Aug 29, 2017 14:35
*
Cada mañana una avispa me avisaba de que los aguijones seguirán aquí cuando volviera. He huido al mar Báltico, cruzado en trenes Polonia de norte a este, de este a sur y de sur a centro. Varsovia es mi nueva novia. He sido allí un cristal rosado y destelleante que reflejaba la alegría de los mamíferos. He sido de este modo un alegre perezoso, una gacela perdida en ríos crecidos por la lluvia e iluminados por el sol de agosto. El Vístula es el nuevo líquido amniótico de mis sueños. He sido la loba que salta por las rocas y merodea los pueblos con el amor a su manada alojado en la entraña. Las plazas anchísimas han sido todo el encuadre que necesitaba mi vida silvestre. Pero por la mañana una avispa venía al desayuno apuntando hacia mis dedos, justo cuando intentaba tocar el pastel de frambuesas. Y la avispa me avisaba de que la huida no podía ser para siempre. Llegaría el día de la vuelta y tendría que retomar mi existencia por donde la dejé. Una clara amenaza de desamparo se cerniría sobre mí y apuntaría con su escopeta al centro de mi cuerpo. Dejaría la vida de los mamíferos libres que sólo comen y observan y volvería a la mezquindad de la civilización vista desde dentro. Me fui a una isla asustada, buscando el amor de animales amigos. Bajo el abanico de las palmeras, había mil maneras de olvidar. Entre las olas turquesa, el mundo era música. La avispa, no obstante, insistía sobre la persistencia de la realidad. Cruzado el charco de vuelta a la tierra y la historia que me han visto crecer, desmoronarme y levantarme, he venido a cortarme. Estaban aquí, sentados en salones hace cien años construidos, reproches que aniquilan a cualquiera. Me han servido recién cocinadas palabras confusas. A veces tus mejores actos son despreciados hasta convertirlos en vagas mentiras. Las mayores traiciones vienen en forma de palabra.