mina_lovette , Como no tenía ni idea de qué habías pedido para navidad, porque ni siquiera actualizas tu LJ debidamente y el único contacto con tu realidad y la mía es por
rhea_carlysse pues espero que te linkee aquí y puedas leer esto, que en realidad, más que de navidad es algo que comentaste en la KDD de Barcelona, ese domingo.
“Y yo endureceré su corazón y levantaré mi mano sobre Egipto para que su pueblo sepa que yo soy el Señor y observe mi poder”.
Hay palabras clavadas con fuego en el corazón de Moisés. Ideas que no se van de su cabeza a pesar de lo mucho que trata de conseguirlo.
La noche se extiende sobre Egipto como una mancha que proclama el dolor de una forma indefinida y temible. Un llanto silencioso se escapa de lo que antes fue uno de los imperios más magnánimo del mundo conocido. Y chocan en el ambiente, produciendo chispas. La guerra es un lenguaje brutal cuyas palabras abrasan y producen daños colaterales, demasiados.
Ante el templo de Osiris caído, Moisés trata de recordar cómo era cuado él lo conoció. Agradece que el antiguo Faraón no esté allí para observar cómo éste se derrumba por su culpa.
-¿Qué haces aquí?
Una voz seca y graba lo saca de sus ensoñaciones. Es tan parecida a la suya y a la vez tan diferente. Le trasporta a una época perdida entre las nociones del tiempo, en un torbellino que se alimenta de vivencias para no dejar rastro alguno de ellas.
No contesta, no sabe qué contestar. Pero se da la vuelta para mirar a su... hermano. Busca su mirada y choca con unos ojos fríos, endurecidos por el tiempo, la congoja, la desesperanza, la decepción y algo que nunca ha comprendido. Quizás si se acerca lo suficiente consiga entender qué es exactamente.
-Tiene gracia, ¿verdad? -Es rencor, sarcasmo disfrazados en una risa que no augura nada bueno. -Tanto miedo que tenía el Faraón de que uno de sus hijos acabara con su imperio, y por mucho que le dijo madre que debía estar orgullosos de los que tenía al final resultó que tenía razón. Pero no de quien pensaba.
-Padre confiaba en ti.
Le sale sin querer, por la inercia de intentar convencer a su hermano siempre de que no todo es tan malo como piensa, de que hay gente que le aprecia, él en especial.
-¿Padre? -Ramses ruge más que pregunta. -No es tu padre, nunca lo fue. Como tú tampoco eres mi hermano.
Moisés se acerca, impulsado por una fuerza interior que desconoce. Pero se detiene a tiempo al ver la mirada de odio que le dirige Ramses. Y su mente vuelve, de golpe y porrazo, a aquellos días en que, estas fórmulas de conversación acababan de formas distintas. Con risas, abrazos, besos y tantos otros actos que hubieran escandalizado al mismísimo Lucifer. Y Moisés se pregunta, en ese preciso momento, cuánto daría por volver a aquellos momentos, a convertirse, a ojos de Dios, en un paria, por estar con quien quiere, aunque sea bajo la falsa figura de hermano. Compartiendo la sangre, y algo más que eso.
-Fuera de aquí.
Lo dice despacio, energéticamente, sin permiso de disputa. Y Moisés entiende que hace tiempo que dejó de tener la posibilidad de cambiar. Él ya eligió: su Dios, su religión, su vida, tan falsa e hipócrita como una vez le pareció la anterior.
Y no llora, y devuelve a Ramses una mirada tan fría como la suya, para que el corazón de éste se fortalezca y no vuelva a romperse por una promesa no cumplida; y, después, mirando a Dios, le pide, le grita, que acabe ya con el sufrimiento de quienes fueron los suyos hace mucho tiempo.
En un época que llevará para siempre en su conciencia, como algo de lo que nunca debió alejarse para seguir el camino que alguien que no le conocía marcó para él. Incluidos los pecados en los aposentos de los príncipes de los que no puede arrepentirse ni evitar evocarlos para aliviar su sufrimiento. Esperando que, quizás, en el infierno, se reencuentre con Ramses y cumplan juntos la condena.