El signo de los cuatro
Capítulo 3
BLOG PERSONAL DEL DR. WATSON
Era ya media mañana cuando llegó el email de Lestrade. Yo me acababa de levantar y hojeaba con desgana las ofertas de trabajo del periódico. Realmente, debería ponerme en serio a buscar un empleo. Odio esa indolencia que se apodera de mi cuando no tengo unos horarios que cumplir: levantarme a las once de la mañana, ducharme y pasarme las horas hasta la comida tirado en el sillón con una taza de té en la mano, poniendo mi blog al día en el mejor de los casos. Sherlock no me animaba mucho a ser activo: allí lo tenía, todavía en pijama, tirado en el sofá con mi portátil sobre el pecho. En realidad estaba pensando, mirando fijamente un punto del techo, pero de vez en cuando se le ocurría algo y comprobaba un dato en el ordenador.
El resto del día, si no había avances en el caso, sería más o menos igual: prepararía algo ligero para comer, después saldría un rato a estirar las piernas, al supermercado si hacía falta algo para el piso, o al parque si no tenía ninguna excusa mejor. Consideré ir a hacer footing, me haría sentir mejor, más relajado. Después preparar la cena y quizá luego bajar a tomar un par de cervezas al pub. Mike Stamford y sus amigos solían estar, vivían muy cerca. “Qué estoy haciendo con mi vida”, pensé. Me pasé las manos por la cabeza. Me pregunté cómo serían las cosas si viviera con una chica en vez de con Sherlock. La imagen de Mary me vino enseguida a la cabeza. Sonreí sin poder evitarlo. Seguramente las cosas no serían muy diferentes y, sin embargo, no tendrían nada que ver. ¿Las mismas cosas, sus rutinas diarias, compartidas por una sonriente Mary? Firmaría en cualquier momento. Descubrir cuáles eran sus platos favoritos para sorprenderla. O llegar a casa del trabajo y encontrar una comida deliciosa y velas en la mesa. Pasear juntos al atardecer, compartiendo sueños. Salir los fines de semana con mis amigos y sus parejas.
-Vuelve al planeta Tierra, John- exclamó Sherlock. Su tono era… ¿despectivo? Sentí como las mejillas me ardían. Estaba seguro de que Sherlock había seguido el curso de mis pensamientos y se estaba burlando de ellos. Era imposible, claro, pero aun así, estaba seguro.-. Ha llegado el informe de Lestrade. No es que haya conseguido mucho, pero al menos tenemos por dónde seguir la investigación. Hay una lista de pubs donde Morstan y “El Patillas” solían ir, así que se acabó el descanso. Tendrás que quedarte sin tu paseo por el parque.
Me miró con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido mientras pasaba por mi lado rumbo a su dormitorio. Decididamente despectivo. “Ahora sé cómo se siente Anderson”, pensé, avergonzado por su mirada. Pero al momento reaccioné y fui a hablarle a su puerta cerrada.
-¡Eh, un momento! ¡No soy Anderson, no me hables con ese tono!
-¿Con qué tono?- preguntó Sherlock desde dentro.
-Ya lo sabes, como si me perdonaras la vida.
El teléfono vibró en mi bolsillo. No reconocí el número, pero cuando respondí me llegó la voz agradable y dulce de Mary.
-Hola, John. Llamaba para preguntarte si tenéis algo.
-Sí… No es mucho, unos pubs que tu padre y su amigo solían frecuentar, vamos a ir ahora por si conseguimos sacar algo de información.
Sherlock salió de su dormitorio ya vestido y pasó por mi lado camino del cuarto de baño para acabar de arreglarse. Oyó mi conversación con Mary y meneó la cabeza, como dejándome por imposible.
-John, ¿te importaría que fuera con vosotros? Quiero ayudar, prometo que no os molestaré, no abriré la boca si no queréis.
-¿Por qué no?- respondí, sonriendo. ¡Ah, mi pequeña venganza, servida en bandeja!-. Te envío por SMS la dirección del primer pub, quedamos allí en media hora, más o menos.
Nos despedimos y colgué. Entré en la sala de estar con una sonrisa de oreja a oreja. Sherlock salió del baño con la palabra “afrenta” escrita en la cara. Me reí con ganas.
* * *
Los tres primeros pubs estaban en Southwark, bastante cerca entre si, así que empezamos por ellos. Sherlock no estaba precisamente entusiasmado por la presencia de Mary, pero fue amable con ella. En los dos primeros pubs no tuvimos suerte: los dueños regentaban el negocio hacía menos de diez años. En el tercero, nos atendió un hombre de unos sesenta y cinco años que, por lo visto, llevaba toda la vida al frente del pub. Sin embargo, miró las fotos de Joseph Morstan y de “El Patillas” y negó con la cabeza.
-Lo siento, pero no me suenan. Por aquí pasa mucha gente, ¿saben? Y además, ¿dice usted que venían por aquí hace más de veinte años? ¿Cómo voy a acordarme después de tanto tiempo?
Mary y yo nos miramos con la decepción pintada en el rostro. Nos sentamos en nuestra mesa con un refresco y unas patatas fritas, y saqué del bolsillo la lista de pubs para tachar este.
-Bueno- suspiré-, pues nos acabamos la bebida y cogemos el metro, si os parece… A ver, el siguiente pub, que quede cerca de aquí…
-¡Oh, déjalo ya, John!- exclamó Sherlock. Mary y yo le miramos con la boca abierta. Sherlock se agachó sobre su té y bajó la voz todo lo que pudo-. El dueño está mintiendo. Sabe algo sobre “El Patillas”, pero no nos lo dirá, no se fía de nosotros.
-¿Cómo lo sabe, señor Holmes?- preguntó Mary en el mismo tono de voz. Me sentí como un conspirador: los tres hablando en susurros inclinados sobre la mesa.
-Su vista se ha detenido más de lo necesario sobre la foto de Jack “El Patillas” y los ojos le han brillado un momento: le conoce. Y si no quiere hablar, significa que está al tanto de sus actividades delictivas.
-¿Qué hacemos ahora?- pregunté-. No nos dirá nada.
Los ojos de Sherlock se pasearon por el local.
-Mary, tendrá que hacerlo usted.
-¿Yo?
-El hijo del dueño no le ha quitado ojo desde que hemos entrado. No se ha metido en la conversación ni le ha preguntado nada a su padre, pero han compartido una mirada significativa, así que posiblemente sabe algo. Usted… podría usar sus “armas de mujer” para sacarle información.
Mary se echó atrás en su silla, abandonando la posición de confabuladora.
-¡Eso es muy machista, Sherlock!-siseó.
Sherlock pareció ofendido.
-Créame, si el hijo del dueño fuera una mujer, yo mismo lo haría.
Mary me miró en busca de confirmación.
-Oh, sí- dije yo-, sí que lo haría.
-Pero desgraciadamente nadie en este local me encuentra atractivo- siguió Sherlock mirando las caras que nos rodeaban. Hasta que llegó a una mujer de unos cincuenta años que le miraba desde la barra con una sonrisa maliciosa en los labios-. Vale, nadie útil me encuentra atractivo.
Mary respiró hondo y tomó una determinación.
-Está bien. ¡Qué demonios, lo haré!
Se levantó de la mesa y fue directamente a la barra, sentándose en un taburete justo frente al hijo del dueño, que la miraba sorprendido.
-Felicidades, Sherlock- le dije, mientras fingíamos no mirar ni escuchar a Mary y al camarero.
-¿Por qué?
-Has conseguido dejar de ser el “señor Holmes”.
Los dos reímos y aguzamos el oído.
-Gracias por la invitación…- estaba diciendo Mary.
-Jerry- contestó el hombre. Debía tener la misma edad que Mary-. Y tú, ¿cómo te llamas?
-Danielle.
-Qué bonito.
-Oye, Jerry, ¿sabes de algún sitio que esté bien para ir esta noche? Con música en directo, si puede ser. Es que solo voy a estar un par de noches, y mis amigos son… un poco aburridos.
Jerry nos miró. Me concentré en mirar los cubitos de hielo de mi coca cola. Sherlock fingía trastear con su móvil, como siempre.
-¿Ninguno de los dos es tu novio ni nada? Perdona, qué directo soy.
Mary se rió.
-No, no pasa nada. Son amigos de la universidad. Yo vivía en Londres de pequeña, pero nos mudamos a Manchester hace muchos años.
-Ah, y estás enseñándoles el Londres auténtico, ya veo. Pues se me ocurre un sitio fantástico donde podrías ir esta noche. Si quieres quedamos para ir juntos, está un poco escondido.
-¡Claro, perfecto!
El chico garabateó su número de teléfono en una libretita, arrancó la hoja y se la tendió a Mary.
-El caso es que- siguió ella- mi padre murió hace dos años, de cáncer, y quería aprovechar el viaje para saludar a alguno de sus amigos y darle la noticia.
-¡Oh, cuánto lo siento!
-Gracias. Papá era bastante desordenado y no conseguimos encontrar los teléfonos ni las direcciones de sus amigos, cuando murió. Mamá se acordaba de haber venido aquí con él y con un par de amigos, por lo visto eran clientes habituales.
-¿Por eso le habéis enseñado las fotos a mi padre? Bueno, uno de los dos no me suena de nada, pero el otro es Jack, un hombre que viene una vez al mes desde siempre, que yo recuerde.
-¿De verdad? Y no sabrás si vive cerca…
-Creo que él vive fuera de Londres, pero estás de suerte: su madre vive aquí encima, en el tercer piso. Solo tienes que llamar al timbre y pedirle el teléfono de su hijo.
-¡Muchísimas gracias, Jerry!
Mary se levantó del taburete y se giró en redondo.
-Nos vemos esta noche, ¿eh?- se despidió el chico.
Sherlock y yo nos levantamos también y fuimos hacia la calle.
-¡Sí!- exclamé, con la adrenalina de nuevo latiendo en mis sienes-. ¡Lo has hecho genial, Mary!
-Un buen trabajo, Mary- sonrió Sherlock. Pero su sonrisa se convirtió en una mueca de fastidio cuando nos cruzamos en la puerta con el dueño, que entraba en ese momento y nos dedicó una mirada recelosa.
-¿Qué pasa, Sherlock?- preguntó Mary.
-Espero que nada. ¡Vamos!
El portal estaba abierto, así que subimos al trote hasta el tercer piso. Sherlock llamó al timbre y le indicó por gestos a Mary que hablase ella con la anciana.
La puerta se abrió un palmo y asomó la mujer, de unos ochenta años. Nos miró a los tres fijamente, asustada, y gritó:
-¡No sé nada de mi hijo! ¡Déjenme en paz! ¡Es un buen hombre, dejen de buscarlo de una vez!
Y nos cerró de nuevo la puerta. Sherlock maldijo con los dientes apretados. Volvimos a bajar a al calle, Mary y yo abatidos, Sherlock con su máscara impenetrable que supuse quería decir que estaba pensando furiosamente. Al llegar a la calle nos detuvimos y nos miramos.
-¿Qué hacemos, Sherlock?- pregunté-. Tenemos dos locales más que visitar.
Sherlock echó a andar, buscando con la mirada un taxi.
-Volvemos a Baker Street. Tengo algo que hacer. Yo solo.
* * *
Al final, Sherlock volvió solo a Baker Street (ya que se negaba a dar más detalles, consideré que de poca ayuda le iba a ser yo), y Mary y un servidor nos fuimos a comer algo. Elegimos un pequeño restaurante de la zona, sencillo pero agradable, y después la acompañé al centro a hacer unas compras. Nos despedimos en una estación de metro hacia las cinco de la tarde: íbamos en direcciones diferentes y tomábamos distintas líneas. Ambos consultamos nuestros móviles justo antes de separarnos: ningún mensaje de Sherlock, todavía.
Cuando llegué a Baker Street, el piso estaba desierto, por lo que bajé a visitar a la señora Hudson. Me ofreció un té y una cena temprana, y acepté gustoso. Estábamos acabando el delicioso curry de la señora Hudson (realmente delicioso) y viendo un concurso por la tele, cuando al fin oímos la puerta de entrada. Corrí a asomarme a saludar a Sherlock y me quedé helado en la puerta.
Apoyado en el vestíbulo había un hombre de unos sesenta y cinco años, con el pelo ralo, y una nariz bulbosa de bebedor habitual. Llevaba un traje deslucido que seguramente databa de los años setenta, y unos zapatos que también habían visto tiempos mejores. Me llevé la mano instintivamente a la cinturilla trasera del pantalón; mi pistola estaba arriba, en el piso. Le miré de arriba abajo, y concluí que le podía. Antes de que el intruso pudiera reaccionar, cargué contra él, le tiré al suelo y le inmovilicé, retorciéndole un brazo en la espalda.
-¡John!- gritó una voz ronca-. ¡Qué haces!
-¡John! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!
La segunda voz pertenecía a la señora Hudson, que observaba el forcejeo desde su puerta, muy alterada.
-¡Señora Hudson, llame a Scotland Yard!
Puse el codo sobre la cabeza del maleante y la apreté contra el suelo, mientras con la otra mano tiraba más del brazo que le tenía aprisionado.
-Señora Hudson, muévase, y de paso tráigame algo con lo que atarlo.
La mujer desapareció tras la puerta de su piso.
-Joooooooooohn… -me llegó el murmullo ahogado desde el suelo.
Aflojé la presión sobre la cabeza del individuo para permitirle hablar.
-John…- la voz, quebrada, era casi inaudible-. Soy yo, Sherlock, suéltame de una vez…
-Debes creerte que soy imbécil- siseé, volviendo a apretarle contra el suelo-, ¿crees que no soy capaz de reconocer a mi mejor amigo? Guárdate las explicaciones para la policía, o para Sherlock, si llega antes.
El murmullo me llegó de nuevo. Volví a aflojar para que hablase.
-Soy yo, solo me he disfrazado- farfulló. Eso todavía me convenció más: Sherlock no farfulla, siempre habla con absoluta seguridad y confianza en si mismo, como si fuera el rey del mundo, no como un indigno ladronzuelo suplicando clemencia-. ¿No reconoces mi voz?
-Pues no… Ahorra saliva, solo estás empeorando tu situación. ¡Señora Hudson! ¿Encuentra ya algo para atarle? ¡Unos trapos de cocina servirán!
Mientras levantaba la cabeza para hablar en la dirección de la puerta de la señora Hudson, el intruso murmuró:
-Tendré que demostrártelo.
Y lo siguiente que recuerdo es un codazo en la boca del estómago que me dejó boqueando en busca de oxígeno durante algunos segundos, rematado por un cabezazo que provocó que soltara mi presa y me hizo dar con la espalda contra el suelo. El viejo se montó a horcajadas sobre mi y me sujetó ambas muñecas con un brazo, dejándome absolutamente inmovilizado, tratando de recuperar el aire y de descubrir qué demonios había pasado. Con la mano libre el hombre se hurgaba la barbilla. Empezó a tirar de una telilla de plástico hacia arriba. Me soltó los brazos para poder tirar de aquello con ambas manos. Yo seguía inmovilizado, por la sorpresa esta vez. Y entonces me di cuenta de que aquel tipo seguía hablando:
-…No me cansaré de decirte que ves, pero no observas, John… La verdad está siempre ante tus ojos, y los detalles son siempre tan evidentes… y aun así te dejas seducir por las apariencias, los detalles fútiles tan fáciles de falsear, en lugar de fijarte en las características inalterables… El velo de Maya, John, lo que ves es solo el velo de Maya, el engaño de tus sentidos, y cuando levantas el velo…
Mis ojos observaron fascinados cómo el hombre retiraba de su cara aquella segunda piel, repulsiva y atrayente como una piel de serpiente, y debajo de ella, asomaba, naturalmente…
-¡Sherlock!- exclamé, boquiabierto.
-¡Voilá!- exclamó a su vez mi amigo, tirando la falsa piel con gesto teatral.
Justo en ese momento apareció la señora Hudson con unos trapos anudados entre si. Nos miró a ambos con los ojos como platos.
-¿Chicos? Emmm… quizá… quizá deberíais subir a vuestro piso, ¿eh? Más cómodo, ¿no os parece?
Miré a Sherlock y me di cuenta de que estaba tumbado en el suelo con mi compañero montado a horcajadas sobre mis caderas. Sherlock me miró, azorado y rojo hasta las orejas (no muy diferente a como debía estar yo, supongo), y se puso de pie de un salto, tendiéndome una mano para ayudarme a levantar. Yo rechacé su mano (suficiente contacto físico por un día, gracias), y me levanté apoyándome en la pared, palpándome la cabeza donde había recibido el cabezazo y donde mi nuca había chocado contra el suelo. Sherlock, estoicamente, empezó a subir la escalera, muy erguido, aunque yo sabía que el hombro por lo menos debía dolerle un horror. Le seguí, dirigiendo una mirada apologética a la señora Hudson. Cuando ya estábamos en el rellano, abriendo la puerta de nuestro piso, la señora Hudson reaccionó:
-¡John! ¿Dónde está ese maleante? ¿Le ha echado Sherlock?
Mi amigo y yo nos miramos y se nos escapó la risa. Nos reímos un buen rato mientras nos llegaba la voz de la señora Hudson, que seguía haciendo descubrimientos.
-¡Oh, Dios mío! ¿Qué es esto? ¡Una rata, chicos! ¡En el portal! Ah, no… Es… ¿pelo? Emmm… ¡Sherlock, podrías bajar un momento! Aquí hay otra cosa rara, parece… plástico… pero no. Cariño, ¿te has dejado uno de tus experimentos aquí abajo?
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Eso es todo por hoy, prometo subir el próximo capítulo en pocos días. Y si os ha gustado (o no), podéis dejarme un comentario, de verdad que se agradece un poco de feedback!