05. Highway to Hell
No stop sign, speed limit
Nobody’s gonna slow us down
Like a wheel, gonna spin it
Nobody’s gonna mess me round
& & &
La carretera se curva con suavidad, bordeando un precipicio rocoso, y el Chevrolet avanza por ella con lentitud, casi renqueante, hasta tener frente a sí la inmensa recta que se pierde en el horizonte. Y el coche acelera, acelera, acelera, quemando el motor y las marcas de las ruedas marcándose perpetuas en el asfalto como signo de que pasaron por aquí una tarde viva de locura peligrosa. El ruido del motor queda ahogado por las dos voces que gritan, cantan, entonan a pleno pulmón canciones de rock de mil años atrás que parecen no haber pasado nunca. La guantera está abierta y los casetes se acumulan unos sobre otros, con nombres escritos en ellos por el puño y letra de John Winchester. A veces Dean pone la radio y escuchan emisoras viejas, con sabor a nostalgia, pero prefiere las cintas de su padre, una y otra vez, repitiéndose las mismas notas en un bucle eterno de solos de guitarra, voces desgarradas y letras que claman a la libertad.
Suenan las primeras notas de Freebird: piano, órgano gospel y un chirrido eléctrico y Lynyrd Skynyrd hace una oda a todo lo que son cuando empieza a cantar. No mucho después se rompe en dos Bon Jovi, queriéndolos vivos o muertos, y Sam cambia porque le trae malos recuerdos, y Iron Maiden sale siempre alguna vez porque Blood Brothers son ellos mismos y es una forma de quererse sin decírselo. La música siempre acaba volviendo a AC/DC y su particular autopista de ironía al infierno. No hay límite de velocidad en esta carretera (y en caso de que la hubiera, ¿quién iba a denunciarlos?, si solo son habitantes de la nada y guerreros manchados de su propia sangre, de aquí para allá sin más hogar que la piel del otro, salvadores anónimos del mundo). Es una locura, lo que hacen ese día.
-Más fuerte -pide Sam, arrastrando la voz, y Dean sube el volumen hasta que tienen que gritar para escucharse. Está ronco por el alcohol y cuando vuelve a beber directamente de la botella de tequila, tose. Luego saca medio cuerpo por la ventanilla y canta, desafinando mucho-. I’m on the… Highway to Hell! -Deja de hacer el imbécil, Sammy -le espeta, más que achispado, pero no puede evitar reírse cuando lo ve soltar un grito áspero, intentando imitar a Bon Scott-. Te vas a arrepentir de esto.
Sam vuelve a meterse dentro del Impala y lo mira (tan fijamente que Dean se siente como un libro abierto, vulnerable, perdido y protegido al mismo tiempo), los ojos brillando de anticipación, y se inclina, enorme, hasta besarle en la comisura de los labios con inocencia. Se ríe bajito y los hombros le tiemblan contra su hermano antes de volver a besarle, esta vez atrayéndolo con una mano sobre su cazadora de cuero, arrugándola en un puño justo sobre el corazón que le late desenfrenado, y se hunde en su boca conteniendo el aliento como cada vez. Dean corresponde, inevitable, y se pierde un segundo, dos, diez, y acaba dando un volantazo. Disminuye la velocidad pero incluso así acaban derrapando hacia la cuneta, e intenta apartarse de Sam para poder ver por donde conduce. Consigue volver a la autopista.
-Que nos matamos, Sam, estate quieto -farfulla como puede, divertido, ladeando la cara inútilmente, y no lo admitiría pero en el fondo se deja hacer, porque la calidez que se le instala en el pecho es la mejor sensación que se puede tener.
-Pues aparca -gruñe, autoritario, y Dean siente un escalofrío trepando por la medula espinal.
Frena pero todavía no ha parado el coche y ya tiene a Sam abarcándolo entero, ladeado sobre sí. Gruñe ‘mmh’ en su boca cuando le besa rudo, casi agresivo, las manos sobre sus hombros y le nota los músculos tensos bajo la camiseta. Dean hace un movimiento brusco, empujándole contra su asiento, nublado de deseo, pero Sam no se deja y apenas forcejean un par de instantes, jadeando como animales heridos hasta que Sam se golpea la cabeza contra el techo. Entonces, en lugar de quejarse, se dobla hacia delante, dejando escapar un ‘pff’ entre los labios y estalla en carcajadas, y parece quince años más joven, un adolescente, rojo y ebrio y despeinado, loco de atar como si fuera el último día sobre la tierra, un Sam que un par de horas antes se ha permitido bajar la guardia y beber hasta olvidar, beber hasta perder la razón porque, por dios, debían ser las tres últimas botellas de tequila en mucho tiempo y qué mejor que compartir, brindando ahora por bustyasianbeauties, ahora por los Ghostfacers y no mucho después por cosas que les daría vergüenza hasta pensar.
Sopla una huracanada ráfaga de viento y los árboles a cada lado de la carretera se balancean sobre sí mismos. Trae consigo olor a azufre y guerra y muerte. A Sam se le revuelve todavía más el cabello y deja de reírse pero conserva la sonrisa, más tímida, hasta que su hermano se la devuelve. Se hace el silencio, interrumpido solo por el ulular del aire y el motor encendido. Dean ladea la cabeza con languidez y exhala necesidad por todos los poros cuando le saca el alma de dos metros por la boca en un beso desesperado, empujándolo con su cuerpo, cadera contra cadera y la temperatura en el Impala sube cuatro mil grados. Se funden el uno contra el otro y, a cincuenta kilómetros de ahí, a sus espaldas, yace el penúltimo destrozo, la penúltima batalla de la inconmensurable lista.
Porque apenas dos días después, cuando la borrachera ya haya pasado (Sam vomitará por la mañana en un motel abandonado y Dean comentará en voz baja qué agradable esperando el beso -o lo que se tercie- de buenos días, aunque esto, claro, no lo diría ni bajo punta de pistola) y Lucifer se mantenga en pie, ya medio desequilibrado en medio de la maldita nada, por fin habrá la batalla final.
Y ganar se da por hecho.
Título: Exogénesis
Capítulo: 06. Rock out
Autor:
sheislilyx Spoilers: Cuarta temporada.
Advertencias: Ninguna.
Resumen: Es el Apocalipsis. Los cazadores están perdiendo y deben retroceder. Vivir entre las sombras como ratas y bajo toneladas de dolor lo único que queda es esto. Y luchar.
Nota de autora: En principio quería ser una oda a Sam, que es muy capaz él sólo de hacer muchas cosas. Una defensa a su personaje. Ha acabado siendo un par de pinceladas a un presunto final, del cual apenas explico nada, pero me gusta. El final de verdad lo dejo para Nuestra última carretera (me hago publicidad, lo sé).
EXOGÉNESIS
06. Rock out
You are the future, it’s your time
You and you and you
Stay together, this is yours and mine
What we’re gonna do
& & &
Ruby le había prometido, mucho, mucho tiempo atrás, poder, paz y luego gloria, escondida detrás de una sonrisa mordaz y una inteligente mirada aguda, y él, inocente e ingenuo, la creyó a pies juntillas; la compañera más leal durante meses, haciéndolo crecer hasta hacerle creer que tenía el control en sus manos y él era el que mandaba. Si fue seducido, en cierta manera, por el lado oscuro, fue por dos grandes razones. La primera, porque quería acabar con el Apocalipsis, simple y llanamente. Fue fiel creyente de “el fin justifica los medios” y se equivocó, vaya sí se equivocó… La segunda razón no es ni de lejos tan noble, por mucho que le pese. Quería dejar de ser el hermano pequeño: el eterno protegido, el débil, el salvado, nunca el salvador. El que está siempre agazapado tras la enorme sombra del ángel que llevaba camino de ser su hermano mayor. Sam solo era el antihéroe, el Anticristo, el malo de la película. El que no llevaba el fuego ni la linterna cuando había que alumbrar la oscuridad pues es él el que tenía que ser alumbrado, ¿no?; él era el monstruo, él fue el monstruo durante un tiempo, un vampiro sádico que bebía sangre maldita, intoxicándose porque quería más y más y más poder.
Y sin embargo, nunca necesitó realmente eso. A Sam le sobra fuerza de voluntad, que es lo que mueve el mundo, y si llegó a arrancarse las balas con sus propias manos, sinceramente, no hay mucho más allá. Cuatro meses sin Dean e hizo mil cosas. De la mitad no estaría orgulloso y de las otras quinientas mejor ni mencionarlas pero movió cielo y tierra como un huracán, y si Castiel no lo hubiera sacado de ahí… bueno, Dios está convencido de que Dean Winchester hubiera acabado saliendo del infierno tarde o temprano, para bien o para mal.
Hasta aquí han llegado; estaba escrito.
Lucifer está en el centro de la carretera, destrozada y rota en mil direcciones, el asfalto despuntando de aquí para allá, rasguñado como la piel ante un arañazo. Exhala poder, toda ella, y casi podrían jurar que traspasan una barrera de energía maléfica cuando llegan al perímetro. Se acuclillan bajo las copas de los árboles y miran la multitud. Son muchos y son los mejores. El equivalente de los arcángeles, los más cercanos a Dios, pero en Satanás. Súcubos, genios, cuentos aterradores convertidos en realidad. Lo que queda. El infierno está cerrado y los muertos que vagan por la tierra van a acabarse, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
No se despiden, antes de separarse, porque tienen claro que van a volver a verse. Es el plan perfecto y no va a fallar. Se levantan al mismo tiempo. Una palmadita en el pecho y Sam emprende una carrera frenética hacia la espesura de pinos a la izquierda de la carretera, rodeando el precipicio. Es el fin… No piensa mientras corre a dos mil por hora, a zancadas que abarcan continentes y armado hasta los dientes, literalmente -Dean se ha reído de él antes, mirándolo enfundarse pistolas contra la piel, la metralleta cruzándole el pecho como un militar y todavía ha aguantado la navaja en la boca mientras se guardaba una granada de sal en el bolsillo de la cazadora-. Corre y a lo lejos le parece ver rostros conocidos; una ilusión, supone, quedándose sin aire cuando cree reconocer familia, y un minuto después casi pierde el equilibrio trastabillando entre las rocas. Las olas del mar chocan embravecidas contra el acantilado y brinca, esquivando las ramas, veloz como una flecha. No pasa demasiado tiempo hasta que escucha los gritos y tiene la certeza de que Dean ya ha atacado, airado como el mar a su lado, el ceño fruncido y entrando por el centro como el soldado desquiciado que es, hundiéndose en la guerra de lleno y de frente, exactamente igual que un suicida que no pretende en absoluto morir (y que si muere, que sea llevándose por delante a tantos como pueda).
A Sam le zumban los oídos y el corazón le late tan deprisa que parece que le vaya a explotar de un momento a otro. Araña la hiperventilación y asoma un instante entre la vegetación, tomando el aire a bocanadas. En el principio de la carretera, donde ha dejado a su hermano, se escucha un gran murmullo ahogado que acaba asemejándose a un aullido. No alcanza a ver a Dean pero supone que está bien. Duda, y se acerca el transmisor que le pende en el cinturón a los labios. Pulsa el botón pero decide no decir nada y continúa corriendo a escondidas. Lo sorprenden más de cinco demonios en los siguientes frenéticos diez minutos, pero sigue, intocable e invencible, los rasguños de los brazos solo provocados por la hojarasca y las fosas nasales se le inundan de olor a sangre diabólica. Casi puede sentir su sabor metálico en la boca, y piensa apesta con fuerza, y se siente muy alto y muy fuerte. Las personas heridas son peligrosas porque saben que pueden sobrevivir. Sam está herido por dentro. Tanto que ya no le asusta nada. Es un estado explosivo y la adrenalina pulsa en todas partes.
Calcula que han pasado dos minutos cuando por fin acaba de dar el enorme rodeo a la carretera. Se halla justo en la curva, detrás de la gran batalla. Tiene barro en los zapatos y los tejanos manchados de sangre -¿suya?, ni lo sabe-. Dean ha hecho un magnífico trabajo de distracción porque el resto de cazadores ha tomado a los demonios por sorpresa, y está muy claro, solo falta él. Camina, silencioso, hasta los más cercanos a Lucifer. Él lo ve de inmediato y hace una mueca de rabia que le desfigura los rasgos de la cara.
-¡Tú! -vocifera, y una docena se gira hacia él. Sam coge aire y apunta con la metralleta. No retrocede. Lucifer esboza una sonrisa-. ¿Crees que tienes alguna oportunidad, Anticristo? Podría matarte con chasquear los dedos.
-¿Y por qué no lo haces? -espeta. Alza una ceja en un gesto calcado a Dean-. A lo mejor es que no puedes.
No debería hacer eso pero el plan, sorprendentemente, funciona, y Lucifer suelta un gruñido desgarrador. Se acerca como un torbellino, separándose de sus súbditos, que caen; Sam ve bajas de los dos bandos y dispara una sola vez, preciso, contra el súcubo que iba a matar a Ellen (la cazadora lo mira un instante, fuera de sí, y sus labios no forman un gracias, forman un hazlo). Como quince metros más allá. Lucifer acorta la distancia y en dos segundos lo tiene encima, la tez negra como el petróleo roza la y Sam piensa si vaciarle el cargador en el pecho por el mero placer de hacerlo. Satán alza la mano entonces y la apoya sobre su cuello. Aprieta, sin ahogarle, solo una presión suave y amenazadora.
-Estás a tiempo de unirte -murmura, persuasivo y horrible-. Podemos tenerlo todo.
Sam mira a Dean, que ya está llegando. Juega con el amuleto entre los dedos, en el vaquero, y afianza la metralleta con la otra mano para sentirse más seguro.
-Ya lo tengo todo -susurra, despacio.
El rostro de Lucifer se descompone de nuevo, descontrolado, su poder emerge de lo más hondo del centro de la tierra, debajo del asfalto y aún más abajo, todo tiembla y todo peligro, pero Dean le hace la ansiada señal y…
Y el mundo es suyo ahora.
En otro orden de cosas: hola, me he vuelto loca y he decidido apuntarme al nanowrimo. Y me he metido entre ceja y ceja que voy a acabarlo, me cueste lo que me cueste.