Se llamaba Paloma (7/?)

Oct 06, 2010 23:36

Fandom: NCIS
Título: Se llamaba Paloma
Personajes: Paloma, Alejandro y personajes relacionados + OC
Advertencias: spoilers del 7x22 en adelante
Advertencia: violencia.
Notas mías: final de la tercera parte, al fin. Siempre la tuve pensada, de hecho la tercera parte es mi gran motivación para este fic. Que la segunda se extendiera fue culpa de Rafael. Quiero darle las gracias a aomwrr  por su asesoramiento en cuestión anatómica. ¿Se han fijado que el fic tiene una advertencia alta desde un inicio? Es por este capítulo. Y no, no es por sexo. Gracias a biweasley  también por darme sus opiniones previa publicación.

Capítulo anterior


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La noticia llegó sin que la esperara. Acababa de volver a casa tras hacer una entrega de producto. Los hombres que habían ido con ella también estaban ahí. Esperaban el regreso de Rafael y otro grupo, quienes andaban en otra entrega.

Fue entonces cuando vieron a Carlos acercándose por el camino con dificultad.

Carlos, uno de los hombres de confianza de su esposo. Uno de los que había partido con él esa mañana.

No necesitó más que fijarse en su ropa ensangrentada y el agujero de bala a la altura de su hombro, ni en su aspecto adolorido y sudoroso. Sus palabras no eran necesarias.

Los otros hombres se acercaron, pero ninguno se atrevió a decir nada. Paloma tenía una única pregunta.

-¿Fue Pancho?

Carlos asintió y cayó de rodillas en las gradas de la casa. La mano con la que se sostuvo dejó una mancha roja en la cerámica blanca.

-Me dejo vivir para traerle… - con la otra mano sacó un envoltorio del bolsillo de su camisa. Era un pañuelo blanco manchado con sangre más oscura. El pulso le temblaba cuando levantó el brazo para entregárselo - Lo siento mucho, señora…

Cuando Paloma lo tomó supo lo que era. No había necesidad de extenderlo para ver el dedo ensangrentado arrancado de la mano de su marido. Era el dedo anular, con el anillo de bodas todavía puesto.

Muerto.

Rafael estaba muerto.

Finalmente Pancho lo había asesinado.

La oleada de dolor se elevó sobre ella, subiendo como un líquido hirviendo de sus pies a la cabeza. El grito de rabia nació en su pecho aunque murió ahogado en las paredes de su cuerpo, y el vacío se precipitó en su interior.

Sin embargo, ver a sus pies al enviado del asesino le impidió derrumbarse y la azuzó como un metal hirviendo sobre su carne. Pancho había mandado un mensaje con él, estaba segura.

Sus hombres se habían deshecho en exclamaciones de rabia e indignación. Todos habían sacado las armas y se precipitaban hacia los autos.

Entonces Paloma habló de nuevo, y su voz tenía un nuevo acero que antes no conocía.

-¡Nadie se va! Escuchemos lo que Pancho Reynosa quiere. Porque te mandó con un mensaje, ¿verdad, Carlos?

El hombre asintió con dificultad. Estaba con mucho dolor, pero ya se ocuparían de eso luego. Los otros se vieron entre sí, pero se detuvieron.

-El señor Reynosa dijo… que ahora él era el líder por derecho del cartel. - Carlos había sucumbido al dolor y estaba acostado boca abajo en las gradas en ese momento - Dijo que si usted lo reconoce y le entrega lo que se merece, le devolverá el cuerpo de Rafa y el cartel le asignará una pensión, como hicieron con su madre.

Su madre.

La mención, la sola sugerencia de que fuera como ella hizo brotar con más fuerza que ningún otro sentimiento el odio por el menor de los Reynosa.

Sabía que todos la estaban mirando, a la espera. Mantuvo la calma exteriormente. Estos no eran hombres que la fueran a abandonar en ese momento, habían pasado mucho juntos. Pero sabía que tendría que probarse como líder desde ahora si no quería perder el cartel.

No lo haría, menos en manos de Pancho.

Sacó el arma que llevaba en la cintura y revisó el cargador con una frialdad que habría creído imposible.

-Pancho puede estar tranquilo: le daré lo que merece.

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Jugaría su papel. Se había anunciado el velatorio del cuerpo de Rafael para ese atardecer en la capilla que estaba cerca de su casa. Sabía que Pancho entendería que ese sería el lugar del intercambio.

Faltaba menos de una hora, y tenía que estar lista. Había dado instrucciones a sus hombres sin dudar un momento que la seguirían. Que ella empezara por dudarlo sería el principio del fin.

Luego se había metido a la casa a tomar una ducha. No sabía cuánto tiempo había estado bajo el agua, como si pudiera lavar de ella la realidad que vivía. Cuando había salido del baño se había sentado en el borde de la cama matrimonial, tratando de asimilarlo.

Rafael estaba muerto.

Se lo repitió mentalmente por enésima vez. Había apartado el anillo ensangrentado del dedo inerte de su marido, y ahora lo sostenía entre los suyos. Levantó la mirada, sin saber bien lo que buscaba y se encontró con su reflejo.

Desnuda, con los cabellos mojados cayendo sobre sus pechos y los ojos enrojecidos aunque sin lágrimas. Su mente la llevó de vuelta a la mañana de funeral de su padre, cuando había encontrado así a su madre.

Recién entendía que su madre realmente había amado a su padre. Sólo no había tenido lo necesario para llevar adelante su trabajo.

Se puso de pie con fuerza, sosteniéndole la mirada a su reflejo.

Ella no sería igual. No perdería el cartel de su padre y su esposo. Los sueños de ambos se cumplirían, y a ambos los vengaría.

Despacio, como un mantra, empezó a repetir para sí la última cita de Tennessee Williams que Rafael llegó a decirle.

-“Las más fuertes influencias en mi vida y en mi trabajo siempre son cualquier persona a quien ame. Cualquiera a quien ame y con quienes esté la mayoría del tiempo, o a quien recuerde más vívidamente.”

Ellos inspirarían su trabajo. El de esa noche al menos, sería una obra maestra.

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Vestía de negro riguroso cuando llegó a la capilla. Pantalón, blusa y saco negro. Formal, digna y elegante. Paloma había heredado el glamour de su madre, pero poco más. La pistola de su padre se amoldaba a la perfección a su espalda, esperando ser usada. El cuchillo en su cintura, regalo de aniversario de bodas de Rafael, se escondía a la perfección en su cadera, bajo el saco.

Sus hombres estaban allí, la mayoría de ellos. Carlos estaba en cama, y ningún otro de los que había acompañado a Rafael había vuelto.

-Señora - la saludaron al llegar.

Ninguno se atrevió a darle las condolencias o acercarse. Se mantuvo fría y distante. Se dejó a seis hombres, quienes se quedaron con ella en la puerta del frente. Los otros se distribuyeron alrededor de la capilla, ocultos.

En la entrada habían varias cajas con carpetas, como las que años atrás los Reynosa se habían llevado de la oficina de Pedro Hernández.

Pancho no la decepcionó. Escucharon los camiones acercarse, y sus hombres se pusieron en guardia. Ella no tocó su arma.

Cuando el camión se detuvo, Pancho se bajó seguido de dos hombres, aunque habían otros en los dos camiones que llegaron detrás. Gritaban obscenidades y reían, parecían estar de fiesta.

-La bella y valiente Paloma… - exclamó mientras se acercaba con esa detestable sonrisa en la boca, balanceándose al caminar. El consumo de droga ya hacía mella en su aspecto - ¡Oh, cómo te quiso mi hermano! Aún recuerdo lo insoportable que era oírle hablar de ti en casa.

-Oh Pancho, el hermano drogadicto... Nunca hubo mucho que decir sobre ti - contestó ella con la cabeza en alto. - Pero no estamos aquí para ponernos nostálgicos. Estos son negocios.

Los hombres que iban con él la miraban con burla. Otro montón de brutos. Seguro que habían estado allí, ayudándolo a matar a su esposo. Carlos no sabía quien había dado el golpe fatal.

-Paloma, Palomita... - Pancho parecía tan satisfecho de sí mismo - Veo que has tomado una decisión sensata. Mis hombres tomarán esas cajas y tú te retirarás del negocio. Esta no es una vida para una mujer.

Los hombres de Paloma impidieron el avance de los otros hacia las cajas.

-El cuerpo primero - exigió Paloma sin que su voz temblara un momento.

Mantuvo los ojos fijos en los de Pancho, hasta que este asintió. Paloma señaló con la cabeza el primer camión y cuatro de sus hombres se acercaron a este, mientras los otros dos mantenían sus armas en alto, cubriéndolos.

Sacaron el cuerpo inerte de Rafael de la parte de atrás. Paloma se obligó a no mirarlo cuando pasaron a su lado.

Una vez que entraron a la capilla y oyó las puertas cerrarse, todo sucedió muy rápido.

Tomó el arma de su espalda y lanzó cuatro disparos contra Pancho: uno en cada hombro, el primero en el derecho, uno en cada rodilla. El coro de las metralletas de los hombres escondidos en los alrededores contra los acompañantes de su cuñado silenciaron sus tiros. Sintió la quemazón del roce de una bala en su brazo izquierdo, pero la ignoró.

Pancho cayó al suelo lanzando alaridos de dolor. Paloma se acercó, pateó su arma lejos de él y clavó uno de sus tacones en el balazo que tenía en el hombro derecho.

-Rafael te quería. - le escupió en la cara, hundiendo más el tacón, asegurándose de hacerlo sufrir - Nunca quiso matarte, ni reducirte, ni que yo lo hiciera.

Cuando la palidez por el dolor fue demasiada, Paloma soltó la presión, y de una patada lo obligó a girar sobre sí mismo. Intentar moverse era un universo de dolor en ese momento para el menor de los Reynosa.

Paloma se agachó a su lado, y bajó la cabeza a la altura de su oído.

-Tu hermano siempre citaba a Tennessee Williams, aunque probablemente ni siquiera sepas quien es. Él decía “la muerte es solo un momento, la vida son muchos”. - su voz se volvió un susurro acariciador mientras sacaba el cuchillo de la funda en su costado con una mano, mientras la otra tanteaba la espalda de su cuñado, hasta que encontró el lugar apropiado - Podría matarte ahora, pero sufrirías sólo una vez… y quiero que sufras muchas veces.

Elevó el cuchillo y lo clavó con fuerza en la mitad de la espalda, entre las vértebras.

El chillido de dolor le laceró los oídos. El golpe y el crujido le hizo pensar que había quebrado la punta del cuchillo, y la sangre, junto a otro líquido, cubrió su mano.

Para asegurarse sacó el cuchillo y lo clavó dos veces más. Se levantó después, mirando el charco de sangre y dolor en el que había convertido el cuerpo del menor de los Reynosa frente a la capilla donde se velaría a su hermano, a quien él mismo había asesinado.

-Trata de dirigir un cartel así, Pancho. Rogándole a los tuyos que te sirvan tus dosis, peleando desde la silla de ruedas. - lo pateó de nuevo, haciéndolo quedar de medio lado, viéndola a ella con los ojos desenfocados - Esta no es la vida para un inválido.

Empezó a avanzar hacia atrás. No fue hasta entonces que miró a su alrededor y vio que habían terminado con casi todos los hombres que lo acompañaban. Los otros estaban atrincherados y temerosos en los camiones.

Sonrió entonces, y añadió, aunque no estaba segura de que Pancho siguiera conciente.

-Creo que sabes quien te hubiera cuidado en este estado.

No necesitaba decir en voz alta su nombre.

Dio media vuelta y se dirigió a la capilla.

-Déjenlos llevárselo si alguien quiere hacerlo. Nosotros tenemos algo más importante ahora.

La orden resonó en el silencio de la noche, cortado solo por el lacerante gimoteo de Pancho, quien empezaba a ceder, pronto descompuesto por el dolor.

Ya se ocuparían de los otros hombres que Pancho hubiera dejado detrás. Carlos le diría quienes eran todos, así tuviera que torturarlo ella misma para hacerlo recordar.

Los mataría uno a uno, pero no sería en ese momento.

Esa noche velaría el cadáver de su marido.

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Estaba sentada junto a la lápida, las rodillas dobladas como si se hubiera cansado de estar arrodillada y hubiera cedido sentándose sobre sus tobillos. Era una mañana apacible, la calma que antecede a la tormenta.

Sabía lo que se le venía encima. La guerra se desataría nuevamente en el territorio. Tendría una dura lucha para no perder el cartel. Habar incapacitado a Pancho era solo el inicio.

Ya había ganado esa batalla una vez, pero no estaba sola. Ahora todo era diferente.

Nunca se había planteado lo que sucedería en caso de morir Rafael. Sabía de los intentos de Pancho y de la testarudez de su hermano de negarse a tomar cartas en el asunto. Pero nunca pensó realmente en que aquello sucedería.

Rafael, quien había estado a su lado desde la muerte de su padre. El único que había confiado siempre en ella. Aquel que siempre tenía una sonrisa, una palabra de aliento. Había sido siempre tan fuerte, tan sensato... el freno de sus impulsividad, la guía de su fuerza.

Ahora tenía que seguir sola.

Sus dedos jugueteaban distraídamente con dos objetos: un anillo de matrimonio y el casquillo que años atrás Rafael había recuperado de la montaña.

El cartel y su venganza, eran todo lo que le quedaba.

Unos pasos pesados rompieron el silencio de la apacible y nublada mañana. No se giró, pero creía saber de quien se trataba.

Se detuvo junto a ella y una profunda colonia masculina llegó a su nariz.

-“Siempre hay un tiempo para marchar aunque no haya sitio a donde ir. T.W.” - recitó la voz del recién llegado, leyendo las palabras talladas en la piedra negra.

Aún sin verlo, pero desviando la mirada de la lápida, respondió con sequedad.

-¿Qué haces aquí, hermano? Espero que no hayas dejado tu misión por… venir.

Alejandro se agachó junto a ella. Traía una carpeta en la mano, la cual apoyó al piso para no ensuciarse.

-No podía dejar de venir.

Paloma giró la cabeza hacia él entonces, intentando retomar la máscara de fuerza y frialdad que había usado hasta entonces. Pero Alejandro no la veía con lástima.

Con él nunca iba a temer que la viera como débil o inferior, porque sabía de sobra que no lo era. De los dos, ella era la fuerza.

Antes de que pudiera decirle nada, su hermano miró hacia la lápida de nuevo.

-Me dijeron lo que pasó cuando llegué a la casa. Dicen que tomaste tu venganza esa misma noche.

El rostro de Paloma se endureció. Lo último que supo de Pancho era que un par de sus hombres lo habían arrastrado fuera del lugar y le habían dejado tirado en un hospital del centro. Nadie había ido por él.

-Tenía que actuar rápido. - replicó ella.

Alejandro asintió, la entendía.

-Dicen que no fue agradable de ver.

La mujer se encogió de hombros, su mirada de vuelta en los objetos en su mano, metiendo el alargado casquillo en el aro de oro.

-“No es posible tomar venganza de una villanía sino cometiendo otra.”- Su hermano no debía tener la menor idea de quien era Petrus Borel. Rafael hubiera identificado la cita de inmediato.

Alejandro no replicó nada, levantó la carpeta y se la ofreció.

-¿Es lo que planeas hacer con el asesino de nuestro padre? ¿Dejarlo sufriendo toda su vida?

Había estado pensando en ello, sabía su respuesta.

Tomó la carpeta, pero no la abrió.

-Quiero su vida. Quiero destruir todo lo que tenga, quiero que sufra… y matarlo siendo miserable.

El hierro no había dejado su voz, aunque siguiera pronunciando las palabras con ese tono educado que siempre había tenido.

Por la forma en que la miró, Paloma pensó por un momento que estaba orgulloso de ella. Como un niño pequeño que dice “¡esa es mi hermana!”. Luego una nota más amarga de pesimismo cubrió su rostro.

-Eso será cuando lo encontremos. Encontré su casa, pero los vecinos dicen que lleva meses sin estar ahí. Creen que está en el extranjero.

Paloma tuvo que repetirse mentalmente las palabras de su hermano para captar su significado. Sus ojos se abrieron con sorpresa y lo miró sin creerlo.

-¿Lo encontraste?

El chico sonrió entonces. Estaba orgulloso de sí mismo, y una vez más, Paloma debía admitir que con razón.

-Sí. No fue fácil, pero… sí. - miró la carpeta y la animó con un gesto - ¡Ábrelo!

Sus manos no temblaron para abrirla y ver el contenido. Una serie de fotocopias de noticias. Fue la primera vez que vio el rostro de las mujeres que su padre había matado. También había una foto de su padre.

Alejandro sin embargo había subrayado un nombre en medio de los artículos. El del esposo y padre de las víctimas del asesinato del que acusaban a Pedro Hernández.

El nombre que Paloma repetiría para sí todos los días por el resto de su vida.

Leroy Jethro Gibbs.

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Nota de la autora:
1- La personalidad de Rafael fue invención mía, pero McGee mencionó en el 7x22 que Paloma había asumido el control del cartel tras la muerte de su esposo.

Sigue aquí

personaje: alejandro rivera, fandom: ncis, shipper: paloma/rafael, personaje: paloma reynosa

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