Lalala ~~LD

Mar 02, 2009 17:20

 

Ante sus ojos sólo había una caótica escena, teñida de gris, naranja y rojo. Parecía como si brazos diabólicos y deformes se le acercaran al rostro e intentaran arrancarle la piel.

Escuchó gritos de pánico a sus espaldas, al frente también, por todas partes, pero no podía ver nada. El gris del humo lo cubría todo, no le dejaba ver bien nada más que sus manos y las manchas de colores. Además, le dolían los ojos y se sentía mareada, le faltaba el aire.

No era más que una niña de ocho años, ¿por qué le estaba ocurriendo eso? Habría llorado si el miedo no la mantuviera paralizada. Oía a su familia, a sus vecinos, todos aullando de dolor cuando esa oleada los alcanzaba. Esos brazos naranjos que los torturaban: fuego, que no sabía dónde había empezado, mas parecía dispuesto a terminar con todos ellos. La niña se tapó los oídos, tratando de ahogar el chillido que pedía ayuda que se escuchaba a lo lejos. Un grito que le rompía el corazón en pedacitos minúsculos y le congelaba la sangre, a pesar de las llamas que cada vez se acercaban más a ella.

-M-mamá -intentó decir, pero de su garganta sólo salió un crujido incomprensible. Rodó sus ojos por toda la habitación, buscando la salida o alguna persona, más sólo logró ver ese mar ardiente acercándosele cada vez más, acalorando su cuerpo hasta niveles que nunca había pensado posibles, anticipando el inevitable dolor que sentiría en unos momentos. Comenzó a temblar, de la cabeza a los pies, sin saber qué esperar o cómo reaccionar.

-Estoy perdida -fue su único pensamiento-. Nunca creí que moriría de esta manera.

Aquello hizo que sintiera una puntada en el pecho y un escalofrío brutal por todo su cuerpo. No quería morir ahí, ni entonces y menos bajo esas circunstancias. No quería recibir ese sufrimiento, más que nada. No quería gritar de forma desgarradora, como su madre, no quería que su rostro se viera deformado por el dolor cuando la encontraran, si es que su cuerpo no se volvía cenizas por completo.

Sin embargo, eso no iba a apagar las llamas ni iba a disminuir la tortura cuando éstas la tocaran o la asfixia que ahora comenzaba a sentir, gracias al humo. Podía imaginarse envuelta en llamas, podía ver como su rostro perdía todo rastro de gracia y alegría. Sólo eso la enloquecía y comenzó a creer que esa espera era todavía más horrorosa que el hecho de quemarse.

Pronto descubrió su equivocación. Las flamas alcanzaron sus pies y luego comenzaron a consumir su vestido. Si no gritó, fue porque no le quedaba aire en los pulmones. No podía hacer nada más que dejarse acabar por aquel dolor, ya que no tenía ningún lugar al que huir. Se miró las manos. Estaban rojas. Por un momento, pensó que era contradictorio que el rojo, normalmente el color de las rosas y el amor, fuera el mismo del de su carne quemándose y desprendiendo un olor nauseabundo.

Parecía que todo estaba en silencio, a excepción de unos golpes lejanos, mas ella pensó que sólo comenzaba a delirar. Ya no le quedaba mucho tiempo, miró al techo, que parecía a punto de desmoronarse encima suyo, y sintió que las piernas le fallaban y caía.

Al tiempo en que el fuego le cubría por completo, un nuevo color se agregó a esa macabra pintura. Negro, primero pequeñas manchas, en el momento en que sentía que su piel ardía más que nunca, y luego comenzó a cubrirlo todo.

-¿Por qué yo? Hay gente que lo merece más -fue lo último que se le pasó por la mente.

-Es una noticia terrible. Al menos quince personas estaban en el edificio y sólo hubo un sobreviviente -comentó una mujer-. Pero, lo más terrible, es que se comprobó que fue un incendio provocado.

-¿Qué tipo de lunático puede hacer algo como eso? -comentó, con un tono de voz alterado, otra persona, también mujer-. Mira que le ha arruinado la vida a esa pobre niña.

-Vamos, que al menos está viva.

-Tú misma viste como quedó. No hay forma de que tenga una vida normal con esa cara y rostro. Me pasaron unas fotos de esa chiquilla antes de esto, era realmente bonita.

-Pero su imagen no importa. Al menos sobrevivió.

A pesar del tema de conversación, las voces de ambas sonaban algo animadas, algo que enfureció a más no poder a la persona que escuchaba la conversación, sin que ninguna de ellas lo notara.

Después de todo, se había dado cuenta de que estaban hablando de ella. Le acababan de recordar todo lo que había sucedido, luego de haberse despertado simplemente desorientada y olvidadiza. Abrió los ojos con esfuerzo, observando el techo blanco y luego las paredes y la camilla en la que se hallaba. Se concentró para atar todos los cabos, hasta que logró darse cuenta de que, de alguna forma, había logrado sobrevivir. Supuso que sus salvadores habían producido aquellos golpes que había escuchado antes de desmayarse o lo que fuera que hubiese pasado.

Su concentración volvió a la conversación de las mujeres, que, ahora se daba cuenta, resultaban ser sus enfermeras. Sintió que temblaba de rabia, más de la que antes habría creído posible. Primero, porque alguien había quemado a su familia hasta la muerte, su casa, sus recuerdos, su cuerpo. Todo. La había despojado de absolutamente todo. Y, segundo, porque, a pesar de eso, una de esas estúpidas se refería a su rostro como algo sólo superficial y la otra decía que era bueno que estuviese viva. ¿Por qué? Las cosas que le indicaban su identidad se habían vuelto cenizas, literalmente. Ya no tenía nada por qué vivir, tampoco era la persona que antes había sido. Apretó los puños, mientras, aunque al hacerlo sus ojos se llenaron de lágrimas de dolor, se sentó en la cama y miró alrededor.

Al instante, otra vez sintió que el pecho le dolía de manera insoportable. A algún soberano imbécil se le había ocurrido poner un espejo en la habitación.

Chilló de terror, llamando la atención de todos. Una y otra vez. Ese reflejo era aún peor de lo que se imaginaba que podía ser. Parecía que sus párpados se habían vuelto tiritas inservibles y delgadas de piel, mientras el poco de piel que quedaba en rostro estaba arrugado, rojo y deforme. Al instante supo que esas heridas nunca cicatrizarían por completo y seguiría siendo aquel monstruo por el resto de su vida, recordándose día a día ese condenado acontecimiento. Observó el resto de su cuerpo, mordiéndose algo que se suponía que era su labio, pero que se sentía completamente distinto, al darse cuenta de que estaba vendada por todas partes. Del cuello a la punta de los pies. Sintió unas violentas arcadas en su garganta, mas, en vez de vomitar, comenzó a gritar:

-¡Voy a asesinar al que me hizo eso! ¡Va a sufrir tanto que la gente se va a acordar por años de sus gritos! -eso sólo la hizo acordarse de los chillidos de su madre, mientras respiraba acelerada. Vio como las enfermeras se acercaban y le pedían que se calmase. Fuera de sí y con el recuerdo del alegre tono en el que habían hablado de ella hacía un rato, les comenzó a gritar a ellas también, maldiciéndolas como primero se le ocurría, para luego comenzar a insultar a todos los que se merecían eso más que ella, una niña simple de ocho años hasta hacía unos días, jurando que iba a hacerlos sufrir a todos.

Tuvo que calmarse cuando alguien le inyectó un sedante.

Así continuó varios días, casi sin hablar, mirando a todos con frío desprecio, envidiando el cabello y piel de cada uno de ellos, harta de todo. Se pasaba los días observando con odio su reflejo, como esperando que se marchara de la nada. Ya no lograba comer, ya que con sólo ver el alimento, se acordaba del olor de carne quemada de ese día. Por las noches, cuando intentaba dormir, el dolor era demasiado como para lograr conciliar el sueño por más de cinco minutos seguidos. Sabía que múltiples artículos sobre ella aparecían en diarios, revistas y otros medios, pero se negaba a ayudar a los reporteros a que la hicieran otra vez el tema de conversación desinteresado de todos.

Los meses pasaron, mientras la frialdad de la niña hacia el resto crecía, hasta que, al final, fue completa el día en que el doctor le dijo:

-Estás completamente curada, sólo unos días más aquí y podrás volver a jugar con tus amigos.

Ella se observó en el espejo. Como pensaba, su rostro aún estaba deforme, al igual que sus brazos y piernas.

-¿Acaso usted también es un imbécil? ¡Así no voy a poder tener amigos!

-Bueno, pero es lo máximo que podemos hacer.

-Pues entonces sólo diga eso. No agregue comentarios inútiles.

El médico la observó, irritado, y se largó.

-Vaya, que tonto. Tienes razón, era un comentario completamente estúpido -comentó una voz infantil a sus espaldas, sobresaltándola y haciéndola girarse para ver a una niñita pequeña, sonriendo-. Realmente, que horrible se ve.

La aludida le clavó una mirada de odio, pero esa chiquilla no reaccionó como esperaba.

-¿Quién rayos eres?

Su respuesta inmediata fue una risilla divertida.

-Dejemos las presentaciones para después. Dime, ¿te gustaría volver a verte como alguien común?

-Sí, pero es imposible -otra vez, escuchó una risita irritante-. ¿Qué es tan gracioso?

-Si puedes creer que algo es posible, lo será. ¿Trabajarías para mí si te devolviera una imagen agradable?

-Supongo que sí, pero no lo lograrás.

Al instante, la pequeña se le acercó y la abrazó, sin ningún cariño, pero por bastante tiempo. La otra chica estaba increíblemente sorprendida, pero, sin explicarse por qué, cerró los ojos y se quedó inmóvil, como esperando que pasara algo mágico y de repente fuera una niña normal.

No sintió absolutamente nada, mas la habían soltado ya. Se sintió algo decepcionada y estúpida, por creer en que un milagro pasaría.

-Toca tu rostro -le ordenó la niñita. La otra estaba irritada, pero sabía que de nada servía protestar, levantó la mano hacia su cara, esperando encontrarse con la textura rugosa de su piel arrugada, pero, a diferencia de eso, sintió algo increíblemente suave. Abrió los ojos de par en par y en el espejo, una chiquilla encantadora, de ojos verdes y gatunos, pestañas espesas y cabello corto con bucles, le devolvía la mirada. No reaccionó de forma alguna, porque simplemente no parecía que pudiese ser real.

-¿Me servirás y me ayudarás a divertirme? -le preguntó esa chiquilla, a la que, por primera vez, observó claramente. Tenía largo cabello rubio, unos ojos azules con las pupilas extrañamente contraídas y llevaba un vestido que lucía bastante caro. Parecía menor que ella y, más que nada, una fina muñeca. Sentía que, por alguna razón, debía inspirarle miedo, pero todo eso se transformaba en admiración a sus ojos.

-Nada me haría más feliz -fueron sus palabras luego de terminar su inspección. Recordó como sonreír, mientras tomaba la mano de su nueva “ama” y la besaba, al tiempo que hacía una reverencia.

-Genial. Ahora, ¿cómo era tu nombre?

-Eso no importa, póngame el nombre que usted quiera, señorita. Ya no soy la misma persona que antes, por lo que llamarme de otro modo no me afectará.

Una sonrisa se extendió en el infantil rostro de su interlocutora.

-Me gusta esa actitud. A propósito, mi nombre es Alice Sudnie y, aunque impido que lo parezca, tengo sólo un año menos que tú -se quedó pensando unos segundos, para luego agregar con total familiaridad-. Sígueme, Daiana, nos vamos a casa.

La chica comprendió que aquél era su nuevo nombre y asintió con la cabeza, mientras abandonaban el hospital por la puerta principal, sin ser reconocida. Dejó todo atrás, aceptando todo lo que viniera por delante. Después de todo, ya jamás lograría tener una vida normal.

Y así comenzó una extraña historia.

los destinados

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