Amigo Invisible para Aglaiacallia

Dec 14, 2011 17:29

De: sara_f_black
Para: aglaiacallia

Título: Visita inesperada
Beta: ocsarah
Universo: Movieverse
Personaje/pareja: Watson, Mary, Irene, Sherlock
Clasificación y/o Género: K. Una mezcla entre misterio y comedia
Resumen: La inusual tranquilidad de la vida de los Watson por una semana completa no podía durar demasiado.
Disclaimer: los personajes fueron creados por Sir Arthur Conan Doyle, y las versiones utilizadas en este fic son tomadas de la película dirigida por Guy Ritchie.
Advertencias: está ubicado post película 1, sin considerar spoilers o adelantos de la película 2 ni la continuación del caso aún por resolver planteado en la primera película.

Notas: escrito con todo cariño para mi querida aglaiacallia. ¡Espero que te guste, porque a mí me ha costado tomarle un cariño que no esperaba a Mary! Intenté considerar tus dos peticiones en lo relativo al movieverse: la relación de Mary y Sherlock, y el Sherlock/Irene.


Visita inesperada

El doctor Watson volvía de su consulta pensativo. Llevaba una semana tranquila. Considerando el húmedo clima imperante del inicio de las lluvias había atendido un número en ascenso de resfríos que era normal, pero no tenía ningún enfermo complicado entre manos. Su esposa había estado de muy buen humor de verle regresar siempre con tiempo suficiente de estar un rato juntos antes de la cena al calor de la chimenea y sus últimas inversiones habían sido exitosas.

Tomar consciencia de todo eso sólo podía tener un resultado: preocupación.

Cuando Watson veía en retrospectiva su semana y el nombre de Sherlock Holmes no aparecía en ningún lado, era porque algo grave sucedía o estaba por suceder.

La ausencia de su amigo podía significar dos cosas: la primera, que había caído en un estado de ociosidad peligrosa que podía desencadenar en el consumo indiscriminado de sustancias, peleas ilegales que le dejaran altamente lastimado y finalmente, con él condenado a quedarse atendiendo de su salud por días, lo que resultaba particularmente complicado cuando se trataba de alguien que no se dejaba cuidar.

La segunda, podía ser que estaba inmerso en algún caso importante y secreto, al punto de no poder comunicárselo a él. En esas ocasiones, de alguna manera Sherlock terminaba acudiendo a él in extremis, arrastrándolo a ocasiones de mucho peligro y enterándose de todo -o de todo lo posible- sobre la marcha.

No estaba seguro de qué sería peor en esta ocasión, de manera que había decidido apersonarse en Baker Street antes de que cualquiera de las dos situaciones lo tomara por sorpresa. Sin embargo, encontró el apartamento vacío. La única señal sobre el paradero de su amigo podía ser una serie de correspondencia con un barón que al parecer había contratado sus servicios para recuperar un objeto cuya pérdida tenía a su esposa muy apenada. Sin embargo, no brindaba detalles porque quería hablar en persona con Sherlock.

No sonaba a nada demasiado peligroso, de manera que Watson había decidido dejar sus pesquisas allí. Con suerte, no ocurría ninguno de sus dos temores y simplemente Sherlock tenía un caso entre manos que lo tenía lo suficientemente ocupado para ausentarse de su cotidianidad.

Si era sincero la idea de que no recurriera a él le sentaba un poco mal, pero sabía que debía alegrarse de que al fin las cosas se normalizaran y su compañero aceptara su nueva situación de casado.

Cuando llegó a su casa, media hora más tarde que los días anteriores dado a su rodeo para visitar Baker Street, su esposa corrió a recibirlo a la entrada. Parecía disgustada por algo, y le ayudó a quitarse el abrigo con prisas.

-¡Menos mal que llegaste, John! - Exclamó con sincero alivio.

-¿Qué ocurre? - preguntó el doctor alarmado. ¿Acaso era en casa que la tranquilidad se iba a ver interrumpida?

-Tenemos una visita - le explicó ella precipitadamente.

Watson frunció el ceño.

-No recuerdo que esperáramos a nadie hoy - comentó con tono de duda.

Mary Watson lanzó una mirada intranquila hacia la puerta que llevaba al saloncito de su casa. No necesitaba las habilidades de Sherlock para saber que su visita no le agradaba particularmente.

-No esperábamos a nadie - le confirmó. - Se invitó por su cuenta, me fue imposible rechazarla cuando insistió frente a mi jefa en que era vieja amiga tuya. Se ofreció a traerme en su carruaje y así esperar para saludarte, pero además al bajar de él se resbaló en un charco de barro. Tuve que invitarla a pasar para limpiárselo.

Aunque Watson hubiera preferido que su esposa se quedara en casa, Mary disfrutaba mucho de su labor como institutriz y continuaba dando algunas clases particulares a las hijas de la familia para la que trabajaba tiempo completo antes de la boda.

-¿Una vieja amiga? - Aquello causó todavía más perplejidad en el doctor, quien no recordaba a muchas mujeres a quienes pudiera dar ese título, habiéndose desenvuelto por mucho tiempo tan solo en el ejército. - ¿Dijo de dónde nos conocíamos?

Mary levantó ligeramente la barbilla con aire digno. Aquella visitante no era de su agrado y sospechaba que cuando supiera más sobre ella su opinión no mejoraría.

-Dice que tienen un amigo cercano en común.

La única forma de despejar la duda era entrar en el salón para ver a la visitante. Se apresuró a entrar, sintiendo que Mary lo seguía de cerca.

-Doctor Watson, ¡que alegría encontrarnos de nuevo!

La voz fina hacía juego con el conjunto que presentaba la mujer en el saloncito. Peinado recogido que rezumaba comodidad y seguridad, sonrisa encantadora y mirada llena de ingenio y picardía. Lo único extraño era que llevaba una falda de su esposa, mucho menos fina de las que estaba acostumbrado a ver en ella, y tenía una manta sobre los hombros para protegerse del frío.

Irene Adler le sonreía desde el sofá de su casa, mientras tomaba con tranquilidad té en la fina vajilla que les regalaron el día de la boda unos parientes lejanos de Mary.

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Aquello era como encontrarse una serpiente venenosa de atractivos colores reposando tranquilamente entre las sábanas blancas de la cama. El doctor Watson nunca hubiera pensado que llegaría a ver a Irene Adler y su esposa en un mismo lugar. Mucho menos se había planteado la posibilidad de que la mujer se hiciera presente en su casa y peor aún, lo esperara allí a su llegada del trabajo.

Sin embargo, Irene no parecía sentirse fuera de lugar. Al contrario, actuaba como si estar en aquella sala tomando el té fuera lo más natural de mundo y su reencuentro el más delicioso de los eventos de su semana.

-Su esposa es una mujer encantadora - opinó Irene con soltura. - Lamento haberla importunado con mi presencia, pero dado nuestro casual encuentro, no podía dejar pasar la oportunidad de verlo de nuevo, doctor Watson. Además, hemos tenido la oportunidad de conversar un rato y he llegado a la conclusión de que ha conseguido una esposa muy lista y digna. Sabía que debía conocerla en persona.

Irene Adler nunca había despertado sentimientos positivos en el doctor Watson. Ni siquiera en aquellas ocasiones en las que -en apariencia- estaban trabajando juntos o compartían algún objetivo en común. Le resultaba peligrosa y ella lo sabía. Esa sonrisa que cualquier otro hubiera catalogado de encantadora era una mueca burlona hacia él. La mujer era consciente de que a él no le agradaba nada que hubiera pasado tiempo con su esposa y se lo restregaba en la cara con descaro.

-¿Quiere decir eso que había escuchado sobre mí antes? - preguntó Mary con tono extremadamente formal. Sabía cómo hacer constar que no le agradaba su visita sin faltar lo más mínimo a las formas de trato social.

-Como dije, el doctor Watson y yo tenemos amigos en común - repitió Irene con diligencia. - Aunque debo decir que hace un tiempo que no veo a ninguno de ellos. De hecho, me preguntaba si podría darme alguna referencia sobre uno de ellos en particular.

Por supuesto que su presencia allí significaba que necesitaba algo de él, pero no había esperado aquello. Aparte de Sherlock los únicos “amigos” en común que podían tener eran víctimas o antiguos empleadores de la mujer, dudaba que se refiriera a alguno de ellos.

El doctor se obligó a mantener una expresión tranquila antes de girarse a ver a su esposa. Sin embargo, no sonrió. Aquello no iba a agradarle a Mary.

-La señora Adler es una antigua conocida de Sherlock.

Como siempre que se mencionaba al detective, Mary adquirió un aire aun más digno, al tiempo que levantaba una ceja con gracia.

-No me extraña.

El comentario no podía haber sido tomado de ninguna forma como algo positivo, pero la indeseada visitante se mostró complacida, con una sonrisita orgullosa en el rostro.

-Mary, cariño, ¿podrías traerme algo de tomar de también? - Preguntó con tacto el doctor Watson. Sabía que su esposa entendería la indirecta, pero también era consciente de que no le gustaría verse excluida de la conversación.

-Claro - replicó con prontitud, aunque efectivamente la petición le desagradó. Miró con curiosidad teñida de desconfianza una vez más a su visitante antes de salir del salón y dejarla a solas con su marido.

No había terminado de salir del salón cuando el doctor se giró para ver a Irene, cuya sonrisa no había desaparecido.

-¿Qué es lo que quiere? - Preguntó Watson con rapidez, no exento de cierta brusquedad.

Irene se encogió de hombros con tranquilidad.

-Ya le dije, quería saber algo sobre nuestro amigo en común.

-Si quiere saber algo sobre Sherlock, pregúntele a él.

-Lo haría - replicó ella con sencillez - pero tengo unos días de intentarlo sin éxito. Supuse que por medio de su fiel doctor podría encontrarlo.

Watson sintió un nudo en el estómago. Sus suposiciones habían sido reales. Sherlock estaba metido en algo peligroso. Si no lo había contactado en toda la semana era porque probablemente estaba haciendo trabajo encubierto.

-Veo que me equivoqué - añadió Irene con un tonito de burla era evidente en sus palabras, a pesar de su actitud de disculpa.

-Sherlock y yo no vivimos juntos ya - le recordó Watson irritado. - Creo que es normal que no sepa dónde está siempre.

El comentario divirtió a Irene.

-Estoy segura de que él no está muy de acuerdo con ese trato - la vio acomodarse los pliegues de la falda después de dejar su taza de té sobre la mesita. - Igual que estoy segura que esta visita me ayudará a encontrarlo.

Antes de que Watson pudiera repetirle que no sabía nada de su amigo, sonó el timbre de la casa. Escuchó los pasos rápidos de Mary dirigirse hacia la puerta. Luego un silencio pesado seguido del nombre del recién llegado.

-Señor Holmes. Justamente tenemos a una amiga suya de visita.

-Lo sé - replicó la voz del detective, un poco bronca, como cuando lleva varios días sin utilizarla.

Watson maldijo internamente la sonrisa de triunfo que le dedicó Irene al escucharlo.

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Los encuentros entre Mary Watson y Sherlock Holmes no eran frecuentes. Cuando sucedían, siempre tenían al doctor Watson de por medio, ya fuera porque el detective llegaba a buscarlo a la casa para llevárselo con él o porque el doctor resultaba herido en algunos de sus trabajos.

Por esa razón no era extraña que el rostro de la institutriz se ensombreciera al verlo aparecer en su puerta, pero ese día su expresión era particularmente molesta.

-¿Puedo pasar? - Preguntó Sherlock al tiempo que entraba sin esperar respuesta de la dueña de la casa.

Entró al saloncito donde el doctor Watson e Irene Adler escuchaban su llegada con atención. La mirada de la mujer brilló al verle entrar, mientras que su compañero de aventuras no parecía nada feliz con él.

-Doctor, creo que hay un hombre afuera que necesita sus servicios - declaró por todo saludo, causando la confusión del doctor y la sorpresa de la mujer, quien dejó su taza de té en la mesita, frunciendo el ceño aparentemente indignada.

-¿Agrediste a mi chofer?

Sherlock la miró entonces directamente.

-Era sospechoso.

-¿De qué? ¿Golpear los caballos? - Preguntó ella alzando una ceja.

-De ser tu medio de fuga - contraatacó Sherlock antes de retirarle la atención y dirigirse al doctor. - No estará inconsciente demasiado tiempo pero necesita atención.

Mary había entrado detrás de él en el salón, y se quedó allí cuando su esposo salió presuroso en busca de su bolso de medicina, dispuesto a atender al hombre agredido a pesar de la mirada de profunda molestia que le dirigió al detective antes de salir.

-No estoy segura de que sea apropiado ofrecerle algo de tomar a alguien que agrede a otra persona en el portal de su casa - comentó Mary con cierto tono receloso, aunque había en su expresión un deje de resignación que resultaba gracioso al detective. Estaba ya acostumbrado al trato con la mujer y sabía que ella empezaba a acostumbrarse a él también.

-No como mientras estoy trabajando.

La declaración, hecha en el tono condescendiente de quien lo ha dicho muchas veces, tuvo un efecto inmediato en la anfitriona, quien en lugar de rodar los ojos se giró con toda dignidad hacia Irene.

-Supongo que ya conoce la costumbre de su amigo de intentar matarse en cada caso que lleva.

Irene miró al hombre divertida. Parecía haberse repuesto de la noticia de la agresión de su chofer con asombrosa facilidad.

-Bueno, sólo algunos tenemos la habilidad de dedicar la atención a nuestro cerebro y nuestras necesidades al mismo tiempo.

-Es una facultad femenina - señaló Mary esbozando una pequeña sonrisa, ganándose una mirada irritada de Sherlock, quien se acercó hacia ella, obligándola con el movimiento a retroceder un poco hacia la puerta del saloncito.

-Necesito hablar con Irene a solas - le señaló sin introducciones bajando el tono de voz.

Mary lo miró indolentemente.

-Entonces ahora además de llevarse a mi esposo, viene porque quiere parte de mi casa.

Holmes señaló con la cabeza hacia Irene.

-Ella es la que eligió el lugar.

La mujer había seguido con atención la conversación, aunque implicara afinar un poco el oído, puesto que hablaban más bajo de lo normal. Al escuchar esa declaración se levantó, prendiendo con cuidado la falda para no majarla.

-Lamento las molestias, señora Watson.

Esa era Irene Adler, podía ser la criminal con los modales más exquisitos de todas con las que Sherlock se había cruzado. De alguna forma lograba casarse o relacionarse siempre con hombres acaudalados que se movían en grupos selectos.

Mary le dedicó una mirada gélida del mismo tipo de las que reservaba para Sherlock.

-Iré a ver si su vestido está en condiciones de ser usado de nuevo, señorita Adler - replicó la institutriz sin contestar realmente a su disculpa.

Cuando Mary subió las escaleras que llevaban a los dormitorios, Irene y Sherlock se encontraron solos.

-Creo que me agrada - declaró Irene al verla desaparecer escaleras arriba. Luego sonrió con malicia y su tono se llenó de ironía - Debe ser un día de campo compartir el doctor Watson contigo teniéndote tanto aprecio.

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Sherlock había pasado la última semana muy atareado investigando el caso que el barón le había encomendado. En principio se trataba solamente de recuperar un collar con 15 perlas exquisitas y valiosas que había encargado para su mujer.

Aunque no le había dicho cómo las había perdido realmente, no había sido difícil descubrir que se las había robado su amante. Lo complejo del caso apareció cuando Sherlock confirmó que la susodicha no era otra que Irene Adler.

-Me has estado evitando. Empezaba a pensar que me iría de Londres sin verte - le acusó Irene con aire resentido, aunque Sherlock pudo ver el brillo en sus ojos que indicaba que había estado segura de verle al ir a esa casa.

-No tenía intención de verte - le confirmó él, manteniéndose en el mismo lugar en el que había hablado con Mary. Irene se había sentado en el brazo del sillón más cercano a él con mucha naturalidad, sosteniendo descuidadamente la manta con el que cubría sus hombros dado a que su vestido estaba siendo limpiado en el piso superior.

-Pero pusiste a tus chicos a seguirme - señaló ella con satisfacción. - ¿Creías que aún las tenía?

Sherlock chasqueó la lengua con impaciencia.

-Sabía que no las tenías. De hecho, las encontré esta mañana. ¿Por qué te gusta tanto fastidiar a tus amantes?

Irene sonrió sin mostrarse afectada por el hecho de que él hubiera recuperado las perlas. Poco podía importarle cuando evidentemente ya había ganado el dinero que esperaba por la venta de las mismas al joyero en cuya tienda Sherlock había recuperado el collar de su cliente.

-Yo los fastidio, tú te entretienes en un caso, yo gano dinero. No veo qué puede hacer que te quejes, es beneficioso para ambos - declaró ella con soltura, como si se tratara de un negocio legítimo planeado para el bien de los dos.

Sherlock ignoró el comentario.

-Como ves, no necesitaba verte para resolverlo.

-Pero igual hiciste a la escolta que me asignaste avisarte de mis pasos - señaló ella con perspicacia. - Pensé en perderlos, pero se me ocurrió que serían útiles a pesar de molestos.

Los irregulares de Baker Street, un grupo de niños que vivían en la calle y hacían encargos para Sherlock a cambio de cuantiosas propinas, habían tenido a su cargo seguir a Irene Adler por toda la ciudad.

-Así que viniste a la casa de Watson para que me lo avisaran - declaró él con apremio, comos i quisiera que pasara a la parte importante de la conversación. Eso evidentemente lo había deducido desde el momento en que había recibido el informe de su localización esa tarde.

-No me necesitabas para encontrar las perlas, así que si tenía escolta era por otra razón, ¿verdad? La misma por la que estás aquí. - La mirada de suficiencia de la mujer solía irritar y descolocar a Sherlock a partes iguales. - No confías en el barón.

-No confío en nadie - le corrigió el detective, aunque no logró esconderle a la mujer lo mucho que lo fastidiaba que leyera en él como un libro abierto cuando nadie más podía hacerlo.

-Excepto en Watson - le corrigió ella a su vez con la misma sonrisa maliciosa que solía utilizar cuando hablaba de su relación con el doctor.

En eso no podía decirle que se equivocaba.

-Sé que el barón me ocultó algo - declaró finalmente Sherlock. - Pero al final he podido cumplir su encargo.

Irene asintió, levantándose para acercarse a él, clavando una mirada profunda en sus ojos.

-Pero no puedes quedarte con la incógnita, ¿verdad?

Sherlock ladeó la cabeza, sosteniéndole la mirada.

-Quería las perlas pero no denunciar a quien las hubiera robado. - Explicó con un tono que daba a entender que no era su voluntad hacerlo, a pesar de que ambos sabían que si había aceptado ir a verla como ella esperaba que hiciera, era porque necesitaba una respuesta que no había podido encontrar. - Me tomó muy poco saber que había sido su propia amante. ¿Por qué no acusarte a la policía?

-Tal vez no quiere que su esposa sepa sobre su infidelidad. No eres el único a quien no le gusta compartir.

El detective desechó la idea con un movimiento despectivo de la mano derecha.

-La esposa sabía. Y él tiene suficiente influencia para lograr que la historia no salera a la luz.

Irene asintió divertida.

-Tal vez aún me quiere.

La declaración hizo que Sherlock rodara los ojos, aunque tuvo que esforzarse para no retroceder cuando Irene invadió su espacio personal.

-No te quería - exclamó con desdén, como siempre que se refería a cualquiera de los amantes de Irene.

-Oh, vas a romperme el corazón - bromeó ella deteniéndose a muy poca distancia. - ¿Realmente quieres saberlo?

-No voy a rogar - replicó Sherlock entrecerrando los ojos.

-Te lo diré - dijo ella con condescendencia tras unos momentos. Se acercó para hablarle al oído. - No quiere que su esposa sepa que tenía 20 perlas y me dio las otras cinco. Eso, ella no se lo perdonaría.

Se separó de él y retrocedió un par de pasos con la misma sonrisa de diversión en la cara, mientras la expresión concentrada de Sherlock revelaba que estaba evaluando qué tan posible era aquello. Conociendo el carácter de su último amante y su mujer llegaría fácilmente a la conclusión de que no mentía.

-¿Satisfecho? - Preguntó Irene entonces.

Sherlock la miró con suspicacia.

-¿Qué haces aquí?

Como siempre, la conversación parecía ir justo como Irene deseaba, a juzgar por su expresión triunfadora.

-Quería despedirme antes de irme. ¿Por qué no me crees?

Sherlock avanzó un par de pasos hacia ella, frunciendo el ceño.

-¿Realmente tengo que responder a eso?

Se miraron mutuamente en un reto mudo, algo común entre ellos, en el que el detective trataba de descifrarla y ella disfrutaba su incapacidad para lograrlo.

Los pasos descendiendo por la escalera interrumpieron su duelo de miradas. Mary Watson se detuvo en la base de la escalera.

-Señora Adler, su vestido está listo. Cuando quiera puede vestirse.

Irene se giró hacia ella con expresión complacida.

-Perfecto. Muchas gracias, señora Watson. Me vestiré y me iré enseguida. Le he robado ya demasiado tiempo. - Luego miró a Sherlock con picardía, dirigiendo a él sus siguientes palabras. - Te invitaría a acompañarme, pero estamos en una casa decente.

Le guiñó el ojo, para estupefacción de Mary. Sherlock tuvo que disimular un inicio de sonrisa que no tenía interés en que ninguna de ambas mujeres notara. Irene ascendió por la escalera con rapidez, dejando a su anfitriona y el detective a solas.

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Si Sherlock planeaba seguir a Irene Adler al segundo piso de la casa tuvo que cambiar de idea cuando Mary Watson se quedó de pie en la base de la escalera, mirándolo severa.

-No deberíamos dejarla sola - señaló Sherlock dirigiendo la vista hacia la parte superior de la escalera, por la cual había desaparecido Irene momentos antes.

Por toda respuesta, la institutriz se cruzó de brazos y arqueó una ceja.

-Pasé toda la tarde a solas con ella. Me gustaría saber con quién estamos tratando.

Sherlock miró impaciente a su alrededor, mientras trataba de prestar atención a los sonidos del piso superior, pero Irene era increíblemente sigilosa y ágil para moverse.

-No con una mujer normal - señaló de mala gana.

-¿Es peligrosa? - Preguntó Mary con la misma seriedad que había hablado en un inicio, aunque Sherlock era capaz de distinguir también los signos de curiosidad en ella.

-Con quien quiere serlo. Cuando le conviene serlo. - Sherlock se acercó. - Realmente debería subir.

La expresión de Mary se tornó más suspicaz. Parecía dividirse en un debate sobre a cuál de los dos visitantes de ese día debía tenerle más reservas. Sherlock por otra parte parecía debatir mentalmente las consecuencias de tomar a la esposa de su amigo por los hombros y apartarla de su camino.

Sin embargo, el regreso de John Watson al salón puso fin a ambas tomas de decisiones inconclusas.

-Holmes, ¿realmente tenías golpearlo? Lo tuve que enviar en un carruaje al hospital.

-Estará bien, dolor de cabeza por dos semanas, lo calculé - replicó Sherlock frunciendo ligeramente el ceño, pero sin retroceder ni dejar de mirar a Mary.

-Ella no es la única peligrosa entonces - comentó la mujer ladeando la cabeza. A pesar de su evidente molestia, Sherlock sabía que aquello la divertía ligeramente. Seguía pensando que era un peligro para su marido, pero el investigador estaba seguro de que empezaba a considerarlo algo así como un mal necesario con el que no tenía opción más que convivir y al menos era peculiarmente interesante.

Antes de que Sherlock replicara, Watson había reparado en la ausencia en el salón.

-¿Dónde está ella? - preguntó con urgencia, acercándose a su esposa y su amigo.

-Arriba - contestó Sherlock al tiempo que una pequeña sonrisa de suficiencia se formaba en su rostro. Mary Watson tendría que aceptar que no haberlo dejado subir había sido un error.

Sin embargo, a pesar de que la postura de ambos dejaba claro que la institutriz le había bloqueado el paso, Watson dirigió únicamente al detective una fuerte mirada acusatoria.

-¿En qué estabas pensando? ¡¿Dejaste a Irene Adler sola en mi casa?! - El enojo se mezcló con la exasperación resignada cuando negó dos veces con la cabeza y resopló. - Oh, siempre lo logra contigo, Holmes…

La airada réplica del detective fue interrumpida por los pasos rápidos y suaves que se acercaban a la escalera. Irene Adler apareció entonces y le dedicó una cálida sonrisa al dueño de la casa.

-Lamento que lo inquiete mi presencia, doctor Watson. Me puedo ir ahora. Su esposa muy amablemente ha logrado que mi vestido esté presentable hasta que llegue a mi alojamiento…

Bajó las gradas con agilidad, al tiempo que se ponía unos gruesos guantes negros, elegantes y lustrosos, de apariencia nueva aunque poco ajustada.

-Gracias por su hospitalidad, señora Watson - agradeció con un amago de reverencia.

Sin embargo, antes de que pudiera dedicar unas palabras a Sherlock también, este la tomó por la muñeca.

-¿Por qué los guantes?

Irene le dedicó una engañosa mirada cargada de inocencia que él conocía a la perfección. No la utilizaba para intentar engañarlo, sino para fastidiarlo.

-Una chica debe estar preparada para llevar su propio coche en caso de que alguien la deje sin su cochero.

Sherlock acarició la textura del guante de la mano que sostenía.

-Están nuevos. - Ambos sabían que eso significaba que había esperado que se encargara de su cochero. Irene no vio necesario confirmarlo. El detective soltó su mano, todavía mirándola con desconfianza. - Y te quedan grandes.

Irene suspiró y se sacó el guante de la mano que Sherlock había sostenido, estirando frente a él los dedos largos y elegantes.

-Por desgracia, no suelen hacer guantes para llevar las riendas de dos caballos jalando un coche para manos como las mías.

En un movimiento ágil y rápido acarició la barbilla del detective con la punta de los dedos antes de volver a colocarse el guante y dirigirse a paso firme hacia la puerta, sin esperar que nadie la guiara a su salida.

-No te preocupes, Sherlock. Mi próxima visita a Londres será menos incógnita y podremos vernos en nuestro hotel. - Luego su vista se dirigió a Mary, a quien dedicó una inclinación de cabeza. - Aunque será un placer pasar a saludarla, señora Watson.

Sin motivos concretos para retenerla, Sherlock no se movió cuando abrió la puerta para marcharse. Sin embargo, cuando la puerta se cerró tras ella, se acercó a la ventana para verla partir.

La vio subir al coche, tomar las riendas y probarlas con los guantes para después quitárselos y tomarlas directamente, con más firmeza. Pocos momentos después se alejaba de allí, mezclando el coche entre la multitud.

-Supongo que ahora que se ha ido su trabajo está terminado señor Holmes. - Comentó Mary a sus espaldas. - ¿Se quedará a tomar algo?

La pregunta era por educación, el detective lo sabía. Él siempre declinaba y Watson lo acompañaba a la puerta.

Pero Sherlock no podía irse sin terminar de resolver el misterio. ¿Qué quería Irene Adler con la visita a la casa de los Watson?

Mary no reprimió su expresión de sorpresa cuando el detective aceptó de buena manera quedarse a cenar.

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Watson no podía recordar ninguna ocasión en la que reunir en el mismo lugar a Sherlock y Mary hubiera resultado bien, así que ver a su esposa servirle una taza de té a su amigo le causaba una extraña sensación de inquietud. Si había aceptado esa bebida en lugar de pedir un licor, era porque todavía estaba pensando en algo.

Aquello no había terminado con la marcha de Irene.

El problema era que ni siquiera sabía qué era “aquello”. Por eso tuvo que utilizar toda su habilidad para convencer al detective de hablar en presencia de Mary. Sin embargo, sabía bien dónde pulsar. Apelar al orgullo de su amigo siempre había terminado por aflojarle la lengua a menos que fuera algo de lo que no podía hablar por alguna razón muy particular, como un secreto de Estado.

Mary por su parte, a pesar de su actitud distante, estaba muy interesada en escuchar la historia. El brillo de sus ojos la delataba, igual que cuando ojeaba con fingida indiferencia los escritos de su esposo.

Sherlock intentó captar algún gesto de disgusto al escuchar el tipo de relaciones en las que estaba inmiscuida su invitada de la tarde, pero todo lo que encontró en su rostro fue que aquello confirmaba la opinión que se había formado sobre su visitante.

El detective tenía que reconocer que Mary tenía cierta habilidad para leer a las personas.

-Sigo sin entender qué quería viniendo aquí - comentó Mary al terminar de escuchar la historia sobre el barón, las quince perlas de la esposa y las cinco perlas de la amante.

-Hablar con Sherlock - replicó Watson intentando reprimir una sonrisa. - Demostrarle que no había hecho nada con lo que ella no contara.

El detective dirigió una mirada de reproche al doctor, pero no replicó. Estaba tratando de descifrarlo. Irene no había ido allí por simple satisfacción de restregarle en la cara que había contado con que él recuperara las perlas y en que su ex amante no haría nada contra ella. Tenía que haber algo más.

-¿Y para eso necesitaba robarme toda la tarde? - Mary torció el gesto, disgustada. - Podría haber venido más tarde con una mejor excusa que echarse a perder el vestido.

La esposa del doctor levantó para recoger la bandeja y llevarla a la cocina. Watson la miró irse con aprensión y se giró muy serio hacia el detective.

-Mary no debería verse involucrada en nada. ¿No puedes tener tus problemas con Irene lejos de aquí? ¿Es demasiado pedir que mi esposa esté…?

El doctor se vio interrumpido cuando Sherlock se levantó de golpe, mirando hacia el piso superior de la casa.

-No era a mí a quien Irene necesitaba ver. - Su mirada fue del cielorraso del salón hacia la cocina.

Watson se levantó a la vez, entre alarmado y furioso.

-¿Mary? ¿Qué interés podría tener Irene Adler en mi esposa?

Sherlock no lo miró. Ladeó la cabeza, con la mirada perdida, sumido en sus propios pensamientos. Aquello no era sobre él, ni sobre las perlas. Tampoco sobre el cochero.

Era sobre el vestido. Irene sola en el piso superior. Los guantes.

Los guantes.

Después de todo Watson tenía razón. Burlarse de él había sido parte del encanto de la situación.

-Irene quería recuperar algo. Justo frente a mí.

El doctor lo miró como si hubiera perdido la razón.

-¿Qué cosa? ¿Cómo podría haber algo que le interesara recuperar acá? ¡No hay forma de que nada suyo haya llegado a esta casa antes!

Sin embargo, sí la había. La expresión de culpabilidad apareció de manera velada en el rostro de Sherlock, pero lo suficiente para que Watson lo comprendiera. La única forma de que algo de Irene hubiera entrado a esa casa tenía que haber sido por medio de él.

Y así había sido.

El detective no necesitaba de sus desarrolladas habilidades de observación para notar todos los signos de furia que empezaban a aparecer en el doctor.

-¡¿Me diste una piedra preciosa de Irene para el anillo de compromiso de mi esposa?!

Sherlock notó que miraba hacia la cocina, lanzando la pregunta en tono alterado pero en un susurro furioso, intentando que su esposa no escuchara aquello.

-No era exactamente de Irene - le corrigió, pero no pudo continuar su explicación porque la furia de Watson se acentuó.

-¡¿Una joya robada por Irene Adler?!

-Era una garantía de que es de buena calidad - replicó Sherlock retrocediendo un paso, al tiempo que Watson avanzaba uno hacia él con expresión de furia contenida.

-¡Pudo lastimar a Mary!

Sherlock desechó la idea con un gesto despreciativo.

-Claro que no. Creo que le agrada Mary. El truco del vestido le daba acceso a las habitaciones. Al subir a cambiarse el vestido dejando la discusión abajo podía tomar fácilmente la joya.

-Entonces, ¿por qué no lo hizo desde el inicio? ¿Por qué todo el teatro?

El detective sonrió ligeramente, con un matiz de orgullo herido y la amargura de la derrota, mezclados con esa malsana admiración por la mujer.

-Para burlarse de mí. Los guantes. Debí saberlo. Salió con el anillo puesto delante de mí.

Ahora podía recordar claramente el movimiento al quitarse el guante para enseñarle la mano, y como al salir de casa tuvo que quitárselos otra vez para poder llevar los caballos. Los guantes anchos lo habían ocultado a la perfección y le habían servido de bolsa cuando diligentemente se había quitado el guante para enseñarle su mano desnuda.

Una jugada innecesaria donde se había arriesgado a ser descubierta. Por eso mismo lo había hecho.

Por el placer de derrotarlo una vez más, cara a cara.

Watson todavía estaba enojado, pero como solía sucederle en los accesos de rabia hacia él, empezaba a pasarle las ganas de estrangularlo. El disgusto le duraría un poco más. Ahora, como Sherlock sospechaba, tenía otra preocupación que no tardó en expresar en voz alta.

-¿Cómo voy a explicárselo a Mary?

Los pasos acercándose por el pasillo no se hicieron esperar.

-¿Explicarme qué?

Antes de que alguno de los dos hombres respondiera, sonó la campanilla de la casa. Mary acudió a contestar y regresó con expresión seria, llevando a un niño de unos 12 años junto a ella.

Sherlock y Watson reconocieron de inmediato a uno de los irregulares de Baker Street.

-¡Señor Holmes! - Exclamó el chico - La señorita Adler nos dijo que podíamos irnos. Nos encaró en una calle solitaria y dijo que usted no necesitaba más nuestros servicios tras ella.

El detective respiró profundo antes de resoplar disgustado.

-¿Los descubrió a todos?

-Jinx está tratando de alcanzarla de nuevo - le informó el chico, inmune a sus manifestaciones de molestia. - Pero a mí me dio un regalo para la señora Watson y me dijo que a usted le gustaría estar presente cuando lo recibiera. ¡Vine por instrucciones, señor!

El chico lo miró expectante, mientras que Mary miraba inquieta a su esposo.

Sherlock frunció ligeramente el ceño.

-¿Dónde está el regalo?

El niño les enseñó una pequeña caja plateada y se la tendió dudoso a la señora de la casa, quien en lugar de tomarla lanzó una mirada intrigada al detective.

Podría decir lo que quisiera, pero Sherlock pudo ver en esa mirada que después de todo, confiaba en su criterio e iba a seguirlo.

-Holmes… - dijo Watson en tono de advertencia, nervioso ante la idea de que su esposa abriera un regalo enviado por Irene.

Sherlock se acercó a tomar la caja. Tras observarla unos momentos la agitó, la acercó a sus ojos, la giró para verla desde cada ángulo y la olfateó, pero no llegó a abrirla.

-Puedes irte. - Dijo finalmente. - Sigan a la señorita Adler hasta que se vaya de Londres.

-¡Sí, señor! - exclamó el chico como si escuchara órdenes de un superior. Luego hizo una señal de despedida con la cabeza al doctor Watson y posteriormente a la señora, cuya expresión se suavizó y sonriéndole, lo detuvo un momento para acercarse a una bombonera de cristal que había en el saloncito y sacar uno de los dulces que solía reservar para sus alumnos.

El chico se marchó con una extensa sonrisa en su rostro comiéndose el caramelo, mientras que Sherlock miraba de mala manera a Mary.

-¿Quieres comprar la voluntad de mis investigadores?

La esposa de su amigo le dirigió una mirada severa.

-Son niños - replicó en tono acusatorio. Luego miró a su esposo. - ¿Tú sabías que usa niños para un trabajo peligroso?

Watson suspiró asintiendo, pero no quería darle mayor importancia a ese punto mientras Sherlock sostenía el regalo enviado por Irene.

-Podemos hablar de eso luego. - Señaló la caja en manos del detective - ¿Qué es?

Sherlock se la tendió a Mary, quien tras dudar un momento y mirar a su esposo, la abrió. Si el detective se la estaba dando frente a su marido probablemente significaba que no había peligro.

Encontró una preciosa perla en su interior.

Levantó la mirada con la expresión llena de dudas. Watson, quien se había acercado a mirar el contenido, lanzó una mirada furibunda hacia Sherlock, quien por su parte sonrió incómodo.

-Parece que tiene el aprecio de la mujer también - comentó con amargura. Se rascó el cuello un momento, mirando hacia ambos lados del salón, indeciso. Luego tomó una decisión que se evidenció en sus facciones al mirar hacia la salida del salón.

-Ahora debo irme - exclamó sin ceremonias ni explicaciones. - Doctor, le escribiré. Señora.

Sin esperar que nadie lo acompañara se dirigió a la puerta. Sin embargo, el estupor por el recibimiento de la perla no duró demasiado. Watson se precipitó a seguirlo a pesar de la airada llamada de Mary detrás de él.

Tomó a Sherlock por el brazo cuando este estaba abriendo la puerta.

-¡Tienes que explicárselo a Mary!

El detective miró por encima de su hombro a donde estaba Mary con los brazos cruzados y una expresión de pocos amigos.

-Es tu esposa - le recordó el detective.

-¡Pero el regalo es de tu…! - Watson se detuvo sin saber cómo terminar la frase.

-¡John! - llamó Mary tras él con tono profundamente severo - ¡tú eres el que va a explicarme!

El doctor le dedicó una profunda mirada de reproche antes de girarse para replicar a su esposa, momento que Sherlock aprovechó para zafarse de su agarre y con un último ademán de despedida, alejarse de allí.

Sospechaba que Mary Watson incluso preferiría no tenerlo cerca cuando se enterara de todo.

Sin embargo, antes de marcharse a su casa le esperaba una última sorpresa.

Un pequeño guante guindaba en las verjas de la orilla de la casita. Tenía las letras “IA” bordadas en la muñeca. Sonriendo entre resignado y derrotado, lo tomó y lo guardó en su bolsillo antes de alejarse de allí.

Ya se lo devolvería a la mujer en su próxima visita. Tal vez en esa ocasión lograría al fin vencerla.

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