Lo cuento porque no tengo más remedio que compartirlo, tal es mi estupefacción. Ayer entré en el Palacio de Justicia de mi ciudad. Un edificio precioso, recién rehabilitado (¿un par de años? ¿tres o cuatro?), situado en pleno centro, delante de un jardín centenario. Os hacéis a la idea, ¿no? Así que, allá voy yo toda emocionada, cruzo las magníficas puertas de madera, me adentro en el patio interior y ... ¡PAM! Os juro que fue casi como una bofetada de verdad. Todo cochambroso, descuidado, cutre de la muerte. El interior del edificio podría haber salido en "Cuéntame" o "La chica de ayer" sin ningún problema, porque está claro que la última reforma se la hicieron cuando Franco vivía. O antes.
La pena es que no se me ocurrió sacar el móvil para hacerle un par de fotos. Tampoco sé si me hubieran dejado (paranoia oficial). Al ascensor no le encajaban las junturas, el suelo de las escaleras soldado sólo a trozos, pasillos estrechos, ordenadores escasos...
Ahora, eso sí, el exterior es precioso. Ladrillo rojo, piedra blanca, rejas negras y contraventanas de madera. Un paraíso de colores aplomados, sobrios y elegantes. Una fachada más que preciosa, preciosérrima. Lástima de interior abandonado. Tampoco sé por qué me sorprendí tanto, vaya, porque es la política habitual de nuestra alcaldesa farandulera.
Fotos del exterior tras el cut
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