Nov 03, 2009 00:01
Es curiosa la forma en que últimamente acudo a ti, al recuerdo que tengo de ti y a tus palabras, para inspirarme. Ahora, tanto tiempo después, me descubro entre tus líneas, tan enredadas, y siento una especie de calidez difícil de explicar: quizá sea la evocación de aquella felicidad de antaño, cuando vivíamos para otras razones tan distintas a las de ahora.
Tú eras mi "constante", el único pilar que sabía que nunca se derrumbaría a pesar de los terremotos. Sabías, mejor que nadie, que el huracán fluye hacia dentro. Me diste una identidad, en parte, dignidad, porque brillaba en muchos momentos sólo por el hecho de que tú pensabas que yo lo hacía. Hubo tanta intuición, tanto dado, tanto imaginado.
Vivíamos con películas que sentíamos tan adentro que nos dolía el alma, llorábamos lágrimas invisibles, éramos fuertes, éramos grandes (nunca como ahora); la vida se nos presentaba con tal intensidad que los planes se sucedían uno tras otro, sin dejar apenas espacio para la asimilación. De entonces, guardo las únicas veces que lloré de alegría: cuando ese sensación errante se apoyaba sobre mis pestañas, me tocaba con su gracia y surgían los deseos desde el centro de mis surtidores. Tan limpio, tan puro. Como lo éramos tú y yo, cariño. Todos.
Recuerdo ahora esa rabia, tan maligna. Tan lógica en su momento, yo sentía esas razones tan profundamente que me convertí en ceguera. Ahora sonrío: qué estúpida fui, por dibujar el final de esa historia de forma tan emborronada. El final, pienso, era inevitable de todos modos, porque cometimos el mayor error, el más tonto de todos: fuimos las 'mejores personas' y prometimos eternidad. Cómo cambiaron las cosas entonces, ¿viste? ¿te diste cuenta del momento en que los cristales se clavaron en el pecho, de manera inevitable? Los mayores amores conllevan, a veces, los mayores odios.
Vaticiné para ti un final roto en pedazos desde la rabia del amor negado. Acerté, y me arrepentí, porque me di cuenta entonces de que no quería merecer nunca más el deseo irrevocable de la redención. No quería, porque en ese momento yo ya te había perdido, tú me habías perdido a mí. Lo negamos con ahínco, y años después llegó la frase tan esperada: 'te eché de menos, a veces, lo sigo haciendo'. Lo habíamos reconocido mucho antes, pero decirlo en voz alta, oh, eso era distinto. Eso implicaba que tanto tiempo después reconocíamos nuestras debilidades, el dolor de la pérdida, el orgullo herido. Llegó la paz.
Ahora las 'mejores personas' son otras. Lo soy yo a veces, lo eres tú, pero te he perdido la pista en mi mapa, nunca regresaste. No lo hice yo tampoco, aunque si me lo hubieras pedido, lo hubiera intentando. Te intuyo muy dentro de mí, en el alma misma, con aquella sonrisa limpia de quien aún no cargaba con errores indeseados en la espalda. Puede que sí, pero estábamos ahí, 'ahora', ¿qué importaba el resto?
Me recuerdo en aquel momento más melancólica, enamorada del pasado, huidiza, miedica. He olvidado tantas cosas de entonces, he perdido luces.
Pero ahora tengo otros cielos. Tengo mis torres, los pilares que siguen intuyendo con una agudeza casi felina lo que yo no digo, a veces, lo que ni siquiera he llegado a pensar. Tengo mi propio horizonte, mi 'maravilla'. Aquellas burbujas que soñamos, bien, algunas explotaron, otras no. Otras configuran lo que soy ahora, como tú.
A veces llego al límite de mí misma y me hago tantas preguntas, cuando sé que la respuesta es tan simple, que no hace falta ni siquiera que sea pronunciada. Tengo tantas fotos no natas, tantos ángulos en mi mente, siempre supe que soy complicada solamente para aquel que no sabe verme desde la perspectiva adecuada. Qué le vamos a hacer.
Pero miro atrás, cae todo el espanto y te recuerdo como mi primera razón a ciegas. Entonces entiendo muchos por qués, y sonrío: mis 'mejores personas' me quieren tanto que hacen que me duela.
El único error que cometimos entonces, pero ahora, visto desde el ángulo adecuado.