A lo mejor resulta un poco caótico, pero no he sabido exponerlo mejor. Este tema no es, desde luego, uno de los que mejor se me dan. Prefiero otros temas, la verdad. Pero bueno, ahí va.
Dicen que las princesas tienen pies pequeñitos, larga y brillante cabellera y una sonrisa de ensueño. O al menos así es como se las presentaron a Nadia cuando era una niña. También le dieron a conocer a los príncipes: ojos que escondían secretos, besos que prometían el cielo, y la capacidad de devorar todos los demonios que cada princesa tenía dentro.
Nadia se mira al espejo y, por mucho que piense en los halagos de familiares y amigos, ella no puede considerarse una princesa. Tampoco es que haya encontrado jamás a su príncipe azul, así que supone que eso les deja en tablas con los chicos.
Esa insignificante palabrita, amor, tan infra y sobre valorada, es la culpable de todo. Es su jaqueca, el fantasma que viene a recordarle en sueños que aún no es del todo feliz, esa meta que ya no quiere ni obtener.
Ha visto egoísmo, orgullo, dolor, mentiras y lágrimas. También ha visto besos, abrazos, caricias y gritos de emoción. Pero una parte de ella sospecha que no es, en absoluto, tan hermoso como se lo contaron de pequeña.
Ha escuchado muchas veces que según creces los cuentos de la infancia se deshacen ellos solos en contacto con la realidad. En ocasiones consigue convencerse de lo contrario; la mayoría de las veces, en cambio, gana el escepticismo. El escepticismo, el rencor, las feas cicatrices de heridas que no cerraron bien...
Pero si algo sabe Nadia es que no va a ponerse a llorar. No va a esperar a que el supuesto dueño de su corazón se decida por buscarla. Podría buscarlo ella, claro está, pero los resultados anteriores le dicen que eso no es tan buena idea como parece al principio. Así que ha decidido que ya se lo encontrará por ahí. De frente, de golpe y porrazo, como una tormenta que no esperabas y no te deja que apartes de ella la mirada hasta que hayan terminado las acrobacias de los relámpagos. Dicen que la vida da muchas vueltas; y aunque Nadia no sabe si es algo tan verosímil como lo de las princesas, ella se ha decidido por girar con ella. Hasta que algo parecido a la suerte le sonría.
Ahora mismo se encuentra tumbada sobre la hierba, con los pies descalzos, acariciando las flores de su alrededor. Mira al infinito como si esperara ver algo o sólo jugara con las nubes. Los recuerdos de la última semana se le agolpan en la mente como un huracán. Le gustaría reconsiderarlos, deleitarse con algunos, reflexionar sobre otros... pero siente que no tiene ni tiempo ni ganas. Esa sensación de querer comerse el mundo crece por momentos y piensa, o al menos eso quiere pensar, que esas ideas extrañas le sobran. Desearía deshacerse de ellos pero no puedo. Entonces suspira, derrotada, y se tapa la cara con las manos, como si se protegiera del sol.
- “Lo siento”. - Piensa despacio, igual que si estuviera hablando con alguien. - “Eres como ese príncipe azul que estuve esperando demasiado tiempo, que estuve pidiéndole al Cielo que me enviara alguna vez. Pero ahora ya es tarde. Ya no quiero príncipes ni caballeros. Quiero magos y hechiceros, ladrones (de besos y secretos) e ilusionistas. Quiero vivir una aventura en el que el final feliz esté escrito por mí y no por la pluma de los Grimm”.
Y le gustaría incorporarse pero no puede. Le gustaría irse de allí pero no consigue mover un músculo. Es como si una losa enorme le hubiera caído encima y tuviera que hacer serios esfuerzos para levantarla. Porque, a veces, la realidad es tan certera y tan absoluta que asusta. Que es capaz de acabar con todos tus sueños de infancia sin que tú puedas hacer nada. Y a Nadia sólo le queda seguir mirando las nubes hasta que recobre la fuerza para abandonar ese lugar y seguir con su vida. Con una vida sin cuentos de hadas, sin príncipes ni princesas.
Y eso, que es la viñeta 6 de
fandom_insano y que está sin betear. Recién salidito del horno y con resaca, vamos.