Parte 21a
Marzo, 1977
"La próxima vez,” dice Remus, “yo voy a elegir donde vamos de vacaciones. Y no va a haber arena. ¿Me escuchan? Nada de arena.” Remus está seguro que tiene arena en cada agujero, incluso en los agujeros en los que nadie piensa y en los agujeros en los que la gente no quiere pensar y en los agujeros que nadie sabe que existe. Esta es una propiedad mágica de la arena. La arena, sin importar cuánto tiempo tenga, igual logra meterse en el trasero de Remus, lanzando un asalto desde atrás que nunca será agradable. Si hay arena, ver paisajes y postales marinas maravillosas dejan de ser hermosas y comienzan a cambiar. No hay nada menos inspirador que tener arena en los pantalones. “Ninguna ducha me podrá dejar limpio,” añade, sin ningún tinte de acusación o siquiera rabia. Es casi imposible tener rabia cuando se está de vacaciones, incluso con la arena.
“Creo,” dice Peter, “que algunas personas no se llenan de arena.”
“No es cierto,” le asegura Remus. “Todos se llenan de arena. Sin embargo, algunas personas están completamente locas y no les importa.”
“Hablas de James y Sirius.”
“Es una enfermedad,” confirma Remus. “Pero creo que hasta lo pueden disfrutar.”
La verdad es que no hay un “pueden” en el tema. James y Sirius sí lo disfrutan. Son Ese Tipo de Muchacho. Son como la luz del sol y movimiento excesivo, y estar cubierto a propósito de sustancias que pican. Ahora están en el agua, buceando y saltando como idiotas, como nutrias, y gritando y jugando con medusas y probablemente tiburones, y otras cosas más peligrosas, lo que Remus contemplaría pero el sol le ha sacado la vida de su cerebro y su cuerpo. Siente como si pesara trescientos kilos. Es, tiene que admitirlo, algo glorioso. Cuando llegaron a la costa intentó leer un libro, pero diez minutos después se sintió mareado y como un montón de algas y ahora está usando el libro como quitasol, donde es bastante más útil. Distraídamente, se saca arena de los dientes.
“Creo que Sirius viene,” dice Peter, después de lo que pueden ser cinco minutos o tres horas.
“Oh no,” suspira Remus, intentando que le importe.
“Va a mojarte,” dice Peter. “Tiene esa mirada.”
“No puedo mover las piernas, así que qué lástima,” dice Remus. “Oh, maldición, Sirius, me tapas el sol. Por favor, muévete.”
Sirius está goteando a propósito. Hay que darle crédito; logra unos ángulos buenísimos al gotear. Nadie puede gotear como Sirius Black, con tal nivel de certeza, con tal determinación. “Ja ja!” dice Sirius.
“Estoy mojándote. ¿Qué vas a hacer sobre eso?”
“Mojarme,” contesta Remus, amigablemente. “Oh mira. Ya lo hice. Te toca.”
“Y ni siquiera nada,” lamenta Sirius. Se lanza sobre la arena, mojado y brillando, y se da vuelta hasta que parece un pescado adobado. “Arena, arena, arena. Es glorioso. Hace cosquillas y te invade. Como la libertad.”
“¿Dónde está James?” pregunta Peter.
“Está siendo atacado por una medusa, creo. Pero si un hombre mío muere por una medusa, es mi derecho dejarlo atrás; simplemente es ridículo.” Sirius se tira de espalda. Ahora parece un pescado adobado y listo para el aceite. Remus cree que debe ser hora de almorzar. “He decidido,” continúa Sirius, “que después de graduarme voy a ser un pirata. Voy a desenfundar mil espadas al día mientras ustedes, no sé, lloran en el baño durante el almuerzo. Si puedes rescatar a James de la medusa, Remus, te dejaré venir conmigo.”
“Si me muevo,” dice Remus, “la arena hace cosas desagradables.”
“Entiendo,” dice Sirius. Como lo dice es casi hiriente, pero con mucha sabiduría.
“Pareces un pescado,” contesta Remus. “Me da hambre. ¿Podemos comer?”
“Podemos comer,” ríe Sirius. “Podemos! Escucha, tu-tu-esta es una Comunidad Veraniega! ¿Sabes lo que significa? Significa que nunca hacemos nada. Ni siquiera tenemos que comer si no queremos. Podemos hacer que otras personas coman por nosotros, y luego escupan la comida masticada en nuestras bocas!”
“Sólo quiero un sándwich,” dice Remus, sintiéndose patético. “Si te llevas el masticar, te llevas mi ejercicio de la semana completa.”
“Sabes,” Sirius exhala con satisfacción. “Sabes, ¿creerías que siempre pensé que Marzo era el mes más inútil del año? No es Marzo el problema. Sólo es Marzo en algunos lugares con olor a libro. ¿Por qué no hicimos esto años atrás?”
“Porque no tenemos dinero,” contesta Peter, siempre pragmático.
“Bueno, de verdad, debimos solucionar eso antes.” Sirius sacude su cabeza, ahora encrustada con arena y agua de mar. “Debimos secuestrar a alguien. O casar a Remus con una viuda millonaria, y después inventar un accidente de escoba. Robar Gringotts...” Sirius se detiene, luciendo más feliz de lo que se ha visto en meses. Es la euforia que lo cubre cuando piensa en los detalles del caos. Remus reconoce la expresión demasiado bien y, aunque está acostumbrado a arrancar de ella lo más rápido posible, descubre que está demasiado drogado por las vacaciones como para que le importe.
“Sí,” concuerda. “Viuda millonaria. Accidente de escoba. ¿Sándwich?”
“Sé lo que quiere,” le dice Sirius a Peter. “Quiere que me lo coma por él y que después escupa los pedazos mordidos en su boca.”
“Como las aves,” añade Peter.
“Como flojos, flojos Lupins,” termina Sirius.
En alguna parte de la playa, James continúa su batalla épica con una medusa. Remus tapa sus ojos con su libro, intentando ver quién va ganando. “Ronda dos,” dice, “la gana la medusa. Creo que está muerta. No sé qué está haciendo James.”
“Va a llenarla y tomarla y dársela a Evans y decir que él la atrapó. Como Moby Dick, pero le dije que eso sonaba algo femenino. No quiso escuchar. ¿Pueden ver el agua? Es muy, muy... azul.”
“Sí,” acuerda Remus. “Yo... sí. ¿Comida?”
“Es más que azul,” continúa Sirius, perdido en un sueño de color, el tipo de alegría que sólo le llega a las personas que pasan demasiado tiempo siendo un perro. “Azul marino. Celeste. CEL...EEEESS...TE.”
“Pareces idiota,” le informa Peter, pero sin maldad.
“Bueno, tu pareces como una explosión de tomate, pero no he dicho nada,” aclara Sirius. Es cierto, Peter no se broncea, sino que pasa directo del color de la harina al de frambuesas cocidas.
“No es mi culpa que tenga la piel sensible,” protesta Peter, mientras James llega corriendo por la playa, colorado y cojeando y luciendo depresivamente triunfante.
“Soy un domador de bestias poderosas!” dice, tirándose sobre la arena, dejando una nube en la oreja de Sirius. “Aunque no puedo sentir mi pierna izquierda, y la derecha se siente como picaditas. ¿Se ven hinchadas?”
“No me digas picaditas,” dice Remus. “¿Todavía la tienes? La medusa, digo. Me la comeré si todavía la tienes.”
“No pude atraparla,” dice James. “Las medusas son resbalosas. Y pican. Evolutivamente son geniales. Asi que bebo del barril de la gloria.”
“Probablemente deberías beber del barril de los antisépticos,” dice Peter, sabiamente.
“Un día, la atraparé,” jura James. “O quizás otra medusa desafortunada que se vea igual a ella. O quizás sólo otra medusa.”
“Cuidado, Ahab,” dice Sirius. “Te estás adelantando. Olvidarás todo sobre la medusa mañana. Vas a coleccionar conchitas para Evans. ‘¿Escuchas esto? Es el sonido de mi corazón. Latiendo por ti. Como las olas del vasto océano, donde nada mi medusa.’ Puedo verlo.”
“Bueno,” dice Remus. “Al menos ya no tengo hambre.”
“Iba a masticar algo de pastel en tu boca,” sonríe Sirius. “De verdad, Remus, tu estómago es demasiado sensible.”
“No voy a coleccionar conchitas,” dice James. “Nunca coleccionaría conchitas. No por Lily, no por nadie.”
“¿Y qué pasa con las que recogiste ayer?” pregunta Peter. Casi logra verse ‘inocente’ pero bordea de pronto en ‘absolutamente maléfico.’
“Hola,” dice Remus, pestañeando. “¿es esa McGonagall?”
“No juegues con mi corazón cuando no he tenido tiempo de broncearme y verme como un Dios,” dice Sirius. “No es McGoogles. Ella vive en el colegio.”
“No,” le asegura Remus, pestañeando. “No, estoy, eh, muy seguro que es McGonagall.”
Sirius se apoya en sus codos, buscando. “Es el sol. Tienes que-es el sol. ¿No?”
No es el sol, pero Remus de verdad entiende qué le pasa a Sirius. Hay cierta aura que rodea a un profesor fuera de contexto, un brillo algo irreal, compuesto en este caso por a) el sol, que parece sacar con cloro la realidad de todo; b) su traje de baño rojo y dorado, que parece incluir un corsét de, aparentemente, 1896; y c) el joven y extraordinariamente buen mozo muchacho que descansa al lado de McGonagall en pantaloncillos azules, susurrándole en el oído.
“Oh, dios mío,” respira James.
Sirius se tira rápidamente bajo su toalla. “Estás-es... una-no puedo creerlo, cuando-- ¿cómo pudo? ¿Cómo pudo él?! Yo--¡”
“Es su novio!” grita Peter, demasiado fuerte, y el objeto de su conversación levanta la vista directamente hacia ellos.
Hay un momento de horrible reconocimiento en ambos lados. Sin embargo, McGonagall es mucho más versada en los asuntos que requieren mantener la compostura, la madurez y ser segura. Se arregla el cabello junto a su temple, dándoles a todos una mirada bien medida. Dice, muy claro, Ahora los he visto en el equivalente de su ropa interior. Tienen suerte de que nos quede tan poco tiempo como profesor y alumno. Va a ser un infierno. No parece mencionar que ahora ellos la han visto en el equivalente de su ropa interior, probablemente porque es una visión mucho más placentera.
“Sabía que no me amaría por mucho,” intenta decir Sirius. Apenas puede. Continúan mirando con horror.
“¿Qué está haciendo aquí?” pregunta James. “¿No tiene trabajos que revisar?”
“Oh, Dios,” dice Sirius. “Viene para acá.”
“Se ve bien en ese traje de baño,” dice Peter. “O sea, alguna vez pensaron que-“
Sirius mete su cabeza en la arena. El resto de sus palabras salen como si hablara a través de una medusa. Hoodle wurhdle hurhk. Remus, sorprendentemente, concuerda. Hoodle wurhdle hurhk, ciertamente. Y sí se ve bien en ese traje de baño.
“Hola, Potter, Lupin, Pettigrew,” dice McGonagall, con un movimiento de cabeza para cada uno. Lleva lentes de sol también. Hace que ser viejo se vea genial, piensa Remus, y se pregunta cómo es que no pueda hacer lo mismo cuando ha añadido la ventaja de no ser de verdad viejo. “Y asumo que esa montaña ahí es Black?”
“Dile que estoy durmiendo,” llega el siseo nervioso desde la toalla, que sólo Remus puede escuchar. “No puedo soportarlo.”
“Creo que está durmiendo,” dice Remus. “Se ha cansado siento un inútil. Está, ah, disfrutando sus vacaciones, Profesora?”
“Gurhk,” dice James, y escupe arena.
“Bastante, gracias, Lupin,” contesta McGonagall, ignorándolo. “Qué, eh, fascinante coincidencia encontrarlos a ustedes.”
“FASCINANTE!” grita Peter, quien, Remus ha notado, a veces cuando está muy nervioso tiene problemas para controlar el volumen de su voz. “COINCIDENCIA!”
“Yo, eh,” dice Remus. Hay mil preguntas que puede pensar en hacer, perfectamente normales, socialmente aceptables, hasta encantadoras, pero las que están gritando horríficamente en su boca tienen que ver con un joven muy dorado en pantaloncillos azules, acostado como un sultán en la toalla de playa de McGonagall. Con mucho esfuerzo, deja a un lado ¿Cuántos años tiene su acompañante? Y dice “Ha-- ¿está en el hotel, también?”
“Tengo mis acomodaciones propias,” contesta McGonagall.
Remus no puede dejar de mirar a su amigo, cuyos músculos abdominales brillan en un modo que debe ser poco saludable. Al menos son piadosamente brillantes. Es posible que McGonagall lo aceitó así-pero esos pensamientos llevan a Remus a un camino oscuro en el bosque da la incertidumbre y desde ahí a un pantano de Tomen Mis Ojos, Ya No Los Quiero Ni Los Necesito. Que McGonagall tenga una vida fuera de Hogwarts es perfectamente entendible y Remus no se sorprende. Que aceite a una pantera humana es otro asunto. Remus ya no tiene hambre.
“¿Qué pasa ahora?” sisea Sirius a través de la arena.
“Eh,” dice Remus.
“Hola.” La pantera abdominal se mueve y sonríe, ofreciendo una mano. “De verdad es una coincidencia. Deben ser alumnos de Minerva. He escuchado mucho sobre ustedes. ¿Uno de ustedes es el que hizo explotar el baño?”
“DOS VECES,” grita Peter, apuntando a James. “FUE ÉL.”
“Entonces son esos estudiantes. Soy Caradoc.”
“Mucho gusto,” dice Remus. Es un reflejo. Si uno le pegara en la rodilla, lo más probable es que salga con un “¿cuántas de azúcar quiere en su té?” antes de patear.
“El gusto es mío,” dice Caradoc. “Son casi famosos. Siento como si ya los conociera. De verdad, el que explotó el baño.”
“DOS VECES,” repite Peter.
“¿Qué está pasando ahora?” pregunta Sirius. Remus lo patea.
“Bueno,” comienza McGonagall, enviando una mirada corta y algo desesperada sobre su hombro “eh, convenientemente, debemos irnos.”
“Oh, sí,” concuerda Caradoc, el esclavo. Muestra sus dientes, los que son casi tan brillantes como sus pectorales. Está juntando las toallas. Probablemente es lo que hace; es el Muchacho de las Toallas. ¿Cómo puede McGonagall pagar por un muchacho de las toallas con el salario de un profesor? Oh Dios, Oh Dios, oh Dios. “Importante, saben, nadar. No podemos perdernos el sol, cierto?”
“Arfgh,” maúlla James, casi inaudible. Remus lo patearía, también, pero está demasiado lejos y a pesar de la urgencia de la situación aún está débil por el sol, como una medusa deslavada envuelta en una montaña de pánico y curiosidad mórbida.
“Ciertamente,” dice McGonagall. “Bueno, que disfruten sus vacaciones, muchachos. Espero que no nos encontremos más de lo que sea estrictamente inevitable. Denle mis saludos al Señor Black, cuando y si despierta.”
“El placer es nuestro, estoy seguro,” contesta Remus, aún en autopiloto. Seguramente la mayoría de los humanos no tienen tantos músculos. Remus sabe que él no tiene tantos músculos. De hecho, si él, James, Sirius y Peter pudiesen absorberse el uno con el otro en una sola burbuja de muchacho, juntos aún no tendrían tantos músculos como Caradoc.
Caradoc pone su toalla sobre su brazo izquierdo y saluda. Remus le aterra notar que cuando McGonagall dobla un dedo él la sigue, contento, por la playa. Brillando. ¿Cómo puede ser posible? Sus conclusiones son más de las que Remus puede soportar. Nunca va a aprender transfiguración por la Profesora McGonagall de nuevo y vivirá su vida desinformado, un mago incompleto, todo por los abdominales de Caradoc, el Chico Toalla.
Muy lentamente, Sirius saca su cabeza de la arena.
“No funciona así, sabes,” murmura Remus. “Incluso si escondes tu cabeza en la arena, McGonagall aún tiene un Chico Toalla.”
“Con ella,” susurra Sirius. “En la playa.”
“Él era muy brillante,” dice Remus.
“Crees que McGoo- McGah-Crees que ella lo frotó y lo dejó todo brilloso así?” pregunta James, luego hace un sonido como si se muriese y se enrolla hasta quedar en posición fetal. “Olvidemos que dije eso.”
“ESTOY CIEGO,” se queja Peter, aunque de algún modo aún mantiene su tono alto.
“Nunca he visto tantos músculos en un ser humano,” continua Remus. “¿Cómo consigues músculos así? Me pregunto si puede usar camisas.”
“Obviamente,” murmura Sirius, “no tiene que hacerlo.”
“TAMBIEN QUIERO SER SORDO,” añade Peter. “AHORA MISMO.”
“Me estás dejando sordo,” grita James de pronto. “Tranquilízate, Pete! Sé un hombre!”
“Quién habla” dice Remus, algo sorprendido. “Tu hiciste sonidos todo el rato.”
“Lo sé,” dice James, desinflándose. “Es sólo.. saben que tengo un problema. Con los abdominales. Y el que yo no los tenga. Me pone de mal humor.”
“No me gusta lo que acaba de pasar,” les informa Sirius. Suena como Remus se siente, lo que es, casi, como si se hubiese muerto.
“Supongo que es razonable,” intenta Remus. “Que tenga una... vida, y todo. O sea, seguramente siempre la ha tenido. ¿Cierto?”
“Una vida!” grita Sirius. “No un esclavo!”
“O UN TRAJE DE BAÑO,” añade Peter, pero inmediatamente pone su mano sobre su boca.
“Buenos días, caballeros,” alguien dice, alegremente, desde arriba y justo tras ellos. Contra el sol, Lily es una visión dorada con lentes de sol blancos; cuando sale de él, James ve ese bronceado dulce que logró ayer y que, inevitablemente, se ha vuelto de un rojo fuerte a punto de pelarse. Es un alivio; de verdad, no está en el lugar mental que pueda acomodar visiones doradas de belleza bronceada. “No parecen pollitos. Nunca adivinarás a quién acabo de ver en la cabaña.”
“Si fue McGonagall y estaba bailando con el músculo humano de verdad no queremos saber,” dice Remus felizmente.
“Músculos abdominales como los Griegos,” dice Lily. “Es como si hubiese salido de un ánfora. ¿Cómo supieron?”
“Pasaron por aquí,” contesta Remus. “Como puedes ver por el desastre emocional.”
“Pobres muchachos.” Lily se acomoda en arena, sacándose las sandalias y evitando tocar cualquier quemadura en su cuerpo. James frunce el ceño viendo sus propios abdominales, o la falta de ellos
“Realmente no te gusta ese tipo de cosa” dice James. “¿Verdad?”
“Claro que no. Obviamente no me gusta.” La sonrisa de Lily es maléfica. “No te preocupes. No me gusta un espécimen humano que está hecho a cincel como una estatua y carga mis bolsas con catorce pies izquierdos. Me preocupa que me hayan dejado caer de cabeza.”
“Te está insultando, James, Viejo,” explica Sirius, como si fuese necesario.
“No necesito abdominales,” dice James. “Tengo muchos otros encantos.”
“Almuerzo,” decide Remus, levantándose y sacándose arena lo más discretamente posible de sus partes privadas. Doce duchas después y todavía la sentirá, granular y en todos los lugares donde es más vergonzoso. Todavía cree que debieron ir a algún lugar donde no hubiese arena. De ese modo, nunca debieron enfrentar a un profesor en medio de su aparentemente muy activa y perturbadora vida personal y Remus podría haberse comido su sándwich sin tragar partes iguales de almuerzo y arena. “Ptooey,” añade.
***
Es de noche; de noche en vacaciones, es decir, oscura y cálida y más larga que cualquier otra noche; y es noche en vacaciones en un hotel muy elegante, lo que significa que, a pesar de los mejores esfuerzos de James, la noche es oscura, cálida, larga y conducida en una habitación extremadamente pequeña.
“Puedo tocar el lavamanos con mis pies,” le informa Lily algo adormecida. “Mira eso.” Ella abre la llave con los dedos de sus pies. “Conveniente. Cómodo.”
“Eso es muy sexy,” dice James. Lo raro y horrible es que de verdad lo es. Con algo de esfuerzo, se reacomoda para poder pasa un brazo alrededor de su cintura; ella suspira y le deja un beso en el tope de la cabeza, con una pierna enredada en la de él. Hay una división curiosa en el cerebro de James, entre la parte de él que se siente absolutamente inútil y como pudín y la parte que está saltando y torciéndose, como campanas en una tienda la noche de Navidad. “¿Cómo está tu quemadura?”
“Soy increíblemente buena con los encantos,” dice Lily con dignidad, “como sabes.”
“Así que estás curada,” dice James. “No te duele. Esto es un adelanto! En algún punto de tu vida puede que dejes de verte como un bistec crudo.”
“Y en algún punto de tu vida quizás dejes de verte como una escoba,” responde Lily. “Oh, espera, no lo harás. No te hagas el lindo conmigo.”
“Siempre soy lindo.” James discutiría, pero al final ambos saben quien tiene la ventaja. La verdad, James nunca se ha sentido tan inútil en su vida como cuando está con Lily. Ella está cien por ciento, probablemente doscientos por ciento, a cargo. Él no sabe cómo lo hace, pero ella nunca luce asustada y nunca se siente nerviosa y casi nunca dice algo estúpido. Incluso cuando está rosada y brillante por el sol, igual puede abrir las llaves con sus pies y hacer que James se de cuenta de lo inútil de sus protestas. Terriblemente, es un sentimiento maravilloso-en el momento. Después, cuando están separados, James cataloga el millón y veinte maneras en que se ha avergonzado y quiere arrastrarse por la playa como una medusa y ser llevado, seco, por el sol. James supone que esto significa que está enamorado. Comenzó siendo divertido, emocionante, pero ahora sabe que es humillante y aterrador y lo deja sintiéndose estúpido y más estúpido cada vez, así que debe ser amor después de todo. No es lo que estaba esperando. Pensó que habría mucha más emoción y mucho menos nervios. Pero, de nuevo, estar nervioso es casi lo mismo que estar emocionado. Quizás, hasta mejor. Significa que hay algo que perder. De hecho, James piensa, pensó que estaría mucho más nervioso y con muchas menos ganas de vomitar. Estar enamorado es como tener gripe y, perversamente, obstinadamente, locamente, nunca querer recuperarse. La mayor parte del tiempo James ni siquiera está en control de sus funciones humanas básicas. Por ejemplo: ha querido hacer pipí por los últimos veinticinco minutos y no puede complacer las demandas de su vejiga. Eso es locura o amor verdadero, James cree; no permitirte hacer pipí cuando es claro que tu vida depende de ello.
“A veces eres lindo,” dice Lily. “Y lo suficientemente lindo como para compensar las otras veces.”
“Lo suficientemente lindo como para no necesitar abdominales, eh? Eh?” James disfruta el elogio. Lo deja maravillosamente movido. Lily es buena con los elogios; nunca parecen ridículos pero siempre logran hacerle sentir bien, como si supiera lo que ella quiere decir de verdad. James, a su edad, es dos partes ego microscópico y veinte partes completamente excitado. Es difícil reconciliar ambas partes. Las dos partes de ego microscópico siempre parecen más grandes que el resto, pero el resto es inmediatamente más bullicioso. James se mueve para poner una incómoda mano en el hombro de Lily.
No le achunta.
“Oh, ya veo,” murmura Lily. “Nos ponemos frescos, no?”
“Así es,” dice James. Pudo haber dicho algo más, algo lindo, algo como Tus hombros están increíblemente suaves hoy, o casi tan frescos como esa quemadura tuya, rayo de sol, pero algo sobre los senos de Lily, el calor de la piel de Lily bajo su bikini a lunares, lo deja en un estado mental donde arreglar palabras pasan como conversación. Es patético. Él es patético. Y luego Lily se sube sobre él y su cabello le cuelga alrededor de la cara y respira cálidamente alrededor de su oreja y sus dedos comienzan a hacerle cosas a su cabeza y de pronto todo su cerebro comienza a hacer nghhhhashfaaghk!?! Y el inventar palabras comienza a lucir bien inteligente. Él se sostiene de los muslos de ella como si su vida dependiera de ellos.
“Sabes, he estado pensando,” susurra Lily. “Ya sabes, soy-ambos somos-como sea, me gustas. No eres un mal besador. Y son unas vacaciones muy lindas.”
“Lo son,” concuerda James, luchando por respirar.
“Entonces. Ya sabes. Estaba pensando, quizás...” Con dificultad, James logra subir los ojos hasta mirarla. Es difícil, con la quemadura y la luz baja, pero ciertamente ella parece estar sonrojándose. “No sé. No hay modo de preguntar que no sea estúpido. Bueno-tu sabes. Pensé... si querías... intentar... eso... podríamos hacerlo.”
“Eso,” dice James idióticamente.
“Créeme, me encantaría actuar como un adulto sobre esto,” murmura Lily, quien definitivamente se está sonrojando-prácticamente, él puede sentir el calor irradiando desde su cara-“pero me preocupa sonar como, no sé, un doctor. Y, ya sabes, si vas demasiado en la otra dirección, suenas como una película horrible o algo peor. Ya sabes. Como sea--- ¿qué piensas?”
El problema con esa pregunta es que supone que James está pensando en algo. Lo está, claro, pero si se tradujera directamente, sería algo como “HAGHFUGHKSH HAHH NNNNNN,” lo que no es útil ni sexy.
“No tenemos que hacerlo,” dice Lily, casi inmediatamente. “Sólo--- fue un error, pero pensé, ya sabes, parecía que-bueno, digámoslo, nunca estás solo, siempre está Sirius o Remus o Peter o alguien, o yo no estoy sola, pero estamos solos ahora y parecía como si fuese el momento. Pero qué sé yo sobre el momento indicado, no lo sé, sabes,” añade. “Nada. Sobre. El momento.”
“Yo tampoco,” logra decir James. De algún modo. Requiere un esfuerzo Herculeano. “Mira, no, creo que deberíamos hacerlo.”
“¿Sí?” Lily suena sin aliento. James intenta no pensar en lo desnudo que ya se siente, sin siquiera estar desnudo aún. Tiene el presentimiento de que esto podría ser increíble, maravilloso, todos los wows del mundo, o absolutamente desastroso. Con su expediente-James es excelente al hacer todo perfecto la segunda vez, cuando ha podido probar primero-el presentimiento comienza a hundirse un poco más. Todos sus órganos hacen malabares alrededor de su estómago. Quiere saltar en la cama y gritar sí hasta que todos, hasta su madre, pueda escucharlo. James Potter, rey del mundo, solo tiene el presentimiento de que la corona no le va a quedar y que se va a ver como un verdadero idiota.
“Sí,” dice James. Instinto. No puede retractarse. No quiere retractarse. Quiere saber lo que está haciendo. “Yo, uh. Yo tampoco. Ya dije eso, pero, ya sabes, quiero dejarlo claro.”
“Nada,” concuerda Lily.
“Me aseguro que los dos. Uh.” James traga. “Bueno, está decidido entonces.”
“Quizás,” sugiere Lily, “quizás debamos intentar callados.” Ella comienza a alejarse y todos los órganos de James comienzan a irse con ella, hasta que se da cuenta de que sólo está dejando espacio entre ellos para sacarse el traje de baño y por un momento James piensa es hora de mirar para otro lado o me va a pegar tan fuerte que mi mandíbula va a terminar en mi nuca. No mira para otro lado; piensa, Estos son los senos de Lily y Oh Dios Mío nghhhhsahgshjk?! Lily nunca parece perder su habilidad para derretirle el cerebro.
“Lo soy,” dice James apenas. “Puedo ser callado.”
“Cállate,” le dice Lily, poniendo una mano sobre su boca. “Sólo. Ya sabes. No es como que gente más estúpida que nosotros no haya logrado esto antes.” Se arregla el cabello tras sus orejas y se muerde el labio, algo que él la ha visto hacer al inicio de pruebas particularmente difíciles: es un gesto que dice, voy a hacer esto y lo voy a hacer bien, incluso si me mata. “Entonces.”
“Okay,” concuerda James, y Lily lo besa y todo se pone algo borroso.
***
El techo de la habitación es muy interesante. Hay una constelación completa en la pintura; hay grietas largas que pudieron ser causadas por varias cosas, y James intenta con fuerza imaginar qué pudieron ser esas cosas, porque si no las imagina nunca podrá enfrentar dónde está y lo que ha hecho. De una esquina de su ojo puede ver a Lily haciendo exactamente lo mismo. Ella ha logrado poner unos cinco centímetros entre los dos, lo que es lo que más se puede en esta habitación en particular, y la sábana está metida bajo su barbilla. James quiere morir. El silencio ruge alrededor de ellos.
“Bueno!” dice él, demasiado fuerte, en una voz absurda.
“Me voy a lavar,” le informa Lily, y se baja de la cama.
James queda, por el momento, terriblemente solo. No es, intenta decirse, exactamente como una derrota épica. Hay partes que fueron menos que una derrota. Hay otras partes que hasta parecieron cosas que podrían mejorar, casi llegando al territorio de lo bueno. Pero después fue-y luego hubo-y todo empeoró de nuevo-y no mejoró ni una vez antes de terminar. A veces ni siquiera pareció que James sabía lo que mejor era. No es exactamente su culpa. Es la culpa de los dos, James supone razonablemente. Culpa de ambos y la única reacción sensible ahora es mudarse a lugares diferentes del mundo, quizás del sistema solar, separando sus amigos y familia y nunca mencionando el nombre el otro jamás.
Quizás está exagerando. James intenta calmar el pequeño sentimiento de pánico hasta que puede respirar y ver bien y luego, después de tragar con dificultad, logra controlar sus pensamientos. Va a estar bien. Es posible que se suponga que sea una derrota épica y que todos los demás desde que comenzó la historia han estado demasiado avergonzados como para admitir la verdad. Es posible que el sexo sea una invención enorme creada por la condición humana, un acuerdo silencioso entre la gente para no humillarse el uno al otro públicamente.
Intentan hacerlo privadamente, imagina James. En la claustrofóbica comodidad de sus propias camas.
James deja salir un sonido de desesperación y se entierra en la algo pegajosa oscuridad de su almohada.