Había sido la envidia del colegio por meses. El cotizado Sirius Black había salido con ella más tiempo que con cualquier otra chica. Todas las historias sobre el merodeador rompecorazones no eran más que eso: historias. La verdad era que Sirius no tenía interés en ligarse a nadie, pero tampoco a complicarse la vida con citas. Tenía muchas admiradoras, era cierto, pero para él habían cosas más importantes como las bromas, los amigos y las motos.
Lo suyo había sido casi accidental. Cuando Lily, sorprendiendo a todo Hogwarts había aceptado salir con James, ella se había quedado sola para ir a Hosgmeade y a Sirius le había sucedido otro tanto, pues sus otros amigos tenían sus correspondientes citas. Se habían encontrado en los carruajes y la conversación que iniciaron era tan buena que no pararon al bajarse, ni al ir a Honeydukes, ni al acompañarlo a Zonko ni al tomarse una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas.
Tampoco en la cena esa noche en el Gran Comedor, ni los días siguientes que se encontraron solos y aburridos porque sus amigos estaban paseando a solas por los jardines.
Se detuvieron el día en que Sirius decidió estar cansado de hablar y la besó. Fue algo sencillo y natural que les puso a los dos una sonrisa en la cara y fue la antesala a muchos besos más.
Se hablaba mucho sobre ellos en Hogwarts. Después de todo, Alice era una chica tímida y que no destacaba más que en las clases de Defensa contra las Artes Oscuras. Todo lo contrario a Sirius, que no dejaba de atraer atención sobre él y su grupo, famosos por las mejores bromas que se recordaran.
Alice no estaba segura cómo habían formalizado las cosas. Sirius no era precisamente un chico formal, pero llenó su vida de muchas cosas que no había conocido: emoción, aventura, irresponsabilidad y libertad. Nunca se había sentido así. Era una inyección de adrenalina cada día, un cosquilleo en el estómago ante la expectativa de cuál sería su nueva ocurrencia.
A la vez, ella era estabilidad para Sirius. Era un puerto seguro, alguien que podía dar por sentado que no era de su grupo de amigos. Un apoyo, un sostén, alguien de quien recibir una sonrisa sincera y un beso que no le hiciera sentir solo ahora que su mejor amigo no estaba de la misma forma que antes para él.
Las cosas funcionaban para los dos. Al menos un tiempo.
Alice fue la primera en darse cuenta de que estaban estancados. Cada uno estaba con el otro porque era cómodo y había sucedido de manera natural. Las cosas se acomodaban para ambos, pero eso no iba a ningún lado.
La primera vez que se lo comentó a Sirius, él le dijo que no veía hacía donde deberían ir.
Fue entonces que tuvo la certeza de que las cosas no iban bien.
¿Quería ella a Sirius Black? Sí, le quería mucho. Adoraba pasar las tardes con él y la forma en que acariciaba su espalda cuando la besaba. Le gustaba acostarlo en su regazo y reñirlo suavemente por las bromas que hacía. Podía pasar horas confortándolo cuando tenía un encontronazo con alguien de su familia.
Pero ¿amarlo? No estaba segura. Lo que sabía, es que los dos querían cosas distintas. No podía pasar su vida viviendo al límite, esperando cuál sería su siguiente locura y reírse de ella con él. Conocía a Sirius y sabía que el merodeador no tenía asentarse entre sus planes. Quería viajar, quería conocer, quería vivir. Ella quería hacer una carrera, establecerse en su propia casa, tener una familia.
Un día se lo dijo todo a Sirius. Él la miró con ojos de cachorro abandonado, pero le dijo que tenía razón. Después de todo era un chico listo. Quería seguir con ella, pero podía aceptar que ya no era suficiente. Ella necesita alguien más.
Alice lo miró con temor de que su amistad terminara allí, pero Sirius la tomó de las manos y le dio un beso en la mejilla antes de decirle que la esperaba ese fin de semana en Las Tres Escobas para cerrar con una cerveza de mantequilla una gran etapa de sus vidas.
No pudo evitar un par de lágrimas mientras se dirigía a la oficina de McGonogall tras la conversación con Sirius. Aquellos que iban a aplicar para la Academia de Aurores debían dejar los papeles ese día. Su ahora exnovio se había quedado con sus amigos junto al lago.
No brotaron más lágrimas de sus ojos. Sabía que había perdido un novio, pero tenía un amigo para toda la vida. Al llegar a la oficina de la directora de su casa venía saliendo un mago alto que hacía dos años había cursado su último año en Gryffindor también. La miró y sonrió.
-Alice, ¿cierto?
Ella lo miró sorprendida de que supiera su nombre y asintió.
-Sí, ¿Longbottom, no?
El chico asintió.
-Dicen que estás rompiendo mis mejores marcas en Defensa contra las Artes Oscuras. ¿Vas a aplicar para auror?
Ella asintió y la sonrisa de él se ensanchó, tomando los papeles que ella traía en la mano.
-Perfecto, allí nos veremos.
Le guiñó un ojo y siguió su camino. La profesora McGonogall le informó momentos después que había sido el enviado de la Academia para recoger los papeles.
Nuevamente, las cosas sucedían de manera natural, pensó Alice volviendo a la torre. Sirius había llegado a ella y ahora ella lo dejaba, mientras empezaba a tener una idea de lo que la en la vida en la academia le esperaba.