PARTE 20

May 27, 2005 15:51



Parte Veinte
Febrero 1977

Es Febrero; es Jueves; es un día frío y claro, con el cielo azul y la brisa ocasional de viento. Después se sentirá el cambio cerca de la luna llena anunciando la nieve de mañana. Ahora sólo hay luz de sol por las nubes sin filtro, aunque no hace más frío que en la tarde. Es Febrero; es Jueves; y Sirius Black tiene toda la intención de romper la nariz de Severus Snape.

Hay poca razón para ello; mejor dicho, hay tanta razón como siempre, dependiendo de qué lado estés. Lo que importa más es que Remus se siente incómodo, que Snape es un terco y se niega a pedir ayuda, y que Sirius tiene buena puntería, puños poderosos y poco auto control. Alguna combinación de los elementos-una sinergia de ánimo, emociones, escenario-un cambio de humor en el futuro-todos llegan a la misma conclusión. Sirius se tira sobre Snape para vengar, para vengarse, justo cuando Snape se recupera y lanza un insulto fresco y Remus da vuelta a la esquina con una pluma nueva y un tintero recién llenado y lo que pasa después envuelve tres geniales maldiciones inventadas, algunos garabatos básicos pero no menos efectivos y un montón de tinta explosiva.

“¿Qué estabas haciendo?” explota Sirius, dándole con una manga mojada a Remus, quien se pone rosado, verde y un tanto morado con rojo. Con puntos negros. Le parece a Sirius como si fuera a tirar un puñetazo de verdad, lo que puede ser el único punto genial en este día de mierda en este mes de mierda en la existencia de mierda de Sirius Black. “¿Corriendo la carrera de la cuchara y el huevo con un tintero?”

“¿Qué hacía yo?” grita Remus, cerrando los cordeles de su bolso como si quisiera retroactivamente proteger sus preciados libros de la lluvia de tinta que ya ha comenzado a destruirlos. “Estaba dando vuelta la esquina, ridículo-qué hacías tu?!”

“Dejando algo de tensión,” intercede Snape, limpiando delicadamente la sangre en la punta de su boca con una manga sucia. “Dejando sus sentimientos donde puede,” añade, y Sirius, quien tiene ganas de dejar que sus codos hablen por él, le pisa un pie y le da un rodillazo en el cuello cuando cae, lo que termina efectivamente una conversación que no tenía muchas probabilidades de seguir. “Gurghk,” dice Snape, aunque sin duda quiere decir otra cosa.

Los dedos de Remus tiemblan. Balancear bolsos llenos de libros (ahora arruinados por una sobreabundancia de tinta) sobre la cabeza de Sirius nunca ha resuelto nada. Pero quizás nunca ha resuelto nada porque Remus nunca lo ha intentado antes. Confundido por dos instintos-el pacifismo que encuentra cuando Sirius lo pone furioso y el pequeño movimiento de todos sus músculos que le dejan saber justo cuán furioso está-Remus toma una tercera opción de la nada y espera lo mejor.

“Maldición-maldito-quítate!” grita Sirius. Por el puro poder de los antebrazos de Remus-que siempre han pretendido ser blandos por parecer blandos pero nunca han sido menos que puro hierro-se encuentra levantado diez centímetros en el aire y tirado sin ceremonia hacia atrás. Y lejos, nota con puro arrepentimiento, de la cara de Snape, siendo su deber supremo el patearla al menos diez veces.

“Gurghk,” dice Snape otra vez. Remus está bien seguro de que no quiere decir muchas gracias, Sr. Lupin.

“Siéntate,” le dice a Sirius, quien, condicionado por cuatro años de ser perro, lo hace automáticamente antes de saltar de nuevo hacia delante, rojo de rabia y vergüenza. Snape se recupera justo para decir “buen perro,” lo que requiere que Remus se lance sobre Sirius otra vez y emplee los Antebrazos de Hierro. La verdad es que casi tiene que usar el Golpe de Hierro para detener los movimientos furiosos de Sirius, y Snape toma ventaja del embrollo temporal para Escapar, aunque no antes de pisar los dedos de Sirius. Para cuando el polvo y la tinta se detienen, Sirius está tirado contra la muralla del pasillo, exudando inocencia y chupando con rabia sus nudillos y Remus tiene aún más tinta en la nariz y se siente más homicida de lo que la luna requiere.

Por un momento se sientan ahí, respirando y cuidando sus varias heridas, y luego Remus dice apenas, “¿Qué te pasa? ¿Quieres estar castigado por mil años?”

“Oh, jódete,” grita Sirius, “insufrible niñito bueno. Snape nunca le dice a nadie, siempre le golpeo el trasero y quién andaría comentando eso! ¿Por qué no vas a practicar tu vegeteranismo o lo que sea que haces para divertirte?”

No pueden pelear, Remus se recuerda. No pueden pelear porque si Sirius muriese, James se molestaría mucho. Puede que hasta afecte negativamente sus elaborados planes para el día de San Valentín y entonces Remus sería Persona Non Grata en la casa de los Potter-Evans para siempre y nunca conocería a sus adorables bebés de pelo colorado con enormes lentes y cuestionables pañales. No pueden pelear porque Remus no pelea; Remus no pelea porque la idea de las peleas hace que su estómago haga gimnasia; Remus no pelea porque no tiene la constitución; aunque a veces la adrenalina se apodera de él y lo olvida. Eso es lo que lo preocupa. Pero no pueden pelear, Remus se recuerda. Tiene tinta en la nariz, su corazón está demasiado acelerado, la luna en alguna parte del cielo le tira las coyunturas, y no pueden pelear. Ni siquiera pueden discutir. No pueden tener un malentendido. Lo que Remus debe hacer es Joderse e Ir a Practicar su Vegeteranismo O Lo Que Sea Que Hace-más cercano a Estornudar La Tinta Por Un Mes, quizás-porque no pueden pelear. En todos sus años-incluso cuando Sirius tiró toda la ropa interior de Remus por el baño, incluso cuando Sirius le dijo a Snape todo lo que había prometido no compartir con nadie, incluso cuando Sirius estaba de lo más miserable y, por lo tanto, de lo más desagradable-nunca han peleado. Ha sido una regla muda, una constante aceptada de la vida. Remus Lupin no pelea. Otra gente pelea. Remus Lupin es una zona de no peleas. Remus Lupin es tierra neutral. Remus Lupin es Suiza. Remus Lupin se jode.

Excepto que Remus Lupin siente la explosiva y loca presión del asco, de volverse contra sí mismo, de doblarse como un papel, de ser besado y hacer nada, de ver una y mil veces las peleas entre James y Sirius y verlos estar bien por eso y resentir lo fácil que es para ellos hacer lo que sea, todo. Pelear. Besar. Es fácil para los demás pelear. Incluso en este momento, con su estómago haciendo volteretas y posiciones invertidas, Remus Lupin quiere pelear por no ser capaz de pelear.

Su labio inferior tiembla en forma independiente respecto a su labio superior.

“Pareces una niña de dos años,” dice Sirius, inútilmente.

“Bueno,” dice Remus, con una calma admirable. “Eso es. Terminamos ahora. Puedes ir a pegarle a quien quieras y espero que te castiguen por el resto de tu vida y espero que Snape te pise los dedos hasta que apunten en la dirección incorrecta. Que tengas un buen día.” Se levanta, pone el bolso en su espalda y camina por el pasillo.

“Bien!” grita Sirius tras él. “Y espero que nunca te saques la tinta de la nariz y que todo lo que comas sepa a exámenes!”



Todo lo anterior sirve para explicar la curiosa fricción que se siente en la sala común de Gryffindor unas dos horas después, cuando Remus baja las escaleras para encontrar a Sirius ya instalado ahí, con la cabeza enterrada-curiosamente-en un libro. Sirius levanta la vista y luego la baja decidido otra vez.

Remus No Va a Dejar Que Lo Moleste.

Pone sus cosas en la silla lo más lejana a la de Sirius. Que es donde se iba a sentar de todas formas. Porque no lo está molestando. Simplemente le gusta más esta silla, eso es todo. Es cómoda y de verdad le gusta ser pinchado en la nalga izquierda a cada rato por la astilla que se sale.

“Deja de moverte,” dice Sirius, serio.

No me muevo, quiere gritar Remus. Me estoy acomodando. Estoy escapando de la estúpida astilla. Estoy saltando sobre este sofá y pegándote en el ojo derecho. Remus aprieta los dientes y la mandíbula y se recuerda que los chicos como Sirius sólo quieren una reacción. Eso es lo que buscan. Eso es lo que desean. Si no lo consiguen, se alejan. Se aburren. Se distraen fácilmente. Se van a torturar a los gatitos o las babosas o bebés o cualquier otra cosa chica que no tenga defensa y se tuerza y muera y no pegue. Remus se pregunta cómo sería-sólo golpear. Sólo dejarse ir. Probablemente le rompería la cara a Sirius. Por la mitad. Es más fuerte que eso, lo sabe; puede resistir las ganas, lo sabe. Sólo no sabe si quiere hacerlo. Sí sabe que sí quiere pegarle. Es como fuego en sus venas. Quizás así es como Sirius se siente todo el tiempo, sólo que por razones mucho menos atractivas.

“Mover, mover, mover” dice Sirius. Está buscando. Suena casi desesperado por una respuesta, incapaz de diferenciar entre la atención de buena clase y la de cara rota. Remus se pregunta si sabe lo que intenta conseguir. Remus se pregunta si sabe y lo desea, un tornado terrible de rabia, un huracán de rabia de hombre lobo, una explosión de todas las arterias de Remus, la vena grande en su frente finalmente, suavemente, haciendo pop. “Moveeeeeeeeer,” dice Sirius, muy bajito.

Remus hace un sonido en su garganta como un arma nuclear. Nunca ha sido decente con los insultos. Nunca ha practicado insultos. Siempre le ha asombrado la creatividad de Sirius y la imaginación casi infinita de James. Siempre ha podido salir con un insufrible y un ridículo y luego, en un rincón de su mente pensando incontables sarcasmos, sin sutileza, que nadie entendería pero que serían deliciosos. Y justo cuando está a punto de quizás, quizás, abrir esa caja y dejar uno de ellos volar con su veneno, la puerta del retrato se abre y el Infierno se acerca.

“No, cariño, yo te levanto,” dice James, con un sonrisa tonta horrible. “Sabes que me encanta hacerlo.”

“Eres un hombre de verdad,” dice Lily-Lily, a quien Remus alguna vez respetó. Lo besa en la frente. Remus no puede evitar mirar. “Dudo que alguien te haya dicho eso. Oops! Ten cuidado-“

“Está bajo control,” dice James, galán, a pesar de estar doblado en una contorsión algo dolorosa en la que su espalda suena. “Sólo me maree un poco con el levantamiento. Oh, Dios. ¿Me acaricias los hombros, amorcito?”

“Eso depende,” susurra Lily, en el tipo de susurro que se escucha en toda la habitación-por la escuela, por el país. No hay escape. “¿Qué vas a hacer por mí?” Su mano se arrastra por su espalda.

“Bueno,” comienza James, enderezándose, y Sirius tira su pluma y grita, “¿Podrían irse a una habitación, por favor? Algunos de nosotros intentamos estudiar.” A pesar de todo, Remus se siente terriblemente agradecido.

Lily le da una mirada mortal. “¿Estudiando? Y para qué clase, dime, se necesita leer Al Revés?”

“Es para Estudios Para Asesinar A Todos Ustedes,” murmura Sirius, dando vuelta el libro con suficiente fuerza como para partirlo por la mitad. “Como sea. Cierra la maldita puerta, hay corriente.”

La atención de Remus cambia casi de inmediato, e imperceptiblemente, hasta que se da cuenta de que ya no está mirando a James y a Lily-y francamente, quién puede, excepto los completamente locos y los desesperadamente masoquistas-sino que los hombros pesados de Sirius. Remus al mismo tiempo se enoja y lo lamenta, de inmediato demasiado dispuesto a pelear y demasiado dispuesto a entender por qué Sirius actúa como actúa. O lo cree. O espera. No pelear con Sirius por tanto tiempo ha requerido una profundidad de entendimiento que Remus no tiene hasta el momento en que nota que existe.
Furioso, enojado, infantil, genial, con rabia, destructivo, atractivo, Sirius Black, quien desde el comienzo ha sido demasiado duro y demasiado encantador y demasiado inmaduro-Remus siempre ha sabido que lo entiende, pero no sabía cuánto. Es aterrador. Y de todas formas, la pelea no lo deja; la pelea sólo se anima, se abanica en las llamas, algo con más ganas de cubrir sus motivaciones. Sí, Remus se da cuenta, así es como Sirius se siente todo el tiempo. Es aterrador.

“¿Hablabas en serio cuando dijiste que soy un hombre de verdad?” pregunta James, con ganas. Ganas de verdad. Del tipo que es ridículo hasta en papel. Del tipo que hace que Remus se tuerza. Los hombros de Sirius se tuercen.

“¿Por qué?” contesta Lily, desapareciendo por las escaleras, “¿por qué no me preguntas después? ¿Cuándo estemos solos?”

James se tira tras ella, casi tropezando de nuevo y rompiéndose el cuello.

“Asqueroso,” murmura Sirius, “¿quién diablos es esta persona? No el James Potter que yo conozco, no, no creo, es como un-como un-como una cosa pegajosa con pelo horrible y-maldición!” Tira el libro al otro lado de la habitación.

Y Remus finalmente se ha hartado. Algo sobre el ruido de las páginas, el sonido del empaste, el golpe al llegar al piso-es totalmente ridículo, que deba ser el catalizador. No es que a Remus le importe el libro. Simplemente quiere que le importe el libro.

“Sólo los niños lanzan libros, Sirius,” logra decir, fríamente, antes de llegar a la puerta.

“¿Adónde vas?” llega la voz de Sirius tras él.

Remus cierra la puerta muy tranquilamente, pero preferiría dar un portazo. Sabe qué tipo de muchachos da portazos-Sirius-y qué animales rompen puertas-lobos, lobos y sus duros hombros, lobos y su desesperanza de luna llena. Es un día terrible para hacer enojar a Remus Lupin. Va a ser una noche aún más terrible.

***





***

”No podemos seguir así para siempre, sabes,” dice Lily, estirándose en la cama de James. Uno de sus calcetines ha colapsado alrededor de su tobillo. Te amo tanto que paso todo el día queriendo tirarme por el baño, James intenta no decir. “Son tan miserables. Odio hacerle esto a Remus.”

Me haces sentir como si mis entrañas estuvieran en el lugar equivocado. “Lo sé,” dice James, algo triste. “Pero lo amo. Amo lo que le hace a sus caras. Los sonidos que hacen! Y no es,” añade, mirándola rápidamente y decidiendo que ella es lo suficientemente complaciente como para arriesgarse, “como si no lo dijera en serio. Sí me gusta cuando crees que soy varonil.”

Lily se da vuelta para apoyarse de lado y levantar su cabeza. “Bueno, mantendré eso en cuenta para los tres segundos al mes cuando eso es verdad. Lo siento, no eres muy bueno con eso.” Ella bosteza; cuando sus ojos se cierran, James puede ver las pecas en sus párpados. James piensa que ha pasado su vida completa esperando ser profundamente conmovido por las pecas en los párpados de alguien.

“Escucha,” dice, “¿crees que soy asqueroso?”

“A veces,” dice Lily.

Tus pecas me hacen inútil. “Te compré un regalo,” dice James. “Confío en que no me digas que es asqueroso. Necesito guía. Necesito ser entrenado.”

“Es cierto,” concuerda Lily. “Pero te tengo cariño. Alégrate. Los regalos de San Valentín son difíciles y de verdad lo intentas. Es bastante tierno, la verdad. Aunque no es muy varonil.”

“Es difícil ser varonil con corazones y querubines,” suspira James. “Intento lo mejor que puedo pero todo es rosado y tiene lazos.”

“James,” dice Lily. “¿Me compraste algo rosado con lazos?”

“Uh.” James toma nota en su mente que la segunda parte de su regalo debe ser quemada para que no quede evidencia de su existencia. “Ya no.”

“Entonces haré lo que pueda contigo,” contesta Lily. “Entrenamiento, digo. Siempre he querido entrenar a un muchacho. Quizás hasta pueda enseñarte a ser varonil.”

Si alguien puede, esa eres tu. La parte terrible es que es cierto. Lily Evans es más varonil que James podría esperar ser. Sabe que debería odiarla por ello, o al menos tenerle miedo, pero no pasa ninguna de las dos. Sólo es una pila confusa de asombro y adoración, lo que se resume en sentirse como un persona hecha de budín. Es como si saliera medio formado y medio horneado de un molde. Se derrite al lado de Lily. “Es un regalo terrible,” admite. “Debería tirarlo a la basura.”

Lily pasa sus dedos por el cabello de James y tira su cabeza hacia atrás con una irritación afectuosa. “Bueno, dámelo primero y déjame decidir si debe ser desechado. Eres terrible con todo este asunto. Es como enseñarle a un mono a no tirar su caca.”

“Agh,” dice James. “Lo sé. Bueno.” Rueda por la cama hacia el piso, lo que vale la pena, porque si se hubiese sentado significarían tres nano segundos en los que él y Lily no se hubiesen estado tocando. “Es, um. Claro.” Busca bajo la cama, esperando sin esperanza que haya sido comido por una de las agresivas criaturas del polvo; pero, lamentablemente, ahí está, inútilmente inadecuado y envuelto en papel rosado que se mueve como el código Morse de la incompetencia contra sus dedos.

“Toma. No te atrevas a reírte, porque me costó mucho, para que sepas. Quería darte algo chico para dormir pero pensé que me sacarías los ojos y sé que los chocolates son-chocolates, ya sabes, así que-no sé. Como que me di por vencido. Aquí está tu regalo.” Con el tiempo, puede que me perdones.

“Dámelo,” dice Lily, imperiosamente, y rompe el papel como un niño de dos años hambriento más que un perfección de pelo rojo. James toma valor, cierra los ojos, y espera por el tirón de orejas.

No llega. Abre un ojo, con cuidado. Lily se ha puesto rosada-más rosada de lo usual-y está mirando la cajita con una expresión similar a la de los Bateadores con la pelota entre los ojos. Se acabó. Todo se acabó. Su amor breve, confuso y meloso; el único día de los Enamorados de la historia que no ha sido una farsa horrible; la patética y, hasta la aparición de Lily Evans, completamente inútil vida de James.

“No,” dice James, desesperado. “No digas nada. Lo lamento. Son horribles, cierto. Ni siquiera usas aros. Es peor que ese lugar donde fuimos a esa horrible cita, con los querubines. Oh, Dios, no es mi culpa.”

“Oh,” dice Lily. Suena algo frántica. “Oh. No puedes. Pero lo hiciste, James, es-O sea, me gustaría burlarme de ti, sabes que sí, pero-“

“Oh, Dios Mío,” susurra James, entendiendo como el sol sobre los paisajes pegajosos de su cerebro. “Te gusta! No puedo creerlo!”

“Son hermosos.” Lily lo mira como si le fuesen a salir tentáculos de los ojos. “¿Cómo pudiste hacerme esto? Se suponía que iba a ser terrible y que te tiraría las orejas, pero es adorable. Hacen juego con mis ojos, James.”

“Sí eres una chica!” grita James, confundido entre la alegría y la sorpresa. “Bajo todo, te gustan las cosas de chicas! Mírate! Te di justo en las partes de niña! Soy un novio maravilloso. Soy un campeón. Soy el rey del mundo!”

“Te estás ganando un puñete en la boca, eso es,” dice Lily, pero sus pómulos y sus ojos brillan.

“Vamos,” dice James, “admítelo. Soy varonil.”

“No,” contesta Lily. “Tengo mi orgullo.” Sostiene los aros en el aire. Se mueven, brillantes en la luz, junto a su mejilla, su barbilla. Hace que sus pecas se vean más vibrantes y atractivas, lo que James jura no debería ser posible. Ciertamente, estos no son los pensamientos de un joven sano que tiene sus prioridades en orden. Moriría por esas pecas. Un día probablemente lo haré. Y todo lo que significa es que esta chica ha pasado demasiado tiempo bajo el sol. “Pero lo hiciste, James. Quiero decir, de verdad lo hiciste. ¿Tienes idea de lo problemático que es esto?”

James pestañea. “Lo-espera, ¿qué? No entiendo. Pensé que-hacen juego con tus ojos!”

“Hacen juego con mis ojos,” concuerda Lily. Cuando lo besa, James no tiene tiempo para pedir más explicaciones. Y entonces, entiende. Como caer de su escoba y atrapar la Snitch dorada, luego caer al suelo con fuerza por haber estado tan arriba. Como ser tirado por el baño y salir, mojado y asqueroso, en medio de los archivos privados de Filch. Es como todo eso en el sentido que es todo lo que James sabe-y al mismo tiempo James sabe que es más de lo que sus enclenques sensibilidades pueden explicar. James entiende y problemático es exactamente la palabra correcta.

***



Tomada por accidente antes de que Prongs tuviera control de donde pisaba. Resultado: Una foto. Una cámara aplastada.

***

Padfoot se pasea, adelante y atrás, sintiendo la extraña ausencia de la Manada. No hay nada inseguro aquí, nada que no pueda alejar, pero lo solitario bajo el olor amplio y salvaje de la noche no es familiar, no es cómodo. Hay cierta dureza, un desequilibrio que no le gusta y cuando el primer aullido llega, sus pies no vuelan naturalmente para encontrarlo como siempre lo hacen. Tiene que dar vuelta, dudoso, forzarse a voltear, una extraña capa humana sobre el instinto, justo para caminar hacia la vieja cabaña y el aroma metálico del lobo.

Y es, claro, la capa humana la que lo hace dudar. Una parte de ella es una advertencia básica, pequeños mordiscos de viejos cuentos y de susurros en una oscuridad juvenil. Poco a poco el miedo lo invade, un miedo extraño que nunca ha sentido antes, el miedo a la oscuridad, el miedo a la soledad, el miedo al bosque desierto y el miedo también al lobo fantástico que... Y otra parte es personal, un pequeño enganche entre las costillas, donde la carne y el cuerpo y el corazón se unen, y todo es terriblemente débil. Padfoot escucha el pasto cansado bajo sus patas. Luego, cuando el segundo aullido llega, va a él.
Sirius, corriendo bajo la mente de Padfoot como la corriente en el agua, aún está enojado. Eso es lo peor. No puedes darte el lujo de estar enojado; hace que tu mente suene demasiado fuerte. Las cosas se confunden. Los perros no entienden el enojo, no más de lo que entienden los celos o la traición o la hipocresía o cualquiera de esas emociones humanas que Sirius no puede dejar de sentir. Hace que las cosas se muevan, hace que sus pies se confundan y que su nariz pique y que esté en otra frecuencia que el resto de su cerebro y hace difícil seguir los aromas familiares; tiene que compartir su instinto con sus ojos y sus oídos, y a Padfoot no le gusta eso, y a Sirius tampoco, y todo es un enredo y está tan ocupado estando enojado por el hecho de estar enojado que corre directo hacia la puerta y se lastima la nariz.

Esto sólo lo hace enojar más. Ese es el problema con el enojo; a menudo sólo te lleva a estar más enojado, y más enojado después de eso, hasta que todo el día se ha arruinado. Se enoja cuando se da cuenta que se está enojando-no es que sepa cómo eso funciona, pero lo hace, y convierte en un enredo las cosas. Estornudando y gruñendo frente a la puerta, que tiene toda la culpa, Padfoot se sacude el polvo del hocico y entra a la Casa. Bajo él, el piso cruje-¿más de lo usual? ¿O es sólo porque es el único que lo escucha crujir; y eso siempre hace que parezca más fuerte?

Crujiiiiiiiiiiiiiiiiiido. Padfoot trota por las escaleras y huele y trata de saborear la combinación de aromas, de madera y tiempo y temor y lobo sobre él, tierra abajo, árboles moviéndose, animales pequeños escondidos, pero hay demasiado de Sirius en él para sentir nada más que asco. Estornuda otra vez. Qué desperdicio de noche. Para Padfoot, eso nunca pasa. Para los perros, las noches nunca son un desperdicio. ¿Para la gente? Las noches se desperdician todo el tiempo. Padfoot deja salir su aliento caliente al aire frío. Lo intenta. Lo intenta mucho. Hasta piensa en las pulgas.

No hay caso. Todo lo que puede pensar es en estar enojado, en desperdiciar una noche, en odiar la luna por llenarse en el peor momento. Desde arriba llega el aullido otra vez, lobo puro, nunca nada más que lobo; y Sirius toma un momento para odiarlo por eso, también, por siempre ser sólo una cosa o sólo la otra. Fuerte llega el olor y Padfoot se arrastra hacia él, sintiéndose pesado, domado.

El lobo se azota contra la puerta, una, dos veces, sacudiendo la madera bajo los pies de Padfoot. Por un momento loco, no Sirius de verdad, no Padfoot de verdad, considera irse, dejarlo dar contra las paredes toda la noche. Dejar el peligro y los olores extraños y correr, dejando la mente que lo confunde y sólo dejarse ser un muchacho taimado otra vez, que es lo que realmente quiere.

Pero la cara de Remus-todo muchacho, todo desaprobador-pasa sobre él, como una conciencia cómica. O quizás ni siquiera eso, sólo una nariz grande y labios apretados y un ceño fruncido y un poco de tristeza sobre su boca, su nariz, sus mejillas. Remus no lo hace a propósito. Eso es todo. Remus ni siquiera sabe que lo hace y Sirius ni siquiera sabe lo que es, así que entre los dos, verás, se golpean en la oscuridad, enojándose más y más y no yendo a ninguna parte. Sirius gruñe otra vez, bajo pero más fuerte, y el sonido del lobo sacudiendo los cimientos de la Casa se detienen. El aullido para. Sólo hay silencio y la sensación de alientos pesados sobre un hocico mojado.

Padfoot no se va. Padfoot escucha la respiración al otro lado de la puerta y bajo la escalera deformada. Sube otros peldaños, y otros más, deteniéndose y oliendo el aire. Huele diferente. Enojado. O puede estar pensando enojado y traduciendo todo como enojado. O puede estar pretendiendo, como siempre pretende, que el mundo se mueve bajo cada torbellino y punzada de Sirius Black. Puede que no haya nada de enojo. Puede que haya sólo media memoria, acechando.

De un país distante ha venido, en el filo del tiempo, un mensaje que me sacó del peligro del sueño en la nieve y las garras del lobo.

Cuando la puerta se sale de sus bisagras y el lobo salta sobre él, Padfoot está apenas preparado.

Pero apenas sigue siendo mejor que nada. Padfoot rueda, salta sobre sus patas, sorprendido ahora y más enojado y cansado, el dolor en su hombro. El lobo se levanta lentamente, las garras afuera, dientes filudos destapados, y sus ojos dorados en la luz de la luna. Esto no es lo que la Manada hace, así no es como funcionan las cosas, las marcas de las garras del lobo en su hombro y sus colmillos amarillos brillando, y Sirius lo odia, repentina y violentamente, más de lo que puede recordar odiar a nadie.

Hay demasiado que reconciliar, muchacho y hombre lobo, amigo y Remus, todo el tiempo. No es sólo en las noches cuando la luna confunde a la locura; no es sólo durante discusiones o no discusiones. Es
todo el maldito tiempo. Algo-sorpresa, dolor, un dolor creciente, balance y no balance-se prende entre ellos.

Pelean como animales, como los muchachos no pueden, haciendo que la Casa se sacuda y se fuerzan a alejarse a ratos para respirar y lamer sus heridas y jugar la distancia entre medio. Cuando saltan el uno hacia el otro de nuevo es con gruñidos y el quejido bajo de los dientes del lobo, la batalla dura de patas delanteras y traseras, una batalla retorcida no por algo tan simple como el dominio. Es para ganar. Es demasiado complicado, demasiado complicado. La espalda de Padfoot golpea el suelo una y otra vez; el lobo es demasiado grande y demasiado terrible y demasiado fuerte. Y siente sus uñas clavar la panza del lobo incluso cuando siente al lobo tirarlo de espalda; y luego patea al lobo; y todo comienza de nuevo. No pueden hacer esto para siempre, pero van a hacer esto para siempre. O hasta que los dos se cansen. O hasta que la noche de paso a la mañana.

Sirius despierta desnudo y adolorido, lo que no es exactamente una experiencia nueva, pero también está en el piso, con astillas en sus codos y polvo en el cabello y ninguna excusa cerca. Se levanta hasta apoyarse sobre sus codos y tose, dolorosamente.

“Ow,” dice, a nadie, y luego, un poco más fuerte, “maldito ow! --- ahhh-“ al poner su peso accidentalmente en el muslo equivocado, el que, acaba de descubrir, está cubierto en una alfombra de moretones amarillentos y tres largos rasguños que van a dar a la rodilla.

“Cristo,” dice, levemente sorprendido. Es bastante alarmante, esta herida. Se ve, francamente, como si hubiese quedado atrapado en una enorme prensa de queso. Ese es el problema con este tipo de heridas-siempre se ven algo raras, como si alguien en la noche hubiese intentando convertirlo en una salchicha. Le quita la mitad del peligro a las cicatrices. La otra mitad desaparece cuando cuentas la verdadera historia tras ellas-nunca es “Fue cuando pelee con ratas gigantes” o “fue cuando el estante de los libros se cayó sobre mí porque tiré mis calzoncillos tras él.” Y claro que la vez que peleas con un hombre lobo, es una historia que no puedes contar. Toca con su pulgar uno de los moretones, dejando salir una expresión de dolor. Tienen la forma-distorsionada y estirada-de una pata gigante.
Sirius sacude su cabeza, recordando la noche como un mal sueño, un mal examen, una mala cena con sus parientes. Se siente demasiado real por demasiado tiempo después. Esta vez, tiene las heridas de guerra para probar que fue real.

“Nnaugh,” gime alguien en la esquina, sonando como Sirius se siente. Entonces, un crujido y una serie de golpes seguidos otro “nnugh,” más patético.

Sirius se levanta, sintiendo el temblor y el tirón en sus brazos, y logra ponerse de pie. “Oye, Moony, ¿estás bien?”

“No,” dice el alguien, en un tono de agonía insoportable, “por favor no. Hablas como una sirena, de verdad es increíble. Augh.”

Sirius se abre camino por el piso, a través de agujeros en las tablas y paredes y los muebles rotos. El sol pasa a través de las paredes, dibujando barras amarillas en la habitación, como una jaula, y luego un montón de escombros cerca de los pies de Sirius se estira y dice, apenas, “Quiero morir.”

Sirius piensa en las posibles respuestas-todas listas, elocuentes, increíblemente medulares-al comentario de Remus que es, francamente, sin par. Como que conociste la prensa de queso es uno, y Pareces una salchicha es otro. Tras eso, en todo caso, aparece una burbuja de asombro: ¿Yo te hice eso?, y ¿Tu me hiciste eso? Remus-el montón de gruñidos sin movimiento-tiene heridas grandes del largo de sus antebrazos y muslos y sangre en el cabello además de polvo y una astilla en la parte de atrás de una rodilla y moretones en todas partes. Sí parece una salchicha, toda manchada y desconfiable. Sirius baja la vista hasta sus palmas, al recuerdo gris de sus patas.

“Ya te ves como muerto,” dice Sirius, arrodillándose a su lado.

“No me siento muerto,” contesta Remus. “Quiero sentirme muerto para no sentirme casi muerto.”

“Tienes una astilla del porte de un pony en tu pierna,” dice Sirius.

“Entonces eso es eso,” murmura Remus. “No estaba seguro.”

“¿Qué pensabas que eran las posibilidades,” pregunta Sirius, rindiéndose en el esfuerzo de quedarse derecho y colapsando sobre el piso, “de que fuera un pony de verdad? ¿Un árbol? ¿Parte de la casa?”

“Tus dientes,” dice Remus, “permanentemente pegados a mi tibia, como una lapa-oh, Dios.” Se sienta de repente, la cara sin color. “Oh Dios, yo no-“ Luce extraño, asimétrico, su pecho desnudo y su estómago pálido y su cabello sucio sobre un ojo. Por un momento, Sirius se siente enfermo y sin peso, un terror distante llenando su garganta.

“No lo hice,” insiste Remus, sus manos colgando inútilmente en el aire. “Nosotros. Tu-- ¿pero como pude no hacerlo?”

“No lo sé,” dice Sirius, apenas, después de un momento. “¿Cómo sabría... uno?”

Remus lo toma de los hombros con manos sorprendentemente fuertes, los dedos ásperos y helados y secos, pero no lo sacude. Sus dedos fuertes como diez tornillos pequeños. “Porque eras un perro,” dice Remus, “por favor, porque eras Padfoot-porque no funciona así-cierto?”

“No me siento diferente,” Sirius intenta asegurarle.

“Yo tampoco, al principio,” dice Remus. Sus dedos caen; acaricia a Sirius, intentando evitar los moretones. Claro que cae, porque Sirius es un moretón enorme, pero Sirius aprieta los dientes e intenta no hacer sonidos de dolor. “Te sientes como un muchacho,” murmura Remus. “Eso es todo, tu-te sientes como un muchacho.”

“Tu también,” aclara Sirius y desea de inmediato no haberlo dicho. “No, no es lo que quise decir. O sea-bueno, no voy a decir cuán malo puede ser, eso sería-bueno, no lo haré-pero no creo que lo sea. ¿Entiendes? La primera vez-la primera vez que fui Padfoot-creo que me mordiste entonces y estuvo bien.” Alivio lo llena, cálido y maravilloso. “Hasta tuve la marca por semanas, Moony, y todos hacían comentarios de cómo era un perro astuto y luego tu dijiste ‘no lo suficiente’ y todos nos reímos. Ves, está bien. Está bien.” Le saca madera del pelo a Remus, inseguro de qué hacer con sus manos. “Lo ves,” repite, “Remus, Moony, está bien.”

“Está bien,” repite Remus, sonando impresionado y furioso y completamente demasiado como de catorce años y antes que la naturaleza lo convirtiera en hombre, “está bien estúpido idiota?”

“Te salió un gallito,” Sirius necesita decir. “Mira, también me dio miedo, pero está bien, dije que estaba bien, sólo..” Sus nudillos tocan el hombro de Remus, el que está helado; Sirius salta y recupera su mano.

“Qué,” pregunta Remus, poniéndose cada vez más tenso, “¿qué?”

“Nada,” dice Sirius. “Me diste la ley del hielo-¿entiendes?-jaja. ¿Te das cuenta de que peleamos?”

“Dudo que lo olvide este mes,” dice Remus, relajándose apenas y haciendo una mueca de dolor cuando su palma toca el piso.

“Mentira,” dice Sirius. “Hombre lobo. Puedo ver esos moretones desapareciendo ya. Mientras que yo, oh Dios yo saltaré en una pierna hasta que llegue a los veinte. El punto es, tuvimos una pelea!” Siempre se ha preguntado cómo sería, Remus peleando, y se imaginaba que comenzaría con mucha onda y en un estilo medio kung-fu y luego al final habría mucho caerse y tirarse el uno sobre el otro. De verdad no pensó que no recordaría lo que había pasado. “Nosotros no peleamos.”

“Estoy tan sorprendido como tu,” murmura Remus, examinando sus palmas rotas y cuidadosamente no mirando a Sirius.

“¿No te vas a poner todo raro al respecto, verdad?” pregunta Sirius. “¿No te vas a avergonzar o molestar o escribir en tu diario y preguntarte qué significa y lo que estoy sintiendo, cierto?”

“No seas estúpido,” murmura Remus. “Voy a sanar y tu vas a saltar en una pierna hasta que llegues a los veinte. Hay una diferencia. Podría-pensamos por un minuto que había-no es una pelea, Sirius, fue intentar sacarnos los ojos.”

“Nunca te dirigiste a los ojos,” dice Sirius. “Muerdes bajo el cinturón, aparentemente. ¿Quién lo sabría?”

“Sirius,” advierte Remus, antes de detenerse a pensar en el asunto. No es su primera pelea, no puede ser. Y Sirius siempre pelea con todo el mundo, porque hay algo malo con todo en su cerebro. Pero esto no es una pelea-hubo razones humanas para ello, y reacciones animales. Remus no funciona así. Es demasiado peligroso. “Sí peleamos,” concede, finalmente. “No lo recuerdo. ¿Gané?”

“Sí, ganaste, eres como quince kilos de hierro, claro que ganaste. No me estás mirando, Lupin.” Sirius frunce el ceño. “Sí vas a escribir en tu diario sobre esto y preguntarte lo que significa y por qué estás tan confundido! Lo harás!”

“Ciertamente no,” contesta Remus. “Escribiré en mi diario sobre lo que quiera y quizás se enfocará más en por qué estás desnudo tan seguido cuando no tienes que estarlo.” Eso es, pensándolo bien, algo que quizás no debió decir, pero Sirius en su bendita distracción parece obviarlo.

“Tuvimos una pelea, Moony,” dice Sirius. “Deberíamos comer pastel y celebrar. Se siente-se siente-- ¿sabes cómo me siento? Me siento bien. Estuve así de cerca de pegarte en la cabeza con dos libros, sabes. Si hubiese tenido pulgares opuestos, claro, y hubiese podido sostener un libro.”

“No hubiese desperdiciado los libros en ti,” admite Remus, “pero creo que entiendo lo que quieres decir.”

“No necesitabas los libros,” dice Sirius, “le pegabas a mi cabeza con tus enormes patas como-como un maldito lobo peleando con un cachorro, o sea, exactamente lo que era. El punto es, lo hice bastante bien bajo las circunstancias. O sea, por el amor de Dios, sigo vivo!”

“Es sorprendente,” acuerda Remus. “Mira, por nuestro bien, ¿te molestaría mucho ponerte pantalones? ¿O un tapete o algo?”

“Pateas, esa es la cosa,” dice Sirius, siguiendo con su tema. “Es completamente innecesario, porque tienes garras como cuchillos, pero pateas. Piensa en eso. Fue todo lo que pude hacer para evitar que terminaras con la Casa de los Black para siempre.” Con algo de esfuerzo, toma la pequeña alfombra de debajo de la mesa y la pone alrededor de su cintura. “¿Qué crees? ¿Apropiado para el scion?” Se voltea, modela un poco, la alisa. Es púrpura. Es un buen color para él. Combina con los moretones.

“¿Y Regulus?”

Sirius se ríe. “Gay como una mariposa. No llegarán nietos por esa dirección, no creo. ¿Quieres pastel? Creo que quiero pastel.”

“¿Alguna vez en tu vida no has querido pastel?” gruñe Remus, levantándose con ayuda de la pared. “Agh. Pásame ese mantel.”

“Qué par hacemos,” dice Sirius, tirando el mantel. Remus, lo pone sobre sus hombros y se enrolla en él. “Sus Majestades, el Rey Alfombra y su consorte, la Dama Mantel-“

“No veo por qué tengo que ser el consorte,” interrumpe Remus, doblando con cuidado una esquina para dejarlo como una toga. “Tu tienes cabello de consorte. Prácticamente eres Lady Godiva.”

“Sabes que me pongo pelucón a mitad de año,” dice Sirius, sonando herido. “Te pediría que lo cortaras pero no confío en ti con Tijeras. Me pateaste.”

“Lo merecías.”

“Oh, si? ¿Cómo lo merecía, exactamente? Malditas garras gigantes!”

“Has estado insoportable por meses.”

“Eso es-como si yo-eres tu! Tu has estado insoportable por meses!”

“Eso es porque tu te pusiste insoportable primero.” Remus se da vuelta, intentando ver la astilla que gradualmente intenta darle gangrena. “Como esta astilla. Sólo-meneo, meneo, pega, pega, sólo-ya sabes, tu.”

“Te saqué el idioma Inglés de la cabeza,” dice Sirius. “No puedo creerlo. Debo ser más fuerte de lo que pensé.”

“Y más insoportable de lo que pensaste,” le recuerda Remus. “Eres un muy mal juez de ti mismo.”

“Espera un poco,” protesta Sirius. “No he sido tan malo. No peor de lo usual.”

“He contemplado el asesinato. Siempre es,” Remus hace movimientos vagos, odiando su falta de aptitud para la expresión física, “ya sabes, tu siendo-amurrado, taimado e incómodo, y hasta cuando no es incómodo es incómodo, y ahora con Lily y tu no siendo la mejor chica de James, es atroz, Sirius, es insoportable.”

Sirius frunce el ceño de nuevo. “¿Entonces de eso se trata todo esto? Pudiste haber dicho algo, sabes.”

Remus gruñe. “Sirius, te habrías reído de mí de aquí al baño y no hubieses parado hasta la graduación. Es injusto. Si yo fuera James pondría ranas en tus calzoncillos pero aunque eso resuelve las cosas para James significa que tendré ranas en mis calzoncillos y eso es lo último que necesito; no es una solución para nada.” Remus aprieta los labios. Sus hombros tiemblan.

“Vamos,” dice Sirius. “Dilo.”

“Has estado insoportable por meses,” repite Remus.

“Tu reacción fue peor,” murmura Sirius. “Fue como lidiar con Remus Lupin, de doce años, de nuevo. Como dije, cabeza, libro, tentación, tan difícil de resistir.” Pausa. “Pero ya no estoy enojado contigo. Divertido, no.”

“Divertido,” dice Remus.

“Perfectamente explicable, en mi opinión,” dice Sirius, seguro. “Sabes. Cuando le sacas el aire a alguien, de pronto su presencia se puede tolerar mucho más. En esto se basa toda mi relación con Severus Snape. Mira, soy un idiota. Pensé que sabías eso cuando comenzamos a ser amigos.”

“Lo sabía,” admite Remus. “Pero no tenía idea de cuánto-el punto es, lo siento.”

“No lo sientes,” dice Sirius, de repente. Remus lo mira. Sirius lo está mirando con cuidado, ojos oscuros ilegibles. “De verdad no. Es maravilloso. Has querido hacer eso por siglos. Yo también,” y un segundo después, “pero siempre le ando pegando a la gente. Entonces. Esa no es una disculpa, por si acaso, por si querías que lo fuera.”

“Uno de nosotros tiene que lamentarlo,” dice Remus, perplejo.

“No sé si eso sea verdad,” dice Sirius, ofreciendo una mano. “Vamos. No puedes apoyarte en esa pared para siempre. Arriba.”

“No, yo lo lamento,” insiste Remus, tomando la mano y levantándose. Gelatinoso. Se siente muy gelatinoso. “Lamento no haberte pegado antes, para ahorrarnos el problema de esperar que pasara.”

“Eso es más sincero,” dice Sirius. “Lo acepto. Pero no te voy a decir que yo lo lamento porque disculparme por ser encantador no tiene asunto, no?”

“Puede ser más necesario de lo que crees,” murmura Remus, pero en buena.

“Nunca me disculpo con James, ves,” explica Sirius. “Así no es como pelear funciona.”

“Yo no soy James,” aclara Remus.

“Cierto. James pega como una chica. Tu no. Siempre pensé que sería alrevés. Los dos tenemos profundidades escondidas.” Sirius pasa un brazo alrededor de los hombros de Remus y se inclina con fuerza
hacia él. “Diría que aprendimos nuestra lección, no? Siempre peguémonos antes de que explotemos. Nunca cometeremos ese error de nuevo.”

“¿No crees que deberíamos considerar por qué queríamos pegarnos con tantas ganas?” pregunta Remus, cansado. “Podría, ya sabes, resolver problemas futuros antes de que empiecen.”

“Aburrido,” dice Sirius. “¿Qué conquistaremos después?”

“La enfermería,” sugiere Remus. “Puedes hacer que un chico de primero te traiga pastel para celebrar.”

“Creo,” dice Sirius algo tembloroso, “que con el movimiento he determinado que pastel no es la mejor idea. Con mis intestinos, ya sabes, en nudos. Creo que me voy a desmayar.”

“No,” pide Remus, pasando otro brazo bajo su hombro. “Oh Dios. Me vas a hacer caer contigo, y quién sabe si podré volver a levantarme?”

“Cállate,” dice Sirius, “me liciaste. Liciador. Cuidado con la alfombra, ahí, es precaria.”

“Que Dios nos ayude de volver a lo del pato,” murmura Remus, arreglando su brazo. “Ha sido un año muy raro.”

“Y promete ponerse más raro,” concuerda Sirius. “¿Crees que si estamos convalecientes no tengamos que ver a Evans y a James intercambiando regalos asquerosos y babeando en sus respectivas caras?”

“Lo dudo,” dice Remus. “La baba es omnipresente.”

“Hnggh,” gruñe Sirius.

“Lo sé,” dice Remus, sintiéndose negro. “Como sea, hacemos un buen par.”

“Al menos no te abro la puerta o paso cada minuto de mi vida acariciándote la mejilla o tu lindo cabello. O lamiéndote la cara como si fueras helado.” Sirius intenta reírse pero le duele. “O quizás no fue tan divertido, considerando-no importa, ya vamos. A la enfermería. A la bendita medicación.”

Remus nunca le dice a Sirius que casi todo el camino es él el que lo va apoyando.

***

Madam Pomfrey está acostumbrada a los extraños ires y venires de Sirius Black, Remus Lupin, James Potter y Peter Pettigrew; semanalmente hay alguna combinación de uno de los cuatro llegando con terribles ampollas que tienen dientes o bigotes en lugares inexplicables o brazos extras y algo por el estilo. Gryffindors serán Gryffindors, se dice ella, y reúne el número apropiado de camas, y sueña con los viejos tiempos cuando las ampollas sólo tenían ojos. Hoy son dos camas y es sorprendentemente temprano y se supone que iba a buscar a Remus ella misma-lo que es un poco más inquietante.

“Ahora, dime de nuevo,” dice ella, esforzándose por sonar aseguradora, “¿hicieron qué?”

“Me tiró de un edificio,” contesta Black suavemente. “Terrible, terrible. No quiero meterlo en problemas, sabe, pero, ahí está.”

“Esas parecen garras,” dice Madam Pomfrey. No se ven como marcas de garras, son marcas de garras. Poppy Monfrey no nació ayer. Mira a Remus con ojos que demandan que diga la verdad, pero se ha puesto levemente rosado y examina el techo con gran interés.

“Esas serían por los perros,” dice Black, no perdiéndose una. “Criaturas horribles, probablemente Grubby-Plank los cría, debería investigar eso, alguien podría salir lastimado.”

“Ustedes tuvieron una pelea,” repite Poppy. Se siente algo tonta, pero estos muchachos son suficiente para hacer que la misma Helga se ponga histérica, y eso es cuando no están peleando. Pondría a prueba la paciencia de cualquiera. Prácticamente puede sentir las canas apareciendo en su cabello. “Remus Black y-Remus Lupin y Sirius Black.” Remus Lupin no parece bien. Especialmente no con sus amigos. Prácticamente el único modo en que no se ha herido. “¿Estás seguro de que fueron los dos?”

“Oh sí,” dice Black con demasiada alegría. “Gran pelea. Fui a buscarlo en la mañana y estaba todo desnudo, por alguna razón, y me atacó. Avergonzado, espero. Debió verlo. Pelo y sangre por todos lados y ni un pantalón a la vista. Confidencialmente, creo que ha estado bebiendo.”

Poppy cambia la táctica. “Remus, apenas tienes un rasguño.” Usualmente, es más seguro dirigirse a Lupin, quien al menos tiene el sentido que Dios le dio a las manzanas verdes. “¿Me estás diciendo que estuvieron en la misma pelea?” Él sana rápido, no es necesario decirlo, obviamente, pobre muchacho, con su condición, pero seguramente no tan rápido. Tendrían que haber terminado hace unas seis horas, lo que sería durante la noche, y si pelearon durante la noche... Remus murmura algo en su almohada de enfermería. “Habla claro, querido,” dice Poppy, “lo que sea, sólo dilo para que podamos escucharlo, eso es.”

“Sirius Black pelea como niña,” murmura Remus, pero se escucha. Levanta su cabeza. “Todo fue correr y gritos y tropezarse al segundo que fui tras él.” Sirius se sobresalta. Madam Pomfrey también. Hay un silencio algo incómodo. “Se cayó de sus pantalones,” dice Remus, sintiéndose algo más valiente. “No estoy seguro de cual fue su estrategia, exactamente-cegarme con desnudez o convertirme en piedra o lo que sea-pero, ahí está. Eh. Así es como pasó, digo.”

“Pelea como niña, eh?” sisea Sirius, pero luce inesperadamente orgulloso.

“Bueno,” dice Poppy, “bueno, bueno,” un par de veces más, intentando entender la situación. “Bueno, si estás seguro de que nada...” Pausa. “Nada peligroso pasó?”

“No mentiría sobre algo así,” le asegura Remus.

“Me atacó,” dispara Sirius. “Debería estar encerrado. Tirar la llave lejos. Quitarle sus privilegios en la biblioteca. Ya sabe, lo usual. Seguridad Máxima, también.”

“Ya veremos,” le asegura Madam Pomfrey, levantando las cejas. “Ahora bebe, eso es, y no te levantes-no andes-- buscando gente a esa hora de nuevo, está claro? Cosas peligrosas podrían pasar! Muy peligrosas.”

“Muy peligrosas,” repite Sirius, como si la mantequilla no se derritiera.

Poppy lo mira por un rato, con fuerza, buscando mientras beben de su Cura Gryffindor hecha en casa-cura cortes, rasguños, heridas y especialmente, ojos morados en no más de veinticuatro horas. No están diciendo la verdad, eso es seguro. Pero no es algo que preocupe si lo que intentan cubrir no es-bueno, algo terrible. Y Remus Lupin no mentiría sobre algo así, pobre muchacho; oh, no. Es un buen muchacho. Pobrecito.

“Gracias, Madam Pomfrey,” dice Sirius, ofreciendo de vuelta su vaso. “Yum. Le puso algo de calabaza, no.”

“Mm,” dice Poppy, antes de irse. “Supongo que sí.”

***

DIARIO DE REMUS LUPIN

Sirius y yo tuvimos una pelea.
Me pregunto lo que significa y qué está sintiendo.
Se sintió bien. Regalo atrasado de Navidad. Genial.
--RL.

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