Drabble Dump

Nov 07, 2009 02:27

¡Porque estar aburrida trae sus consecuencias! Tenía ganas de escribir algo corto, así que se me dio por hacer algunos drabbles.
Todos han sido beteados por mi adorada beta Krizz.

¿Empezamos?

Título: Ideología
Pareja: Corea/Japón/Corea
Advertencias: Insinuación sexual. Lime muy pero muy implícito.

A Japón le encantaban los árboles de cerezo.

- Ah… Y-YongSoo

Los labios del coreano descendían suavemente sobre el cuello del mayor en un simple y desesperante roce. Japón se dejaba llevar con un ténue sonrojo en las mejillas mientras sentía en sus dedos la delicada tela de la ropa que YongSoo estaba usando, la cual, en segundos quizá, sería removida.

Si había algo más placentero para Kiku, pero a su vez, arriesgado, era hacerlo bajo un árbol de cerezo en aquella tarde cálida y primaveral.

En segundos se vio tendido sobre la extensa manta sobre la que estaban sentados, con el joven coreano aún prendido de su cuello; como un ser sobrenatural sediento de sangre, este estaba sediento de su sabor.

Sus labios dejaron escapar pequeños suspiros, cosa que enloquecían al otro.

Sus ojos entrecerrados se abrieron cuando los tersos labios de Corea abandonaron su cuello, enfocandose ahora en él, quién deslizaba su hanbok por sobre sus hombros, rebelando su blanca y cremosa piel.

Se preguntó si era tan suave como se veía. (Jamás la había tocado. Su primera vez ya había sido, pero tan rápida, que las ropas aún habían quedado atrapadas en sus cuerpos.)

- Japón… - Susurró. - ¿No crees que ya es hora que te quite la ropa? - Su sonrisa traviesa aún persistía, pero su deje infantil había desaparecido. Aquella actitud de niño que le regalaba siempre a China, desaparecía por una más seria, otorgándosela a él.

¿Debía sentirse halagado?

- Yo tendría que estar quitándote la ropa a ti. - Musitó Japón con tranquilidad.

YongSoo lo miró un tanto confundido.

- ¿Y eso por qué? Según mi ideología, aquella nación “atacante” debe dominar una más “indefensa” a sus ataques… - Se acercó a su oreja con una media sonrisa dibujada en los labios. - Y “atacar”, originó en Corea.

¿Desde cuando Japón era considerada una nación débil? Oh. Un segundo. Era Corea quién lo decía.

Lo que YongSoo ni siquiera sabía, era que a veces, las naciones “endebles” tenían un ataque secreto oculto.

En una fracción de segundo, su espalda semi-cubierta daba contra la suave manta y los pétalos de cerezo que habían caído sobre ella, esta vez con Japón besando fervientemente sus labios, colando su lengua en su boca, absorbiendo su indiscutible y característico sabor.

Tampoco supo como sus brazos se enredaron de repente en los hombros del nipón y sus dedos se escondían salvajemente en el fino cabello negro.

El oxígeno era reclamado por los pulmones de ambos, logrando que se separaran. Corea, con un ámplio sonrojo en las mejillas, labios entreabiertos y húmedos por la saliva del otro, ojos brillantes como efecto secundario de aquel enardecido contacto.

Kiku, por su parte, sonreía, sencillamente.

- Según su ideología, Corea-san, atacar se originó en usted ¿Verdad? - Acercó sus labios a los del otro, dejando escapar un cálido susurro. - Entonces, según su misma ideología, si todo se originó en Corea, entonces, “Estar debajo” también.

YongSoo simplemente, por una sola vez, decidió callar.

Título: Señorita
Pareja: Estados Unidos/Bielorrusia.
Advertencias: Uso de armas blancas y de fuego. Menciones un tanto fuertes.

Natasha logró sentir el sabor a tabaco y licor impregnar en su boca.

Sentada en el regazo del Americano y a su vez, enredando sus finos y delicados dedos en el rebelde cabello dorado, sintió como la lengua de este se movía en su boca con insinuante experiencia.

Bastante bien para un americano inmaduro y estúpido, como ella lo veía.

Las manos de Estados Unidos se movían con suavidad sobre su espalda, descendiendo hasta presionar sus caderas, empujándola más hacia él.

Jadeos y suspiros inundaron el lugar en una tediosa melodía.

El beso se rompió gracias a la falta de oxígeno de la cual era víctimas… y quizás también por el intenso mordisco que la bielorrusa le había dado al americano en el labio inferior.

Tan intenso que un líquido carmesí bastante reconocible fluía de él.

- ¿Por qué hiciste eso? - Preguntó un tanto desorientado. Ella lo miraba con su típica expresión fría.

- Maldito bastardo… Mi hermano te encontrará y te hará añicos…

Él sonrió.

- Así no se comporta una señorita - Murmuró. - No me espero que una muñeca como tú deje salir esas palabras de esos inocentes labios.

¿Por qué supo que habló de más con esa frase?

El filo de un cuchillo marginado se posaba lentamente sobre su cuello, sin ejercer presión alguna, solamente, acercándose a él en forma de una advertencia sin palabras.

La mirada de Bielorrusia soltaba chispas.

- Repite eso… - Murmuró acercándose a su oído. - Y te juro que yo seré la que te hará añicos…

Pero después de todo, él era Alfred F.Jones. Él jamás le temía a nada, y menos a una señorita como Natasha Arlovskaya.

- Una señorita como tú, para iniciar, no tendría que sostener ese tipo de armas. - Su voz era calmada, tranquila… como si nada. - Una señorita como tú, sobretodo, no estaría en esta situación con un bastardo como yo, según tus propias palabras.

Ella lo miró dubitativa un segundo, con expresión indiferente aún dibujada sobre su fino rostro; expresión que se rompió al cabo de unos segundos, cuando una sonrisa malévola se adornaba con parsimonia sus delicadas facciones femeninas.

Ojos azul oscuro apuntaban a un fino hilo de sangre que ahora, luego de su salida, goteaba sobre su propio regazo, ensuciando su delicado vestido.

Pero para ella no era un problema.

La muchacha, con ímpetú, tomó el rostro del americano entre sus manos, para luego sacar su lengua fuera de su boca y comenzar a probar el delicioso y metálico sabor que ese líquido carmesí poseía. Americano simplemente observando cada reacción, sin emitir alguna por su parte.

Ella se separó y le sonrió. Le sonrió con su típica malicia sobresaliente que tanto la caracterizaba, otra vez.

Era hermana de Rusia… ¿Verdad?. Su adorable hermanita menor.

- Mírala… - Susurró señalando sus propios labios, aún con la sangre manchándolos. - Es tuya… ¿Lo ves? la verás pronto en los puños de mi hermano…

Pero América, ante aquella insinuante amenaza, solamente sonrió a su manera, añadiendole un toque irreconocible en su persona de maldad, quizás contagiada por la bielorrusa… quizás no. Aquella atípica mirada en sus ojos azules anunciaba que tenía un arma bajo la manga…

Literalmente…

- Una señorita como tú… - Esta vez una Smith&Wenson* se posaba sobre el delicado cabello platinado de la muchacha, a pocos milímetros de su cabeza. - No debería estar interesada en este tipo de cosas… - Soltó.

Ella se mostró tranquila, pero a su vez, mantuvo su sonrisa.

El cuchillo marcó presión en el cuello del americano, viendose teñido de rojo en una fracción de segundo.

- Y tú… estúpido americano, sabes perfectamente que a las mujeres no se las amenaza con armas de fuego. - Con el arma aún reposando sobre su cabeza, acercó sus labios a los del él, rozándolos de forma suave… imperceptible. - Sobretodo a una señorita como yo.

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*Es un modelo de pistola muy popular en los Estados Unidos.

Título: Geografía
Pareja: Estados Unidos/Inglaterra
Advertencias: Fluff fail

- ¡América, eres un idiota!

La voz de Reino Unido retumbó por todo el salón mientras los demás aliados observaban la escena variadas combinaciones de sensaciones en cada uno de sus rostros. Francia intentaba por todos sus medios no dejar escapar de su boca la ráfaga de carcajadas que amenazaban con salir con urgencia ante tal escena. China, por su parte, llevaba su mano a su frente, negando con su cabeza, pero no podía dejar de sonreir un poco de vez en cuando.

Y Rusia… Rusia solamente miraba con su expresión flemática.

Otra vez el inglés le estaba enseñando a su “alumno favorito” como ubicar un país en el mapa mundial.

- Iggy… Los demás miran.

- ¡Cállate, tonto! - Exclamó apunto de caer más en los nervios. - ¡No parece que yo te hubiese educado! ¡No puedes ni siquiera ubicarte a ti mismo!

El otro frunció el entrecejo.

- Claro que sí puedo. ¡Soy un héroe! ¿Recuerdas? - Volteó al planisferio y movió su dedo al azar. - Por cierto… ¿Sabes por qué Canadá y México están cercanos al cielo?

Arthur se cruzó de brazos.

- Alfred, no estoy para…

- ¡Porque limitan con Estados Unidos! - Lo interrumpió estallando en risas, causando que los demás le miraran de forma desconcertada.

China se levantó de su asiento.

- Iré a ver a mis hermanos, aru. - Musitó saliendo del lugar. Francia y Rusia lo acompañaron. Este primero riendo a todo volumen al salir de la sala, cerrando la puerta y murmurando algo de “No hagan travesuras”.

Arthur ignoró el comentario del Francés y regresó su atención al americano.

- Bien… Alfred. Ya sé perfectamente que limitas con Canadá y México… pero… ¿Podrías ubicar…?

En dos segundos el Estadounidense señalaba su territorio en el mapa, con sonrisa ganadora en sus labios.

- …¿Por qué supe que lo sabrías?

- Soy Estados Unidos, Iggy. - Dijo mientras le guiñaba un ojo. - Esto se pone bueno… ¡Dime más!

El otro sonrió maliciosamente.

- Bien… ¿Dónde están Rusia, Francia y China?

Muy bien. Esa la sabía. ¡Eran los aliados después de todo! ¿Cuántas veces los vio a los demás señalándose a sí mismos en un mapa? Rusia de seguro era sensillo, ya que lo proclamaban el país más grande del mundo. Luego China, quién limitaba con Rusia (Aunque Mongolia interfería en dicha limitación), y por último Francia, quién estaba al lado de Alemania.

Acercó su mirada al mapa y…

- ¡Aquí está Rusia, aquí China y aquí Francia!

Arthur se quedó atónito por unos segundos, sintiendo su rostro arder.

- ¿Viste? ¡Te dejé sin pala…!

- ¡TONTO! - Le dio con la regla que tenía en sus manos en la cabeza, arrancando un pequeño quejido por parte del americano. - ¡En lugar de China señalaste a Mongolia!

- No es mi culpa que esté allí…

- ¡En lugar de Francia señalaste a Alemania!

- No es mi culpa que estén tan pegados.

- ¡Te señalaste a ti mismo en lugar de Rusia, por el amor de la Reina!

- Pero es el país más grande del mundo…

Muy bien. Ese Alfred ya era un caso perdido… ¿Estaba seguro de que él le había dado educación y clase? ¿Cómo pasó de convertirse en un adorable niño a esa cosa con olor a hamburguesas parada al frente suyo?

Masajeó sus sienes contando hasta diez.

- Está bien, América… - Soltó en un suspiro, apunto de darse por vencido. - Ahora dime… ¿Dónde estoy yo?

Se felicitó así mismo mentalmente. Si no recordaba a los demás, seguramente no lo recordaría a él. Conociendo a América, era algo obvio.

El americano miró el mapa, dubitativo, luego miró al inglés, aún más dubitativo y luego regresó su vista a papel impreso en la pared.

Inglaterra no pudo evitar ahogar un suspiro.

- Tú… estás aquí. - Sonrió Alfred señalando a su pecho con su dedo pulgar, justo en el corazón.

En ese momento Arthur supo que la pequeña clase de Geografía que le estaba tomando a Estados Unidos había terminado, y más aún cuando presionó sus labios contra los suyos.

Título: Buenas noches
Pareja: Suiza + Liechtenstein.
Advertencias: Ninguna.

Liechtentein supo que la hora de irse a la cama marcaría en el reloj en cuestión de poco tiempo, así que decidió prepararse para una nueva noche repleta en aquellos sueños fantasiosos que solo una niña de su edad puede llegar experimentar.

Se colocó su vestido de noche para dormir, cepilló sus dientes y peinó su corto cabello con un suave cepillo, así estuviese ordenado para el día siguiente y no le costara tanto peinarse.

Sin más rodeos, se metió en su cama y se recostó en ella sin cubrirse con las sábanas. En esa parte Vash tomaba lugar. Como todas las noches, indispensablemente, él entraría por la puerta de su cuarto, se acercaría a ella, la arroparía, besaría su frente con delicadeza y musitaría un suave “Buenas noches”, para luego apagar la luz y dejar la puerta entreabierta (Ya que sabía que ella no dormiría tranquila si no había aunque sea un poquito de claridad irrumpiendo en la estremecedora oscuridad).

Sin embargo, ese momento no llegó. Esperó unos minutos más y luego observó el reloj. Habían pasado unos… ¿15 minutos ya?

Entonces decidió ir a ver que sucedía.

Bajó las escaleras lentamente y se encontró con todas las luces encendidas, caso extraño ya que Vash se aseguraba de apagarlas antes de irse a dormir.

Llegó al piso más bajo y comenzó a buscar a su hermano con la mirada.

- ¿Hermano? - Preguntó con su suave vocecilla.

No se esperó tener como respuesta unos ronquidos bastante conocidos.

Caminó un poco más y se detuvo frente al sofá. Suiza se encontraba sumido en un sueño profundo, con el pijama que ella misma había hecho para él subriendo su cuerpo, aún abrazando el rifle que cuidadosamente había estado limpiando. (Descargado, por supuesto). Luego de un atareado día que incluía reuniones, salidas con ella, planificaciones y miradas asesinas a quién estúpido la mirara, había quedado rendido sin siquiera haber alcanzado su habitación.

Pero Liech sonrió, a su vez que suspiraba. Demasiado hacía él por ella.

Tomó una de las mantas que cubrían los sofás y lo cubrió con una de ellas. Acto seguido colocó también una almohada detrás de su cabeza y sacó con delicadeza el arma descargada para dejarla en la mesita de té frente a él donde reposaba una taza con restos de café.

Observó su trabajo y sonrió. Con cuidado de no despertarlo, se acercó más a él y besó su frente, arropándolo más en el proceso.

- Buenas noches, hermano. - Musitó para luego marcharse a su habitación, apagando las luces en el proceso.

En ese momento recordó que así como él la cuidaba con esmero y devoción, ella también podía hacerlo.

Título: ¿Por qué tiemblas, Letonia?
Pareja: Rusia/Letonia
Advertencias: Ninguna.

Y ahí estaba, ubicado en una esquina de la sala, como niño pequeño al que acaban de reprender, estaba Letonia, temblando, temblando como de costumbre.

La curiosidad de Iván se veía postrada en el modo en el que el cuerpo del letón se sacudía con frenesí inquietante. Sus ojos azules parecían llenarse de lágrimas y su cabello parecía despeinarse de tanto titubeo seguido. Ni siquiera Lituania, quién también tenía sus momentos, temblaba de ese modo. ¡O Estonia…! Un segundo. ¿Cuándo fue la última vez que vio al estonio temblar de esa forma? Quizás su mente ya le estaba fallando.

¿Por qué tiemblas, pequeño Letonia?

Pero él era el gran Rusia. Podía resolver su inquietante duda con tan solo acercarse a él y preguntárselo.

Raivis temblaba, como si muriese de frío. Como si se encontrara con escasa ropa en medio de la fría Siberia, sin modo de calentar su cuerpo. ¿Quizás temblaba tanto por la presencia fría y oscura que siempre habitaba en esa enorme y solitaria mansión?

¿Quizás era por que sintió que susodicha presencia se acercaba a paso lento y silencioso a su persona? Acechándolo cuán animal salvaje a su indefensa presa.

Tembló aún más. Y más, y más, y más… ¡Por Dios! ¿Por qué sintió una sombra cubrir su delicada persona?

Una pesada mano de cuero se posó sobre su rubio cabello.

- Pequeño Letonia.

Esa voz. Tranquila, pacífica, destilando maldad pura… ¿Era…?

- ¿Puedo preguntarte…?

No quería voltear.

- ¿…Algo?

No tuvo otra opción.

Volteó aún sintiendo su cuerpo sacudirse por dentro. Era como si se estuviese apunto de derrumbar en escombros líquidos en forma de lágrimas, las cuales saldrían en cualquier momento.

Y ahí lo vio.

La figura imponente del ruso, destilando miedo hasta por aquellos ojos púrpura entrecerrados, se encontraba frente a él con una mano sobre él.

¿Por qué sintió que se encogía de repente?

- ¿S-sí, R-Rusia-S-San? ¿E-en qué p-puedo s-servirle?

La sonrisa permanecía delineada en el frío rostro ruso.

- Pequeñito Raivis. ¿Puedes decirme acaso porqué tiemblas tanto? A diferencia de Lituania o Estonia eres el que más lo hace… ¿Puedes resolver mi duda?

En ese momento sintió que debía contestarle. Tenía que hacerlo pero… ¿Y si decía algo que le hiciera enojar? ¿Y si lo castigaba? ¿Y si le hacía algo a hermanito Lituania por su culpa? ¡Por Dios! Su cabeza era un mar turbulento de pensamientos que lo arrastraba hacia su tenebrosa profundidad de forma cruel, dejandolo sin salida.

¿Podría usar su bote salvavidas?

En el rostro del ruso se observaba claramente la impaciencia latir.

- ¿Ne, Letonia? ¿Puedes contestarme?

Y no tuvo opción.

- Y-yo tiemblo p-porque temo q-que R-Rusia-san me castigue o m-me golpee… Tiemblo b-basicamente por R-Rusia-San… Rusia-San e-es la causa y el efecto es esta reacción.

Supo que ya tendría que estar cavando su tumba en el jardín trasero con una cuchara cuando oyó a Estonia y Lituania en el fondo chillar su nombre deseo alguno de inmiscuirse en la escena.

- ¡LETONIA!

Iván, por su parte, sonreía.

- ¿Quieres decir que yo hago que tiembles, pequeño Raivis?

El pequeño simplemente contestó con un impercetible gesto con su cabeza bajo interminables titubeos, logrando que su respuesta no pudiese diferenciarse de positiva a negativa.

Pero Rusia… Rusia simplemente pareció ampliar un poquito más su sonrisa a su vez que movía su mano revolviendo los cabellos rubios del menor.

- Vete a hacer tus labores, pequeño Raivis.

En una décima de segundo, y tras una reverencia hacia Rusia, Letonia no dejaba señales de existencia, dejándolo hundido en sus pensamientos.

No supo porqué se sintió bastante halagado con el comentario anterior del letón.

Título: Su más dulce sonrisa.
Pareja: Hong Kong/Taiwán
Advertencias: Ninguna.

Él era un muchacho de pocas palabras, de pocos gestos.

Ninguno de sus hermanos lo había observado por al menos un segundo hacer una mueca con sus labios que se asemejara a una sonrisa. Ni siquiera el mismo Arthur, con el cual compartió una buena cantidad de tiempo y quién hizo lo imposible por sacarle, aunque sea con muecas, una risa.

No quería decir que él era una nación impetérrita , sin sentimientos. Él sentía y sentía mucho aunque no lo demostrara como todos lo hacían. Él si sentía, lo hacía por ella.

Porque al mirarla sonreir frente a sus ojos era como la cura más grande para su enfermedad emocional. Porque al ver sus ojos negros brillar con ese deje de felicidad y sus labios rosados siendo decorados graciosamente por su más dulce sonrisa bastaba para hacerlo sonreir por dentro.

Si ella lloraba, él lloraba por dentro. Si ella estaba enojada, él estaba enojado por dentro. Si ella estaba feliz, entonces él era feliz por dentro.

Pero con tan solo una sonrisa de ella, aunque sea una, él ya era bastante feliz.

- Hong Kong ¿Me acompañas a recoger flores para gege? - La miró y allí estaba, frente a él, con su más dulce sonrisa.

¿Cómo podía resistirse a ella?

Asintió y la acompañó a paso lento, impasible, pero aún así, aunque fuese por una fracción de segundo y sin que ella lo viera, dejando escapar una pequeña e imperceptible sonrisa.

*Gege: Hermano mayor en mandarín. Taiwán se refiere a China.

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