Mar 11, 2009 16:57
Tengo la manía de escuchar música casi constantemente. Llevo siempre el ipod en el bolsillo, hasta para ir a la esquina a comprar pan. Estudio con Debussy, Giovanni Allevi o con la banda sonora de El Señor de los Anillos (he de decir que la historia adquiere un carácter aún más épico) y cuando hago zapping no falla lo de dejar la tele en VH1 un tiempo considerable. La música no es sólo algo que me guste, es que se ha convertido en una necesidad física, más fuerte que el dormir. Todos los días gasto más de la mitad de la batería de mi ipod. Pero hoy tengo un día especialmente silencioso. Son raros, muy raros, pero también los tengo.
No es aburrimiento, es más bien desgana y Baudelaire tenía razón cuando hablaba del hastío. Realmente hace tiempo que estoy descolocada de fechas, y al mirar el calendario me he dado cuenta de que hoy es 11 de marzo.
Es tan extraño. Se han dicho muchas cosas sobre lo que pasó. Se han dado datos interminables, cifras que esconden nombres, análisis políticos de los días sucesivos, debates, acusaciones sin sentido, reconstrucciones de los hechos, investigaciones, se ha hablado del quién, cómo, cuándo y algunos intentaron buscarle el por qué a un hecho injustificable. Yo sólo puedo hablaros de lo cargado que estaba el aire y cómo aguantábamos todos la respiración.
Vivo bastante cerca de Atocha. Cuando pasó, yo estaba en 3º de ESO y la profesora que nos tocaba a primera hora venía en tren, en ese tren. Ese día su alarma no sonó, se durmió (no recuerdo que eso la hubiese pasado antes) y cogió el mismo tren 10 minutos después de cuando tendría que haberlo hecho, y por lo visto eso hizo posible que pudiera llegar al colegio. En su lugar vino la directora, trajo una radio a clase para ponerla de vez en cuando y ver qué se sabía. Nada, claro, a esas horas todos pensábamos que había sido ETA aunque no cuadrara en absoluto, no pensábamos que habría tantos heridos y tantos muertos. Tengo ese día entero cristalizado en la memoria, recuero la megafonía del colegio llamando a algunos alumnos que venían en tren para que bajasen a recepción a llamar a casa, porque sus padres necesitaban estar seguros de que habían llegado al clase. Mi profesora llegó temblando y todo se contagió. Todo ese miedo.
Pero sobre todo recuerdo el silencio de mi barrio. Nadie hablaba en alto, no había gente charlando por la calle, ni se paraban a hablar en el quiosco, y los bares estaban medio vacíos. Nuestras madres nos vinieron a buscar a la salida, y sonaban sirenas de lejos casi todo el rato. Era muy muy extraño, porque realmente no podíamos creernos que hubiese pasado al lado de casa, en la estación que veíamos todos los días, a gente con la que seguramente nos cruzábamos con alarmante frecuencia. No podía creerme que mis amigos se hubieran compardo tarjetas para móvil y fundas en el local donde lo habían organizado todo. Tan cerca, pero sobre todo tan familiar. La rabia vino después, ese día simplemente fue muy, muy triste. Fue tan injusto.
Cinco años... Parecen cincuenta, y parece hace un mes, y a estas alturas, aún no me lo acabo de creer. Es un asco tener que marcar este tipo de cosas en el calendario y una pena recordarlo de golpe.
Pero a creo que a veces es necesario, lo de recordar. Lo que perdimos, lo que dolía, lo que se echa en falta, lo que nos quitaron. A mí, creer que nada podría pasarme en casa. Por suerte sólo me quitaron eso y no pasa un día en que no de gracias por ello.
11-m