LA SOMBRA DIVINA (PARTE III)

Aug 06, 2010 13:32



Y es que el Libro de los Vigilantes atribuía a los hijos de Dios como los ángeles, a los que llamaba los Vigilantes del Cielo, y cuya misión era proteger y vigilar al ser humano. Sin embargo, un grupo de estos Vigilantes mantuvieron relaciones sexuales con las mujeres de la tierra y engendraron gigantes (los llamados nephilim), que desataron la violencia sobre la tierra y pervirtieron a la humanidad.
Después, el libro enlazaba el relato del Diluvio Universal, puesto que Enoc se atribuye a ser el bisabuelo de Noé, y a la postre, cuenta que el Creador Supremo lo provocó para exterminar a los gigantes. La suerte de los ángeles caídos fue el encadenamiento en prisiones muy profundas.

El resto de los libros y capítulos que componían la obra, resaltaba el Apocalipsis provocado por estos hechos una y otra vez, de forma más o menos metafórica:

“Ellos devoraron todo el trabajo de los hombres hasta que estos ya no alcanzaron alimentarlos más. Entonces los gigantes se volvieron contra los hombres y empezaron a devorarlos y empezaron a pecar contra los pájaros, y contra las bestias y los peces y a devorar unos la carne de los otros y se bebieron la sangre. Entonces la tierra acusó a los violentos por todo lo que se había hecho en ella.”

Los ángeles caídos estaban denunciados, por lo menos los principales, nombre por nombre: “Samyaza, que era su líder Urakabarameel, Akibeel,Tamiel,Ramuel,Danel,Azkeel,Saraknyal,Asael, Armers,Batraal,Anane,Zavebe,
Samsaveel,Ertael,Turel,Yomyael, y Azazyel (también conocido como Azazel). Estos eran los prefectos de los doscientos ángeles, y el resto eran todo con ellos”

Los arcángeles Miguel, Sariel (o Uriel), Rafael y Gabriel, al ver la sangre derramada y la injusticia se dijeron que «la tierra desolada grita hasta las puertas del cielo por la destrucción de sus hijos». Dios los envía entonces a encadenar a los Vigilantes y a destruir a los gigantes «pues han oprimido a los humanos». Los ángeles caídos rogaron a Enoc que intercediese por ellos ante Dios. Y Enoc visitó el cielo, a través de un viaje por toda la tierra conducido por los arcángeles, donde tuvo varias revelaciones, algunas relacionadas con la astronomía de los cuerpos celestes y el Apocalipsis. De toda esta parte del libro sólo algunos párrafos hablaban de los gigantes:

“Cap.18- 6 Después fui al sur y vi un sitio que ardía día y noche, en donde se encontraban siete montañas de piedras preciosas, tres del lado oriental y tres del lado del mediodía.  (…)
13 Allí vi siete estrellas parecidas a grandes montañas, que ardían, y cuando pregunté sobre esto,
14 El ángel me dijo: "Este sitio es el final del cielo y de la tierra; ha llegado a ser la prisión de las estrellas y de los poderes del cielo.
15 "Las estrellas que ruedan sobre el fuego son las que han transgredido el mandamiento del Señor, desde el comienzo de su ascenso, porque no han llegado a su debido tiempo;
16 y Él se irritó contra ellas y las ha encadenado hasta el tiempo de la consumación de su culpa para siempre, en el año del misterio".

"Cap.19-1 Después Sariel me dijo: " Aquí estarán los Vigilantes que se han conectado por su propia cuenta con mujeres. Sus espíritus asumiendo muy diversas apariencias se han corrompido y han descarriado a los humanos para que sacrifiquen a demonios y dioses, hasta el día del gran juicio, en que serán juzgados y encontrarán su final.”

Nuestro hombre se sintió desasosegado tras la lectura de este libro, puesto que se abría otra nueva hipótesis, y esta estaba respaldada con una tradición mítica antigua. El pie gigante podría pertenecer a un nephilim, hijo de ciertos ángeles caídos concebidos en bellas mujeres humanas, y cuyo objetivo era la destrucción total, símbolo metafórico del pecado original y de la propia expansión biológica del ser humano, incompatible con el sostenimiento de la naturaleza. En caso de que esta segunda hipótesis fuera cierta, y ante un carácter semidivino y revelador del gigante, su escalada se convertía en un suicidio claro. Los gigantes eran ante todo monstruos destructores, y el una pequeña hormiga insignificante. Pero toda buena hipótesis abría más interrogantes: ¿dónde estaban los demás nephilim, que se contaban en un orden de magnitud de centenares?, ¿porqué el movimiento de dichos gigantes era cíclico y lento?

Samuel, obsesionado con esa idea, continuó el resto de la semana investigando, pero poco sacó en claro de los nephilim, pues poco más aparte del libro de Enoc había en textos religiosos, por lo menos explícitamente, aunque sospechó que, por ejemplo, Goliat era uno de ellos. En algunos ensayos antiguos que poseía sobre tradición judeocristiana, encontró referencias acerca de los gigantes, que los arameos definían como “descendientes divinos de la constelación de Orion”, lo cual le condujo a consultar algunos tratados de astronomía y mitología griega.

La actividad del hombre era incesante, sumergiéndose en libros y libros, yendo de unos a otros constantemente, sin dormir apenas. El devenir del estudio rondó sobre las conexiones entre las 12 constelaciones astronómicas y los 7 arcángeles y de ahí a sus implicaciones cabalísticas, pero pronto sintió que no había progreso alguno en esa dirección. Buscaba una explicación dentro de la razón a través de la ciencia astronómica, pero en cualquiera de los dos casos estaba ante una revelación, o eso era en lo que su propia conciencia insistía.

Fue la misma noche en la que inició el ascenso por el gigante cuando, al asomarse a la descuadrada ventana, después de que el pie vibrase con más fuerza, cuando, mirando al cielo buscando algo divino a lo que implorar que parase, lo vió.

La constelación de Orion brillaba con inusitada fuerza. Como si fueran grandes montañas que ardían.
Y quizá fuera algo de sugestión, pero parecía que la figura estaba obedeciendo las órdenes de movimiento de la constelación, como si las estrellas fueran los agujeros que algún dios hacía en el cielo para pasar las cuerdas y varillas de una marioneta.

Los movimientos cíclicos astronómicos del gigante.
Pensó que, después de tanto estudio, quizá la ignorancia fuera suerte de algún tipo de salvación.
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