Para
fanfic100_es ~ :D
Título: Seguir adelante.
Pairing/Personaje: Hayato Gokudera, Takeshi Yamamoto.
Prompt: #030 Muerte/Fallecimiento.
Resumen: Todo había cambiado. No quería reconocerlo, pues era doloroso; pero aquella era la verdad. Y tenían que seguir adelante, pues él hubiera querido eso.
Advertencia: SPOILERS de la saga Millefiore.
Palabras: 650.
Tabla:
aquí.
Todo había cambiado. No quería reconocerlo, pues era doloroso; pero aquella era la verdad, y sabía que debía enfrentarlo tarde o temprano. Sin embargo, lo que más doloroso le resultaba era la actitud que Gokudera mantenía al respecto.
Lo encontró en el pequeño claro en el bosque cercano a Namimori, frente a la tumba de quien había sido el décimo jefe de la familia Vongola. Estaba de pie, inmóvil y con los hombros caídos, mirando el ataúd taciturno. Exactamente igual a como lo había hecho a lo largo de aquella semana, desde el funeral.
-Gokudera, debes volver a la base -murmuró suavemente Yamamoto, con una pequeña sonrisa condescendiente. En realidad, no se sentía para nada con ganas de sonreír, pero ya para esas alturas de su vida aquello se había vuelto una costumbre. Y en momentos como esos, era lo único que podía hacer-. Los demás están preocupados por ti.
Gokudera no respondió. Apenas sí torció ligeramente la cabeza, dando a entender que lo había escuchado. Sin embargo permaneció inmóvil, y Yamamoto observó su espalda en silencio.
-Sabes que a Tsuna no le hubiera gustado verte así.
-Cállate -respondió Gokudera con voz ronca.
-Tsuna lo hizo por nosotros… -continuó el espadachín con firmeza.
-Cállate.
-Tsuna…
-¡Cállate! -le interrumpió el italiano encarándolo. Su grito resonó en el bosque haciendo que algunos pájaros emprendieran vuelo, asustados-. No quiero volver a escucharte.
Yamamoto lo miró con profundo pesar. Bajo los ojos de Gokudera podían verse claramente unas negras ojeras, prueba de que desde aquel lamentable incidente prácticamente no había sido capaz de dormir. Aún las pocas veces en las que sí lo había conseguido, despertaba después de no mucho tiempo, gritando a causa de las pesadillas que lo acosaban a toda hora. Yamamoto lo sabía; no podía continuar así.
-Sabes que no fue tu culpa -dijo lentamente, sin dejar de mirar sus penetrantes ojos verdes.
-¿Y tú qué sabes? ¿Cómo puedes decir eso? -respondió Gokudera moviendo sus brazos con furia, pese a que sus ojos comenzaban a llenarse con lágrimas de remordimiento-. Se supone que yo era su mano derecha, debí estar ahí para salvarlo. Era mi deber.
La mirada de Yamamoto bajó hasta detenerse en los puños del joven italiano, que mantenía apretados con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos. Quería decir algo, cualquier cosa con tal de calmar su dolor; pero se sentía incapaz de hacerlo. Después de todo, ¿qué palabras de consuelo podrían salir de su boca, siendo que él mismo tampoco era capaz de perdonarse por no poder impedir que él hubiese sido asesinado?
Gokudera lo miró por un momento con una expresión que mezclaba a la perfección la tristeza que sentía con su irritación e impotencia. Al ver que Yamamoto permanecía con la mirada baja, decidió abandonar el lugar mientras murmuraba por lo bajo algo en italiano, de modo que aunque el beisbolista hubiese escuchado, le hubiese resultado imposible entender lo que decía.
Yamamoto observó cómo la espalda de Gokudera desaparecía entre la vegetación, para luego volver la mirada al ataúd que reposaba sobre el lecho de flores. Sin darse cuenta, una de sus manos se había dirigido a su rostro, y la punta de sus dedos recorrió lentamente la cicatriz dibujada en su mentón. El eterno recordatorio de que no había sido capaz de proteger a aquellas personas que eran importantes para él.
Mientras revivía en su mente una y otra vez aquellos fatídicos minutos, la imagen de Gokudera atormentado por la culpa apareció en su mente. Sintió nostalgia al recordar aquellos tiempos en los que todo no le parecía más que un simple, divertido y casi inofensivo juego. Sin embargo, había dejado de serlo cuando las personas que tanto quería empezaron a morir a causa de él, una por una.
Sin importar lo que sucediera, no dejaría que más personas murieran; aún cuando tuviera que dar su vida para ello.