartan con nosotros también la información! -dijo con cierta diversión en su voz, analizando cada ángulo de aquella “bonita” cara, según su juicio.

- ¡No es nada importante! -mencionó un molesto oji-carmín, apartando de un manotazo la mano de aquel ruso.

- De acuerdo. -afirmó sin inmutarse por su reacción, alejándose de ambos y pensando en que había algo raro entre ellos. Ya lo descubriría después.

- Bueno, creo que será mejor que tratemos de descansar lo que queda de noche. Ya nos enteraremos de algo mañana. -habló el peli-azul, notando la tensión en el ambiente.

- ¡Sí tratamos de descansar, muy posiblemente ya no despertemos! -atisbó a decir Bryan, molestándose por el absurdo comentario que hizo éste.

- En ese caso... -y se quitó la chaqueta, subiéndose a la banca para tratar de tapar la ventanilla en la pared.

- Pon ésta también, Hiro. -el joven Masefield le entregó la suya, aceptándola el otro pero no colocándola.

- No es necesario, Brooklyn, mira; ya está cubierto. -así que se la colocó encima, regresándole la sonrisa.- Además, no sería bueno que te resfriaras. Vamos, dormiremos todos en esa esquina. -y apenas y lo había dicho, las luces del lugar fueron apagadas.

- Al menos alcanzaste a poner eso en la ventana. -comentó en la oscuridad el pequeño Bryan, colocándose muy cerca de ambos rusos.

- Sí, buenas noches. -les dijo a todos, siendo el último en colocarse recargado en la barda y temblando de vez en cuando.

Cuando el nuevo día llegó, en aquella celda se podía ver a Kai dormido entre el cuerpo de Tala, a Bryan a su lado recargado en el hombro del pelirrojo, y a Brooklyn entre los brazos y las piernas del japonés, siendo cubiertos ambos por la chaqueta del oji-verde.

Y así como los dos rusos habían sido despertados la noche anterior, esta vez fueron despertados pero por la voz grave y demandante del mismo tipo que había traído a las demás personas esa noche.

- ¡Muy bien holgazanes, ya despierten! -y tanto ellos como los demás prisioneros se despertaron rápidamente, tratando de ubicarse sobre el lugar en el que estaban.

Al hacerlo, los cinco prisioneros de la celda C3 se distribuyeron en ésta, siendo Hiro el que se apresuró a recuperar su chaqueta, volviendo a ponerla y sintiendo todos, la fría corriente que inundó la celda.

En busca de calentar sus cuerpos y no temblar tanto, Kai y Tala se acercaron un poco más entre ellos, tratando de estar lo más cerca posible del otro, pues ya habían comprobado que entre el cuerpo contrario, el frío casi no se sentía.

- ¡Muy bien prisioneros! -dijo el sujeto al ir pasando entre las celdas.- Comenzarán a ser transferidos a otro lugar, y ahí, permanecerán hasta que les llegue su destino. -y rió macabramente, asustando a unos e incomodando a otros.

- ¡Iniciemos con ésta celda! -y abrió la puerta, obligando por la fuerza a salir a los prisioneros, llevándolos por un camino más allá de donde estaban los tres rusos.

A cada momento se escuchaban gritos y gemidos, siendo acompañados de la severa voz del tipo que les gritaba y los intimidaba para que guardaran silencio, pero eso no funcionaba, hasta que después de un alarido ya no se escuchó nada.

- ¡Ustedes! -llamó de improvisto otro hombre encapuchado, atrayendo la atención de los prisioneros de la celda C3.- Síganme. -y abrió la reja, viendo como salían lentamente de la celda, colocándoles unas esposas que compartían con otro de los reos.

- A ustedes les ha llegado la hora, será su fin. -y comenzó a hacerlos caminar en sentido contrario por el que se había ido el otro guardia, sobresaltándolos y haciéndolos temer por lo que les esperaría.

- Y-ya verás que todo estará... bien, Kai. No permitiré que nada... te pase. -le susurró, agarrándose de las manos al compartir las mismas esposas.

Y ante aquellas palabras que el guardia ni siquiera notó, alguien que iba a tras de ellos les miró con sorpresa, siendo remplazada por una expresión de seriedad y determinación.

- Éste es el último pasillo que los separa de su libertad y vida, pronto formaran parte de la colección y plan de nuestro amo Bo...! ¡Agh! ¡¿Pero qué estas... hacien...do?! -y el hombre se vio imposibilitado a moverse, cayendo de rodillas ante el joven Kinomiya.

- ¡Brooklyn! ¡Quítale las llaves que lleva encima! -le dijo, asintiendo éste y buscándoselas en las bolsas.

- ¡¿Qué está pasando, Hiro?! ¡¿Qué es lo que haces?! -decía un confundido Bryan, viendo como seguía presionando la cadena alrededor de su cuello para controlarlo.

- Las explicaciones serán para después. -explicó.

- ¡Aquí están! -y el oji-verde se las mostró, soltando entonces al hombre.

-¡Bien! ¡Escúchenme todos! Bryan, Brooklyn, Tala y Kai. Nos encontramos presos en la abadía Valkov, ¿saben en dónde es eso? -e hizo una pausa.

- Sí. -y asintieron todos.

- ¡Excelente! ¿Kai, sabes más o menos en qué dirección se encuentra la mansión de tu abuelo? -y esta vez se refirió sólo al bicolor.

- C-creo... -le contestó dudoso.

- La cosa está así. Tu abuelo y Boris hicieron un trato en el que el abad se encargaría de entregarle toda la ciudad, siempre y cuando, le permitiera a éste realizar todos los “experimentos” que él quisiera; y precisamente para poder entregársela, Boris está utilizando una especie de magia para poder controlar a todas las personas, quitándoles sus alamas. -explicó.

- ¡¿Sus almas?! -y dijeron los tres rusos al unísono.

- Exacto. Si Boris no sólo les quita sus almas sino que también les roba sus sombras, la persona en sí... morirá. Sólo será un títere vacio para los fines malignos de Valkov. Pero hay otra cosa que me preocupa. Se ha confirmado que el único nieto de Voltaire también está en Rusia, ése eres tú, ¿verdad, Kai? -y espero paciente su respuesta.

- ¡Te equivocas! ¡Yo soy Ka...! -pero el bicolor lo detuvo.

- Está bien, Tala. -le puso una mano sobre su hombro, sonriéndole un poco.- Sí, yo soy Kai Hiwatari. -le confesó el menor, sin darle mucha importancia al asunto.

- Lo sabía. -y asintió convencido el japonés.

- ¡¿P-pero cómo dicen?! -reacción que no tomó tan favorable el peli-lavanda.

- De acuerdo. -decidió revelarle su secreto.- Mi misión es sacarte de éste lugar y llevarte a salvo con Voltaire. Sin embargo, eso no será tan fácil. Si Boris se entera que el nieto del mismísimo amo Hiwatari se encuentra en sus redes, no te dejará ir, ni a ti y mucho menos a alguien más. -y su vista se posó en el pelirrojo.

- ¡Él no se enterará! ¡Por eso...! ¡Llévate de una vez a Kai antes de que sea tarde! -demandó un exaltado oji-azul, conteniendo sus sentimientos.

- ¡¿Tala?! -sorprendiendo al aludido por su reacción.

- ¿Lo recuerdas, Kai? Ambos sabíamos desde el principio quién eras, a dónde pertenecías; así que... ha llegado el momento en que te vayas. -le dijo con una pequeña sonrisa, indicándole que estaba bien.

- No me iré. ¡No sin ti! ¡Eres mi amigo, ¿lo recuerdas?! -y sus ojos estaban fijos en los azules.

- Sólo vete, Kai. -aquella sonrisa quiso pronunciarla más, pero a penas y se notaba.

- ¡No! -y se aferró fuerte a su cuello, abrazándolo con todas sus fuerzas.

- Les diré algo. -comentó de pronto el peli-azul, atrayendo su atención.- Cómo están las cosas, yo sólo no podré sacar a Kai de aquí. ¿Así que... qué les parece si los cuatro me ayudan? -propuso, viendo como sus ojos brillaban con emoción.

- Me parece bien. -respondió un presuntuoso oji-lavanda, hablando con aires de grandeza.- Así todos salimos, y quizás hasta tu abuelo nos recompensa o algo. -y entrecerró sus ojos.

- Eres muy interesado, ¿no? -y le reprendió su actitud, mirándole con reproche.

- Sólo con las cosas que me importan. -y lo jaló hacia sí, desubicando al bicolor por su acción.

- ¡Pues él no es una cosa! -le advirtió un serio pelirrojo, apartándolo de Kuznetzov.

- ¡Los dos tan lindos, qué me gus...! -y los rodeó a ambos con sus brazos, tratando estos de alejarse de él.

- Será mejor que nos vayamos. -dijo sonriente Brooklyn, mirando a Hiro, y diciéndole después.- Si tú vas, entonces yo también... -se lo dijo en susurro, para que sólo él lo pudiera escuchar.

- De acuerdo... -le contestó con el mismo tono, diciendo después.- ¡Vamos, es hora de irnos! -anunció, guiándolos por los pasillos de aquello que parecía un laberinto.

El camino no les resulto fácil; a ciertos metros aparecía una que otra trampa que los hacía retroceder o desviarse de su camino, avanzando más lento pues Hiro había sido herido.

- ¡Hiro, lo siento! ¡Fue por mi culpa! -se disculpaba una y otra vez, Brooklyn, recordando cómo es que éste se había puesto delante de él para protegerlo de una de las flechas que iba directo hacia él.

- No te disculpes, Brooklyn. Me da gusto que tú estés bien. -y aún con su herida profunda, era capaz de sonreír para él.

- ¡Hiro! -y se le lazó encima, abrazándolo fuertemente y ocultando su rostro en su pecho.

- Chicos, ya no debe de faltar mucho; la puerta tiene que estar muy cerca de aquí. -les informó al analizar el pasillo de piedra, estando más que seguro que sólo faltaba dar unas dos vueltas y saldrían.

- ¡En ese caso déjanos a nosotros, Kinomiya! -fue Bryan quien se ofreció, recibiendo las llaves del peli-azul.- Yo me encargaré de cuidar tanto a Tala como a Kai. -y de nueva cuenta los había abrazado, apapachándolos fuertemente.

- ¡Suéltanos, Kuznetzov! -decía un molesto Kai, tratando de soltarse del éste y al mismo tiempo, hacer que también soltara al oji-azul.

- ¡Sigamos, pues! -y los encaminaba cogidos del brazo, escuchando las protestas que ambos rusos le hacían con cada paso que daban.

- Espero que logren salir sanos y salvos... -dijo para sí el japonés, percatándose de que el peli-naranja seguía con su rostro hundido en su pecho, por lo que se preguntó si quizás se había quedado dormido.- ¿Brooklyn estás bien? -y le acarició su suave cabello, encontrándose después con aquellos hermosos ojos verdes que se veían preocupados y tristes.

- ¿Te pondrás bien, verdad? -y antes de que el japonés lograra contestar para calmarlo, éste había aprovechado para besarlo.

- S-sí, me pondré bien. -fue su respuesta una vez que el largo beso termino, y por alguna extraña razón, se sentía mucho mejor.

Por su parte, caminando dos pasos más atrás de Bryan, el pelirrojo e Hiwatari le seguían con cierta precaución ya que a ninguno de los dos le gustaba o que los tratara, y mucho menos, los abrazara de esa forma, que están seguros que de un momento a otro, podían ser asfixiados por éste.

Y que a decir verdad, tampoco les gustaba que el ruso abrazara de esa forma a Kai, en el caso de Tala, y a éste en el caso de Kai, pues les hacía sentir un extraño malestar que comenzaba en sus pechos y que iba recorriéndoles todo el cuerpo, hasta misteriosamente terminar en un enojo injustificado para con él.

- ¿Ustedes no son hermanos, verdad? -escucharon ambos de repente, confundiendo a los aludidos pues jamás se esperaron ese planteamiento.- Eso es bueno... -fueron las últimas palabras que el oji-lavanda les dijo, echándose a correr al divisar unas puertas grandes al final de aquel túnel.

- ¿Será está la salida? -preguntó Kai al llegar a su lado, mirando tanto las puertas como aquel sitio. Igual de desolado, sombrío y frío.

- Comprobémoslo. -comentó el otro, sacando las llaves para intentar abrirla.

Para suerte de los tres, una de ellas abrió.

- ¡Excelente! -Bryan celebró, jalando las puertas para encontrarse con un enorme patio cubierto de nieve.

Y he ahí, la razón de por qué hacía tanto frío.

- ¡Vamos! -le dijo al mirar a ambos, caminando fuera y continuando con un poco más de dificultad pues se hundían en la nieve.

- Pronto saldremos de aquí, Kai. -y con una sonrisa, el oji-azul le ofreció una mano, aceptándola el otro y sonriendo también.

p= tala/kai, a: beyblade, pervert days

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