Bajo la matadora luna
#569 - Echo & The Bunnymen - The Killing Moon
Cuando empecé este blog, escribí un pequeño párrafo de introducción al mismo que todavía podéis leer en la barra lateral, debajo de la cita de Paolo Hewitt que prácticamente inspiró este pseudo-diario cancionístico. En este pequeño párrafo hablo de las canciones que se quedan para siempre, y de las que pasan de largo. Bien, la canción que hoy nos ocupa es de las del primer grupo.
Ian McCulloch siempre dice que The Killing Moon es la mejor canción del mundo, y sinceramente yo, cada vez que la escucho, independientemente del momento o las circunstancias, siempre tiendo a pensar exactamente lo mismo. Y es que hay algo absolutamente mágico en esta canción, algo que, como suele pasar con el gran arte es al mismo tiempo insultantemente ovbio e inefable a más no poder. Y es que han pasado 30 años desde que Killing Moon vio la luz del día y parece que no haya pasado ni un día. Es la puta perfección. Una obra de arte que sobrepasa a su época y también, aunque puede que injustamente, a sus creadores.
Es curioso porque, por más que lo intento, no logro recordar cuando la escuché por primera vez o cómo leches llegué a ella. Lo único que sé es que está incluida en el décimo volumen de los recopilatorios que solía hacer cuando estaba en el instituto y en la universidad bajo el nombre de Pop Will Make Us Free - el slogan-revelación que me cambió la vida después de verlo proyectado en una carpa en mi primer festival de Benicàssim allá por 2002-. En el volumen 10 también está incluída Reptilia de los Strokes, que se editó en 2003 y teniendo en cuenta que vi a Echo & The Bunnymen en directo por primera vez en el Fib de ese mismo año bajo una enorme y brillante luna llena que se llevó la dedicatoria de McCulloch; y ya conocía la canción, pues deduzco que la debí descubrir entre 2002 y 2003, aunque como ya digo, no tengo recuerdo de ello. Sin embargo, es una canción que ha marcado mi vida como pocas, que da igual cuántas veces la haya escuchado o cuánto tiempo lleve sin escucharla, nunca y digo NUNCA pierde su impacto. La puedes escuchar 10 veces seguidas y sigue siendo el misterio que es, puedes estar años sin escucharla y vuelve a golpearte como si fuera la primera vez.
No suelo cubrir clásicos tan incontestables en el blog porque rara vez se me ocurren palabras que no se hayan dicho ya, o siento que pueda aportar algo de mi experiencia o relación con la canción que vaya a brindar algo nuevo o interesante a la misma, pero esta noche (acaban de dar las 3) me he reencontrado con la matadora luna gracias a un libro que recomiendo encarecidamente; Mad World: An Oral History of New Wave Artists and Songs that Defined the 80's, y he sentido la necesidad de contar mi pequeña historia con una de las mejores, sino la mejor canción del mundo.
Click to viewCuando empecé este blog, escribí un pequeño párrafo de introducción al mismo que todavía podéis leer en la barra lateral, debajo de la cita de Paolo Hewitt que prácticamente inspiró este pseudo-diario cancionístico. En este pequeño párrafo hablo de las canciones que se quedan para siempre, y de las que pasan de largo. Bien, la canción que hoy nos ocupa es de las del primer grupo.
Ian McCulloch siempre dice que The Killing Moon es la mejor canción del mundo, y sinceramente yo, cada vez que la escucho, independientemente del momento o las circunstancias, siempre tiendo a pensar exactamente lo mismo. Y es que hay algo absolutamente mágico en esta canción, algo que, como suele pasar con el gran arte es al mismo tiempo insultantemente ovbio e inefable a más no poder. Y es que han pasado 30 años desde que Killing Moon vio la luz del día y parece que no haya pasado ni un día. Es la puta perfección. Una obra de arte que sobrepasa a su época y también, aunque puede que injustamente, a sus creadores.
Es curioso porque, por más que lo intento, no logro recordar cuando la escuché por primera vez o cómo leches llegué a ella. Lo único que sé es que está incluida en el décimo volumen de los recopilatorios que solía hacer cuando estaba en el instituto y en la universidad bajo el nombre de Pop Will Make Us Free - el slogan-revelación que me cambió la vida después de verlo proyectado en una carpa en mi primer festival de Benicàssim allá por 2002-. En el volumen 10 también está incluída Reptilia de los Strokes, que se editó en 2003 y teniendo en cuenta que vi a Echo & The Bunnymen en directo por primera vez en el Fib de ese mismo año bajo una enorme y brillante luna llena que se llevó la dedicatoria de McCulloch; y ya conocía la canción, pues deduzco que la debí descubrir entre 2002 y 2003, aunque como ya digo, no tengo recuerdo de ello. Sin embargo, es una canción que ha marcado mi vida como pocas, que da igual cuántas veces la haya escuchado o cuánto tiempo lleve sin escucharla, nunca y digo NUNCA pierde su impacto. La puedes escuchar 10 veces seguidas y sigue siendo el misterio que es, puedes estar años sin escucharla y vuelve a golpearte como si fuera la primera vez.
No suelo cubrir clásicos tan incontestables en el blog porque rara vez se me ocurren palabras que no se hayan dicho ya, o siento que pueda aportar algo de mi experiencia o relación con la canción que vaya a brindar algo nuevo o interesante a la misma, pero esta noche (acaban de dar las 3) me he reencontrado con la matadora luna gracias a un libro que recomiendo encarecidamente; Mad World: An Oral History of New Wave Artists and Songs that Defined the 80's, y he sentido la necesidad de contar mi pequeña historia con una de las mejores, sino la mejor canción del mundo.