Original: We are here
Personaje: Erina y Evonne
Palabras: 641
Notas: escrito para el primer nivel de la
torre_eidos. Comunidad divina, por cierto.
Algún taco. Tal vez sólo uno, o medio. Bleh.
Eran las doce, tal vez la una del mediodía. El sol se colaba por las ventanas de la cocina, abiertas de par en par y con las persianas completamente subidas. Las cortinas, blancas y traslúcidas, no dejaban de acariciarle los hombros a cada ráfaga de viento, hasta pasar de ser algo agradable a algo jodidamente molesto. Cuando ya no pudo más, las apartó de un manotazo y se cruzó de piernas, alargando las manos hacia la taza de café caliente que tenía delante. En el proceso, no apartó ni un instante la mirada de Erin, sentada como un indio encima de la mesa, como siempre. Aun tenía el pelo revuelto de dormir en el sofá. No se había vestido, ni había ido al lavabo. Ni siquiera se había lavado la cara; aun así, estaba completamente concentrada liándose un pitillo, con el paquete de tabaco entre las piernas y la boquilla en la boca. Eso también era lo de siempre, añadió mentalmente. Erin era un animal de costumbres.
-Siéntate en una silla.- sonó desganada y monótona. Lo había repetido tantas veces en esos últimos días que ya no perdía el tiempo intentando sonar tajante.
-¿Por qué? Si lo piensas, una silla y una mesa no son tan distintas.- se quitó la boquilla de la boca.- Tienen una superficie plana en la que puedes poner tu culo, un plato o lo que quieras. Incluso suelen estar hechas del mismo material. Bendito sentido de lo estético.
-Las mesas no tienen respaldo.
-De momento, querida Evonne, de momento.- arqueó una ceja al oír su nombre y no el diminutivo. Erin era de las pocas personas que la llamaban así, y tenía planeado hacerlo hasta que le encontrase un mote que sólo usara ella, o eso le había dicho.
-Lo que tu digas, pero quita tu culo de mi mesa.
Era como hablar con la pared. El único movimiento que hizo fue alargar el brazo para coger la caja de cerillas que tenía al lado del pie. Eve ni siquiera se molestó en sorprenderse o enfadarse de verdad, era lo que podía esperarse de ella.
Siempre como siempre.
-No fumes en la cocina, que luego todo sabe asqueroso.
Antes de tener tiempo de expulsar el humo de la primera calada, Allen entró estirándose y bostezando, sin ningún buenos días. Ambas le siguieron con la mirada hasta que se detuvo junto a la nevera y abrió la puerta. Se agachó para coger algo, mientras se metía la mano dentro de los calzoncillos y se rascaba impúdicamente, como si estuviera solo en la cocina, hasta que se quedó completamente inmóvil.
-¿Qué coño es esto?-se giró hacia la mesa. Erin había alargado el cuello para ver que era “esto”.-¿Has comprado carne? No quiero carne en mi nevera.
-Te recuerdo que también es la mía.- replicó Eve.
-¡Soy vegetariano!
-¿Ahora resulta que los vegetarianos no tan solo no podéis comer carne, sino que tampoco podéis verla? - inquirió, con un deje irónico.
-No es cuestión de ver o no ver. Contamina mi comida. La lechuga tendrá sabor a pollo, y los tomates a chorizo.
-Sácala y hago que sepa a tabaco.- interrumpió Erin.- La lechuga, digo.- sonrió de medio lado.
Allen paseó la mirada de ella a Eve, de Eve a la nevera, y de la nevera al techo. Se encogió de hombros, aparentemente resignado, y se fue a sentar con ellas mientras negaba con la cabeza.
-¿Qué fumas?
-Tabaco.
-Tabaco.- repitió él.
-Negro.
-Menuda mierda.
-¿Tienes algo mejor y no habías dicho nada?
-Siempre hay algo mejor.
Se levantó perezosamente y se dirigió al salón. Antes de salir de la cocina, señaló la nevera y miró por última vez a Eve.
-Y saca esa mierda de ahí.
Erin fue la única testigo del “Imbécil” gruñido que soltó su amiga mientras volvía a apartar las cortinas, esta vez a codazos.