Martha contaba las horas, los minutos y los segundos de cada día, era algo que llevaba haciendo desde hacía meses. Los días le parecían eternos y el plantar en el gesto una sonrisa que cubriera la tristeza le era ya una conducta automática. Abrir los ojos le resultaba un esfuerzo innecesario aunque por las noches requería más fuerza para conciliar
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