Abgrund
No podía. Por más que trataba no podía…
-¡Cuida tus modales!
Miró el balde, abollado de tantas veces que se lo colocó en la cabeza para golpearlo y evitar lesionarse a sí mismo.
-No importa… Porque siempre vienes a salvarme…
Pasó por la habitación de Liechtenstein, que dormía profundamente. Sonrió para sus adentros, era una pequeña inocente pero de gran corazón.
-¡N-No digas esas cosas!
Entró al estudio que tenía para hacer cuentas y leer los papeles que su jefe le dejaba, cuidando minuciosamente de no mezclarlos y de controlar los bancos.
-No… No viniste… Francia me ha tomado y tú…
Destrozó el papel donde había hecho las cuentas, dándole una patada a la papelera que tenía al lado. Se golpeó la cabeza contra el borde de la mesa, clavando las uñas en la madera.
-¿Pensabas que un señorito como él vendría? Me sorprende que alguien tan fuerte e inteligente como tú creyera una tontería así…
Volvió a armar las cuentas, alejando todos esos fragmentos de su vida de la cabeza. Sin embargo una melodía suave, con pequeños errores al ser tocada por primera vez, se ancló a su mente.
-Hah… Hah… Eres igual de terco que tus cabras pero tu piel es más suave que la de ellas…
Y soltó una maldición en alemán-suizo, otra en italiano, una más fuerte en francés y luego se quedó callado, mirando los papeles perfectamente ordenados. Jamás maldeciría en romanche, era la única lengua que le quedaba como propia (no, los hermanos vecinos no contaban en ese momento) y no iba a mancillarla como había hecho con los otros.
Sí, se adjudicaba la culpa de lo que había pasado. Pero trataba de remediarlo con la pequeña nación a la que cuidaba, alejándose de todos sin llegar a aislarse completamente.
-Sólo acepto tu invitación para ahorrar.
El piano seguía sonando, se levantó y tiró todos los papeles, jadeando. Rodeó el mueble, notando como los números resaltaban. Nombres de bancos, cifras de dinero, fechas y códigos de cajas…
-¡N-No lo haré, eres pequeño para eso…!
-¿Eh? Por favor Eidgenossenschaft… Es un beso ¿O no? No puede pasar nada malo.
Cerró los ojos, repitiendo mentalmente un “Bórrate, no sigas, no sigas”.
El contacto fue torpe, ya que él sólo lo había visto contadas veces, su deber de proteger lo que le pertenece (y lo que no, también) lo mantenía muy ocupado y alejado de su pueblo. Después de unos pocos segundos se separaron, uno con los ojos brillantes y el otro mirando al árbol en el que el pequeño se apoyaba.
-Hah… Eidgenossenschaft… -No pudo continuar ya que recibió un jalón en el pelo y soltó un quejido.
-¡I-Idiot! ¿Cuántas veces tengo que decirte que me llames por mi nombre…? -Preguntó el rubio, sonrojado.
-Lo siento Vash… Gracias. Pero… Se sintió raro.
-Hn… -El muchacho miró a otro lado, la imagen del austriaco ruborizado y jadeando le provocaba una especie de vacío y retortijón en el estómago. -No digas nada de esto ¿Está bien?
-¡Sí!
Apareció de nuevo ese vacío y retortijón, pero era muy distinto al de ese entonces. El de aquel lejano momento hacía que sus ganas de volver a besarlo y abrazarlo fueran más fuertes, el que sentía en ese instante…
-Igual al que sentí cuando Francia llegó casi de improviso.
Sí, ese vacío de cuando te sabes traicionado, abandonado e incluso humillado.
-Tú culpa, eso es.
-¡Yo no elegí estar con España! Además… Es lo más conveniente…
-Eres un cobarde ¿Sabes? Siempre que tenía que salvar tu trasero lo hacía sin rechistar.
-Ah… ¡Qué es esa manera de hablar!
Siguieron discutiendo por largo rato, refregándole en la cara al otro sus defectos y tropiezos. Al final, antes de que llegara el español, la Confederación se dio media vuelta, saliendo del lugar.
-A-Ah… ¡Espera! ¡No te irás así sin más!
-Entonces te espero en el campo de batalla, representante de la Casa de Habsburgo.
Ahí había acabado todo. Luego se enteró de su matrimonio con Érszebet, su divorcio… Y sus melodías, las tan afamadas melodías de las que se jactaba: Mozart, Haydn, Schönberg…
Se sentó en el piso, recordaba que no se había enfrentado directamente a él, sino con el español. Una sonrisa amarga se formó en sus labios.
-Ni aún el día de hoy soy capaz de odiarte…
Se quedó ahí, para luego recostarse y mirar el desastre que había dejado; "algo impropio de él" como diría Liechtenstein. Pero sabía que gracias a sus costumbres matutinas se levantaría antes de que la nación fuera a buscarlo, arreglaría el lugar, se ducharía y seguiría como si nada.
Eso se había dedicado a hacer durante casi un milenio. Otros 719 años más no iban a matarlo.