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Feb 04, 2011 22:50

Número: 14/14
Título: Bajo una fría noche de invierno
Fandom: Original
Claim: Hombre viejo (no tiene nombre x,D)
Extensión: 991 palabras en un principio. Luego de la edición quedó en 1076 palabras.
Advertencias: Ninguna~
Notas: Duh... arrumbado hace mil en mi compu. Usado solo por ser una emergencia para el reto x,D


Bajo una fría noche de invierno
La noche se había cernido sobre la ciudad cubriéndola de horas eternas, infinitas e idénticas, irreconocibles una de otra. Tal vez eran las doce o las dos. ¿Cómo podría saberlo? Tampoco le importaba, a esas alturas, estar al tanto de ello.

El viejo, de nariz torcida y aguileña, la piel curtida por el sol y la lluvia, observaba las calles casi vacías, tiritando, mientras se acomodaba entre los cartones y las frazadas roñosas y ajadas. Sí, esta noche invernal era muy fría, incluso más que las demás. De vez en cuando un aire automotriz le rosaba su arrugado rostro, provocando que la brisa gélida se lo ajase. El cielo, esa noche, era negro, tan negro que resultaba impenetrable en su inmensidad, a pesar de estar cubierto de gélidas estrellas a la vez.

Y él ahí, abajo, congelándose gracias al brillo insignificante que producían.

- Puta que hace frío- murmuró el anciano para sí, tratando de cubrirse aún más su rostro expuesto, con las pocas mantas y cartones que poseía.

Sí, la noche era tan fría, que le calaba los huesos. Sería mejor que lloviese. No, mejor que no que eso no pasase, porque se mojaría enterito y los huesos dolerían más así. No podía creer como, en el pasado, él era el acalorado, del que solía salir vapor del cuerpo, incluso en noches tan frías como esta. Aún recordando eso, ahora era un simple rastrojo de humano ambulante por quien supiera donde. Esos días, al igual que el calor humano que, antes, de él emanaba, habían quedado atrás.

Recordaba cómo, su vieja, siempre se aprovechaba del calor afiebrante que lo poseía en cualquier época del año y en toda circunstancia. Antes de dormir, ella, con sus piernas congeladas, buscaba la calidez de él por donde fuera. Apenas la encontraba, se quedaba dormida, con una sonrisa de felicidad.

Sí, su viejita. La echaba de menos. Hace tiempo que no sabía nada de ella. Absolutamente nada. Echaba en falta su suave y fría piel, sus caricias, sus besos, la comida con la que lo esperaba todos los días después de trabajar-cuando él trabajaba- e incluso extrañaba las peleas que tenía con ella, por culpa de la mocosa de su hija. Maldita mocosa. Por culpa de ella la vieja, un día, se fue y no volvió más. Si sólo pudiese retroceder el tiempo para poder regresar a vislumbrar la figura de su viejita.

Eso era lo único que siempre pedía.

Pero nada ocurría. Ni siquiera se dibujaba, en alguna callejuela lejana, alguna sombra de ella. A veces, cuando dormitaba en las noches, creía verla, como si fuese ayer- como si hubiese sido uno de los tantos fines de semana-, en el que él jugaba a la pelota con los viejos del barrio, emborrachándose tanto si perdían como si ganaban, peleando con los del equipo contrario a golpes y machetazos. Siempre llegaba, varias horas más tarde a casa, con la saliva turbia, sus ojos endemoniados, el rostro ensangrentado y violento, golpeando a la pobre vieja, insultándola, mientras la mocosa se deshacía a gritos. La sangre de ella corría rauda por su mejilla y a él no le importaba, porque solo quería ver a la vieja llorar, pedir y suplicar que no la castigara más por cosas de las que ella no tenía culpa.

Apenas se le pasaba la borrachera, su viejita siempre lo curaba y le decía: “Viejo, ten cuidado, que un día te pueden reventar el alma y hasta ahí no más llegaste”. Nunca le hice caso y ¡mírenme! Vivito y coleando, aquí, durmiendo en la calle. Sin nada, pero vivito y coleando.

Todo lo perdió después de que se fue su vieja. Todo por culpa de su hija. La odiaba. Si no se hubiera puesto entre la vieja y él, ese manotazo que le iba a dar va su mujer no le hubiese llegado a su hija. Pero no, la mocosa va y se pone en medio de la pelea y por su culpa la vieja se fue. Al otro día me tocaba trabajar y fui, porque si no, íbamos a morir de hambre y no se podrían pagar las cuentas. Así de simple.

Siempre, aunque le pegase, su viejita estaba en la casa, esperando con la comida hecha. Pero ese lunes llegó a casa y la vieja no estaba. Faltaba ella, la mocosa y sus ropas. Antes de irse me hicieron la comida. ¡Qué chiste! Se fueron, pero la vieja me dejó hecha la comida.

¿Creía que me la iba a comer? Era una burla. Esa noche dormí destapado, aunque hacía mucho frío- tanto como el de ahora-, porque no tenía quien me enfriase.

La comida se echó perder ahí, varios días después, arrumbada en la cocina.

Espere muchos días un llamado, alguna citación, una señal de vida de la vieja, pero nada. Se la tragó la tierra. Todo por culpa de la mocosa. Y este frío, que le quita el calor afiebrante a uno, igual que la vieja. Sí, ella era igual que esta noche fría e inmensa, imponente a su manera.

No, la vieja no era tan helada.

El viejo, aquel anciano decrépito y sucio, contempló el cielo negro en su soledad, con la mirada triste, tiritando, mientras unas lágrimas transparentes rodaban por sus rugosas mejillas.

De pronto, las lágrimas cesaron de caer y el viejo quedó mirando al cielo, con los ojos cerrados.

La mañana llegó, blanca en luz, cubierta de espesa y laberíntica niebla. Pasos y más pasos, zapatos negros, rojos tacones y más pasos por las veredas. Choque de personas contra personas. Ruido de bocinas. Edificios y más edificios que abrían sus puertas a rostros serios y deprimidos. Y un perro, caminando lentamente, tiñoso, con el hocico abierto y flacuchento. Tenía hambre y aún no había ninguna bolsa con rica basura para comer. A veces, se podían pillar cosas realmente buenas, sobre todo fuera de los lugares donde los humanos comían. Pero ahora no había ninguna bolsa.

El perro se detuvo y rascó las pulgas. Miró a un lado. Ahí, echado sobre la pared, cubierto de frazadas y cartones miserables, había un viejo humano. De nariz torcida y aguileña, la piel curtida por el sol y la lluvia, mirando con los ojos cerrados al cielo. El perro se acercó. Tal vez el humano tuviese comida y le diese un poco. Todos los que se veían como él siempre le daban. Se acercó y lo olisqueó. El viejo olía a comida.

reto diario

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