Aquí traigo el segundo capi de esta liada de historia, y digo liada porque madre mía, tratando de hacer tal cual la forma de escribir de Jane Austen hago cada embrollo que no veas. Que yo soy de sujeto + verbo + predicado +. y no tanta vuelta y mareo. Pero bueno, todo sea por mi
neko_90 Y... ¿Recuerdas que te dije que serían capis pequeños? Pues nada, son capis raros porque si el primero eran 800 palabras o por ahí este tiene mil 800 y pico. xD Así que, nah, espero que te guste mucho; que la historia ya va cuajando en mi cabeza. Y tiene algún toque de North and South pero muy leve, ni lo notarás hasta que te hayas visto/leído la obra :) Promisse!
Kitty Bennet sólo conocía la asombrosa mansión de Pemberley Park por medio de terceras personas; en concreto por las alabanzas del señor Collins en cuanto que éste hablaba sobre la riqueza de su señora y de sus parientes, como el señor Darcy, y por las burlas que habían hecho en su familia durante mucho tiempo a causa de la abundancia que había hecho tan orgulloso al dueño. ¡Quien le hubiera dicho a alguno que ahora esa casa también era el hogar de uno de los Bennet!
La mansión de Pemberley era muy distinta a la de Lougbourn, mucho más grande y espaciosa, con hermosas vistas y tanto en ella en que posar los ojos para no apartarlos hasta después de mucho tiempo. Pero la naturaleza de Kitty la hacía no sólo deleitarse con todo aquello que veía a su alcance y disfrute, sino que también la acostumbraba rápidamente a los lujos y a los encantos. Así, Kitty Bennet se hizo con la vida de Pemberley Park mucho más rápido que su hermana mayor y a las pocas semanas de estar allí ya parecía haber vivido allí tanto tiempo como Georgiana Darcy.
Elisabeth, curada ya del miedo a causar mala impresión y en vistas de tener que cuidar a una hermana pequeña que había vivido tanto tiempo bajo la influencia de, nada menos, que la señora Wickam, cuyo marido no era nada apreciado por los miembros de la casa, recuperó muy pronto el carácter que la asemejaba con su padre. Así, amonestaba de vez en cuando a Kitty con la idea de erradicar cualquier brote de parecido comportamiento con su hermana Lidya. Por suerte, la forma de ser de Kitty, tan influenciable, la llevó a admirar y a seguir los actos de Georgiana Darcy como antes los de Lydia, por lo Elisabeth respiraba tranquila la mayor parte de las veces.
Semanas después de la llegada de Kitty Elisabeth mandó sendas misivas a su hermana Jane y a su padre, contándoles los cambios acaecidos en Kitty y pidiendo información sobre qué tal les iba a los Bingley y a Mary, y sobre el estado de su madre.
Querida Lizzy -le escribió su hermana pocos días más tarde -, Me alegra oír noticias tuyas tan pronto y, sobre todo, tan alegres. Realmente el cambio le está sentando bien a Kitty, quien, quizás se libere un poco del carácter tan diferente que tiene Lydia y que de ésta tomo. Además, por lo que tanto mi señor esposo como tú me habéis contado la forma de ser de Georgiana le vendrá muy bien.
En cuanto a Mary, ¡no puedes creer el cambio que ha sufrido! Ya nos comentó papá que a causa de la partida de tres de sus hermanas, casi cuatro durante alguna temporada, Mary había tenido que cambiar los libros y el piano por las labores de casa y el cuidado de mamá; pero hasta ahora no había comprendido el útil alcance que tenían esas tareas en las jóvenes. Le sigue gustando hablar sobre los mismos temas que antes, pero, ahora, elige mejor a sus interlocutores y ya no son los únicos aspectos de los que trata. Realmente se está convirtiendo en una muchacha de provecho, y no dudo en que acabe consiguiendo un buen marido, tal y como pretendía mamá.
Hablando de madre, ¿has sabido alguna noticia más? Hace dos días envié una carta a Lougborn pero aún no he recibido respuesta.
Attm. Jane Bingley.
La carta de Jane llenó a Elisabeth de plácida alegría, pues nada le gusta más a una persona que observar cómo la dicha y la virtud propias se extienden hacia el resto de sus seres queridos, sobre todo cuando esto supone un cambio y una mejora por parte de otros. En cambio, la carta del señor Bennet no parecía traer tan buenas noticias, pues su madre aunque no empeoraba tampoco mejoraba a los intensivos cuidados que el médico de los Bingley, que vivía entre éstos y Lougborn, había procurado para con ella. Elizabeth guardó la carta con aprehensión, deseando poder estar allí con su madre, tal y como había dicho su padre más juiciosamente, y no procurándole a Kitty un marido, por mucho que eso hiciera feliz a su madre. Pero el carácter práctico de Elisabeth pronto se impuso a sus propios deseos y decidió ir a hablar con el señor Darcy para contarle los asuntos que habían traído a su hermana a Pemberley y que aún no le había comentado.
El señor Darcy tuvo el detalle de no decir absolutamente nada en lo referente al deseo de la señora Bennet, aunque Elisabeth siempre había sabido el desdén que su madre provocaba en su esposo, educado en unos valores mucho más profundos y gentiles y en unos modales mucho más ricos. Aún así, si esperaba que la enfermedad de su madre lo aplacase desde luego lo consiguió, aunque el señor Darcy tuvo bien cuidado de no mostrarlo y lo único que hizo fue decirle a su esposa que cumplirías sus deseos antes de depositar un beso en su frente con infinita ternura.
Así, y confiando en que la señora Bingley ya le hubiera hablado de aquella tamaña locura que el señor Darcy entendía perfectamente en personas como la señora Bennet, personas de las que culpaba del retraso que a veces experimentaba el país y de otras tantas penurias que a fuerza de estar casado con Elisabeth irían menguando, el señor Darcy escribió al señor Bingley. Antes de esto, tuvo la consideración de hablar con Georgiana que era mucho más diestra en asuntos amorosos de esta índole y preguntarle su opinión y ayuda. Georgiana, siempre atenta y predispuesta a agradar a aquellos que quería, como eran su hermano, la señora Darcy y ahora la señorita Bennet, pronto encontró una solución. Y mientras la señora Darcy escuchaba con deleite las mejoras de la señorita Bennet al piano, y luego ambas leían la carta que habían mandado Jane y Mary en un momento de preciada intimidad, Georgiana buscó a su hermano y le habló de la idea que había tenido:
-¿Sabía usted que hace ya dos meses que se marchó mi institutriz para casarse? -le preguntó Georgiana a Fitwilliam para empezar la conversación. Su hermano asintió y ella pudo proseguir -hace ya un par de semanas que me llegó una carta en la que la señorita Roser, digo, la señora Lennox había vuelto de su luna de miel. Recuerdo que entonces, antes de casarse, usted habló de organizar aquí el banquete de la boda pero que ni los padres de él ni los de ella lo permitieron, aunque estaban muy agradecidos. Me preguntaba si sería posible, ahora, hacer una fiesta de bienvenida para todos los amigos de la pareja, que son muchos y muy amigables, y así, podríamos presentarlos a señorita Kitty, e incluso a la otra señorita Bennet, que se aloja en casa de los señores Bingley.
Georgiana guardó silencio esperando expectante la aprobación de su hermano en un asunto que había tenido mucho cuidado de preparar para que tanto el motivo como los invitados fueran dignos de su atención. La señorita Roser había sido su institutriz antes de casarse con un médico de Londres que había conocido cuando la misma Georgiana se puso enferma dos años atrás. Tanto la señorita Roser como el señor Lennox se habían quedado cuidando de la niña todas las horas que el señor Darcy tenía que separarse, obligatoriamente, de su cabecera. Después de aquello, Georgiana y Fitwilliam regresaron a Pemberley y la señorita Roser pasó una temporada en Londres, de vacaciones, con su familia que vivía allí. En las cartas que la señorita Roser le había escrito a Georgiana le contaba cómo ella había ido a agradecerle al señor Lennox su amabilidad para con su niña, pues la señorita Roser a pesar de su amabilidad y su buena disposición para todo era una joven muy pesimista que nunca creyó que se casaría, y cuando le tocó cuidar y enseñar a Georgiana no pudo sino encariñarse con ella y la llamaba, sin que ésta se molestara, su niña. Después, el señor Lennox y la señorita Roser se habían encontrado un par de veces en las fiestas de sociedad y él había empezado a cortejarla. Para cuando la señorita Roser volvió a dar clases a Pemberley Park ya estaban prometidos, y la idea de pasar con él el resto de su vida la hacía tan feliz que no podía evitar bailar cuando creía que nadie la veía, alegrando así a los habitantes de la casa que reían divertidos por su ocurrencia, aunque en ningún momento con mala intención.
A la llegada de Elisabeth, la señorita Roser se marchó para dejar más espacio en la casa y porque el señor Darcy, en su dicha, quiso que ésta también participase de ella y le permitió volver a Londres antes de lo que nadie se pensaba. Así, tres semanas después los Darcy fueron invitados a la boda y Elisabeth tuvo su primera presencia en sociedad como la señora Darcy.
La carta que el señor Darcy envió al señor Bingley decía así:
Estimado amigo Bingley,
a raíz de los acontecimientos que ocupan las mentes de nuestras señoras y de las pretensiones casaderas de su señora madre, la señora Bennet, le pedí consejo a Georgiana que de estos asuntos entiende mejor que yo.
Se le ha ocurrido hacer una fiesta de bienvenida a Inglaterra a los señores Lennox, pues ya sabes, que la señora Lennox fue la antigua institutriz de Georgiana por la que todos sentíamos un gran aprecio. No me agrada que la idea de tal bienvenida sea por un motivo tan ruin así que le escribiré a la señora Lennox y sólo si contásemos con su aprobación aceptaría a organizar tal comité.
Por otra parte, y recordando cómo era la clase de muchacha que tenéis a vuestro cuidado, quizás el hermano de la señorita Roser sea alguien bueno para ella. A fin de cuentas a ella le gustaba mucho hablar y el señor Roser es abogado. Sé que puede sonar algo cruel y burlesco pero, quitando que no tengo gran aprecio a ninguno de los dos por su afán a la charlatanería, sigo pensando que harían una gran pareja. Demasiado ruidosa, quizás, pero se entenderían a la perfección.
Le mantendré informado.
Con mis mejores deseos para usted y la señora Bingley,
Attm. Fitzwilliam Darcy.
El señor Darcy no le enseñó la carta a la señora Darcy por temor a que ésta se molestase con todas las verdades que había escrito en ella, pero el señor Darcy no sabía hablar con medias tintas, y todo lo que decía procuraba que respondiera a sus ideas y a su propia verdad; en caso contrario tendía a guardar silencio. Quien sí leyó la carta a la vez que el señor Bingley fue Jane, pero el carácter afable de Jane vio donde su hermana hubiera visto una crítica feroz una buena señal para Mary. Sin embargo, le pidió al señor Bingley que no le dijeran nada a su hermana sobre tal caballero, ya que ambos entendía como algo de pésimo gusto las planes para cazar esposos y los matrimonios concertados o planeados por terceros; y no le comentó nada de esto a su hermana Jane por temor a molestarla con nimias preocupaciones que podían no llegar a suceder.
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