La Familia Rattsaurier (III)

Nov 19, 2007 19:56

El pasillo era una sucesión de luces y sombras, marcadas por los ventanales que dejaban pasar los trémulos rayos lunares que filtraban las ramas peladas de los árboles. El único sonido eran las pisadas que resonaban en los pasillos vacíos a ritmo regular, mientras una columna de humo surgía levemente del extremo de una pitillera.

-Y en un instante, la atmósfera se va a la mierda- comentó Eder, mientras a su lado Eithel echaba los pulmones por la boca a causa del humo.

- Te voy a… ¿pero qué coño fumas?- exclamó con la voz ronca de tanta tos.

- Flojucho- comentó despectivamente Eder, recibiendo al instante una mirada carcelaria por parte de su padre. Imitando su capacidad de cambiar de miradas al segundo, Leddy se volvió tan adorable que daban ganas de achucharla y no soltarla nunca jamás. Por supuesto, al curtido Eithel Elannon, el hombre que era su propio padre, curtido en mil y una batallas visuales, no le hizo efecto. Pero ninguno.

-Te voy a decir yo por dónde te puedes meter el cigarrillo…- refunfuñó, dándose la vuelta para entrar en la siguiente habitación. Y es que no estaban a las cuatro de la mañana entrando de habitación en habitación jugando a polis y cacos. Aunque Eithel había rescatado por quincuagésima vez su recortada favorita de la habitación de su hermana. El caso es que, como buen adulto preocupado, había recibido un telefonazo de su hermana diciendo que mirase a ver si las niñas dormían. Pero se había puesto a leer y se le había ido el tiempo.

Y dado que era la última habitación y no las habían encontrado por el camino, parecía prudente suponer que…¡¡su habitación pareciera el escenario de un huracán!!

Y no es que estuviera desordenada, no. Es que, aparte de estar vacía, las camas estaban apiladas en un montón, toda la ropa por el suelo y tres dragones-hucha yacían rotos en el suelo.

Asomada tras su padre, que estaba petrificado en la puerta, Leddy silbó con admiración.

- Bonito sitio- la morena se coló en el cuarto, abriendo el único armario que quedaba cerrado, pero estaba vacío- sí, se han largado.

Con una mueca, se acercó a Eith, que seguía petrificado en la puerta.

Tras observarle unos instantes, fue a acercarle la pitillera a la cara a ver si reaccionaba, pero por fin se apartó.

- Porqué tiene que pasar el día que yo estoy al cargo??!- se quejó vehementemente. Si es que tenía una suerte cojonuda- Tú! Registra el ático con tu padre. Tu otro padre- aclaró.- Y si ves a las putas de tu tía, me los mandas a buscar por los terrenos.

Ederweyss subió las escaleras pitillera en mano y abrió la puerta sin llamar. Con un desagradable chirrido, tuvo acceso al ático, donde reinaba la oscuridad. Con cuidado, se quitó los zapatos y avanzó, sabiendo exactamente donde estaba su padre durmiendo, abrazando tiernamente un tostador de peluche.

Con una sonrisa cálida que reservaba sólo para él, Leddy se agachó y meció suavemente a su padre del hombro.

- Alex…- le llamó mientras este trataba de huir por la manta.- Alexander. Máximo. ¿Fresito?- al llamarle por su mote de niño, el hombre por fin reaccionó y abrió sus enormes ojos azules, tan inocentes como los de un chiquillo.

- Papá, ¿has visto a las pequeñas por aquí?- el rubio negó con la cabeza, aun con los ojos muy abiertos y abrazando su tostadora.

La francesa suspiró, y le dio un beso de buenas noches en la frente.

Más le valía que nadie la viera nunca en esta situación, pero los rapapolvos de su tía Rivs a su padre Eithel a causa de la locura de su otro padre Alex la hacían sentirse culpable si le trataba tan rudamente como a los demás.

Con una sonrisa e los labios, su progenitor cerró los ojos y se arrebujó en su mata, colocada directamente sobre el suelo. Aún no le habían convencido de las maravillas del colchón.

- Bueno abu, entonces porqué has huido de casa esta vez?- preguntó Dan, mientras picaba de su caja de comida china. Aprovechando que estaban e familia, sacó una botellita de sangre del pantalón y sazonó sus fideos, pasándosela a su hija.

- Eso no lo haces en casa- observó ella, en vez de contestar. Su nieto se encogió de hombros y guardó la botella medio vacía cuando Rikku acabó de alegrar su cena.

- Porque tu hija no me deja. Quiere ver lo normal que puede ser la vida de Janita sin consumir sangre, y claro, cada vez que voy por casa me pone a dieta.

- Sí, ya lo entiendo, es muy escrupulosa ¿Os podéis creer que casi me echa a perder la cosecha de sangre de mendigos?- contó Dee, atacando su arroz tres delicias.

- Que raro, os puedo asegurar que la sangre no la da asco precisamente- comentó Lestat con su voz sugerente, haciendo que la espina de Dee volviera a bailar al son de los escalofríos. Tal vez la neumonía no fuera un precio tan grande.

- Joder papá, esos detalles puedes guardártelos!- sugirió molesto Daniel, tras atragantarse. Lestat se rió suavemente, con su risa grave y francesa, haciendo a Dee dar aún más vueltas.

- Pues busco novio. Me aburro sola- contestó Destino, tratando de atrapar un trozo de carne con particular buena pinta mientras hablaba.

- Lo que?!- exclamaron a la vez su nieto y bisnieta. ¿Desde cuándo era su familia tan mojigata?

Al recibir la mirada asesina por parte de la ahora joven, Dan se apresuró a explicarse.

- No te confundas, es solo que nos has pillado de sorpresa, verdad Rikku?- dijo sonriendo un poco forzadamente. Pero su hija no estaba por la labor.

- Novio a los 120…- repetía alucinada. De repente, alzo la vista y sonrió- jo, quiero ser como tú cuando sea mayor!

- Y mi madre te persigue porque…- tanteó Daniel, tratando de saber que había pasado en su ausencia.- Espera. ¿Quién cuida de mi Jana?

- Ah, yo de esas cosas no sé nada. Supongo que el irresponsable de tu tío- la joven se encogió de hombros.

- Venga papá, piensa que también está el tío Gabriel- el moreno asintió, algo más calmado.

Se hicieron unos minutos de silencio mientras comían, hasta que a Dee una mancha de sangre en la barbilla de su bisnieta le dio una idea.

- Por cierto, y esa sangre, ¿de quien es?- preguntó, con curiosidad.

- De una grupi. En los conciertos hay tanta gente que siempre hay donde elegir- le explicaron, dando más alas a su idea. Si no encontraba un novio entre toda la cantidad de gente que iba a un concierto, lo tenía difícil. Aunque igual era todos raritos. Pero eso no importaba mucho, ya que no estaba muy segura de que hubiera alguien en su familia completamente humano.

Ya sólo le quedaba asegurarse de que la entrometida de su hija no la encontrara, y para eso, lo primero era ducharse. Jolín, sí que se pegaba el olor a de estiércol en conserva y testículos de tiburón podridos y en conserva. Que mira que qué manía con las cosas en conserva, pero si el tratamiento iba de conservarse joven, no podía quejarse mucho.

El paisaje te dejaba sin aliento. Kilómetros y kilómetros de piedra majestuosamente colocada te hacían olvidar toda la sangre que se había derramado sobre ellas, y cuantas vidas se habían perdido por su causa. Defendiéndola, sí, pero también creándola. Aunque para ser el único monumento que se veía desde el espacio, era un poco sosín.

- ¡Qué calor!- se quejó Carol por enésima vez, mientras sacudía su cantimplora bocabajo inútilmente- al menos podrían poner máquinas de bebidas, no?

- ¡El calor es bueno! ¡El calor te fortalece!- le espetó su madre, encantada con aquella prueba de resistencia. Puesto que mientras todos los turistas iban ligeros de ropa y con botellas de agua, Shia Rattsaurier Elannon iba muy abrigada para poder sufrir el calor. Aunque no tenía tanto mérito viniendo de una piromántica consumada. A diferencia de su hermana, Samantha le tendió un zumo de frutas del bosque a su sobrina con una sonrisa paciente. Conocía lo bastante a Shia para haberse traído la mochila llena de líquidos fríos.

- Eh chicas, ¡¡mirad la vista!!- las llamó Ana desde uno de los laterales. La joven estaba entusiasmada tomando fotografías de todo, pero aún así fueron a mirar.

Sin embargo, a Carol la vibró el móvil al tiempo que una canción de Stone Sour resonaba en la gran muralla. Eso la indicó quien la llamaba.

- Rivs! Como te va?- hizo una pausa para escuchar, y luego exclamó- ¡¿Qué?! No te preocupes, en cuanto la vea te hago una perdida. Pero no creo que vega por aquí. ¿Qué por qué? Ay tía, porque son todos feísimos. Sí, ya te mandaré fotos. Sí, ya doy recuerdos. Igualmente, adiós.

Cuando Carol levantó la vista para contarles las noticias a sus compañeras, se encontró con que habían retado a Shia a que corriera los siguientes doce kilómetros. Iba a ser un día entretenido.

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