Autor: Patricia del Río
Publicado originalmente en:
Perú21.pe Porque estoy totalmente de acuerdo con lo que dice esta mujer:
¿Nos hemos puesto a pensar por qué actúan así nuestras autoridades? ¿Por qué un día el alcalde de Lima, Luis Castañeda, se levanta con ganas de volarse 150 árboles de Chorrillos sin consultarles a los vecinos que los han conservado por más de 30 años? ¿Por qué, sabiendo que van a protestar, en lugar de explicarles la necesidad de ampliar la pista, les manda policías antimotines y jardineros armados de sierras eléctricas?
¿Por qué el alcalde Augusto Miyashiro, de Chorrillos, decide un día apoderarse de la avenida Huaylas y estacionar ambulancias para pavonearse por vehículos que compró con el dinero de todos los vecinos?
¿Por qué Manuel Masías, alcalde de Miraflores, permite una vez más que la calle Berlín luzca como si hubiera estado bajo bombardeo? ¿Y por qué les prohíbe a los niños correr por los jardines del parque Kennedy?
¿Por qué el alcalde Antonio Meier, de San Isidro, riega la berma central de la avenida Arequipa con un enorme camión cisterna justo a las 6 de la tarde, cuando hay más tráfico? ¿Por qué el serenazgo persigue a mi hijo de año y medio en el parque El Olivar para colocarle una millonaria multa por alimentar a las palomas?
¿Por qué el alcalde Enrique Ocrospoma, de Jesús María, se gastó la plata de los vecinos levantando una casa del adulto mayor, que después hubo que demoler, en un terreno de uso público? ¿Y por qué pasa tanto tiempo peleándose con los vecinos?
¿Por qué, todos los días, vemos que se construyen edificios, se destruyen áreas verdes, se siembra cemento y se plantan fierros, sin que podamos hacer nada para evitar esta locura que está masacrando nuestra ciudad?
¿Por qué permitimos que se gasten nuestros impuestos en montar paneles y editar coloridas revistas, cuyo único fin es publicitar esas mismas obras que nos joroban la vida y no nos permiten llegar a tiempo a nuestros trabajos?
El arboricidio de Castañeda ha sido monstruoso, pero tal vez debería servir para recordar que las autoridades que elegimos con nuestro voto reciben un poder relativo, que nos faculta a exigirles rendimientos de cuentas. Dentro de ese esquema democrático no encajan ni las autoridades mudas, que se resisten a dialogar con los vecinos, ni mucho menos los gobernantes que se alucinan reyezuelos con carta blanca para decidir sobre la vida de los demás. Si, como muestra el mercado, estamos aprendiendo a ser mejores consumidores, ya es hora, entonces, de que apliquemos esa misma lógica y nos volvamos mejores ciudadanos castigando con nuestro rechazo en las urnas a toda aquella autoridad que haya osado usar el poder que le confirió nuestro voto para convertirse en el principal culpable de nuestras más odiadas migrañas.