Título: Because, We are infinite...
Pareja: Kyugsoo y Yixing
Resumen: Kyungsoo es un artista de talento, sus maestros alaban su trabajo y sus compañeros le envidian. Pero hay algo en los dibujos de Kyungsoo que falla, siente que son tan planos como el papel en los que está dibujados. Una noche, como si de una aparición se tratase, un bailarín entra en su vida y sin pedir permiso le descubre un mundo nuevo el cual no querrá abandonar jamás.
Rating: NC+17, Romántico, Angst, AU
Número de palabras: 39.669
Avisos: Contiene escenas de sexo e insinuaciones sexuales, así como de actividades delictivas o peligrosas. No se deben de imitar los actos aquí narrados ya que son personajes de ficción.
Notas de autora: Quiero darle las gracias a mis betas por haberme ayudado tanto con esta historia; de no ser por ellas creo que jamás habría podido escribirla. Y quiero darle las gracias a la persona que ha pedido esta idea y disculparme si no he conseguido escribir lo que ella quería. Tamara, no sé si tienes LJ así que...bueno ya sabes que lo escribí para ti.
PRIMERA PARTE: EL BAILARÍN FANTASMA
Observó cómo las luces se extendían con rapidez a lo lejos tras su ventana. La vista de Seúl por las noches era como contemplar una paleta de colores fluorescentes y pequeñas luciérnagas mecánicas corriendo con libertad propia por un paisaje urbano.
Los matices de colores se mezclaban como en un arcoíris de luces centelleantes y llenaban de vida una ciudad que nunca dormía. En muchas ocasiones se había imaginado volando entre aquellos remolinos de colores, rápidos y fugaces, como si de un sueño se tratase, en el cual podía acariciar las formas de los dorados más brillantes y de los rojos más intensos.
El día había sido demasiado caluroso. La proximidad del verano era inminente y el haber estado fuera de su habitación dejando la cortina abierta y la ventana cerrada había convertido su pequeño dormitorio en un horno.
Apoyó la cara contra el cristal y dejó que el vaho lo empañase. Se separó y realizó pequeños dibujos en espiral con su dedo índice; sin sentido predefinido, sin una explicación, simplemente porque necesitaba hacerlo. Abrió la ventana y permitió que aire fresco de la noche le relajase un poco el calor que se acumulaba en el cuarto de su residencia.
Cogió su cuaderno de dibujo y un lápiz. Adoraba dibujar, siempre le había encantado. Cuando cogía un lápiz y lo acercaba al papel todo desaparecía; se sumergía en un mundo aparte, viajaba a un lugar lejos de los problemas, lejos de las dificultadas, más allá de las malas palabras, de las falsas miradas, y de las injusticias sin perdón. En el mundo de sus sentimientos donde solo estaba él y nadie más.
Como si de una plantilla predefinida se tratase, los enormes ojos de Kyungsoo absorbían cada matiz de lo que veía y lo plasmaba en sus cuadernos. Como en una fotografía, cada detalle, cada pizca escondida del cuadro en su mente era copiada a la perfección. Los maestros admiraban aquello, lo llamaban un don, pero Kyungsoo, en algunas ocasiones no podía vivir con ello.
Kyungsoo, el alumno más joven de la clase de primero en la Universidad de Artes de Seúl en la sección de diseño artístico, pintura y dibujo; era un alumno sobresaliente. Clavaba los exámenes teóricos con las mejores notas. No le costaba nada estudiar, cualquiera de los géneros artísticos y sus características eran de sumo interés para el joven dibujante. Tanto el renacimiento, como el gótico o el barroco. No hacía ascos ni si quiera a los dibujos casi carentes de humanidad del románico. Pasaba horas analizando los detalles pulcros y sumamente recargados del barroco y sonreía plácidamente al observar la belleza canónica de los cuerpos redondos del renacimiento.
Podría considerarse un Miguel Ángel en su tiempo, pero él en muchas ocasiones, se sentía más bien como un atormentado Goya en busca de su obra perfecta. Bien podría decir que sería también como un Da Vinci, llevando consigo a su Gioconda a todas partes en busca de la perfección absoluta de su mística sonrisa.
Pero Kyungsoo, al igual que un drogadicto, se había vuelto un adicto a plasmar casi todo lo que veía en busca de esa satisfacción de lograr encontrar la belleza que los demás no veían.
Aquel joven de unos veinte años, pelo corto y revuelto de color castaño; de mirada ausente y divagantes ojos enormes; de labios gruesos y piel clara. Aquel chico excepcional dentro de lo corriente no amaba el arte por el arte, no buscaba la perfección de las formas, las líneas y los colores, no pretendía crear un nuevo canon de belleza, ni perfeccionar o elaborar una nueva técnica como Rafael lo había hecho con el esfumato. Aquel joven de mirada abstraída solo quería ver alma en sus retablos.
Por ello, donde todo el mundo veía una obra de arte, él tan sólo podía ver líneas deformes carentes de sentimiento. La gente aplaudía sus perfectas composiciones y él tan sólo podía aborrecerlas. Destrozaba cuadros por los que los demás pagarían grandes sumas de dinero, rompía sus pinceles y daba portazos en medio de la clase. La gente lo ignoraba, todos saben que los genios son bastante incomprendidos y Kyungsoo parecía seguir la regla pre-establecida.
Paisajes meticulosos como si se tratasen de fotografías colgaban uno tras otros de las paredes de la sala de exposiciones, retratos con arrugas minuciosamente detalladas adornaban los pasillos de camino a las aulas de pintura y anatomía. Bodegones y silenciosos ensayos de muebles se apilaban en el fondo de su armario con escasa ropa. Y sobre la cama, una pila desbordante de cuadernos desquebrajados caía en cascada desquiciando su obsesiva búsqueda de capturar un alma.
Admiraba a los grandes genios del arte, donde veía los ojos brillando en sus recuadros, Rembrandt, Monet...Artistas que dejaron su huella en el arte por romper las normas, por marcar el alma, la música y el sentimiento en sus obras. Y Kyungsoo lo adoraba, lo añoraba. Lo deseaba con tantas fuerzas que se había vuelto su mayor obsesión.
Recordaba sus primeros esbozos llenos de líneas superfluas y desinteresadas, obsoletas de dominio artístico, de un canon establecido pero llenas de sentimiento, de viveza, de garra y de emoción. Deseaba volver al antes, sin perder la calidad del ahora, pero como en una pieza circular sentía que cuanto más se acercaba más volvía a encontrase de nuevo en el comienzo.
Kyungsoo garabateó y garabateó sin cesar hoja tras hoja en su cuaderno lleno de dibujos, pero ninguno de ellos fue de su agrado.
Los arrancó y los lanzó por la ventana.
Basura, basura, todo era basura, jamás volvería a dibujar como lo había hecho.
Todo estaba perdido.
Y así había pasado, casi sin darse cuenta, en un momento de su vida se había olvidado del arte y se había centrado en la corrección de su composición. Todo había sido elogios desde aquel momento, pero no todas las personas se sentían contentas con aquel trabajo. Él lo odiaba.
Ya no había alma. Y cuando lo explicaba, las sonrisas se cubrían con pereza con una mano demasiado delgada. Las miradas de soslayo, los susurros mal disimulados, la envidia y los malos entendidos. Y así Kyungsoo se fue quedando sólo, lejos de la gente que podría haberle admirado, que lo veían como un loco.
Ya no le importaba, caminaba por los pasillos con sus cuadernos bien amarrados entre sus brazos, con los lápices a medio afilar y los ojos abiertos absorbiendo ideas a su paso. Una silla que provocaba una sombra rectangular, la caída de una hoja al comienzo del otoño, las gotas de lluvia sobre su ventana. Línea tras línea su mano, su muñeca, sus ojos y su corazón se volvían uno y comenzaban el vals del pintor que sueña.
Tan solo él conocía la melodía, sonaba profunda en su mente y encaminaba los movimientos de su extremidad, bajaba corriendo por su brazo y pintaba de miles de colores un blanco y negro profundo e intenso. Mil y una líneas sin orden que juntas formaban una historia, un cuento que se contaba en una canción silenciosa murmurada a susurros entre los esbozos de una idea plasmada en papel.
Pero necesitaba más, contar una historia mayor, algo más allá de sus propios sentimientos, de su propia alma. Necesitaba volar más alto, alcanzar la melodía de otras personas, otras almas.
Observó cómo las hojas se elevaban en el aire de aquella noche de principios de verano y las siguió con la vista. Las observó danzar con timidez descendiendo hasta un pequeño claro cerca de un árbol y fue entonces cuando sus ojos se fijaron en la silueta que, entre las sobras de aquel árbol, parecía danzar.
Aquel ser, que parecía sacado de un sueño, elevó las manos sobre su cabeza. Tenía los dedos largos y delgados, pero aun así sus manos eran pequeñas y de aspecto dulce. Cuando las bajó contempló que sus brazos eran fuertes y atléticos, los llevaba desnudos y cuando la luz de la farola más cercana le iluminó, pudo ver que eran de un blanco extremadamente pálido y fantasmal.
Estaba bailando; no había melodía alguna, no por lo menos alguna que Kyungsoo pudiese escuchar, pero aun así aquel misterioso extraño estaba bailando en medio de la noche bajo la sombra de un árbol cerca de una farola, justo delante de la ventana de su cuarto en la residencia.
Kyungsoo se apoyó en el balconcillo y continuó contemplando la escena.
La posición tan clara y perfecta de sus líneas corporales, alargando la pierna tras su espalda sin perder la línea con su cabeza y la cadera; las manos colocadas en la posición adecuada, como si se tratase de ave dispuesta a alzar el vuelo en cualquier momento. El giro de cuerpo sin tambalear, la fuerza de su posición, la presencia de sus gestos, la garra, la pasión...el alma.
El aire se atascó en los pulmones de la emoción y se mordió con nerviosismo los labios. Necesitaba dibujar aquello, lo necesitaba con urgencia. Aquella persona, todo aquello tenía que ser suyo. Corrió con rapidez lanzándose a la cama en busca de uno de sus cuadernos sin usar, lanzó los que no vio convenientes y agarró el primero que encontró con una hoja en blanco. Metió la mano en el bolsillo y sacó un lápiz que estaba afilado a media punta, le dio igual y corrió de nuevo hacia la ventanilla de su cuarto.
Cuando llegó no había nadie. Como si su imaginación le hubiese jugado una mala pasada, el bailarín fantasma ya no se encontraba ahí. Pero al contrario de desilusionarle aquello le hizo sonreír como hacía mucho tiempo que no sonreía, había encontrado un reto, y no se rendiría hasta hacerlo suyo.
La luz del sol entró por la ventana e iluminó el cuarto. Un rayo travieso chocó contra el cristal del espejo y le golpeó en la cara. Kyungsoo se despertó al momento, molesto por la claridad. Desvió la mirada hacia la ventana y descubrió que la había dejado abierta y con las cortinas sin pasar. Se levantó y contempló su cuarto intentando asimilar si lo que había visto la noche pasada había sido un sueño o real.
La mesilla al lado derecho de su cama continuaba como siempre, el cuaderno medio usado se movía inestable en el borde. Los lápices esparcidos por el suelo en cascada cayendo de los estuches mal colocados. Un vaso a medias con la marca de sus dedos reflejó su imagen aún somnolienta en la mesilla de la izquierda, lo agarró y le dio un trago. El agua estaba caliente y al momento de llevárselo a la boca lo dejó en donde estaba.
Las cortinas ondulantes por la brisa danzaban cubriendo la cómoda a juego delante de la cama. El movimiento de ir y venir de la tela traslúcida le hizo pensar en lo sucedido la noche anterior. Se levantó y apoyándose en el marco de la ventana dejó que los recuerdos volviesen a él al igual que hacía el viento acariciando su cara. La imagen de aquella persona parecía dibujada en tinta invisible en su mente, nadie podía verla pero estaba ahí.
Recordaba cada movimiento con exactitud. Era raro, pero si cerraba los ojos todo volvía a él al igual que un vídeo que hubiese visto miles de veces. Necesitaba hacerlo: se lanzó sobre el colchón de su cama y agarró uno de los cuadernos; movió con rapidez las hojas dejando atrás los viejos bocetos a medias y, en cuanto encontró una hoja en blanco, cogió su lápiz y dejó que las sensaciones fluyesen de su mente al papel recorriendo su sistema nervioso y erizando a su paso el vello de su cuerpo.
Las líneas se precedían una tras otra buscando el mejor lugar para asentarse como si cada una de ellas supiese dónde colocarse. Bailando la melodía escondida en los recuerdos de una noche reciente en los gestos apasionados de un bailarín anónimo. El sonido de la alarma en su teléfono móvil le trajo de vuelta al mundo real. En pocos minutos comenzaría la clase de Historia del arte moderno y sabía que el maestro era muy estricto con la asistencia.
Se levantó de la cama de un salto y contempló desde lejos su obra inacabada sonriendo. La sombra de unos brazos y un torso a medio construir le saludaron. Kyungsoo se sentía orgulloso de su nuevo proyecto, todavía no había tomado forma pero ya veía en él más vida que en cualquier otra de sus obras más actuales y completas. Apartó la libreta colocándola encima de los libros que le tocaban ese día y caminó canturreando una canción en dirección al baño.
Desde que había entrado en la Universidad Nacional de Artes de Seúl, Kyungsoo había estado viviendo en la residencia que estaba construida al lado del centro. Las habitaciones eran un ejemplo de la sociedad coreana y actual en la mayor parte de las civilizaciones modernas del mundo, espejo de una sociedad comercial globalizada. Pequeños cubículos clónicos minimalistas y cuadriculados, una especie de gigantesco enjambre de cemento donde los zánganos obedientes no eran otros que artistas de todas las clases. En aquel lugar no sólo estudiaban pintores y dibujantes, también había actores, modelos, cantantes, músicos, diseñadores gráficos y muchas otras clases de artistas. La gran parte de ellos solía hospedarse en la residencia y todos tenían la misma clase de cuarto. Tenía mesillas a ambos lados de la cama y en frente una cómoda a juego sobre la que colgaba un espejo; un armario para la ropa y un escritorio que solía colocarse cerca de la ventana. La estancia tenía una habitación externa pegada que hacía el papel de cuarto de baño. Una ducha, un lavamanos y un inodoro cubrían todas las funciones necesarias; aparte tenía un armario pequeño con espejo en el que había toallas y productos de higiene.
La familia de Kyungsoo podía permitirse un gasto como aquel pero también podía conseguirlo con beca. Kyungsoo pensaba que la beca sería lo más cómodo ya que no tendría que depender de sus padres para nada pero al mismo tiempo pensaba que le estaba negando la posibilidad de entrar en los programas de estudio a una persona que no tuviese un nivel económico como el de su familia.
Salió del cuarto de baño prácticamente preparado: el cuerpo y el pelo seco y peinado, la ropa interior puesta y perfumado. Do Kyungsoo era una persona pulcra y ordenada y todo en su cuarto y sus acciones eran un buen ejemplo de ello. Los pocos artículos decorativos de la habitación estaban colocados con perfecta armonía geométrica; la ropa, en sus cajones, estaba doblada, sin una sola arruga y separada por estilos y colores, incluso la ropa interior y los calcetines. Tan sólo había una parte que podría describirse como desordenada dentro de la perfecta estructura vivencial del muchacho y eso era su espacio para dibujar. Los estuches se esparcían por el suelo y los muebles acompañados de montones de folios y cuadernos mostraban proyectos, cuadros y láminas en las que estaba trabajando. Cuando Kyungsoo trabajaba en su arte no quedaba sitio para la persona esquemática en su mente, el artista soñador acaparaba todo el espacio posible y, en ocasiones, mucho más.
Una vez vestido revisó de nuevo la hora en su reloj de pulsera, se aseguró que lo llevaba todo y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí con el código numérico. Caminó por el pasillo en dirección al comedor revisando las notificaciones en su teléfono móvil. Le gustaba apagarlo por las noches para que no se recalentase y, ya de paso, para desconectar del mundo. Se encontró con dos actualizaciones que automáticamente se activaron y con una llamada perdida de su madre. Revisó bien la hora en la que la había recibido y dio por hecho que era la clásica llamada de su madre para asegurarse de que todo estaba bien. Escribió un rápido mensaje de texto« Voy a clase. Luego te llamo» y lo envió mientras tomaba asiento para desayunar en el comedor.
Se tomó un café cargado con rapidez, tanto que casi se quema la garganta. A Kyungsoo no le gustaba el sabor del café y menos cargado pero todos días volvía a cogerse uno porque a pesar de lo amargo de su sabor sabía que necesitaba la cafeína para mantenerse despierto y atento. Cuando tenía más tiempo, al principio de sus días como estudiante solía tomar un desayuno mucho más clásico con arroz y kimchi entro otras cosas. Aquello le recordaba un poco a su infancia cuando su abuela le cocinaba gim, pero con el paso del tiempo y el ajetreo de la gran ciudad su familia se fue occidentalizando. Por ello, cuando entró en la K-art quiso tomar un desayuno más coreano como si tratase de recordarse su propio origen. Pero como solía pasar, la falta de tiempo y las prisas le habían vuelto, quisiese o no, un chico de café en el desayuno.
Se terminó su taza y salió de la sala, caminó entre las mesas llenas de estudiantes ruidosos como si realmente no estuviese ahí. Kyungsoo tenía amigos pero no en ese lugar; y la verdad es que tampoco hablaba mucho con la gente para intentar relacionarse así que su presencia en la universidad era un poco extraña. Esta clase de forma de ser era el resultado de su vivencia en otros centros escolares. Kyungsoo siempre había sido el niño raro y poco hablador, el joven con el que todos se metían. Sacaba buenas notas y no causaba problemas, pero su forma distante era siempre malinterpretada. Kyungsoo era tímido y lleno de complejos, tenía mucho miedo a estar solo o a que le hiciesen daño y por ese motivo había optado por esa forma de defensa, protegerse del mundo construyendo un muro invisible a su alrededor. Los psicólogos suelen llamarlo la táctica del erizo, se va haciendo una bola en sí mismo rodeándose con sus púas, apartando a la gente para evitar que le dañen. Funcionaba pero al mismo tiempo él mismo se dañaba con esas púas metafóricas, pues alejando a la gente de él tan sólo conseguía que los rumores aumentasen a su alrededor y que la gente prejuzgase. Kyungsoo pensaba que el mundo le odiaba y el mundo pensaba que Kyungsoo los odiaba y sin hablar los unos con los otros el día a día continuaba avanzando.
Llegó a la clase el primero, como solía hacer, y su maestro le saludó con aquella sonrisa perfecta y brillante que tanto tranquilizaba al joven artista. Kyungsoo no se llevaría bien con sus compañeros, pero los profesores le adoraban y él, cuando se trataba de profesores como el maestro Kim, también los adoraba.
- ¡Buenos días Kyungsoo! -le saludó el maestro con amabilidad y confianza-. Hoy pareces más cansado que otros días. ¿No has dormido bien?
Kyungsoo sonrió, aunque normalmente no lo hacía aquel maestro siempre conseguía arrancarle una sonrisa.
- He estado trabajando en un nuevo proyecto, Maestro Kim -le contestó acercándose al lugar que ocupaba entre las mesas de clase.
- ¡Excelente! -exclamó el profesor revisando sus notas-. Tratándose de ti seguro que será algo digno de ver.
Kyungsoo asintió sin perder la sonrisa y sin poder evitar sonrojarse.
El maestro de esa asignatura se llamaba Kim Junmyeon, era un chico joven y delgado. Con la piel muy clara y buena apariencia física, ojos pequeños y brillantes que se hacían más pequeños cuando sonreía cosa que sucedía bastante a menudo. Había entrado como maestro el año anterior y Kyungsoo y él se habían hecho algo parecido a amigos. O a conocidos con cierta confianza ya que Kyungsoo no se sentía del todo cómodo charlando con tanta sinceridad con un profesor. Pero el maestro Kim era tan agradable y joven que a veces se le olvidaba de que él era también un profesor.
A pesar de que la clase se presentaba entretenida y que Kyungsoo intentaba mantenerse atento a ella su mente se evadía más rápido que de costumbre hacia la imagen del bailarín misterioso. Junmyeon le miró de reojo y le encontró perdido en sus propias ensoñaciones sonriendo con ternura, Kyungsoo era el mejor de sus alumnos así que podía permitirle un momento así, aunque tampoco le parecía bien. Carraspeó con fuerza para intentar traerle de vuela a la realidad de la clase pero lo único que consiguió fue que fingiese de mala manera que le estaba prestando atención mientras garabateaba en una esquina del folio un pequeño esbozo de unas manos.
« ¿Quién eres? »
Murmuró para sí mismo en voz baja mientras una sonrisa algo tímida se dejaba asomar por la comisura de sus labios.
Tras la clase salió corriendo a la siguiente con bastante tiempo para poder llamar a su madre. Los padres de Kyungsoo no eran personas controladoras pero su madre necesitaba saber de él todos los días; quizás porque se había acostumbrado a ello en el primer año viviendo solo y continuaban haciéndolo un año después. A Kyungsoo no le importaba llamarla para que se sintiese más tranquila, así que en cuando pudo le dio a rellamada y esperó a oír su voz al otro lado.
Su madre era una mujer tranquila, se había criado de manera modesta en un pequeño pueblo costero. Ella también había estudiado en una universidad de artes, pero en aquella época no existían becas y tampoco era muy común ver mujeres en las universidades. La señora Do había sido la princesita de su padre, un pescador bastante trabajador el cual había ahorrado para poder pagarle los estudios. Por eso mismo ella había dado siempre más del 100% en devolverle agradecidamente su esfuerzo. Allí, en esa misma universidad, había encontrado al que ahora era el padre de Kyungsoo y tras dos años de noviazgo se había casado.
En muchas ocasiones la mujer solía contar con orgullo cómo el joven que ahora era su marido había pasado por alto su condición social y había ido a pedir su mano al destartalado barco de su anciano padre. Kyungsoo adoraba esa historia y, a pesar de haberla oído más de mil veces, no se cansaba de escucharla una y otra vez.
Sus padres eran dueños de una famosa galería de arte y creadores de grandes diseños arquitectónicos conocidos por todo el mundo. Al principio, cuando él y su hermano eran más pequeños, se encargaba de cuidarlos su abuela ya que sus padres viajaban mucho por temas de negocios. En aquellos días Kyungsoo solía correr hasta el muelle y esperar a su abuelo con la luna brillando en lo alto. Mientras clavaba sus enormes ojos en la esfera celeste reflectante y jugueteaba nervioso con sus dedos entre los huecos de la mano de su hermano mayor, Kyungsoo soñaba con poder ser un día como sus padres y viajar por el mundo capturando con sus dibujos escenas preciosas.
Cuando sus padres regresaban Kyungsoo corría siguiendo el sonido de la voz de su madre. No recordaba mucho del aspecto que ella tenía en aquellos tiempo, pero sí su voz. Para el pequeño aquel sonido le traía paz y alegría, como miles de grillos arrullándole en las noches de verano. Aquella voz llena de decisión y ternura era la misma que ahora le hablaba a través del teléfono y, como siempre que la escuchaba, Kyungsoo no podía evitar sonreír rememorando todas aquellas viejas experiencias y sueños.
- ¡Buenos días cariño! -le saludó ella con amabilidad-. Me tenías preocupada, te llamé ayer a la noche y tenías el móvil apagado.
- Lo lamento mucho, madre -contestó con respeto-. No he pasado una buena noche.
- ¿Has tenido pesadillas? -le preguntó mientras el eco se hacía más sonoro, por lo que Kyungsoo intuyó que lo más probable es que estuviese entrando en la cocina.
- Para ser sincero, no lo sé con seguridad.
La mujer al otro lado rió como un cascabel quitándole importancia al asunto y su hijo suspiró aliviado, sonriendo a pesar de que ella no podía verle. Se despidió con la misma ternura y corrió a su siguiente clase.
La mañana en clase pasó tan rápido que cuando quiso darse cuenta ya era la hora de comer. No parecía un día normal, apenas había tomado apuntes y ni se acordaba de lo que habían estado exponiendo los maestros en sus asignaturas. En realidad, Kyungsoo hubiese sentido que ese habría sido un día perdido salvo por los miles y miles de pequeños dibujitos que adornaban los marcos de sus hojas. Manos, perfiles, torsos y piernas correteaban por su mente pidiendo a gritos ser dibujados, y Kyungsoo se había vuelto un esclavo de aquella sensación. El bailarín fantasma, el danzante anónimo se había convertido en una obsesión y tan sólo habiéndolo visto una noche nada más. Las horas pasaban rápidas pero una pequeña voz en su cabeza rezaba incansablemente porque pasasen todavía más y más rápido en espera a la noche.
Kyungsoo recogió los últimos bártulos de su material para clase de óleo y colocó el lienzo en el caballete que se le había adjudicado. La imagen de un bodegón sin mucho sentimiento le saludó a bofetadas. Kyungsoo odiaba los bodegones, casi tanto como odiaba dibujar paisajes, pero la clase de esa semana consistía en la naturaleza muerta y la necesidad de expresar con colores fríos y opacos la presencia del tiempo que lentamente mata el alma. Kyungsoo lo observó llevando la mano al mentón. Las líneas correctamente trazadas expresaban con perfecta exactitud la temática sugerida, los colores deprimentes y tristes, aquel velo intrínseco de decadencia estética... Definitivamente odiaba los bodegones más que los paisajes.
Con todo en su lugar tal y como debía de estar se despidió de la maestra y compañeros de aula y salió corriendo de ella en dirección a su cuarto. Tenía prisa, casi alcanzaba la hora en la que el bailarín se había presentado la noche anterior y aunque era tan sólo una suposición y había una posibilidad entre un millón de que volviese a suceder, el joven pintor se aferraba a ella como un clavo ardiendo. Ni siquiera paró por el comedor para recoger algo de comer, fue directamente a su habitación, tecleó el número que le daba acceso a la entrada y entró quitándose los zapatos dejándolos en una esquina y los libros y apuntes sobre la cama.
Caminó hasta la ventana pero se detuvo justo en el borde antes de llegar. Su corazón latía con fuerza, parecía que quisiese salírsele del pecho, tomó aire y cerró los ojos intentando calmarse. La idea de que quizás lo hubiese soñado le pasó fugazmente por la cabeza, pero la necesidad de descubrirlo hizo que se marchase tan rápido como había venido. Dio los últimos pasos y se agarró al marco de la ventana pero al otro lado, justo debajo del árbol no había nadie.
Si el corazón de Kyungsoo hubiese sido una cajita de música en ese mismo instante la canción se hubiese detenido a la mitad y no habría nadie que pudiese darle cuerda. El bailarín fantasma no estaba y quizás no hubiese estado nunca. Kyungsoo se sintió engañado por su imaginación y bufó malhumorado.
- ¡Eres un estúpido Do Kyungsoo! -se dijo a sí mismo- ¡Un tremendísimo estu ...!
El sonido de una melodía comenzó a sonar y la sonrisa de Kyungsoo regresó a su rostro como un bumerán. Aunque la primera vez no había habido música alguna aquella melodía penetró con fuerza dentro del dibujante como si ya la hubiese escuchado mucho antes. Entre las sombras producidas por la luz y las ramas del árbol la imagen del bailarín anónimo se proyectó con más fuerza y visibilidad que nunca. Estaba ahí, no se lo había imaginado. Kyungsoo corrió en busca de su libreta de dibujo y afiló varios lápices. Tenía que inmortalizar aquello antes de que se esfumase como si realmente se tratase de un fantasma.
Era un chico, de eso no cabía duda. No parecía muy alto, quizás un poco más que él mismo. De tronco fuerte y largo, cintura estrecha y pecho ancho. Los hombros fuertes y salientes, con la clavícula marcada de una manera seductora y atrayente. Los brazos eran musculosos pero dejaban ver características de que quizás, cuando había sido pequeño, podría haber sido un niño algo gordito; las muñecas eran estrechas y delgadas, los dedos largos y finos, como los de un pianista. Las piernas eran cortas pero fuertes, estrechas en la base con unos pies no muy grandes para ser un hombre y con unas caderas prominentes y unos muslos fuertes de experto bailarín. Tenía la nariz aguileña y algo grande, aplastada en el perfil con una pequeña chepa curvada que le daba un toque personal; los labios parcialmente abiertos con el inferior más ancho que el superior y cuando los cerraba cogiendo el aire parecía que estuviese dispuesto a besar el cielo. Llevaba el pelo corto por la nuca y escalonado hacia un lado en el flequillo. Cuando se movía con rapidez el pelo lacio y fino caía tapándole parcialmente el rostro como si cada hebra de su cabello estuviese bailando con él.
Kyungsoo observó aquella imagen alimentándose de ella, bebiendo cada matiz de su impresión. Necesitaba hacerlo suyo, volverlo imagen impresa sin perder la fuerza de esos movimientos, necesitaba capturar aquel alma más que cualquier otra cosa en el mundo.
El bailarín danzó durante horas. El sonido de sus jadeos incansables, de su respiración agitada correteó por los conductos auditivos del joven pintor cincelando imágenes evocadoras en su mente y sus manos. Rápidas cómo águilas de presa, recorrían los circuitos imaginarios de su mente retratando lo que veía. Kyungsoo sentía que no había hecho arte antes de aquello, que cada boceto a medias sin terminar de las imágenes esquivas de su musa anónima eran más hermosas que cualquier otra obra hecha por él y elogiada por sus maestros.
« ¿Quién eres? »
Continuaba preguntándose sin dejar de dibujar. Sentía que si lo decía, si alzaba la voz, aquel extraño ser se iría como quien intenta atrapar el viento entre las manos, o capturar un unicornio, igual que la luz se apaga si la retienes entre las manos.
Tenía frío y algo húmedo le mojaba la cara, parpadeó acostumbrando sus ojos a la luz y se dio cuenta de que se había quedado dormido sobre el escritorio frente a la ventana, apoyado parcialmente en él y babeando sobre las grandes cantidades de dibujos.
El brillo intenso de aquellos ojos de criatura mística le daban los buenos días con tanta amabilidad que Kyungsoo sintió que todavía continuaba dormido y estaba soñando. Recogió y apiló los trabajos de toda la noche y los admiró uno a uno con contemplación. El último de los dibujos era la mano del bailarín anónimo. Recorrió con las yemas de los dedos la longitud pintada de sus falanges como si le estuviese acariciando realmente a él. Cerrando los ojos dejó que aquella melodía inundase sus recuerdos más cercanos e imaginó la sensación de sentir el contacto de aquella blanca extremidad tan lejana y próxima a la vez.
De nuevo el sonido de la alarma y él todavía no se había duchado. Contempló la hora y luego los dibujos. Tenía que hacer algo, intentar ordenar las ideas y esas extrañas sensaciones que comenzaban a despertar en él. Se lanzó a la cama y rodando por ella llegó hasta su teléfono móvil, marcó con rapidez el número de su madre pero esta no le contestó por lo que intuyó que posiblemente continuase durmiendo; así que le mandó un mensaje.
«Buenos días, madre. Hoy no creo que pueda llamarte, estoy muy ocupado. ¡Qué pases un buen día!»
Sin esperar una contestación dejó el teléfono sobre la mesilla y caminó hacia el baño para quitarse de encima la pereza y la mala postura de haberse dormido en una silla. Se deshizo de sus prendas y entró en la ducha abriendo el grifo del agua caliente y poco a poco graduándola con la fría.
La sensación de las gotas cayendo sobre el cuerpo ya de por si era muy relajante pero Kyungsoo no solo disfrutaba de la suave sensación del agua sino también de la melodía enigmática del bailarín sin nombre. Canturreó inexactamente aquella canción sin perder la sonrisa, estaba seguro de que sería buen día. Desde ahí dentro oía la alarma pero esta vez pasó de ella, había algo más importante que ir a clase. Necesitaba hablar con Chanyeol.
Chanyeol era algo así como un hermano sin ser de sangre; un mejor amigo que no podía llamarse amigo pues el sentimiento de amistad se quedaba corto cuando se trataba de él. El día en el que se habían conocido había sido muy raro y la verdad, aquello había sido un reflejo exacto de la forma de ser de aquel extraño chico espontáneo de ojos inmensos.
Un día sin más, en el metro, un chico alto y delgado con una mirada insistente se había colocado a su lado y, sonriendo como un niño emocionado ante una tienda de dulces, le había saludado. Chanyeol parecía no cansarse de hablar jamás.
Kyungsoo lo describía para sí mismo como un muñequito de mirada inquieta al que nunca se le agotaba la cuerda. Chanyeol siempre se mostraba optimista y confiado, esa actitud reconfortaba a Kyungsoo y le había ayudado en muchas ocasiones.
A pesar de que un día cualquiera Chanyeol había comenzado a hablar con él sin motivo aparente, su amistad se había reforzado poco a poco con encuentros casuales que, con el tiempo, se fueron volviendo más comunes y planificados. Chanyeol le escuchaba y convertía sus miedos y preocupaciones en nimiedades y, en ese momento, era precisamente lo que necesitaba. Así que al salir del baño, sin vestirse todavía y tan sólo cubierto por una toalla en la cintura, cogió su teléfono móvil y le envió un mensaje a su amigo.
« Necesito verte, es urgente. »
Casi al momento recibió la contestación de su amigo.
« ¿Tanto me echas de menos? »
Al final había añadido un emoticono, una pequeña carita redonda y anaranjada que parecía estar sacando la lengua. Kyungsoo suspiró sonriente, incluso por mensaje Chanyeol hacía que las cosas fuesen más llevaderas.
« No hagas el bobo. Nos veremos en una hora en el bubble tea »
« Como usted mande comandante XD »
Bromeó el otro y Kyungsoo dio por terminada la conversación. Terminó de arreglarse y se observó en el espejo, se colocó bien el flequillo elevándolo con algo de fijador y movió la cabeza a ambos lados desviando su mirada hacia arriba para contemplar bien su rostro y su pelo. Le gustaba ir bien arreglado. Guardó su teléfono móvil en el bolsillo y, agarrando su cuaderno de dibujo, salió por la puerta en dirección a la parada de autobuses.
Cuando llegó, por suerte, no había mucha gente a pesar de que muchas personas tomaban el transporte público en Corea para poder llegar a sus trabajos. Muy poca gente se desplazaba desde la zona de la universidad hacia el centro a esas horas por lo que se sintió aliviado de poder tener un amplio sitio en el que sentarse dentro del vehículo.
Cuando llegó, Chanyeol ya le estaba esperando en la entrada del local, sin entrar, caminando de un lado para el otro y jugueteando nervioso con las teclas de su teléfono móvil. Bajó en la parada más cercana, que apenas estaba a unos pasos del local y caminó hasta él. Cuando llegó chasqueó con fuerza los dedos delante de su cara para llamar su atención. Chanyeol abrió todavía más los ojos sorprendido y agarró con agilidad su móvil pues se le había resbalado ante la inesperada aparición de los dedos sonoros de Kyungsoo.
Se saludaron y entraron al local. El Gong Cha Bubble Tea es una franquicia de Bubble Tea bastante diferente; es de origen Taiwanés pero tras afincarse en China y otros países de Asia finalmente se fueron abriendo algunos puesto en Corea del Sur. A Kyungsoo le gustaba esta tienda de bubble tea porque la veía diferente a las demás, con un toque más personal y discreto y no tan colorido y juvenil como los otros. El Gong Cha tenía una gran variedad de tés, cafés y productos lácteos y, tanto su mobiliario como manera de atender, se parecía bastante a la conocida tienda de cafés Starbucks. Cuando tenía tiempo libre Kyungsoo cogía el bus y se dejaba caer por ahí para garabatear en su libreta mientras se toma algo, y en otras ocasiones simplemente se pasaba para charlar con su amigo. Chanyeol fue quien le había enseñado el local y ahí todos le conocían y le saludaban como a un miembro más del personal, pues desde que se había abierto el establecimiento Chanyeol no solía faltar casi ningún día. El chico alto le había contado que un buen amigo suyo fue el que le había vuelto un poco adicto a aquella bebida pero que el muchacho se había marchado a China con un amigo por un asunto importante. Kyungsoo no era un chico maleducado así que no había husmeado sobre el asunto preguntándole sobre ello. Si Chanyeol quería dar detalles sobre algo no hacía falta preguntarle, ya los daba él sólo. Jamás se cortaba hablando y si había algún tema en el que no profundizaba o se quedaba sin palabras lo mejor era no insistir en ello, seguramente habría un espléndido motivo por el cual no hablar de eso.
Kyungsoo pidió un House Special Iced Coffe, su mala manía de necesitar cafeína de buena mañana a pesar del sabor le perseguía incluso en un lugar como aquel. Chanyeol pidió uno de los favoritos, un Passion Fruit Green Tea. Pagaron su correspondiente recibo, recogieron su pedido y se sentaron en una de las mesas. Chanyeol fue el primero en hablar mientras colaba la ancha pajita por el hueco de su té.
- ¿Qué es eso tan urgente que me tienes que decir?
Kyungsoo tomó aire buscando la manera en la que decir lo que realmente quería sin parecer una especie de loco. Se imaginó a sí mismo explicándole a Chanyeol que había encontrado una musa bailarina que aparecía todas las noches bajo el árbol cercano a su ventana, que era blanco como un fantasma y se movía como una ninfa atrayente e insinuante. Se vislumbró a sí mismo en su cabeza diciendo todo aquello y no pareciendo un loco y se dio cuenta de que, a pesar de que había salido corriendo con la idea de hablarlo con su amigo, en realidad no sabía cómo decirlo.
Chanyeol le observó sin dejar de chupar por la pajita disfrutando de su bebida y lo comprendió. De manera opuesta a él, a Kyungsoo parecía que siempre le faltasen las palabras o que, al contrario, estuviesen ahí, pero al ser tantas y no llevar un orden de salida se le atorasen en la boca del cerebro y no consiguiesen salir.
- Simplemente dilo, tío -le tranquilizó con una sonrisa amable que aniñaba su rostro.
Kyungsoo se relajó y animándose mentalmente con "que sea lo que Dios quiera" dejó que las palabras saliesen de su boca sin meditarlas a penas.
- Cada noche desde hace dos días una persona se pone a bailar cerca de mi ventana -comenzó a decir Kyungsoo, centrando la vista en su café. Si hubiese tenido rayos x en los ojos, ya habría derretido el recipiente de lo insistentemente que lo miraba-. Es una persona extraña, su manera de bailar es hipnotizante. Cuando le veo tengo un impulso enorme de dibujarlo y cuando lo hago -añadió levantando la mirada hacia su amigo y acercándole la libreta con los bocetos- es como si mis dibujos cobrasen vida.
Chanyeol agarró la libreta y echó un vistazo a lo que le enseñaba Kyungsoo, aquellos trabajos era muy buenos, pero lo que estaba diciendo, no parecía tener sentido.
- ¿Has estado tomando demasiado café estos días? -le preguntó intentando bromear arqueando una ceja.
- No seas idiota Park Chanyeol, te estoy hablando muy en serio.
Su amigo se rascó la nuca intentando buscarle sentido pero aquellas palabras no eran ni razonables ni propias del Kyungsoo que conocía.
- Mira, no me malinterpretes -comenzó diciendo Chanyeol devolviéndole los bocetos-. Pero creo que te estás obsesionando con esto. Llevas muchos días frustrado trabajando en eso que llamas "el alma del arte" y creo que la falta de sueño y el exceso de café te han jugado una mala pasada.
- ¡Pero lo he visto! -insistió el más bajo- Han sido dos días seguidos Chanyeol, no tiene que ser una alucinación, es real.
Chanyeol le miró casi con pena y aquello a Kyungsoo le molestó. No le gustaba aquella mirada, le recordaba a la que le daba su hermano cuando era pequeño. Una mirada que quería decir "pobrecillo, no lo va a conseguir". Y Kyungsoo odiaba que pensasen que era un niño poca cosa, uno bueno para nada que había que proteger.
- Deberías buscarte una novia y dejarte de estas tonterías -añadió Chanyeol desviando la mirada hacía unas chicas que acaban de entrar y parecían interesadas en ellos-. Pasas mucho tiempo solo entre libretas, lápices y colores, se te ha olvidado cómo es la gente de verdad y cómo es estar con una buena chica que te entienda y te divierta -Chanyeol hizo una pausa para guiñarles el ojo a las chicas de la barra y estas se rieron divertidas, saludando con la mano-. Déjate de tonterías y sal un poco más; en serio, te vendrá bien.
Kyungsoo no se enfadó con aquellas palabras. Chanyeol era su amigo, jamás le decía nada a mal, pero no era una novia lo que necesitaba. Desvió la mirada a las chicas que también le saludaron con una sonrisa, devolvió el saludo con desgana y se hundió en la mesa chupando desinteresadamente su café, perdido en sus pensamientos.
El día transcurrió sin mucho cambio y tras el bubble tea se fueron a dar una vuelta. Chanyeol había insistido en acompañar a aquellas chicas durante un rato, pero Kyungsoo no tenía muchas ganas. Hizo un pequeño esfuerzo y estuvo con ellas unas dos horas pero al final, muerto por el aburrimiento y dejando que aquellas cosas en su cabeza diesen tantas vueltas, acabó por decidir que era mejor marcharse. Caminó por las calles sin prestar mucha atención a la gente con la que se encontraba, chocó contra algunos pero no se disculpó, tal y como estaba de inmerso en sí mismo le daba igual quedar como un maleducado.
El día fue pasando casi sin darse cuenta de ello y al final volvió a la residencia. Era casi la hora y necesitaba, más que la primera vez, volver a ver a aquel bailarín. Durante todo el día había llegado a esa conclusión, si esa noche le volvía a ver continuaría con esa obsesión y se centraría más en demostrar que su existencia no era producto de la necesidad y la imaginación en su mente. Pero en el caso de que no apareciera dejaría ese tema, tras oír las palabras de Chanyeol, Kyungsoo lo había entendido. Perseguir quimeras imaginarias no le daría las respuestas para sus problemas, solo eran excusas para no enfrentarse a la realidad y esta no era otra sino que ya no había alma en lo que hacía. Pero Kyungsoo sabía que sí la había, que estaba en alguna parte de él, escondida esperando a que la volviese a encontrar, recobrando fuerzas para volver mejor que nunca. Y así como sabía que aquello era verdad, no dudaba en que aquel bailarín no sólo existía, sino que también tenía un nombre y una historia que quería conocer.
Expectante, se colocó con el cuaderno sobre la mesa y apoyando la espalda contra el marco de la ventana. Dio la hora exacta de las otras dos veces, pero nadie apareció. La sensación de haber sido un estúpido todo ese tiempo se apoderó de él. Las palabras de Chanyeol regresaron a su mente como una maldición, golpeándole bruscamente contra la realidad. No había música sonando, no había bailarín bailando, ni la luz de la luna con reflejos místicos acariciando una piel blanca y desconocía que había hecho suya en sueños. No había nada más que Kyungsoo contra la dura realidad; y la realidad era fría, opaca y dolorosa. Tomó el lápiz e intentó dibujar pero las líneas no tomaron forma y la imagen, aunque correcta, carecía de la sensación que las otras si poseían. Había sido un sueño precioso, pero ya era la hora de despertar, hacer la cama y vestirse de cordura.
« Do Kyungsoo, eres un estúpido.»
Se dijo a sí mismo tomando aire y expulsándolo con pesadez. Recorrió de nuevo las imágenes que había estado dibujando las noches anteriores, los perfiles definidos, los costados cincelados, y aquellas manos de largos dedos, uñas cuadradas, piel blanca y aspecto trabajado. Las recorrió como la segunda mañana: lentamente con sus dedos, dibujando y perfilando cada línea con delicadeza, dibujando en su mente la presencia de un extraño, de un sueño efímero, de la mitología necesitada de su alma de artista hambrienta de ayuda. La musa invisible que se perdió en un suspiro.
Recogió sus cosas y cerró la libreta. Chanyeol tenía razón, a la mañana siguiente tiraría todo aquello y volvería a lo que él siempre había hecho, retazos perfectos de imágenes plásticas carentes de alma, un reflejo de él mismo, estructura sin pasión.
Aquella mañana fue la más dura a la hora de levantarse. Le dolía la cabeza como si la noche anterior la hubiese pasado de juerga y la resaca le martillease el cerebro. Se tambaleó y observó los cuadernos. Una ducha invisible de agua fría le bañó por completo. Tenía que deshacerse de todo aquello. Recogió con pesadez sus dibujos del suelo y los contempló durante unos segundos antes de volver a lanzarlos con desgana. Todo aquello era basura, algo que debía desaparecer.
Por suerte aquella mañana no había clase así que se tomó con calma el arreglarse y luego llamar a su madre. Como siempre, la costumbre, aquella maravillosa estructura que daba sentido y estabilidad a su sencilla vida, continuaba incansable a su lado. Cuando dio todo por terminado salió a la calle con los dibujos a cuestas. El sol brillaba atravesando con su luz los huecos que se habían formado entre las hojas verdes de los árboles y se esparcían por el camino de la universidad.
Kyungsoo sintió como si estuviese caminando hacia una condena y, a pesar de que su paso era firme, para el resto de las personas que le rodeaban, interiormente según iba avanzando más se le retorcía el estómago. Aquello era un punto y final, un “para siempre” que se ha terminado en sus idas y venidas de fantasía. Nada de eso existía, no había musas en sus sueños, ni alma en su arte porque, después de todo, el arte no era más que una continuación esquemática de conceptos geométricos y canónicos que se fueron perfeccionando con la evolución del ser humano. Si el arte quiere ser admirado debe ser arte correcto, no arte imperfecto.
Contempló por última vez aquella imagen idílica que había jugado con sus ilusiones y deslizó un triste adiós por sus labios permitiendo que los folios cayesen cual catarata de sus manos hacia el cubo de basura. Así era la vida real. Dolía, pero las cosas que duelen siempre te hacen más fuerte. Kyungsoo avanzó alejándose de aquel lugar lentamente, no quería volver a ver nada que le recordase al extraño bailarín.
- ¿Son tuyos? -una voz a sus espaldas habló con un extraño acento. Kyungsoo no se giró-. Estos dibujos… -insistió el desconocido tras él- ¿Son tuyos estos dibujos?
No necesitaba girarse para saber que le estaba hablando a él, nadie más había tirado sus dibujos a la basura. Aquella persona debía de ser nueva y extranjera, de ahí el extraño acento y que le estuviese hablando. Nadie le hablaba nunca.
- Sí - respondió con desgana-. Son míos.
- Son preciosos -contestó el otro-, aunque creo que no has sabido captarme del todo -continuó hablando el desconocido con una risilla.
- ¿Captarte? -un escalofrío recorrió la espalda de Kyungsoo en aquel momento y entonces se giró.
Ahí estaba ante él. Ojeando los dibujos que había tirado. No sabía quién era pero le conocía muy bien. Era aquel bailarín, su bailarín fantasma. No cabía duda; las líneas de sus ojos, el brillo de sus labios, el movimiento de sus brazos, aquellas piernas tersas y duras, el dibujo que formaban sus omóplatos y clavículas bajo aquella camiseta básica de tiras. Sin duda, era él.
- Si continúas mirándome así, voy a tener que cobrarte -bromeó el bailarín elevando una ceja-. ¿Por qué me has dibujado?
A Kyungsoo se le ahogaban las palabras en la punta de la lengua y las explicaciones parecían excusas bobas en su mente. No sabía qué decir. Era real, era tan real como él mismo. Eso o había perdido del todo el juicio y ahora su musa imaginaria se le había aparecido para continuar con su burla.
- ¿Eres de verdad? -le preguntó el dibujante con cierto miedo en su voz.
El chico no le contestó, se le quedó mirando con detenimiento como si no hubiese entendido lo que le había preguntado. Pero Kyungsoo no insistió, alargó la mano hasta su cara y le acarició. Le estaba tocando; su piel era suave y blanca. La fragancia a jazmín llegó de pronto a su olfato como si recordase viejos tiempos. No se lo había imaginado, aquella persona era real y le estaba mirando como a un bicho raro.
- Si le hablas así a toda la gente que acabas de conocer no creo que muchos te vuelvan a llamar -le respondió el desconocido apartándose un poco-. Claro que soy de verdad, ¿y tú? Pareces sacado de un drama estilo etéreo- río el otro chico.
Kyungsoo apartó del todo la mano y la llevó junto a la otra moviéndolas nerviosas. Aquello le había puesto nervioso, su bailarín pensaba que era un bicho raro. Kyungsoo le observó. No era muy alto, quizás un poco más bajo que él, tenía la piel clara tal cual la recordaba pero a la luz del sol parecía la de un niño pequeño. Quiso decir que lo sentía pero las palabras no brotaron de sus labios. El otro chico le miró intentando hacerlo directamente a los ojos pero Kyungsoo se escondía como lo haría una tortuga encogiendo su cuello. El desconocido se río con dulzura y Kyungsoo sintió que aquella risa le recordaba algo que le traía una buena sensación así que, saliéndose fuera de la norma, decidió levantar la cabeza y observarle a través de aquella barrera invisible que ponía entre él y la gente.
- No eres tú -se encontró diciendo de repente-. Es... es una persona imaginaria.
El bailarín observó de nuevo los dibujos, extrañado.
- Pues siento que se parece un poco a mí -añadió hablando de nuevo con aquel extraño acento y esa voz dulce y tierna. Kyungsoo deseó que las palabras no se agotasen en sus labios pero el extraño no continuó hablando-. Debo irme -dijo de pronto, rompiendo el silencio y entregándole aquellos dibujos en las manos. El contacto con sus dedos era extrañamente electrizante y cómodo-. Adiós, dibujante raro -río el muchacho separándose de él y corriendo en dirección opuesta por el camino.
La mano de Kyungsoo se sentía extraña, un hormigueo la recorría frenéticamente arriba y abajo en batallón por sus venas. A pesar de que sólo había sentido una vez el contacto con aquel chico deseaba volver a agarrarle la mano, y que esa vez no se tuviese que ir.
Cuando quiso darse cuenta ya no estaba y de él tan sólo quedaba la presencia de su tacto en la piel de su mano y el aroma a flores de su champú. Los dibujos en la mano de Kyungsoo se arrugaban ante sus dudas mentales. Pero el hecho de que hubiese aparecido ante él no era otra cosa que una señal para decirle a Chanyeol que se equivocaba y explicarle que en algunas ocasiones las cosas pueden salir bien. El bailarín fantasma existía, era tan real como él y eso significaba que podría dibujarle y sentir que el alma volvía a su arte.
Lo había decidido y no había vuelta atrás: le estaría esperando esa misma noche cerca del árbol. Le observaría desde cerca, contemplaría cada uno de sus movimientos y bebería de ellos como un sediento en el desierto alimentándose de su propia existencia en busca de la obra perfecta. Kyungsoo sonrió sin poder controlarlo, tan ampliamente que le dolían las mandíbulas y los oídos pero, a pesar de ello, aquella sonrisa de bobo no se fue de su cara. Estaba feliz, muy feliz por primera vez en mucho tiempo y lo irónico es que se lo debía a una persona de la que no conocía si quiera su nombre.
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