Destinos compartidos (2da parte) - phoenixgfawkes

Dec 24, 2008 21:28




--------------------

Slytherin se marchó esa tarde. El Barón había abandonado el castillo en la noche, declinando amablemente las corteses ofertas de Gryffindor y los otros fundadores para que continuara con ellos. No dio explicaciones de por qué no se marchaba junto a su mentor, pero refirió que volvería a su casa, en la Baronía de Gouth. Se despidió secamente de los tres fundadores, y subió al carruaje que le llevaría fuera de los terrenos del colegio sin dejar de mirar hacia atrás, como si esperara a alguien más que nunca llegó.

Gryffindor comentó lo amargado que se veía por dejar Hogwarts.

El colegio estaba sumido en la consternación y el conflicto. Ya se habían dado varias peleas entre los discípulos de Slytherin y de los otros. Consideraban que su maestro había sido víctima del injusto rechazo de los otros fundadores a sus pensamientos. Helena había esperado que en medio de todo eso su malestar pasara desapercibido.

Debió recordar que su madre no había sacado de la nada el título de la bruja más inteligente de su época.

Había pasado el día taciturna, aunque había mantenido un porte digno y desdeñoso durante toda la crisis en el castillo. En la noche, mientras su madre y los otros iban a despedir al Barón, se había encerrado en su habitación.

Se había sentado frente al espejo, sosteniendo la mirada a su reflejo. Había tomado la decisión correcta. Estaba segura. Sin embargo, tenía un nudo en el estómago y otro en la garganta que no terminaba de entender.

Llamaron a su puerta. No contestó la primera vez, pero insistieron. Resopló antes de contestar.

-¿Quién es? Quiero descansar.

-Soy yo, hija. Abre. Quiero hablarte.

Dudó un momento, pero sabía que si le negaba la entrada, Rowena tendría todavía más interés en hablar con ella al día siguiente.

Agitó su varita con desgana y la puerta se abrió, dejando entrar a su madre, quien cerró nuevamente.

-Venía a ver cómo estabas - dijo con suavidad.

-Estoy bien mamá - dijo Helena tratando de sonar tranquila e ignorar una extraña punzada en su pecho que no sabía de dónde venía - Es una pena que Salazar se fuera… pero a la larga fue lo mejor.

Rowena suspiró, y se sentó a los pies de la cama. Helena estaba sentada en ella, recostada a la cabecera.

-Todos sentimos su marcha, pero estaba haciendo la convivencia insoportable. Su falta de tolerancia… - suspiró nuevamente, con la mirada perdida por la ventana abierta del cuarto de su hija. Luego la miró, con un brillo inteligente en su mirada - Pero no me refería a eso.

Helena la miró sorprendida, y Rowena sonrió con calidez.

-No sé de que hablas, madre - dijo ella sorprendida, aunque cierta agitación se movió en su pecho.

-Es normal que vayas a extrañar al Barón.

La frase salió tan natural de sus labios que Helena tardó un par de segundos en asimilarla.

-¡Mamá! - se ruborizó completamente - ¿Pero tú…? ¿Cómo…?

-Sabía de las intenciones del Barón contigo desde su llegada al castillo. - dijo la bruja con una sonrisa comprensiva -Fue claro al respecto con Salazar, y él conmigo.

Helena la miraba con la boca abierta.

-¿Tú sabías?

Rowena asintió.

-No era una idea que me gustara realmente, pero confiaba en tu buen criterio. Y bueno, - sonrió aparentemente satisfecha de sí misma - sigues aquí.

Helena apartó la mirada de su madre, tratando de procesar la información que estaba recibiendo. Su madre se inclinó hacia ella, y añadió con un tono ligeramente preocupado.

-Lo que no sé, hija, es qué tanto caló el Barón en tu cariño. Pero estoy segura de que no te es completamente indiferente, y por eso, quería ver cómo estabas.

-Oh mamá… - la chica la miró a los ojos y no pudo contenerse más. Antes de que se diera cuenta estaba contando todo lo sucedido con el Barón con lujo de detalles. Cuando llegó a la parte del relato donde la besó, empezó a llorar y su madre la abrazó.

Cuando terminó de hablar, se encontró acostada en el pecho de su madre mientras esta le acariciaba los cabellos con suavidad.

-Oh madre… No entiendo por qué me siento así. - dijo ella finalmente. Podía ver su reflejo en el espejo del cuarto, con los ojos y la nariz enrojecidos.

Su madre le habló con dulzura al oído.

-Te ama, estoy segura de que es cierto. Pero el Barón no ha hecho bien las cosas, cariño, y te ha perdido. Sin embargo, has llegado a sentir algo por él, y por eso estás así. Se pasará pronto, ya verás.

Ella asintió, y no dijo nada más. Se entregó a las dulces caricias de su madre. Ese día quedaría pronto atrás.

-Realmente me alegra que hayas optado por quedarte. - dijo Rowena con suavidad - Siempre he querido tenerte a mi lado. Hogwarts no sería lo mismo sin ti.

Helena sonrió.

--------------------

El tiempo pasó, inexorable como siempre. Helena se graduó de Hogwarts y de acuerdo a los planes de su madre, empezó a enseñar en el colegio. No conocía otro lugar que Hogwarts, y no tenía intenciones de abandonarlo, aunque no era fácil trabajar con jóvenes que la habían conocido como estudiante.

Sin embargo, el colegio no había vuelto a ser lo que era. Los fundadores habían tenido que repartirse para enseñar a los alumnos que Slytherin había dejado ahí, y estos no estaban muy conformes con ser enseñados por otros. Más que ver la marcha de su maestro como un abandono, lo veían como una terrible injusticia cometida por los otros fundadores. Acusaban el colegio de discriminarles por tener las características más apreciadas por Salazar y estaban siempre a la defensiva.

Solían tener problemas con los alumnos de los otros, en especial con los de Gryffindor, quienes defendían a capa y espada la posición de su profesor, mientras este insistía en que la marcha de Slytherin había sido lo mejor.

En medio de todo eso, Helena se veía atrapada enseñando encantamientos a grupos de jóvenes rebeldes y difíciles de contener. No pocas veces escuchó el comentario “las clases con Helena Ravenclaw son las de segunda categoría. Pasa de nivel y entonces tendrás clase con Rowena. ¡Eso sí vale la pena!”.

La rabia la carcomía por dentro, y la impulsaba a trabajar más. Odiaba las comparaciones, así como los grupos de jóvenes malcriados que no querían seguir sus órdenes porque “es maestra sólo por ser hija de ella, sino no tendría el puesto”.

No podía precisar qué había sido lo que había colmado su paciencia ese día. Sólo sabía que los estudiantes la habían sacado de quicio. Les había gritado y los había castigado.

El problema es que había usado la magia para castigar, y eso, según lo acordado en los inicios del colegio, estaba prohibido.

Godric y Helga ya la habían regañado. El primero en particular había sido muy duro. La había acusado de no tener madera para dar clases y trabajar con jóvenes. La segunda había sido más cariñosa, pero le había dicho con suavidad que era muy susceptible.

Debió prever que faltaba un sermón más.

Su madre entró a su habitación tras tocar la puerta pero sin esperar respuesta. Estaba muy molesta, Helena podía saberlo por la manera en que fruncía el ceño y sus ojos chispeaban.

-Acabo de pasar las últimas horas deshaciendo los encantamientos que les hiciste a esos chicos. Cegaste a unos, dejaste mudos a otros, a algunos les crecieron esas extrañas protuberancias… - estaba realmente molesta. El tono de su voz empezaba a elevarse, lo que ocurría muy pocas veces - ¡¿En qué estabas pensando?! ¡Me ha llevado horas solucionarlo!

A pesar del enfado de su madre, Helena no pudo evitar sonreír.

-¿Por qué sonríes? - preguntó Rowena exasperada. Su hija desvió la mirada y contuvo la sonrisa.

-Supongo que si te ha costado tanto no dirán ahora que mi magia es inferior a la tuya.

Su madre la miró sin creerlo.

-¿Me estás diciendo que lo has hecho por eso? ¡Te has puesto a su nivel de inmadurez! Espero que esto no traiga mayores consecuencias, pero no puedo asegurarlo. Algunos de ellos son alumnos de Slytherin y sabes lo susceptibles que son.

Helena resopló.

-Esos niñatos se lo ganaron. ¡Me han fastidiado todo el año!

-¡La magia nunca se usa como castigo, conoces las normas! - rebatió Rowena - Tienes que aprender a manejar un grupo, no puedes ser tan…

-¿Susceptible? - terminó Helena por ella, recordando las palabras de Helga - ¿Como los Slytherin?

-Tan inmadura y orgullosa. - completó su madre - ¿Cómo quieres que te respeten como profesora si te portas como otra de ellos? La responsabilidad de lo que pasa en un aula nunca es de los estudiantes: es de los profesores. No puedes ir hechizando por ahí a los que no te hacen caso.

-¿Y a los que me irrespetan?

-¡Tienes que ganarte el respeto!

-¡No me ven como profesora, me ven sólo como tu hija!

-¡Ya te dije de quien es la responsabilidad de eso!

Rowena tomó aire agitada. Se hizo silencio unos momentos, y luego añadió.

-Lamento haberme exaltado, Helena. Pero ya llevas casi un año trabajando en esto, deberías de haber…

-Tal vez no debería ser profesora.

-¿Perdona? - preguntó su madre inclinando la cabeza, como si quisiera escuchar mejor.

Helena resopló.

-Tal vez no tengo madera de profesora.

-Tú no crees eso. - la corrigió Rowena - Siempre has querido esto.

-¿De verdad? - Helena sentía su cuerpo temblar. Estaba muy enfadada - Siempre creí que era tu plan.

-Tú nunca propusiste otro - dijo su madre alzando ambas cejas. Helena desvió la mirada y su madre añadió - ¿Qué es lo que no te gusta de ser profesora?

-¡Nada! ¡No me gusta nada! Detesto a todos esos magos y brujas que no saben nada de nada pero se creen los jueces de todos, me fastidia estar explicando una y otra vez lo mismo… Ir todos los días a una clase para escuchar los comentarios de que preferirían tenerte a ti de profesora... ¡Esto no es para mí, madre!

-Entonces, ¿qué es para ti? ¿Ser una baronesa?

Rowena le sostuvo la mirada, y Helena se giró sobre sí misma, repentinamente abochornada. Recordó sus encuentros en los pasillos con el Barón, y cómo él había predicho todo lo que ella acababa de decir a su madre.

-Helena… - su madre se acercó un par de pasos - Estás ofuscada y no estás pensando claramente. Tómate tu tiempo y reflexiona. Verás que tus acciones no han estado justificadas y aprenderás de esto.

No se giró ni respondió a su madre. Asintió simplemente, y la escuchó salir de la habitación.

--------------------

No había sido una decisión difícil de tomar. Enfadada y resentida como estaba, hacer las maletas le había tomado solo un segundo. No iba a quedarse más tiempo allí. Amaba Hogwarts, pero no soportaba ser profesora.

Cuando la maleta estuvo lista se detuvo. Había pensado en marcharse, pero no a dónde ir. Se sentó en la cama meditando mientras se mordía el labio inferior.

¿Qué era lo que quería? ¿Qué era para ella?

La pregunta de su madre se repetía en sus oídos. Ser una baronesa… Se podía imaginar viviendo en un castillo, llena de joyas y atenciones, dedicándose a sus estudios de magia con todas las comodidades, sin ser molestada por jóvenes revoltosos ni rivalidades de casas. Podía visualizarse llevando hermosos vestidos y con elfos que le sirvieran solo a ella.

En su imaginación apareció también el Barón. Con su mirada profunda y su sonrisa de desdén, tomándola por la cintura con un gesto totalmente posesivo, mirándola como si fuera su más preciada pertenencia.

¿Quería ella eso?

Una parte de sí se inclinaba por un sí. Por escribir de inmediato al Barón y pedirle que la recogiera en algún lugar específico. Pero entonces imaginó su sonrisa burlona al darse cuenta de que sus predicciones se habían cumplido.

No le daría esa satisfacción.

Tomó su maleta y miró a su alrededor asegurándose de no dejar nada. Se iría de allí y luego buscaría vida por su cuenta. ¡Era lo suficientemente capaz para ello! Después de todo, era la hija de Rowena Ravenclaw.

Rió ante la ironía de su pensamiento, y entonces, tuvo una idea.

Las comparaciones con su madre nunca habían sido justas. El intelecto de su madre tenía una ayuda que ella conocía muy bien.

Nunca la había dejado usarla, pero era su herencia. Tenía derecho a ella.

¿Lo tenía, verdad?

Y su madre… ella ya no la ocupaba. ¿Para qué, si ya era conocida como la más inteligente de todos los tiempos?

Ella iba a enfrentarse a un mundo desconocido sola. La necesitaría más. Además, no sabía si algún día volvería.

Dejó la maleta en el suelo. Tenía una diadema que recoger y luego, dejaría Hogwarts para siempre.

------------------

La desaparición de Helena se descubrió después de la primera clase del día siguiente. Los estudiantes que no habían tenido su lección se lo comentaron a Gryffindor en la clase siguiente y extrañado, mandó a llamar a la chica. No podía empezar ahora a fallar con las clases…

Fue entonces cuando no apareció en ningún lugar.

Rowena les contó entonces de su discusión el día anterior.

-¿Crees que se haya marchado con el Barón? - preguntó Helga de repente. Godric gruñó y se levantó a buscar su espada. Estaban en la sala que solían usar para reuniones importantes, en la torre cuidada por la gárgola.

-No, Godric. - Rowena lo detuvo con un gesto - No creo que haya ido con él.

-Entonces es mejor ponerse en marcha pronto. - insistió él ciñéndose el arma a la cintura - Hay que encontrarla antes de que defina un rumbo lejano.

-No. - Rowena suspiró y se levantó. Habían estado sentados alrededor de una mesa circular, discutiendo la situación - Helena es mayor ya. Si quiere estar en otro lugar es su derecho.

Godric intentó rebatirla, pero Helga lo detuvo.

-Rowena tiene razón… Si ha decidido marcharse…

Todos guardaron silencio unos momentos. Finalmente, Ravenclaw se dirigió a la puerta.

-Volverá. Estoy segura. Sólo tiene que definir lo que quiere para ella. El colegio no debe paralizarse por esto.

Se fue de la torre mientras sus compañeros intercambiaban miradas preocupadas. Se dirigió a su habitación. Tenía un fuerte dolor en el pecho, y empezaba a sentir una punzada en la cabeza que no era nada buena. Se recostaría un rato antes de volver a las clases.

Cuando entró a su cuarto sin embargo, notó algo que había pasado desapercibido esa mañana. El gabinete del fondo estaba entreabierto.

Su corazón se aceleró, y a toda prisa se acercó a abrirlo, aunque sabía lo que iba a encontrar.

O mejor dicho, lo que no estaba. La diadema de la sabiduría había desaparecido.

Rowena se dejó de caer de rodillas al suelo. Sabía lo que eso significaba: Helena había tomado su herencia y no pensaba volver.

---------------------

Los meses pasaron sin noticias de Helena Ravenclaw. Gryffindor insistía en ir a buscarla, pero Rowena le había hecho jurar que no lo haría. Ella insistía ante sus compañeros en que algún día volvería. No les había dicho del robo de la diadema, ni de su certeza de que no retornaría.

Agradecía entonces que no siguiera entre ellos el único experto en oclumencia que conocía.

Sin embargo, no volvió a ser la misma desde la desaparición de su hija. Tenía el corazón roto, y empezaba a hacer mella en ella. Trató de ocultarlo a sus compañeros, lo que terminó por agravar su situación. Enfermó y cayó en cama. Los medimagos dictaminaron que, aunque no entendían las causas, estaba realmente grave.

Sólo ella sabía lo que necesitaba: ver a Helena.

Una noche convocó a su cama pergamino y pluma, y escribió una nota a la única persona que estaba segura sería capaz de encontrar a Helena.

El único con suficiente determinación para encontrarla y traerla, aunque ella no quisiera.

--------------------

Cuando el águila que llevaba la nota llegó al castillo de la Baronía de Gouth se encontró con un ambiente sombrío y atemorizante.

Aquel no había sido un buen año para el Barón. Se encontraba sumido generalmente en sus pensamientos y sus deseos frustrados. Slytherin parecía haber perdido su buen juicio y tenía entendido que viajaba por el mundo buscando maneras de preservar la pureza de la sangre mágica. Había perdido a su mentor, y la oportunidad de seguir sus estudios mágicos en Hogwarts.

Tenía el dinero para seguir en otro lugar, pero no la voluntad.

Desde que había dejado el colegio, no había pasado un día que no se levantara pensando que sería el momento en que Helena le escribiría y le pediría que fuera por ella. Estaba seguro de no haberse equivocado sobre ella. No soportaría ser profesora y entonces, recurriría a él. El único que podía darle todo lo que ella necesitaba y más.

Ella tenía que saberlo también. Podía recordar todavía el beso que le había dado. Tan intenso, tan íntimo, que ella tampoco podría olvidarlo.

Al ver al águila llegar con una nota ese día su cuerpo se tensó, y al ver el sello del colegio la emoción se apoderó de él. Destrozó la cinta que ataba el pergamino y lo desenrolló.

Entonces palideció por completo.

No era de Helena.

Era de Rowena. Decía que su hija se había escapado del castillo hacía meses.

Meses.

Se había hartado de ser maestra, se había ido… y no lo había buscado a él.

La cuchillada de la traición se clavó hasta el fondo de su pecho.

-¡¡¡Peeves!!!

El chico que fungía la función de su sirviente personal apareció de inmediato, encontrando a su amo escribiendo una rápida misiva.

-Alista mis cosas, salgo de viaje.

-¿Sus armas también, señor?

-Sí, llevaré la espada en el cinto.

El joven se retiró a cumplir las órdenes, siempre temeroso de recibir un castigo si no cumplía con lo que le pedían.

El Barón ató el pergamino con su respuesta en la pata del águila. La respuesta era simple.

“La encontraré, señora. Cueste lo que cueste”.

Y pensaba traerla de vuelta con él, costase lo que costase.

-----------------------

Los bosques de Albania eran un lugar sombrío. Había llegado ahí tras semanas y semanas de viajar, interrogar, hechizar y amenazar. Había tenido que utilizar todas las estrategias aprendidas con Slytherin y muchas otras nuevas para encontrar la pista de Helena y no perderla. La chica era lista, y aparentemente, no quería ser encontrada.

Sin embargo, tenía la certeza casi absoluta de que se encontraba en la zona que iba a revisar ahora.

Se detuvo ante una poza para ver su aspecto antes de seguir. Su pelo había crecido hasta caerle sobre los hombros. Su cara estaba marcada por el tiempo inclemente y la exposición a los elementos. Tenía una barba de varios días y un aspecto más sombrío que de costumbre.

Sacó su varita, y acarició el mango de su espada, atada a su cintura.

Avanzó por más de media hora cuando escuchó movimiento entre las ramas varios árboles por delante de él. Escuchó el sonido propio de un hechizo saliendo de la varita, y levantando la suya, se precipitó en el lugar.

Al llegar allí se detuvo con la varita apuntando al frente.

Ella gritó asustada, y levantó su varita a la vez.

Lucía distinta a la Helena que recordaba. Sus cabellos eran ahora tan largos que llegaban más allá de su cintura. Estaba más delgada, y su rostro transmitía más madurez.

-¡Barón! - sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de sorpresa - ¿Qué hace aquí?

-¿Qué cree que hago, Helena? He venido a buscarla. ¿Qué hace usted aquí?

La voz de ambos sonaba rasposa.

-Buscaba muestras de estos bosques para un estudio que quiero hacer. - dijo ella frunciendo el ceño y sin bajar su varita - Aunque supongo que alguien debió informarle de eso.

Él asintió.

-¿Le parece si bajamos las varitas? No parece este el reencuentro apropiado de dos amigos.

-Oh, ¿somos amigos? - preguntó ella arqueando una ceja, aunque bajó un poco la altura de su brazo.

Él hizo otro tanto y negó con la cabeza.

-Tiene razón, no eso lo que define nuestra relación.

-No tenemos una relación, Barón.

Él agachó la mirada y resopló. Sentía la herida de la traición de ella abierta y sangrante.

-¿Por qué se empeña en negarlo? Esta huida infantil y sin sentido…

-¿Infantil y sin sentido? - al repetir las palabras con incredulidad rió - Tal vez no lo tenga para usted, Barón, pero nunca he sido más feliz o libre en mi vida.

Fue el turno de él de mirarla con incredulidad.

-¿Aquí? ¿En este bosque oscuro y lúgubre? ¿Con esos vestidos raídos por las ramas y la cara quemada por el sol? Olvídelo Helena, este no es lugar para una dama.

Los ojos de ella chispearon con enojo.

-En estos meses he aprendido, Barón, que soy yo quien define cuál es mi lugar.

-¿Realmente cree eso? - avanzó un par de pasos hacia ella, quien no retrocedió pero se tensó, levantando un poco la varita - ¿Quién le dijo que no soportaría las comparaciones constantes con su madre? ¿Quién supo antes que usted que no valía para profesora? Dígame Helena, ¿por qué iba a equivocarme al decir que el único que puede hacerla realmente feliz, soy yo?

-Es usted un egocéntrico. - acusó ella con desprecio - No creo que pueda ser feliz a su lado. Es más, estoy segura de ello.

Los ojos de él relampaguearon con ira, y antes de que ella se diera cuenta estaba a su lado, y con su fuerte mano derecha se había apoderado de su muñeca, haciéndola botar la varita. Su otra mano la tomó de la nuca y la atrajo hacia él.

-No diga tonterías, Helena. He venido hasta acá para llevarla conmigo.

-¡Suélteme! - demandó ella, asustada por la rabia que podía ver en él - ¡No me llevará a ningún lado, Barón! ¡No le quiero!

-¡¡Claro que me quiere!! - el grito resonó en sus oídos, y el bosque pareció hacer un leve eco - ¿Por qué no lo acepta Helena? Usted es mía, lo es desde la primera vez que la vi. No sé cómo osó a irse de Hogwarts sin pedir mi auxilio, como le dije que hiciera, pero ahora que la he encontrado no pienso dejarla ir.

Ella se debatió con fuerza, tratando de zafarse. Él soltó su cuello y la agarró del pelo, haciendo su cabeza hacia atrás.

-No luche contra su destino, Helena. Sólo la hará infeliz.

-¡Soy muy feliz! - debatió ella - ¡Soy libre, soy quien quiero ser aquí! Barón, si usted me quiere, tiene que entender…

Él tiró con más fuerza de sus cabellos y la hizo interrumpirse para gritar. La mano que había sostenido su muñeca la tomó por la cintura.

-Usted es la que tiene que entender que es nuestro destino.

Se inclinó sobre ella y la besó con fiereza. Los meses de espera y las semanas de búsqueda impulsaron una rabia y una pasión tan fuertes que hizo entrechocar sus dientes. No le importó y continuó dominándola hasta que la sintió ceder a su furor… entonces ella mordió su lengua con fuerza.

Él la soltó y se alejó de ella mientras se tapaba la boca con la mano. Estaba sangrando profusamente. Ella escupió y trastabilló un par de pasos. Tropezó con una roca y cayó sentada en el suelo.

-¡Le odio! - gritó desde allí, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas - ¡Le odio tanto que no tiene idea, Barón! ¡Podría ser feliz con cualquiera, cualquiera menos usted! ¡Un pobre, un granjero, un idiota... incluso un muggle, pero nunca con usted!

Él vio su mano llena de sangre, mientras sentía el líquido caliente en su boca. Sus palabras rebotaron en sus oídos una y otra vez.

-Cállese Helena. - ordenó mientras presionaba su lengua contra el cielo de su boca, tratando de detener la sangre. Estaba empezando a temblar descontroladamente.

-¡No me callaré! - gritó ella mientras buscaba a tientas su varita en el suelo - ¡No le amo, tiene que aceptarlo! ¿Cómo cree que podría amar a un ser tan… prepotente y despreciable como usted? Pude amarlo Barón, si hubiera sido usted diferente. Si no se portara como este loco cruel y maniático… Realmente pude hacerlo, ¡pero ya no! ¡Olvídeme! ¡Déjeme ser feliz con alguien más!

-¡NO!

Sin pensarlo llevó la mano a su cinto y se giró con violencia.

Cuando se dio cuenta, Helena yacía en el suelo, con su espada clavada en el pecho.

Sus ojos se abrieron con horror.

-¡¡Helena!! ¡¡¡Helena, por Merlín, no!!!

Cayó de rodillas a su lado. La sangre brotaba a borbotones de la herida cuando sacó la espada. Trató de detener la hemorragia con un encantamiento, pero su espada estaba hechizada para que las heridas hechas con ella no pudieran sanar.

-¡¡Helena, no puede morir, no puede!! - hizo presión sobre la herida con sus manos, donde las sangres de ambos se mezclaron.

Ella estaba agonizando, tenía los ojos clavados en él, y la mirada de odio lo hizo estremecer por completo.

-Helena, no puede, no… - la tomó de la mano, ella no tenía fuerzas para rechazarlo - Vine a buscarla por órdenes de su madre. No puede morir, ella está enferma, está grave, y asegura que lo que necesita es verla a usted. Dije que la llevaría de vuelta con vida, por favor, Helena… por favor…

Ella le dedicó una mirada horrorizada. Trató de decir algo, pero sólo logró toser sangre. Cerró los ojos y con un sollozo, murió.

Él se dejó caer sobre su pecho y empezó llorar. Lágrimas y sangre se mezclaron. Estuvo así por un tiempo que no pudo definir, hasta que una voz le llamó.

Creyó que se había vuelto loco. Era la voz de ella. Cargada de rencor y veneno, pero era su voz.

-Le odio, Barón. No tiene idea de cuánto.

Levantó la vista, y se encontró con Helena frente a él. Hermosa, como siempre había sido. Con los cabellos largos y la inteligencia privilegiada en su rostro. Solo que su cuerpo era diferente ahora. Flotaba por encima del suelo, rodeada de una luz blanquecina, del color que era ahora todo su ser.

-Helena…

-¿Cómo puede hacer esto a una mujer que dice que ama? - el reproche en su voz era tan fuerte que lo hizo agachar la cabeza de nuevo - ¿Cómo pudo? Yo lo amé Barón. Realmente lo hice. Pero luego usted fue tan odioso, y yo necesitaba encontrar mi camino sin usted… Pensé que tal vez luego pero ahora… ¡ahora vea lo que ha hecho!

Un fantasma no puede llorar, pero el Barón estaba seguro que eso era lo que ahora estaba haciendo.

-No contento con eso, no ha podido dejarme morir en paz, ¿verdad? - ella le odiaba, estaba claro - Tenía que decirme lo de mi madre. ¿Cómo cree que puedo seguir mi tránsito del reino de los vivos, sabiendo que mi madre moribunda me espera? Ha marcado usted mi terrible destino. Sus manos tienen mi sangre.

El Barón miró sus manos, empapadas del líquido rojo de ambos. Levantó la mirada hacia ella.

-Es también mi sangre, Helena. No merezco un mejor destino que el suyo.

Tomó la espada que había tirado al suelo, y sin miramientos, la clavó en su propio pecho. La muerte no llegó de inmediato, por lo que lo hizo una y otra, y otra vez.

------------------

Rowena estaba segura de que la llegada de su hija ya no la salvaría. Su salud se había deteriorado totalmente, y los medimagos no tenían ya esperanzas. No sabían en realidad por qué seguía viva.

La mantenía allí la esperanza de ver una vez más a su hija.

Cuando esta apareció sin embargo, no fue como esperaba.

Llegó un fantasma triste y gris, con un corte profundo a la altura del corazón, seguido de un lúgubre fantasma oscuro, lleno de plateadas manchas de sangre.

No requirió explicaciones para entender lo sucedido.

Sus últimas fuerzas mágicas las utilizó para maldecir para siempre el alma del Barón de Gouth, fantasma que vagaría toda la eternidad arrastrando las cadenas merecidas por su crimen, cubierto de la sangre que luciría en el templo de la sabiduría que cada día le traería los más amargos de sus recuerdos de su vida. La posibilidad que tuvo de ser feliz.

shipper: helena/barón, personaje: barón sanguinario, personaje: helena ravenclaw, fandom: harry potter

Previous post Next post
Up