Título: Pandora
Clasificación: NC-17, Yaoi
Géneros: Angst, AU, ligero BDSM
Parejas: OnHyun (Jongyuu)
Resumen: Jinki es un chico tranquilo que llama poco la atención. Jonghyun es un muchacho activo que se come el mundo por el cual anda. Una noche, buscando algo entretenido que hacer Jonghyun conoce en Internet a un extraño personaje al que, poco a poco, comienza a desear; esta persona le lanza un reto <>. ¿Será Jong capaz de jugar con el corazón de Jinki para conseguir lo que quiere o quizás descubra que ese chico esconde algo más?
Nota: Este fic lo escribí para el SN de primavera del 2013.
Prólogo Aquella mañana amaneció más clara que las demás y eso le hizo pensar que quizás había dormido más de la cuenta, pero cuando cogió su teléfono móvil para comprobar la hora que era se percató de que en realidad había dormido mucho menos de lo que solía hacer; a lo mejor era a causa de eso que se sentía tan cansado.
Se levantó de la cama totalmente desecha y revuelta, parecía que aquella había sido una noche movida. Se estiró haciendo crujir los huesos en su espalda y desentumeciendo los músculos que sentía como si le hubiesen dado una paliza. Caminó hasta el cuarto de baño acomodándose los calzoncillos, que se le había metido por la raja del culo, sin el menor pudor y bostezó. Necesitaba dormir más pero siempre había sido un chico aplicado en clase y no se podía permitir faltar ni un día.
En realidad no le gustaba el instituto al que iba, era horrible, lleno de gente hipócrita y falsa; reflejos de estereotipos repetidos, esquemas clonados en diferentes caras. La gente no le interesaba, tampoco las clases, las cuales encontraba aburridas y mal estructuradas. Como la mayoría de los sistemas educativos asiáticos, el coreano se basa principalmente en la repetición y la memorización de conceptos hasta que se han asimilados como propios. Mientras que en otros lugares se había cambiado de estrategia gracias a los estudios de grandes mentes, en su país se continuaba con aquel método arcaico y, en el fondo, inútil, ya que el único resultado de ese proceso eran conocimientos embotellados en cuerpos automatizados; máquinas.
Y así es como se sentía él, viviendo en un mundo lleno de máquinas preprogramadas que hablaban todos los días de los mismo, que reían de los mismos chistes, que comían las mismas comidas, que jugaban a los mismos juegos, que lloraban por las mismas desgracias y amaban los mismos cuerpos plásticos y perfectos según el canon actual de belleza.
En resumen, lo que la globalización le había hecho a la sociedad; un uno para todos pero sin el todos para el uno, una libertad que no era más que una esclavización social y consumista camuflada.
Por eso odiaba ir a clase, porque siempre era lo mismo, porque siempre eran las mismas caras, los mismos lemas, las mismas estructuras día tras día. Pero dejar de ir allí significaría que se había dado por vencido y eso era algo que jamás se hubiese permitido a sí mismo. Cada día se levantaba y se marcaba un objetivo; los días en los que había clase era aguantar todas las horas, sabía que si algún día faltaba habría perdido contra el sistema. Por ello, incluso habiendo estado con fiebre, había acudido a clase; era un estudiante modelo, uno de esos a los que los profesores adoran y los populares odiarían.
Y remarco lo de que “odiarían”, porque él no era como esos empollones, él no estaba continuamente demostrando sus buenas notas, no estaba apuntado al club de ciencias o matemáticas, simplemente hacía lo que tenía que hacer. Se limitaba a llevarlo a cabo lo mejor posible, pero no llamaba la atención, eso no le interesaba, no quería ser reconocido, solo quería pasar el rato y ser el centro de atención le molestaba, ya que no deseaba popularidad, aquello lo encontraba absurdo y efímero, él ansiaba algo mucho mayor, buscaba el control sobre sí mismo, la satisfacción de ser consciente de todo, lo anhelaba por encima de cualquier cosa, tanto que aquella continua guerra interior se había vuelto algo más que una obsesión.
Se contempló en el espejo, los dos enormes surcos bajo sus ojos eran el primer síntoma; realmente sí necesitaba dormir más. Elevó la mano y comenzó a examinarse la cara; tenía la piel blanca, pero esa mañana parecía mucho más pálida que el resto de los otros días y en el moflete derecho tenía algo que parecía ser un golpe. Sopló aquella zona y al momento apartó la extremidad, sintiendo dolor al tacto. Sí, sin duda era un golpe, pero no tenía ni idea de cómo se lo había dado.
Pensó para sí mismo un rato; quizás moviéndose se había golpeado contra una de las esquinas de la mesilla o puede que se hubiese levantado sonámbulo y se diera contra algo. Lo admiró durante un tiempo más y después decidió no darle importancia, se lanzó el agua fría a la cara y pasó ambas manos por ella, alargando la caricia hasta su pelo mojándolo levemente. Se lavó los dientes y se aclaró la garganta, volvió a hacer crujir la espalda y se contempló de nuevo un par de segundos más en el espejo; sonrió como respuesta y luego volvió a poner su expresión facial cotidiana, de “a mí nada me inmuta”, y salió del baño.
Fue hasta su cuarto y se vistió con unos jeans algo ajustados, una camiseta y un jersey por encima, no muy formal, más bien algo cómodo y no muy llamativo. Se arregló el pelo frente al espejo de la entrada, se colocó la cazadora, su mochila, previamente preparada del día anterior, las deportivas y las gafas. Ya estaba listo para marcharse.
El camino hacia el instituto era más de lo mismo y cada día igual. Cogía el autobús con el resto de las personas, mostraba su pase y se sentaba en la primera fila; ajustaba bien su reproductor de música y se sumergía en las canciones que salían de sus auriculares.
Le encantaba la música, más que cualquier otra cosa, a veces cuando se concentraba demasiado era capaz de imaginarse escenas acordes con la melodía, memorizaba cada sonido y cada letra; las hacía suyas y en algunas ocasiones modificaban su estado de ánimo.
Nunca se había tratado de alguien muy sensible o insensible, simplemente era él y no trataba de enmarcarse en alguna clase de persona; tenía su propia personalidad y no intentaba que nadie le entendiese; pensaba que no era necesario explicar cómo era o buscar la aceptación de los demás. Creía que si alguien acababa por acercarse a él y estar bien a su lado, entenderle y aceptarle, sería porque sabía que cada persona es, como se suele decir, un mundo, y que no han de clasificarse como si se tratasen de objetos o robots. Pero al mirar a aquellos a su alrededor siempre terminaba por deducir que jamás vendría nadie que entendiese esa manera de ver el mundo, porque en el fondo todos eran lo que él creía que no debían ser.
Jinki era, sin duda, uno entre un billón. Una especie extraña de persona que no buscaba ser aceptada ni vivir en sociedad. Sabía que aquello no era bueno, pues todo se basaba en relaciones y en su relación con el medio. Había estudiado, como el resto, que el ser humano es un ser vivo que sigue las mismas funciones vitales que el resto; nacer, crecer, relacionarse, reproducirse y morir. Pero encontraba aquello tan común como absurdo, y aunque sabía que su manera de pensar iba en contra de la ley de la naturaleza, el mismo se sentía orgulloso de todo aquello.
Cuando llegaba a clase se colocaba en su pupitre, sacaba las cosas de la asignatura que tocaba según el horario, el cual revisaba cada mañana nada más llegar. Esto era algo que hacía principalmente por costumbre más que porque no recordara lo que tocaba, ya que siempre había tenido muy buena memoria y sabía perfectamente qué era lo que tenía; era otra más de sus extrañas manías, como la de contar las monedas solo de dos en dos y que los objetos que le rodeasen debieran de estar colocados de manera simétrica.
Jinki no era tan complicado y profundo para los ojos de los demás; el resto de la clase le veía como un tío raro, no llegaba al extremo de ser uno de esos frikis de los que la mayoría se reía y a pesar de que sacaba buenas notas tampoco se metían con él por eso. Era esa clase de chico invisible que la gente olvida que tiene en clase. Algunos pensaban que era tímido, torpe y excéntrico, también era cierto que en muchas ocasiones no podían evitar reírse de alguna cosa que hacía o decía, pero en seguida se olvidaban de que el chico con dientes de conejo y gafas de pasta gruesa compartía sala con ellos.
Y así eran todos los días: Levantarse, ir a clase, hacer que atendía para evitar quedarse dormido, volver a casa, hacer los ejercicios, revisar las cosas de Internet, meterse en la cama y volver a despertarse. Sin variación alguna, día tras días, semana tras semana y mes tras mes hasta llegar las vacaciones. Jinki sin duda era un chico de costumbres, de esquemas, y como siempre, no le disgustaba, simplemente vivía lo que le había tocado vivir, sin esperar nada más, sin necesitar nada más.
Todo había sido siempre así hasta aquel día; el día en el que se levantó con un golpe en la cara y unas grandes ojeras, el día en el que sin darse cuenta aquel ruidoso chico se sentó en clase con él y le dijo "hola" con una enorme sonrisa traviesa en sus labios. El día en el que todo pareció perder el control, y él odiaba perder el control.