Este es el primer regalo que hago de esa larga lista de regalos y fics que tengo pendientes por hacer y que, antes de meterme en más rollos, voy a hacer. En un principio iba a ser una historia cortita y tal, porque, bien sabéis que yo no soy de cosas largas. Soy inconstante con ganas pero da igual, he empezado a escribir, y de pronto he visto que podía hacer con ello algo más y me he lanzado a ver qué tal. Por ahora sólo tengo el prólogo. Y, aunque quizás, es muy pronto para decir nada, el título del original solo tiene en común con la canción de Love of Lesbian el título (sí, vale, me ha dado fuerte con el grupo y con Despistaos… pero no puedo evitarlo). En fin, el reto era hacer una historia de amor entre dos chicos (chica y chico) que fueran ambos extrovertidos, porque para Miri estaba muy visto lo de uno abierto y el otro tímido (y le doy toda la razón).
-¿Cómo que se viene con nosotros?
-Pues... eso. Que se viene con nosotros. Que la ha invitado Julia y se viene con nosotros. ¿Qué le ves de raro?
-No sé -replica él con sorna. -Que... ¿cuándo fue la última vez que vino con nosotros? Ah, sí, claro, nunca.
-Víctor -empieza a increparle la chica.
-No, a ver, en serio, ¿por qué ahora sí, si puede saberse? ¿De pronto le gustan las verbenas y salir de fiesta y beber como todo el mundo? ¿Y justo hoy se ha quedado sin amigos y tiene que venir con nosotros o cómo?
Definitivamente así no van a ninguna parte. Beatriz lo sabe y suspira. Cuando Víctor se pone en ese plan, no hay quien lo aguante. Vale, es cierto, no es que la chica sea con alguien con quien salen a menudo, pero vamos, que ella la ha visto varias veces por la ciudad. Y siempre de fiesta, todo hay que decirlo. Han cruzado algunas palabras, siempre con buen talante, siempre con una sonrisa, siempre preguntando por la familia, siempre. Al fin y al cabo, se conocen desde que son niños. Será por eso, que en cuanto ella creció lo suficiente para que sus padres dejaran de obligarla a ir al pueblo, ella no volvió a aparecer por allí excepto en fechas señaladas. Pero en esas ocasiones, a veces ni se ven. Si es Nochebuena, porque está con la familia; si es el cumpleaños de uno de sus abuelos, por lo mismo; y cuando son las fiestas del pueblo, suele ir a su aire, con sus amigos. Pero, vamos, que tampoco es tan raro que, si se lleva bien con Julia, ésta la invite a salir con ellos un día. Lo que de verdad le extraña a Beatriz es cómo se ha puesto Víctor. Pero si hasta le ha costado ubicar a la chica cuando le estaba hablando de que tendría que llevarla en su coche.
-Bea, oye, que te llama papá. Que está haciendo no sé qué rollos en el garaje y dice que quiere verte. -Se acerca hasta ellos un chico moreno y bajito, idéntico a Beatriz. -Oye, tíos, ¿qué pasa? ¿A qué vienen esas caras?
-Éste, que es un... -Bea no encuentra la palabra adecuada para describir a su amigo.
-¿Yo? ¡Encima! Eres tú quien me quiere empaquetar a alguien. Geta, más que geta. -La acusa Víctor señalándola con el dedo índice.
Beatriz se enfurruña, evidentemente, y mira a su mellizo para que diga o haga algo. Éste se ha perdido y no tiene ni idea de porqué andan discutiendo ahora. Están en mitad de la plaza del pueblo, al lado de la fuente, y él ha tenido que bajar corriendo toda la cuesta que hay desde su casa hasta allá para ir a buscar a Beatriz, para que ésta se disponga ahora a sacarle los ojos a uno de sus colegas por alguien que no sabe ni quién es. Aún así, no puede evitar la pregunta:
-¿Es una chica? ¿Está buena?
Su hermana lo mira como si de pronto su cabeza se hubiera convertido en la de un caballo y no supiera muy bien cómo decírselo. Su amigo, en cambio, se lo deja claro desde un primer momento:
-No.
-¿Es maja?
-No.
-¿Tiene algo bueno?
-No.
-Pues entonces no la lleves.
Ernesto se encoge de hombros. Víctor lo señala con la cabeza mientras mira a Beatriz, que se lo quiere merendar allí mismo. Al final claudica, no sin antes echarle una mirada furibunda a Víctor con el claro mensaje de “esta me la pagas”. Se vuelve hacia su hermano y le pregunta si puede llevarla ella.
-Lo siento, tía, yo voy con Julia, Ana, Marcos y Tomás.
-¿Y no hay alguna manera de qué...?
-Puedes pedírselo a Alberto, van los cuatro al completo. Pero sobra un asiento. -Propone Víctor con tono de burla.
-Me apetece que la chica llegue y vuelva a casa de una pieza, no que se estrelle con esos animales -le responde con voz cortante Beatriz.
-Hombre, la verdad es que el viaje con ellos no es muy seguro -reconoce Ernesto.
-¿Seguro? Venga, tío -comenta Víctor -, eso es un eufemismo. Van siempre fumados. Aunque yo sigo pensando que es algo propio de familia. Joder, si tienen todos el mismo nombre.
A la mirada de esceptismo de Ernesto y a la, algo menos amistosa, de su hermana, Víctor se corrige:
-Bueno, o al menos se les puede llamar a todos igual. Tú grita Al, ya verás como vienen los cuatro tranquilamente. Como borregos, además.
-Oye, tío, ¿se puede saber qué problema tienes con el mundo hoy? -Le pregunta Beatriz de malos modos.
-¿Acaso no es cierto? No sé ni cómo tienen todos novia. -Se defiende él sin mucho acierto.
-No como otros -apunta Beatriz y da por zanjada la discusión.
Se vuelve a su hermano y le dice que va a llamar a Julia. Unos minutos más tarde, todo está arreglado. Marcos y Tomás irán con Víctor, y Ernesto con todas las chicas. Cuando éste empieza a quejarse, su hermana señala a Víctor:
-Ése tiene la culpa, a mí no me jodáis más.
Víctor vuelve a casa de mala leche, con ganas de matar a alguien, con ansías de golpear y estrangular cosas. Y todo ese mal humor sólo se acrecienta cuando su madre aparece por la puerta de la cocina y le grita cuatro o cinco cosas de las que sólo entiende dos mensajes: comes solo y en frío, y te toca limpiar la cocina entera.
-Enterita -. Le ha dicho su madre haciendo hincapié en cada sílaba. -El lavavajillas, la lavadora, la mesa, el frigorífico, la mesa, el suelo. Lo recoges, lo friegas, y que cuando llegue yo esté todo listo o si no te voy a decir yo quién va a salir de fiesta esta noche.
Parece mentira que tenga veintitrés años. Veintitrés, joder, no diecisiete ni quince. Tiene coche, trabajo, y hasta hace poco tenía hasta novia. Pero claro, cuando los gritos y las malas rachas le vienen a uno, le viene en pack. Su novia dejándole por inmaduro (inmaduro, él, aún no se lo cree) y su madre recriminándole que sea un egoísta. Y no vamos a contar lo que le ha llamado Beatriz hoy por culpa de esa mosquita muerta de Diana que no es ninguna mosquita muerta.
Enciende la tele y se sienta a comer en la mesa del salón. Luego tendrá que limpiar también el salón, pero se merece un descanso y sabe que el aparatito no va a ponerse a gritarle él también. Desgraciadamente no hay nada digno de verse. Apaga el televisor tras terminarse el yogurt y se encamina a la cocina bandeja en mano. Hacer todo lo que le ha pedido su madre le lleva dos horas y pico, porque además, tiene que esperar a que la lavadora termine para colgar la ropa. Entre las prendas que saca ve sus vaqueros negros favoritos. Fantástico, ya sabe qué ponerse esa noche. Cuando termina, enciende el ordenador para perder el tiempo hablando con Marcos, Tomás, José y Sandra sobre cómo quedan esa noche.
Varios kilómetros más lejos, Diana está tratando de no arrancarse la piel con la cera caliente. Los pelos salen sin querer, pero, dios mío, de mi vida, tantos siglos haciendo lo mismo las mujeres y el sistema inmunitario humano no sabe aún cómo defenderse o ¿qué? Es de locos, pero quiere estar guapa esta noche. Hace un par de día,s Raquel la convenció para irse de compras por el centro, a ver qué quedaba de rebajas. No encontraron mucho, pero lo suficiente. Algunos pañuelos, un que otro par de zapatos, unas camisetas geniales, una falda, dos bolsos y dos vestidos precioso. Recuerda que, nada más llegar a casa, su hermano le pregunto que si había saqueado la tienda y de si, por fin, la iba a meter entre rejas. Le compró con una cadena de plata que había visto en la joyería del centro y, desde entonces, si ha comido decentemente en verano, ha sido gracias a él, porque sus padres siguen de vacaciones y ella no tiene ni idea de cómo cocinar nada que se pueda considerar comestible.
Recuerda que aquel día, según salía del probador para enseñarle a Raquel cómo le quedaba el vestido azul y dar su veredicto entre las dos, se encontró con Julia. Hacía siglos que no se veían, y se saludaron con efusividad. Entre una cosa y otra, acabaron las cuatro -Julia, una amiga de ésta, Raquel y Diana -sentadas en un café hablando sobre las nimiedades que le cuentas a una persona que, a pesar de que te cae genial, no tienes ninguna confianza. Entre una cosa y otra, hablaron del pueblo, de la gente, de qué tal les iba a cada uno, de lo único que aún tenían en común. Y entonces a Julia se le ocurrió invitarla a ir a la noche con ellos un día. Dos semanas más tarde, iban a ir unos pocos -porque Tania y Nacho estaban de viaje, y Cristina, Rubén y David se iban con sus padres a no sé dónde -y que probablemente no hubiera problema para estar todos juntos e ir con ellos en el coche. Así que, esa noche, Diana se quedó hablando con Raquel sobre si era buena idea o no, mientras Julia llamaba a Beatriz y le contaba sobre aquel cambio de planes. Sin problemas, había respondido ésta pensando en que en el coche de Víctor aún quedaba un sitio libre y que éste no pondría ninguna objeción.
Lo que ni Julia ni Beatriz saben es que Julia no es la única que ha visto a Diana últimamente. Hace un par de semanas, en las fiestas de la capital, Víctor tuvo un encontronazo con la chica que no acabo nada bien para el muchacho. Lo que éste no se esperaba es que tendría que encontrarse con ella de nuevo, había esperado no volverla a ver nunca, o, en su defecto, hasta que aquello se le hubiera olvidado (porque, en este momento, no está dispuesto a olvidarse de ello nunca). Y, a juzgar por lo que le comentaba Raquel a Diana por teléfono -a pesar de las quejas de su madre por las horas y porque, joder, la acabas de dejar en su casa, ¿es que no podías habérselo dicho allí? -, Diana también se acuerda de ese episodio como si hubiera sido ayer mismo. Pero como ésta le dice finalmente a su amiga:
-Bueno, que le den, que yo no voy por él ni mucho menos. Voy porque me ha invitado Julia, que hacía muchísimo que no la veía; voy para estar un poco con el resto, que no hablo con ellos desde hace un montón; y voy porque es una fiesta y, si no acabo de encajar, fijo que encuentro a alguien más. Tampoco hay que hacer de esto un drama.
Aunque, ninguna de las dos esté segura del todo, y para Víctor eso sea exactamente en lo que se ha convertido ese maldito viernes.