Hay tanto ruido. De la maraña se desprenden jirones, casi estalactitas, casi serpentinas. En un vaivén se sacude y cae el polvo, ácaros y tierra. Rechina, en un dolor incomprensible, el de las rodillas, el de los dientes chirriando. Todo, en un huracán estático, una densidad espantosa, todo es del mismo color. El color de las entrañas de la tierra, de las profundidades de mi iris, un mismo color que me revuelve el estómago y me genera náuseas.
Me escapo, corro sin zapatos y sin campera por la incertidumbre. Corro y mi respiración agitada huele ácida, a la ausencia, al arrepentimiento. Mis pies, demasiado delicados, demasiado infantiles, demasiado lastimosos, se abren paso en el terreno infinitamente más hostil que lo cotidiano, pinchudo, duro, áspero. Mis pies, envueltos en microcortes, no se detienen. Me mueve una fuerza gutural, la de huir. Tantas veces he huido. Para escapar de lo estático, de lo acechante. Tan peligroso que me ahoga, me pegotea los dedos y es asfixiante.
No podría describir la maraña con veracidad. Es la muerte. No la mía, no la que ha sucedido. Es la idea de la muerte. Es la certeza de que ahí está. También es la humillación, la mirada con el entrecejo fruncido, el breve silencio en busca de la palabra más dolorosa. Es saber que pase lo que pase, será peor y tendré que sobrellevarlo. Es saber que pase lo que pase, tendré que sobrellevarlo. No hay descanso, no hay recreo, no hay silencio. Entonces, corro.
Pero la verdad es que hace mucho que no corría. Había aprendido algún tipo de balance, mantener el equilibrio balanceándome. Se sostuvo. Se sostiene. He corrido mucho mucho más. Muchísimo más. Y realmente, esto no es nada. Una vez, me metí en la maraña. No salí por un tiempo. Yo creía que la conocía, pero nunca me había metido adentro. ¿Sabés? Adentro de la maraña el aire es turbio y es respira con dificultad, pero realmente no hace falta respirar. Te podés quedar ahí, es oscuro y frío pero a veces, te quedás dormido del cansancio extremo. No hay sueños, no hay tiempo. Si volvés a pensar en el tiempo que estuviste adentro de la maraña, es muy difícil saber cuánto tiempo duró, cuánto tiempo pasó. Es muy difícil ordenar los acontecimientos. Pero un día, te diste cuenta de que ya no estabas adentro. Que estaba ahí, tirando sus jirones, apestando y llenando todo de una sensación ominosa que no se va. Pero estar adentro de la maraña es muy distinto a convivir con ella.
Me tomó de la mano, me abrazó. Mis pies no se curaron ni el aire dejó de ser denso. Pero algo cambió porque en vez de correr sin rumbo, empecé a caminar de nuevo. De a poco y con un dolor inconmensurable, pero primero un pie, después el otro. En la arena vamos dejando las marcas y el mar, sin saberlo y sin importarle, las borra. Total, dejaremos tantas más.