Apr 29, 2010 00:10
En ocasiones, por la mañana me da la impresión de que Dahlia estuvo en mi cama, pero por más que busco rastro suyo en las sábanas, me resulta imposible encontrarla. Intento recordarme a mí mismo en esa clase de circunstancias estando con ella pero Lilia siempre se interpone. Quizás porque es un recuerdo fresco que si no me provoca placer, me tortura hasta que mi cerebro se agota totalmente. Lilia es una amante un tanto tosca pero aun así me dejo hacer a lo que ella ordene, de otra manera tendría que pagar una cuota mínima.
Me apetecía salir a dar la vuelta, ir a comprar algo para el almuerzo y perder el tiempo por ahí; no vería más a Lilia el resto de la semana pues el día anterior había tenido más que suficiente de ella. A veces resultaba insoportable su perfume barato, y no porque fuera experto en fragancias pero la mezcla de un dulce intenso y cítricos no era precisamente de mi predilección.
Lilia era realmente buena para manipular, se transformaba en una amable y adorable cajera que discretamente seducía a los hombres que iban por ahí. Por el contrario era sumisa y callada al hablar con mujeres mayores o personas cuyo aspecto físico percibía como superior. Nunca quiso decirme su verdadera edad, aunque yo le calculaba unos veintiuno sus inmaduros juicios delataban a apenas una adolescente.
Últimamente, ya sea por el horrible cambio de horario o porque por fin mi mente se estaba ocupando en algo la noche se apresuraba más en llegar. No era una molestia para mí pero sí para los vecinos que al asomarse a la ventana y notar la oscuridad creían que era muy tarde para estar tocando el piano a esas horas.
El piano era lo único que no había aborrecido desde que Dahlia me dejó, todo lo demás me parecía putrefacto o impertinente. La música que producía, de alguna manera, aunque me recordara intensamente a su presencia, me tranquilizaba, me transportaba hacia un pasado de dos años atrás en el que aun siendo un poco ermitaño y anacoreta ella me amaba y se sentaba al lado mío para verme tocar. Estoy seguro de que no entendió ni una sola de las notas que le escribí en su cumpleaños pero de cualquier forma sonrió candorosamente y me pidió que interpretara su canción.
Otra vez la vecina de en frente estaba gritando, era una ignorante, no sabía apreciar la buena música y como soy una persona respetuosa cerré el piano después de tocar la última nota. Esa sería otra larga noche de excelentes ideas las cuales podría explotar pero que mi pereza no me permitía hacerlo.
Estaba volviéndome flojo, dejé de escribir canciones a partir de que salí del estudio-habitación. Cuando permanecía en mi encierro las canciones fluían casi por sí solas; si ahora me pusiera a revisarlas me daría cuenta de que gran parte de ellas son una porquería, son insuficientes.
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Lilia comenzaba a perder el encanto lenta y penosamente, mi interés por ella se redujo a una vez cada dos semanas. Seguía sin pagarle pero la insistente mujer, en una de esas ocasiones que vagueaba cerca de casa, me siguió todo el camino reprochándome mi repentino parecer sobre ella.
Le dije que estaba cansado de que siempre hiciéramos lo mismo y me propuso una sarta de técnicas bastante desagradables para mi “mentalidad anticuada” como ella decía que tenía. Continuó persiguiéndome todo el camino utilizando diversos tonos de voz: el seductor, el dulce y casi convincente, el de bruja histérica y otros que de verdad no recuerdo ahora.
En realidad la triste Lilia no hacía más que alterarme los nervios. Mi estado físico podía ser bueno pero no el mental, cada vez que lo hacíamos me sentía más y más miserable por tener que recurrir a una mujer cuyo cuerpo estaba acostumbrado a ser interceptado por otros hombres durante varias veces al día y a la que además de eso, ni siquiera estima le tenía.
Al final aunque intentó convencerme proveyéndome de unas cuantas caricias arrebatadas, tuvo que ceder y dejarme ir en paz a casa.
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La misteriosa Dahlia siempre me dejó con algunas dudas, no había vez en que ella cediera ante mis ruegos cuando le pedía que me contara más sobre ella, aunque de cualquier forma nunca habría terminado de conocerla. Era verdaderamente lista y no dudaba en ejecutar algunas tácticas de manipulación cuando quería obtener algo y yo, tan fácil de convencer tratándose de ella, trataba de cumplirle casi todos sus pequeños caprichos.
Era sábado por la mañana, curiosamente aquel día me desperté con bastante energía y entusiasmo para salir a dar un tranquilo paseo. Conseguí venderle algunas de mis canciones a un tipo con mala finta pero con mucho dinero que decía ser pianista; no eran piezas importantes así que mientras no tuvieran un valor sentimental y en cambio me dejaran algo de dinero era perfecto.
Así que ese fin de semana sería bueno, por lo menos podría despilfarrar algo de mi escasa riqueza en porquerías engordadoras y el mejor sitio en donde podía encontrarlas era el supermercado de la otra calle.
Como siempre mi no querida Lilia, con su sonrisa espléndida, se encontraba atendiendo a los clientes. Traté de pasar desapercibido pero ella me detectó fácilmente; me echó una mirada asesina con la que pude interpretar claramente un “hoy no te me escapas”. La verdad es que no tenía excusa para no pagarle por lo menos una cuarta parte de todas esas ocasiones “especiales” en que por estúpido, le prometí que le pagaría pronto.
No sé si era su interés por el dinero, su necesidad de sexo, o sus hostigosas ganas de que la tratara como mi novia “oficial”. Muchas veces hablé con ella sobre mi indisposición de mantener una relación seria, le dije que de verdad no me encontraba en mi mejor momento para algo como eso. Para muchos podría parecer ridículo y masoquista continuar atado a una persona del pasado, sin embargo, Dahlia no es de ayer. Dahlia está ahora y lo estará hasta que la tierra se consuma todos y cada uno de mis huesos.
Noté que uno de los cajeros que no llevaba mucho trabajando ahí estaba mirándome, realmente no sé cuál era su problema. Me daba la impresión de haberlo visto en alguna parte mucho antes, incluso de la ausencia de Dahlia.
No dejaba de mirarme y eso estaba comenzando a desesperarme. Estaba seguro de que quería decirme algo, podía notar su ansiedad claramente en sus movimientos pero no iba darle el gusto a aquel desagradable sujeto. Me di media vuelta dejándolo con las ganas pero de su repugnante boca salió el nombre, la palabra sagrada para mi entera existencia haciéndola sonar vulgar.
Dudé un poco, seguramente era mi propia locura aquejándome una vez más pero aun así no encontré la manera de justificar cómo es que aquel sujeto podría haberla mencionado, inclusive casi invocado.
Completamente estático permanecí ahí unos segundos, mi cerebro trabajaba a gran velocidad, procesando recuerdos, procesando información a caudales. El vendedor de la caja 3 sabía de la existencia de la sagrada Dahlia y lo más desquiciante de todo es que miserablemente no tenía ni idea de cómo podría haberla conocido.
Su semblante se tornó horrorizado cuando lo miré directamente a los ojos y le pregunté a qué se refería con eso del “amante de Dahlia”. Negué haberla conocido, más por impulso que por estrategia, pero el tipo continuó insistiendo en que escuchara lo que llevaba varios meses preparando para decirme.
Decía haberla conocido pero negaba haber tenido algún tipo de relación “cercana” con ella. Mis horribles celos podrían haberme cegado y habría creído que era algún acosador de Dahlia pero después de jurarme más de tres veces que apenas si se hablaban me tranquilicé un poco.
No sé cuál era la intención del vendedor de la caja 3, pero tuve la corazonada de que detrás de aquel recién aparecido personaje había algo más, algo mucho más grande. Me aventuré a preguntarle de nuevo por qué me había llamado “amante de Dahlia” pero se limitó a soltar una risita nerviosa y bastante estúpida a decir verdad. Intenté persuadirlo para que soltara más información pero era bastante listo para distraerme, sin darme cuenta ya estábamos hablando de otra cosa.
Un cliente se nos atravesó con un par de argumentos sobre la falta de responsabilidad del personal del supermercado. Rápido lo despachó para continuar nuestra charla; las bolsas pesaban bastante pero no quería soltarlas por miedo a que algún muerto de hambre se las robara, lo cual era una tontería estando en un supermercado con dos policías apostados en la entrada pero aun así preferí que se me cortara la circulación de los dedos un rato más.
La conversación no duró ni diez minutos más, cosa que me desilusionó un poco pues me resultaba entretenido hablar sobre ella con un completo extraño, de alguna manera era gracioso. Me entregó un papelito con una dirección, en ese momento Lilia volteó sin ningún escrúpulo para ver qué clase de intercambio estábamos haciendo.
Me imagino lo que ella pensó en ese momento, tal vez creyó que aquel hombre me había conseguido el teléfono de “otra” y si era así, estaba muy equivocada. No sabía si tomar en serio sus palabras, juró que ese papelito contenía la dirección de los padres de Dahlia.
Sonaba bastante fantasioso: de pronto el vendedor de la caja 3 se sabía casi toda mi vida respecto a Dahlia y ahora me estaba entregando la ubicación exacta de sus padres para que después de muchos años de conocerla, y después de 2 de muerta hiciéramos contacto. Podía tomarlo como una burla, pero también como una señal.
Quise indagar más sobre el asunto pero los clientes se fueron acumulando uno tras otro con sus compulsivas y consumidoras caras, y tuve que salir de ahí.
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Remiré el papel hasta el cansancio, hasta que por fin agoté las decenas de teorías sobre el origen de aquella situación en la que un desconocido me había entregado la dirección de los padres de Dahlia.
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