Sep 22, 2004 16:39
Creo que no olvidaré nunca aquella vez que apareciste con un paquete enorme bajo el brazo. Aquel principio de verano me regalaste una Powell Caballero. En aquel momento tras un gracias, un beso y un abrazo enorme solo pensaba en ponerle los ejes, los rodamientos, las ruedas… estrenarla cuanto antes.
No es estúpido pensar en ese momento tan material, sobre todo ahora, que no guardo para mi nada tangible. Y no es estúpido, porque no es el rememorar esa alegría sentida cuando era niño lo que me hace sentir, es el conocimiento ahora, del esfuerzo tan enorme que te hizo comprar aquello con, seguro, toda la ilusión del puto universo. Saber que no solo era el gasto, era el tiempo dedicado a ello… Ir a la tienda, preguntar por una buena tabla, encargarla y pasar a recogerla. No decirme absolutamente nada de aquel regalo.
El tiempo ha pasado, y siento que se escapa, que dejo pasar una oportunidad tras otra. Y me mantengo alejado, apartado de todo contacto. Se que no volverá, ni el tiempo ni la ocasión, y que tras ello habrá un momento en el que lamentaré todo lo perdido. Y solo podré hacer eso, lamentarme. Me invade la sensación de ser un desagradecido, de no estar nunca para ti, de no tener tiempo ni de cruzar dos palabras, ni siquiera por teléfono. Que sienta que me incomodas siempre que intentas saber como estoy, o te preocupes por mi. Prácticamente he desaparecido de tu vida, y colateralmente tu de la mía.
Y soy un gilipollas integral, porque sabiendo todo esto no le pongo remedio. Se que el crédito de tiempo que nos queda es limitado, que dentro de no mucho no estarás, y será entonces cuando recuerde todos esos momentos que pudieron ser y jamás fueron.
Ahora que estoy a tiempo, deseo abandonar mi traje de mal hijo, e intentar vivirte un poco mas, antes de sembrar crisantemos.