Aug 17, 2009 01:35
CAPÍTULO TRES. La sombra tras la sombra
Outside in the cold distance
A wild cat did growl
Two riders were approaching
And the wind began to howl… hey!
Una carretera infinita y dos almas cansadas andando por ella. No hay nada excepto ellos y la vegetación descolorida a ambos lados. Sopla un aire salvaje, casi huracanado, zarandeando cabellos, plantas y corazones. Los cazadores llevan más de doce horas sin parar y cada paso cuesta media vida y arrastran más los pies y tienen menos aliento con el que poder respirar. Amanece. El cielo se tiñe de rosa pálido. Hace mucho frío. Qué no darían ahora por estar en la calidez sofocante de Arizona. El motel de las afueras de quién sabe qué ciudad asoma entre árboles pardos y hierba amarilla. El letrero, brillando intermitentemente en una luz roja, suena a salvación y a descanso.
×××
Alquilan una habitación para el día entero. Tiene grietas en el techo y la pintura verde pistacho de las paredes está un poco levantada. La madera del suelo está descolorida y es más gris que marrón por el polvo. La electricidad se va cada cinco minutos y en la neverita hay dos yogures caducados y una botella de vino barato, de supermercado. Con todo, les parece un puto palacio. Mucho mejor que la casita de muñecas de Zack & Cas.
Dean arrastra los pies hasta una de las camas y se sienta en ella, agotado, conteniendo los quejidos de dolor. La pierna le está destrozando y no hablemos ya de la clavícula. Solo quiere dormir, dormir hasta que alguien solucione lo que está pasando sin su ayuda. Está cansado. Se deja caer hacia atrás, apretando los párpados, y suelta una maldición. Duele.
-Las heridas primero -dice Sam sin aliento, con aire autoritario. Dean entreabre los ojos para mirarlo. Tiene el pelo muy revuelto y está más pálido de lo que cree haberlo visto jamás. Bajo la fachada ligeramente distante hay una preocupación que le conmueve. Tiene un botiquín entre las manos; probablemente lo habrá encontrado en el lavabo.
-Ya -asiente, desganado. Baja la vista al brote rojo oscuro sobre la camiseta de Sam y frunce el ceño, confundido-. ¿Los ángeles no te han curado?
-Más o menos. Se ha abierto mientras andábamos -explica, haciendo una mueca dolorida. Dean se incorpora.
-Sammy -sisea mientras se levanta, quitándole el botiquín-, últimamente me estás dando mucha guerra.
Su hermano esboza media sonrisa triste. La primera media sonrisa -triste o no- que le ha visto en semanas, y se le afloja un poco la presión en el pecho. Es como si hubieran levantado una bandera blanca que chilla, suplicante, ‘tregua’.
-Qué eufemismo -contesta, arrastrando la voz, la sonrisa desdibujándose. Le mira con fijeza y acaba bajando la vista. Dean casi podría jurar que le ve los pensamientos en la cabeza, torturándole con frases como ‘he desatado el Apocalipsis’ y ‘soy el Anticristo’. No se ve con ánimos de empezar esa conversación ahora, de verdad que no; en parte porque tiene miedo de cómo va a acabar.
-Siéntate ahí -ordena, áspero, sacando del botiquín alcohol y gasas.
Sam obedece sin oponer resistencia y se quita la camiseta con lentitud, apretando los dientes. Dean apoya una rodilla en la cama y se inclina hacia él. Le echa el alcohol en la herida sin muchas ceremonias, arrancándole una exclamación ronca. Sam tarda en recuperar la respiración pausada; entretanto él intenta vendarle lo mejor que puede.
-¿Qué vamos a hacer a partir de ahora?
-No lo sé, Sam -se detiene un momento-. ¿Matar a Lucifer? -propone, irónico.
-Me refería a algo físicamente posible -Dean vuelve a detenerse, descorazonado, y descubre que Sam solo bromea. Esboza una sonrisa sarcástica.
-Muy gracioso.
-Dean, ¿te han encargado matarme? -pregunta de repente. Están muy cerca y evitan mirarse.
-¿Crees que estoy curándote para matarte luego? -espeta. La duda ofende.
Sam calla durante un minuto eterno, la cabeza gacha. Cuando alza la vista le sonríe a medias otra vez. Respira hondo.
-Eso sería muy retorcido… incluso para ti.
-No hablemos de quién es más retorcido.
Sonríen sinceramente, al mismo tiempo, casi divertidos, sin ánimo de discutir. Ninguno de los dos se toma los comentarios más allá de lo que son: sé lo que has hecho y me da igual.
×××
Es el turno de Dean de sufrir un poco. Están cayéndose de sueño pero no pueden descansar hasta asegurarse de que están bien. Algo que está en la lista de cosas que hacer durante el día: sobrevivir, que tu hermano sobreviva. Lo demás no es importante. ‘Salvar el mundo’ también entra en la lista. A veces.
Sam se concentra y le cura la clavícula con la habilidad que solo da la práctica. Cuando acaba no aparta la mano, sino que le da una palmadita suave en el hombro y la deja ahí encima, pensativo. Tiene una expresión diferente en la cara. Dean frunce el ceño, extrañado.
-¿Pasa algo, Sam?
Él niega con la cabeza, despacio. Musita ‘lo siento’. No hace falta preguntar por qué lo dice.
-Ya -replica, en voz baja-. Ya lo sé.
-Dean, tengo que preguntarte una cosa -exhala un suspiro.
-Dispara.
-El mensaje que me enviaste -vacila unos instantes y deja resbalar la mano desde la curva de su hombro hasta su pecho, distraído, en un gesto absolutamente casual. Dean se muerde la lengua para no preguntar ‘¿qué haces, Sammy?’-. El del móvil, digo. ¿Todavía piensas…? -Contiene el aliento, herido-. ¿Piensas eso?
El mayor repasa mentalmente lo que le dijo, sintiendo que se turba. No está acostumbrado a decir ese tipo de cosas. Recuerda sus palabras perfectamente: Hey, soy y-yo (con ese leve temblor en la voz, incluso). Mira, te lo diré muy claro. Todavía estoy cabreado…y te debo una buena paliza. Pero…no tendría que haber dicho lo que dije. Ya sabes, no soy papá. Somos hermanos, ya sabes…somos familia.
-Claro-contesta, escueto. Su hermano no responde y él siente enrojecer-. ¿Qué esperas? No voy a repetírtelo.
Sam aparta la mano repentinamente y retrocede un par de pasos. Se sienta frente a él, en el borde de la otra cama. Ladea la cabeza. Henchido de tristeza, demasiado hastiado para sentir enfado.
-Entonces… ¿por qué, Dean? ¿Qué… coño haces aquí? Si soy un monstruo, p-por qué…
Intenta sonar furioso pero se le traban las palabras y desvía la vista, los ojos llenándose de lágrimas. No le guardaba rencor por el mensaje, al fin y al cabo se han dicho cosas muy malas que realmente no piensan. Pero Dean le confirma que sí, que sigue pensando lo mismo, y Sam siente que le dan siempre en el mismo sitio, que se lo están quitando todo, que ya no queda nada por lo que continuar.
Dean le observa con la boca abierta.
-¿De qué demonios hablas?
Sam duda. ¿Podría ser que…? Saca el móvil. Busca el mensaje sin decir nada y lo pone en manos libres para que pueda escucharlo. La voz suena cruel. La cara de su hermano no tiene precio a medida que lo escucha.
Escúchame, monstruo chupasangre. Papá siempre dijo que tenía que salvarte o matarte. Bien, te estoy avisando. Estoy harto de intentar salvarte. Eres un monstruo, Sam, un vampiro. Ya no eres tú. Y no hay vuelta atrás.
-¡No soy yo, Sam! -repone, indignado-. ¡Es… es evidente!
Sam parece superado por la situación. Se deshincha, guardándose el móvil en el bolsillo de los tejanos. Se frota los ojos, sin mirarle. Dean le observa estupefacto.
-¿No vas a decir nada?
-No tengo nada que decir.
-¿Es que no me crees? -inquiere, irritado y dolido-. ¿Quieres que te enseñe el mensaje que de verdad te envié?
-No hace falta… Sí que te creo -murmura.
Se levanta y va hacia la nevera. La abre, apoyándose en la puerta. Le está dando la espalda pero Dean advierte el imperceptible temblor en los hombros. Carraspea antes de preguntárselo.
-¿Estás llorando?
-No -responde, muy rápido como para resultar creíble.
-Vale.
Sonríe para sí, notando sus propios ojos humedecidos.
×××
Duermen unas doce horas del tirón, hasta la noche. Cuando despiertan el mundo parece seguir igual de bien -o igual de mal- y el aire fresco trae esperanza. Hablan durante un rato en la cocina, mientras comen, intentando hacer un plan. Dean insiste en que tienen que volver a por el Impala y que el resto ya vendrá rodado. A falta de una idea mejor, Sam accede.
Bajan al vestíbulo, donde, curiosamente, no hay nadie, aunque la luz del mostrador está encendida. Tras un par de minutos cruciales deciden colarse al garaje del motel. Al fin y al cabo necesitan un vehículo para desplazarse hasta que recuperen el Impala. Es amplio y sus voces resuenan con facilidad. Hasta los pasos parecen amplificados.
-¿Ahora robamos coches? -gruñe Sam.
-Solo vamos a tomarlo prestado -Hace una mueca de disgusto mientras observan los coches. Hay tres y el más aceptable es un Ford azul oscuro-. Luego lo devolveremos agradeciéndolo con un cesto de flores. ¿Así mejor para tu conciencia? -propone, burlón.
Se acercan al Ford. Desde ahí tienen un ángulo perfecto para ver las escaleras por las que han bajado. Es la única entrada que hay, aparte de la de los coches.
-Lo decía porque a lo mejor tus ángeles te cierran el paso al cielo por esto -contraataca, irónico.
-Tendremos que ir de vacaciones a alguna otra parte, entonces -contesta, distraído.
Sam sonríe débilmente.
-Bueno -musita mirando a Dean, que da la vuelta al coche, con el ceño fruncido, concentrado-, ¿cómo se supone que vamos a…?
Antes de que tenga tiempo de terminar la pregunta Dean rompe la ventanilla con el codo, en un gesto tan fuerte como repentino. El pitido de la alarma estalla de inmediato. El sonido va a alertar a cualquiera que esté por ahí cerca, y posiblemente el ruido se oiga también desde el vestíbulo del motel. Dean mete la mano a través de la ventanilla rota y abre la puerta; luego trastea unos segundos dentro del vehículo y el sonido cesa, dejando un silencio inquietante.
-¡Genial! -exclama Sam en un susurro crispado, estirando los brazos-. ¿Puedes hacerlo otra vez? ¡Creo que no nos han oído!
Se echan una mala mirada.
-Así es más emocionante.
-Supongo que con emocionante quieres decir estúpido.
-No seas quejica -protesta, irritado-. Todo ha salido bien, ¿no?
Sonríe, divertido, y ambos suben al Ford.
-Oh, vaya, los Winchester.
Es una voz grave de mujer. Ríe justo después y suena desquiciada. Lo confirman en cuanto la ven a través de los retrovisores, asomando por la puerta de entrada, en el último peldaño de las escaleras, balanceándose con sangre en la ropa y los ojos como dos pozos negros. La reconocen en cuanto la luz mortecina del garaje la alumbra: es la recepcionista del motel. Se escuchan más voces alborotadas y asoman dos, tres, cuatro demonios más. El asunto se pone turbio, teniendo en cuenta que no tienen armas. La recepcionista echa a correr de repente, llegando al lado del coche en pocos segundos. Dean termina de hacer el puente mientras Sam la golpea con medio cuerpo fuera del coche.
El Ford arranca. Sale del aparcamiento derrapando y enfila la carretera haciendo rugir el motor. La mujer sigue colgada de la ventanilla, chillando, forcejeando con Sam.
-¿Necesitas ayuda? -grita por encima de la voz de ella.
-No -exclama, y suena un chasquido horrible.
El demonio grita, en una mezcla de graznido y carcajada, fuera de control, y se suelta por fin. Logra aferrarse a la parte trasera y de repente se dan cuenta de que debe tener una fuerza descomunal porque revienta la rueda trasera izquierda golpeándola con el puño cerrado. El Ford chirría, virando hacia un lado, y la velocidad disminuye bruscamente. La mujer destroza la otra rueda.
-¡Mierda!
Dean da marcha atrás con brusquedad, intentando atropellarla, y bajan rápidamente, con el coche todavía en marcha, a tiempo de ver como los cuatro demonios que había en el garaje se acercan a lo lejos, deprisa. Si les atrapan están muertos. La recepcionista se abalanza sobre Dean, exhalando humo oscuro por la nariz, y Sam la golpea en la nuca con toda la fuerza de la que hace acopio. Milagrosamente parece quedarse aturdida, porque resbala hasta el suelo y se queda ahí. El humo negro, sin embargo, no sale. La miran un segundo, respirando aceleradamente, antes de reaccionar.
-No podemos con los cuatro.
Así que hacen lo único que pueden hacer.
Corren hasta quedarse sin aliento, corren hasta que están seguros de que los demonios no van a atraparlos, corren hasta perder de vista el motel. La siguiente población no debe estar muy lejos. Sam se siente lleno de energía, a pesar de todo. La necesidad de sangre de demonio palpita en el interior pero no es algo que no pueda soportar por el momento. Su propia sangre bullendo en las venas por los últimos tiempos, la última semana, las últimas horas; con eso basta. Caminan por la carretera un rato eterno, sin hablar.
Hasta que llegan a una bifurcación. Al este una ciudad; al oeste, otra.
-Sabes que no tienes por qué hacer esto -dice Sam de repente, pura adrenalina, deteniéndose en medio del cruce. Se pasa una mano por el pelo-. Acompañarme, quiero decir.
Dean no dice nada; lo ha pillado por sorpresa, así que entreabre los labios, confuso, sin respuesta.
-No me malinterpretes -continúa-. Te necesito -le salen las palabras a trompicones-. Te necesito conmigo, pero… no puedo, no voy a… arrastrarte, y…
Te necesito.
-Yo también -responde únicamente, interrumpiéndolo, sintiendo que es todo lo que hace falta decir, y alza una mano que tiembla en el aire unos segundos, dudando, hasta apoyarla en su hombro. Se siente vulnerable y aferra solo un poco la chaqueta de su hermano entre los dedos, y Sam…
Sam tira de su brazo y antes de qué tenga tiempo de decir ‘qué’ ya lo está abrazando; dos abrazos en dos días y a Dean le costaría menos que nada acostumbrarse a esa rutina. Se separa un poco para mirarle, preocupado. Están tan cerca. Dean hunde la cabeza en su hombro, sintiéndose raro y sintiéndose bien.
Poco después se aparta levemente, dejando caer la mano que tenía apoyada. Sam también deshace el abrazo y sonríe solo un poco, la mirada siendo un hervidero de emociones. Dean siente lo que siente siempre y comienza a notar la incomodidad de no saber qué hacer, de no poder hacer lo que quiere hacer. Está a punto de dar media vuelta pero Sam hace un ademán extraño, inclinándose imperceptiblemente. Un gesto nimio, casi invisible, que le hace confundirse, y el mundo debe haberse parado, ha dejado de girar, por todos los dioses, y él se queda quieto, sin entender demasiado bien qué pasa.
Y entonces ocurre; algo que se veía venir desde el momento en el que tu hermano es tan importante en tu vida que mueres para que él viva. Se veía venir desde que los abrazos dejaron de ser abrazos para convertirse en una forma física de expresar necesidad. Se sabía que iba a pasar desde que Sam le miró a los labios después de seis meses sin Dean y pensó ‘por qué no’. Se sabía que iba a pasar desde que aquella sirena dijo a Dean (no olvidemos, nunca olvidemos que él estaba enamorado de la sirena) que iba a ser todo lo que necesitaba, y todo lo que necesitaba era su hermano menor. Algo chirriando en esa frase. Se veía venir hace años, en la forma de mirarse y en la forma de quererse.
-Sam…
Todavía podrían haberlo evitado, fingiendo como han fingido durante mucho tiempo que no pasaba nada. Podrían haberlo evitado un poco más pero para qué evitar lo inevitable. Lo que se sabe que va pasar tarde o temprano. Ya no hay marcha atrás cuando tienen las bocas a dos centímetros y sus alientos se mezclan, respirándose, las piernas rozándose, los nervios en la garganta y las miradas vidriosas de emociones contenidas.
Sam se inclina, despacio, y roza la comisura de los labios de Dean con la boca, respirando muy deprisa. Los ojos le brillan y a Dean el corazón le bombea tan fuerte que duele. Mueve la cabeza, ladeándola, buscándole. Se besan apenas rozándose primero; asustados de la reacción el otro. Vuelven a mirarse, las respiraciones desbocadas. Sam alza las manos como a cámara lenta, dubitativo, y apoya una sobre su clavícula. Desliza la otra hasta su nuca y lo atrae imperceptiblemente, sin hacer fuerza. Dean le aferra de la camiseta. Más cerca de lo que jamás han estado y vuelven a besarse, tanteando. Mariposas aleteando en los pulmones, mariposas que provocan huracanes y el beso se torna hondo y desesperado…
Enfermizo; insano (como si el amor no fuese así siempre).
Tiran abajo las paredes del tabú.
serie: supernatural,
fanfic: nuestra última carretera,
no puedo respirar de la emoción,
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