Aug 02, 2009 00:05
CAPÍTULO DOS. El circo de los horrores
Dust in the wind
All they are is dust in the wind
Same old song
Just a drop of water in an endless sea
Sam despierta -no es su hora aunque el reloj se empeñe en acabar con su tiempo- en medio de un quejido, ahogándose con su propia sangre. Ladea la cabeza, tosiendo, y siente como si los pulmones se le desgarraran por dentro a causa del nimio gesto. Nota la sangre, espesa, resbalándole barbilla abajo y acumulándose contra el suelo, al lado de su boca. Ve muy borroso y parpadea intentando discernir algo de su alrededor; lo primero que distingue es una silueta de color beige moviéndose de un lado a otro de lo que parece en una habitación. Intenta incorporarse pero el dolor le nubla los sentidos y cree volver a desmayarse durante unos instantes. Aún así, entreabre los labios, y lo primero que suelta, mezclándose con el sonido jadeante del que se ahoga, es el nombre de su hermano.
-Tenemos que irnos -dice la figura con urgencia mientras se acerca. Su voz suena ligeramente conocida, pero le cuesta muchísimo pensar. La silueta le tiende una mano desdibujada y Sam quiere decirle que apenas puede moverse, pero tira de él y lo levanta como si fuera peso pluma. Se tambalea.
Duele respirar. Duelen los pulmones y por todos los demonios, lo que siente en el estómago debe ir un paso -o dos o tres- más allá del dolor. Está muy mareado y por fin reconoce al hombre que lo sujeta como Castiel, cuyo rostro está manchado de rojo. Tiene un moratón en la cara. Le parece irreal. El ángel vuelve a tirar de él con fuerza sobrehumana y Sam lo sigue, a medias tropezando, a medias arrastrando los pies. Pensar y intentar andar al mismo tiempo supone un esfuerzo descomunal en su estado y apenas consigue hilar pensamientos con sentido (Castiel debería estar luchando con los arcángeles, no aquí. ¿Dónde está Dean? He desatado el Apocalipsis. Me duele. ¿Dónde está Dean? No puedo respirar. Dean, Dean, Dean) pero Dean, necesita saber dónde está y cómo está (se le pasa por la cabeza esa posibilidad; que esté muerto otra vez. Si su hermano ha muerto no se ve capaz de sacarlo del infierno. No se ve capaz siquiera de dar un paso más).
Cruzan la sala y Castiel lo suelta repentinamente, dejándolo al lado de una puerta de madera. Lo ve deshaciendo el camino andado con rapidez, hacia el otro extremo, hasta que lo confunde con su alrededor. Sigue viendo muy borroso. Si entrecierra los ojos la vista se le aclara levemente. Hay cuadros por las paredes. Un par de mesas muy largas con platos encima, y comida. Ángeles y querubines de piedra como ornamentación. Le parece todo absurdamente extraño.
Al cabo de unos minutos -Sam se queda apoyado contra la puerta de madera, tan ido que las cosas dan vueltas a su alrededor- Castiel vuelve, con aspecto más desaliñado.
-¿Dean? -pregunta de nuevo; con la voz entrecortada. Formular una pregunta más larga amenaza con partirle la cabeza en dos.
-¿Puedes moverte? -inquiere, ignorándole.
A Sam la voz le llega lejana. Se pregunta vagamente si es una broma o qué. Supone que no. Tuerce los labios, coge aire y mueve la boca para formar un “no” susurrado. Se oye un golpe muy fuerte a lo lejos y da un respingo, sobresaltado.
-Tenemos que irnos -musita el ángel.
Castiel se sitúa frente a la puerta de madera, apartándolo, y apoya la mano en ella. Le sale una luz blanquecina de entre los dedos y la puerta se abre con brusquedad. Al otro lado hay una escalinata de mármol, bastante destrozada, llena de polvo. Sam da un par de pasos vacilantes ante la mirada aprensiva de Castiel.
-¿La escalera al cielo? -dice en voz baja, sin ironía. Se acuerda de Dean, otra vez, y de Led Zeppelin, y la primera vez en que su padre puso Stairway to Heaven en el casete del coche. Hace años de eso. O no. Tal vez un suspiro, tal vez fue en otra vida..
La huella de su zapato queda marcada en el polvo. Da otro paso. Luego la herida del estómago vuelve a arder con fuerzas renovadas, la bilis le sube por la garganta y cae en la negrura.
×××
Cuando Sam vuelve a despertar está sentado en una silla de madera, en una sala pequeña, vacía y triste, de paredes azul claro manchadas de moho. Castiel habla con otro hombre, de mirada astuta y trajeado como un empresario. Ambos se callan y le miran al mismo tiempo. Mantienen un silencio solo interrumpido por su respiración dificultosa y el hombre trajeado acaba diciendo, con vehemencia:
-Mantenlo con vida, por si acaso -Se encoge de hombros y se afloja la corbata, observándole como si fuera un problema con el que no saben qué hacer.
-¿Aceptamos el trato?
-No lo sé. Necesitamos al chico, pero no podemos entregarles al Anticristo. Ganaríamos matándole. Déjame pensarlo.
Sam cae en que es un prisionero. No están ayudándole. Tantas cosas malas y todavía creía en la bondad por la bondad… Qué estupidez. Como si no hubieras aprendido nada en este tiempo. Como si no hubieras aprendido de Ruby… Se remueve en la silla, apenas sosteniéndose. Aprieta la hemorragia con una mano y piensa si decir que va a acabar muerto de todas formas porque está desangrándose. A lo mejor ya lo saben: no lo consideran un peligro, ni siquiera está atado. Castiel vuelve a hablar, incómodo:
-Es su hermano…
El hombre suelta una breve carcajada.
-No es ninguna novedad. ¿Qué quieres decir con eso?
-Que no va a… ayudarnos si él muere -aclara Castiel. Sam no está tan seguro. Después de las últimas semanas, del mensaje al móvil… No abre la boca. Frunce el ceño. Por lo que está entendiendo, los demonios tienen a Dean. Y quieren entregarlo a él a cambio de su hermano.
-Tampoco va a dejar que se mueran millones y millones de personas, ¿no? Hablo de una guerra. ¿No es el héroe, nuestro héroe? Que lo demuestre.
-Zacarías -interrumpe Castiel con sequedad-. Te digo que no va a hacer nada si Sam se muere.
-¿Tú crees? -resopla el tal Zacarías, irritado.
-No hace falta creer; es así.
Se hace un silencio espeso. ¿Cuántas implicaciones tiene esa frase? Sam suelta el aire, despacio, deshecho sobre la silla y aprieta los dientes, dejando escapar un siseo. Los dos ángeles reaccionan.
-Muy bien, no nos vamos a arriesgar -Hace una pausa, mirando a Sam con los labios apretados, frustrado. Luego vuelve la vista hacia Castiel-. A juzgar por tu aspecto veo que las cosas no van tan bien como esperábamos.
-Estamos perdiendo -se limita a decir. Zacarías exhala un suspiro, impaciente.
-¿Qué más? ¿Qué está pasando ahí fuera?
-Su poder es mucho mayor que el nuestro. Han dejado de dispersarse. Vienen de todas partes, siguiendo a Lucifer -duda-. Ha habido dos flancos de batalla; uno en esta ciudad, donde encontramos a los Winchester. Creo que solo medían nuestras fuerzas. Hemos tenido que retirarnos…
-Continúa.
-El otro flanco está activo, en Kansas, en medio de la nada. Es una llanura extensa y devastada.
-Eso no me sirve. ¿Cuál es la población más cercana?
Castiel piensa un par de segundos.
-Lawrence.
Tenía que ser en Lawrence, piensa Sam, incrédulo y asustado. Tenía que ser allí, donde empezó todo. ¿Dónde también acabará? ¿O ya ha acabado? Aprieta los párpados.
×××
Pasa una semana volviéndose loco en una habitación blanca que parece de psiquiátrico, hasta las visitas parecen de psiquiátrico. Cuando amanece recibe una visita de Castiel. Cada puta mañana durante siete días. Comprueba que sigue vivo y se larga (el primer y el segundo día viene acompañado por otro tipo, que debe ser algo así como un médico. Consigue sanar la herida del estómago a medias, entre efectos especiales de dos duros). Sam se retuerce de sol a sol, a ratos por desear sangre de demonio, a ratos por no saber nada. Sam grita hasta que la voz le queda ronca, Sam golpea las paredes hasta que los músculos le duelen, Sam amenaza durante horas sin conseguir nada. Lágrimas y sangre entre los labios y la sensación de impotencia. Sam come lo suficiente para sobrevivir (le traen la comida dos veces al día, una por la mañana y otra por la noche, a través de una pequeña apertura en la puerta por la que no cabría ni un perro).
Al octavo día, por fin, se lo llevan a Kansas.
Castiel se lo cuenta por el camino (“el camino” es hacer un símbolo en la pared con sangre, desaparecer y volver a aparecer en una ladera de verde infinito, irreal, preciosa entre el horror), a frases metódicas, de manual. Parece un humano pero no habla como uno. Fría inteligencia, ¿dónde están los sentimientos? Libérate. Algo más despeinado de lo que suele ir y la ropa arrugada, quizá nervioso. Le cuenta lo que ya sabía: un trato con Lucifer, un intercambio, el malo por el bueno. ‘Intentarán dar un golpe’, explica Castiel, mientras suben la montaña verdísima a paso rápido. ‘Están al otro lado’. Sam no puede dejar de percatarse de que habla a bandazos.
-¿Qué sabes de Dean?
-No sé nada. Pero está vivo.
-¿No va a venir nadie más?
-Los arcángeles están al otro lado de esta montaña. Están preparados para luchar si el trato se tuerce… y si no se tuerce también.
Sam suelta un gruñido.
-¿Qué quieres decir?
-Que esto es solo una excusa para tener al elegido en nuestro bando antes de que comience la batalla.
-No lo entiendo -resopla Sam, apresurándose tras Castiel-. ¿Por qué Dean es el elegido? ¿Queréis hacer que me mate? ¡No soy el enemigo! -añade a la desesperada.
El ángel no responde. Terminan de subir. Sam se dobla sobre sus rodillas, sin aire, y echa un vistazo hacia abajo.
La imagen que ve a continuación lo impacta. Grabada en la retina para la eternidad. Un escalofrío por la espina dorsal. El prado está cubierto de flores de colores, balanceándose por el viento, con suavidad. La mano de Dios en la última obra; la última escena perfecta en un mundo que va a ser consumido. Los arcángeles no tienen forma humana: son fogonazos de luz blanca, visibles a ratos, concentrándose en una esquina del prado. Hasta los demonios parecen (son) distintos. Simplemente algo de oscuridad, pupilas negras porque la luz no sería tan magnífica sin la sombra. Y allí, el último soldado imperfecto, vivo, el hálito de la esperanza.
-Dean -dice, en voz alta. Se le llenan los ojos de lágrimas.
×××
Baja la ladera hasta los arcángeles trastabillando, tropezando, resbalando. Corre como un loco, notando que se le empapa la camiseta en sudor. Un rato que parece infinito y por fin lo guían hacia delante, hacia el campo de los demonios. Castiel vuelve a estar a su lado, acompañándole un trecho. Susurra tan flojito, apenas moviendo los labios, que por un momento cree imaginarse su voz. ‘Vamos a atacar en cuanto te cruces con Dean. Salid de ahí, por la izquierda.’. Se detiene y Sam con él. Los arcángeles no parecen escuchar.
-¿Por qué me dices esto? ¿De qué lado estás, Castiel?
Se encoge de hombros. Es la primera vez que ve hacérselo. Muy humano.
×××
Avanza por tierra de nadie. Ya puede ver a Dean, caminando hacia él. Más delgado que la semana pasada. Pálido. Aliviado de verle y también inseguro, con la mirada confusa (¿qué vas a hacer, Sam?, ¿vas a luchar en el bando equivocado?, ¿contra mí?, ¿opondrás resistencia?, ¿beberás su sangre?). Sam le habla entre dientes, bastantes pasos antes de llegar a su altura.
-Escúchame, Dean, van a atacar justo cuando nos crucemos, tenemos que ir a la izquierda, ¿entiendes?, confía en mí, Dean, solo quieren matarse, salgamos de en medio.
Su hermano sonríe un poco, asintiendo imperceptiblemente. Toma el control cuando se cruzan, aferrándole de la chaqueta y tirando de él, hacia la izquierda, siempre a la izquierda; dicen que es tierra de nadie pero es tierra de ellos, de ambos, nuestro propio bando, no muy bueno, tampoco muy malo. Su tierra, corriendo medio agazapados mientras vuela la magia de la muerte sobre sus cabezas, negro y blanco mientras son tan grises que se confunden con el entorno de colores.
Pronto encuentran la salvación: pendiente abajo, casi un precipicio y está tan escarpado que si no se rompen la crisma es porque Dios (tiene gracia) no quiere. Chillidos sobrehumanos quedan a sus espaldas y deja de importar. Huyen.
No van a atraparnos. Caeremos si hace falta.
Llegan al fondo del precipicio. Es como otro mundo, color arena rojiza. Recuerda un poco al Gran Cañón. Vacío. Respiran sin fuelle y se miran, a pocos metros, agotados. Sin saber qué decirse.
×××
Lights will guide you home
And ignite your bones…
And I will try to fix you
Sam acorta la distancia en tres zancadas, lívido. Tiene la mirada vidriosa y los labios entreabiertos. Se queda a unos centímetros de Dean y pregunta ‘¿estás bien?’ en voz muy baja. Él asiente con aire derrotado; tocado en lo más hondo. Ha estado al borde de perderlo otra vez, de perderse el uno al otro. Se miran unos instantes, la preocupación oprimiendo los pulmones como una mano congelada.
Luego Sam rodea muy despacio su espalda con un brazo y lo atrae contra sí para abrazarlo. Al cabo de unos momentos su hermano hace ademán de separarse, incómodo, tenso, pero Sam murmura ‘espera’, ligeramente suplicante, la vergüenza en la voz, y apoya la otra mano en su hombro. Dean alza los brazos con lentitud y acaba abrazándole también, los hombros relajándose gradualmente.
Se quedan así mucho rato, medio balanceándose por las heridas. Cuando se separan a ambos les brillan los ojos y empiezan a caminar en silencio, diciéndose miles de cosas sin necesidad de hablar. Han pasado mucho en los últimos meses; y más de la mitad de ese “mucho” ha sido malo. ¿Ahora? Ahora es la hora de que empiece el circo de los horrores: el Apocalipsis espera fuera, ¿pero sabes qué? A ninguno podría importarle menos. Dean piensa, mientras escucha sus propios pasos sobre la tierra seca, que desataría otro por volver a estar así (por volver a abrazarle así) sin necesidad de que ocurran cosas malas de por medio (ni buenas; sin necesidad de que ocurra nada, solo decir ‘Sam’ y poder estar más cerca de lo que jamás han estado).
serie: supernatural,
fanfic: nuestra última carretera,
no puedo respirar de la emoción,
the_vq y yo vivimos en pecado,
fanfics