Vale, esta es la mitad de mi amigo invisible -creo que es la mitad, porque sigo comiéndome la cabeza sobre si hacer dos o tres partes, pero bueno- que no podía subir antes de enseñarle primero a
anywhere8 nada, que ella era mi AI en Bcn. Pero ahora ya sí. Espero poder seguirlo pronto pero me han puesto dos exámenes en poco y hay una escena que se me resiste like que demasiado ;__; Pero en ello estoy.
Título: Maldita Diana
Pairing: Diana/Blanca
Rating: +18
Advertencias: Feemslash, lemmon (espero)
Resumen: Hace ya tiempo que Diana se fue de Madrid con su idea de ir a recorrer el mundo, y desde entonces Blanca no puede dejar de pensar si debió arriesgarse o no por lo que sentía por ella entonces o no hubiera servido para nada. Hasta que un día, abre una carta de Diana en la que no sólo hay un postal de un precioso hotelito de Japón, sino también un billete de avión ya pagado para ella con un post-it que dice que el billete de vuelta lo encontrará allí.
Notas: Está basado en canciones del grupo de pop español Maldita Nerea, que sé que le encantan a
anywhere8 y beteado por
makesomenoiise Improvisemos un guión definitivo
Que no tengamos más remedio que olvidar
Que hacer de todas las estrellas el camino
Para que nunca falten ganas de soñar
Y suena bien, parece que nos hemos convencido
-¿Por qué no funcionó?
-Es complicado.
Su interlocutor hizo un gesto, una breve mueca de disgusto. Blanca le miró con impotencia, inspirando fuertemente y espirando pesadamente. No había mucho que agregar. Rodrigo, su amigo y confidente, resopló.
-No puedo creerlo.
-No es tan fácil como parece, ¿vale? -Se defendió ella.
Claro que no había sido fácil. Pero sí más que si se hubiera arriesgado. Sabía porqué él se sentía decepcionado: siempre, desde que se conocieron, habían prometido que si querían algo se jugarían por ella. Y ella había fallado. Evitó mirarse en sus ojos verdes, que parecían capaces de atravesarla de parte a parte. Siempre se había sentido fascinada por ellos, desde la primera vez que le vio. Habían sido de las pocas parejas que, al cortar su relación, se llevaron mejor que antes. Quizás porque siempre habían sido amigos, quizás porque habían acabado atrayéndose más como amigos que como amantes. Probablemente, porque en sus caminos se cruzaron otros. O ellos interrumpieron en la vida de otros, nunca estuvo muy claro. Todos auguraban que iban a volver, incluso ellos lo afirmaban entre risas y cervezas, como si, al ser algo inevitable, no hubiera necesidad de empezarlo ya. Hasta que llegó ella. Entonces, todo cambió.
Blanca ni siquiera lo consideró cuando se lo dijo.
-No sabía que eras lesbiana.
-No lo soy.
-Te gusta una chica.
-Vale, pero no soy lesbiana.
-Que yo sepa si eres una chica y te gusta otra, es que eres lesbiana.
-También me gustan los tíos.
-Entonces, eres bisexual.
No lo decía juzgándola, sólo se limitaba a señalar los hechos. Rodrigo esbozaba una sonrisa divertida, como si esperara que el destino les hiciera pasar por algo así. No sabía si él seguía enamorado de ella, o si ya se le había pasado. Tampoco sabía si ella seguía enamorada de él. Sólo tenía claro que Diana le gustaba, y punto. A veces, las cosas eran más simples de lo que todos se empeñaban en creer.
-No me gustan las chicas. Me gusta ella. Es distinto.
-Vale.
-¡Te estoy hablando en serio! No me atraen las chicas, de verdad. Es sólo que ella... Ella es...
-Es bonita.
-Sí, eso. -Le concedió, para arremeter poco después por si se había quedado corta. -Es guapísima. Y, además, es... No sé, hay algo en ella que me atrae muchísimo.
-Es pelirroja. -Argumentó Rodrigo como si aquello lo explicara todo.
-No es el color de pelo. -Se ofendió Blanca, mitad en serio mitad en broma.
Se quedaron de nuevo en silencio.
-Creo que, simplemente, me gus...
-Te gustan las cosas bonitas, dejémoslo ahí.
-Sí.
-Y te gusta Diana.
-También.
-¿Y qué vas a hacer?
Dos años y medio después, Rodrigo le hacía la misma pregunta. Ni ella misma lo sabía. Hacía casi un año que no veía a Diana, desde que ella se largó para cumplir su sueño: viajar por el mundo. Agarró una mochila enorme y se largó de Madrid haciendo auto-stop. Lo siguiente que supo de ella es que estaba en Barcelona, y que los abogados de su familia le habían dado el dinero que le correspondía de su herencia. Aunque le costara admitirlo, Blanca siempre pensó que, sin dinero, abandonaría pronto aquella idea tan romántica de recorrer el mundo. Pero el dinero de su abuela no parecía agotarse nunca, y allá adónde iba Diana ganaba dinero con las fotos que hacía o, simplemente, conseguía que cualquiera le diera cobijo y algo de comer gratis. Ella era lo que Blanca nunca había sido, ni siquiera lo que hubiera deseado ser. Era distinta, en todos los sentidos. Quizás fue aquello lo que le llamó la atención, saber que nunca conocería a nadie como ella.
-¿Qué vas a hacer? ¿Vas a seguir?
-Creo que sí. -Respondió ella después de cavilarlo largamente.
Rodrigo respiró tranquilo, por primera vez desde que se habían sentado en aquel café. Parecía feliz. Miraba a la calle donde paseaban los viandantes, ajenos todos a las preocupaciones de sus vecinos. Los primeros tintes marrones de las hojas indicaban que el otoño, aunque tímidamente, ya se acercaba.
-Nunca pensé que podría visitar California tan joven. -Sentenció mientras se llevaba la taza a los labios.
-Tienes ya veinticinco años, tampoco eres tan joven -le vaciló Blanca.
-A mi edad, mis padres ni siquiera habían salido de Madrid. -Respondió él muy serio.
-Pero ya has terminado una carrera y el máster. No eres precisamente un yogurín -siguió argumentando ella.
-Hombre, seamos claros, nunca hubiera estado aquí si no llega a ser por ti.
-Yo no he hecho nada. -Se defendió Blanca echándose hacia atrás a pesar de que él ni siquiera se había movido.
-Me refiero a Diana -aclaró Rodrigo mientras señalaba con el dedo índice el mazo de cartas que había encima de la mesa.
Allí encima, descansaba la razón por la que se encontraban allí. Hacia el inicio del verano, Blanca había recibido su primera carta. En ella, Diana no sólo le mandaba tres folios contándole nuevas sobre su vida, sino también una postal de unos jardines japoneses preciosos y un billete de avión con un post-it en el que la propia Diana había garabateado un “yo tengo tu billete de vuelta a casa”. Así comenzó su aventura veraniega. De la mano de Rodrigo, sin el cual no se hubiera atrevido a recorrer tantos kilómetros, llegó a Japón, esperando encontrarse con Diana. Sin embargo, tras dos semanas de alternar visitas culturales con las que Rodrigo no dejó de incordiarla y a ella no le costaba nada dejarse convencer, con el ansía de dar con su amiga, terminó por convencerse de que Diana no estaba allí.
-Al menos no he hecho un viaje en balde -suspiró dejándose caer en uno de los sofás de recepción del hotel que salía en la postal que Diana le había mandado.
-Podríamos alquilar una habitación y dormir aquí -propuso Rodrigo, maravillado por el precioso salón donde se encontraban.
Al final, acabaron cenando en el restaurante. Las habitaciones eran demasiado caras, incluso una sencilla con una sola cama. El milagro se produjo al enseñar el carné de identidad para pagar con tarjeta de crédito. Diana debía de haber dejado a alguien sobre aviso, porque cuando la camarera volvió con sus tarjetas, le llevó un paquete enorme envuelto en papel granate que, según le indicó la joven, llevaba meses esperándola.
-Un vestido de flores, dos libros de Dickens, y otro billete de avión. Madre mía, espero que sea para Barcelona -enumeró Rodrigo las cosas mientras Blanca trataba de asimilar lo que estaba ocurriendo. -Vaya por Dios, ¡qué mujer!
-¿Qué pasa?
-Es para Corea del Sur.
-¿Para dónde?
No se había recuperado aún de la sorpresa cuando ya se encontraba en el siguiente avión, camino de Seúl . Se pasó todas todo el tiempo en el que estuvo despierta maldiciendo a Rodrigo por ayudarla a seguir con aquello, que había decidido acompañarla de nuevo.
-Aún me queda pasta guardada, y no todos los días se le presenta a uno esta oportunidad -le explicó mientras pagaba el billete más barato en una compañía de segunda. -Nunca se sabe a dónde nos llevará tu gran amor.
Habían recorrido Taiwán, Filipinas y Estados Unidos. De Los Ángeles a San Francisco. Pensaron acercarse a Canadá, pero antes tenían parada obligatoria en California. Septiembre estaba llegando y España pedía a gritos a Rodrigo que volviera, para presentarse a los últimos exámenes.
-Dentro de poco, graduado y de verdad, con máster y todo. -Le felicitó Blanca -. Te me estás haciendo mayor.
-Tú sí que me estás creciendo. Aunque mi miedo tengo yo en abandonarte en Nueva York.
Habían acordado despedirse allí, aunque realmente lo estuvieran haciendo en aquel café californiano. Rodrigo pillaría un vuelo hacía España con escala en Nueva York. Escala de casi un día. Era suficiente para arañar juntos algunas horas y despedirse, ahora cada uno por su lado.
-Toma, no vaya a ser que se me olvide después. -Le pasó Rodrigo un paquetito pequeño y delgado.
-¿Qué es? -Preguntó ella, llena de curiosidad.
-Un reproductor de mp3. Uno normalucho, no un iPod ni nada por el estilo, que ya sabes que a mí no me da la pasta para mucho.
-Gracias.
No escuchaba mucha música, pero agradecía el gesto. Sabía que para él, la música era todo, y siempre había alguna que otra canción que le gustaba escuchar.
-Aunque no sé si podré escucharlo mucho.
-¿Por qué?
-He pensado en alquilar un coche e irme hasta Nueva Inglaterra conduciendo.
-Vaya, si que estás creciendo sí. Aunque esta vez para mejor, por suerte. -Agregó él, misterioso.
-¿Tiene música? -Cambió ella de tema mientras toqueteaba el aparato.
-Sí, le metí algunos de mis grupos y...
-¿Y?
-Bueno, me comentaste hace poco cual era uno de sus grupos preferidos.
-Maldita Nerea, sí.
-Sí. He metido sus tres álbumes. Pensé que te gustaría escucharlos.
-Vaya... Gracias...
No supo muy bien qué decir. Él se incorporó, apuró el café y se levantó de un salto. Ella hizo además de seguirle, pero Rodrigo la detuvo.
-Me apetece dar una vuelta por los alrededores. Sólo y tal. Disfrutar de esto sin niñas que están empezando a madurar.
-¡Oye!
Le revolvió el cabello, mientras Blanca trataba de apartarlo de un manotazo. No hubo suerte y sólo se despeinó. Le fulminó con la mirada, mientras él sólo sonreía.
-Hace tiempo que crecí, que lo sepas.
-Lo sé -, durante un segundo apareció un atisbo de tristeza infinita en su rostro -lo sé.
-¿Cómo? -Quizás sólo hubiera sido una impresión suya, pero estaba intrigada por su gesto anterior.
-Lo notamos todos hace tiempo.
-¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? -Ella seguía de broma, al contrario que él.
-Cuando ella se fue. Empezaste a hablar como los adultos. Aprendiste a decir adiós.
-¿Empecé a hablar como los adultos?
-Sí, ya sabes. Con el “es complicado”. -Hizo un gesto extraño con la mano y se dio la vuelta.
Blanca le vio alejarse a través del cristal del café. Tardó un poco en volver en sí, pero cuando lo hizo, terminó su taza, agarró el abrigó y salió a la calle. Esa misma mañana, había estado mirando en un locutorio dónde podía alquilar un coche en la ciudad neoyorquina, para poder tener la tarde libre con Rodrigo. En vistas de que iba a ser imposible al menos durante unas horas, procedió a pasear por su cuenta, con las cartas en el bolso y los oídos embotados de esas canciones que había llegado a aprenderse de memoria una vez.