Título: Un nuevo día.
Fandom | Personaje: Harry Potter | Harry Potter. Toques de HPGW.
Rating: PG.
Palabras: 1034
N/A: Eeeeeeh. No me gusta escribir sobre Harry. Y mucho menos apegándome TANTO al canon (por dios, si hasta dejo el Harry/Ginny!! *escandalizada*). Y además es una pastelada. Pero bueno. Más palabras para el
dekasem xP
Un nuevo día
La guerra ha terminado. Llevas tanto tiempo queriendo oír esas palabras que, ahora que puedes pronunciarlas en voz alta, temes que se rompan. Que sean demasiado frágiles. Que dos segundos después todo vuelva a ocurrir. Que tengas que volver a llorar y a maldecir, volver a fingir ser más fuerte de lo que eres y luchar.
Esgrimir esa varita sabiendo lo que podía pasar fue lo más duro que hiciste cuando empezó esta maldita guerra. Y ahora, no sabes exactamente por qué, vuelve a ser igual de duro. Quizás porque todo sería más fácil si la dejaras caer y corrieses. En dirección contraria. Tan lejos como tus piernas te permitiesen. Irte, marcharte y no volver la vista atrás. Huir. Esconderte tan lejos del mundo que conoces que ni siquiera tú puedas encontrarte.
Hace un par de noches soñaste con aquel día.
Las cartas habían empezado a llegar unos días antes, mientras tú veías con impotencia cómo iban desapareciendo ante tus ojos, sin poder saber qué decían. Alguien en el mundo se interesaba por ti, quizás un pariente lejano; era un hecho histórico. El día anterior (o un par de días antes, ya no lo recuerdas bien, ni lo quieres recordar), la casa de tus tíos se había llenado de cartas. Inundada. Repleta de cartas. Completamente desbordada.
Pero en ese momento no importaba. No importaban todas las cartas destruidas o las que habíais dejado atrás en vuestra repentina huida. Porque tenías una de aquellas cartas en tus manos, la tinta bailaba ante ti y daba forma a aquellas palabras. Y las palabras a frases que se encadenaban unas con otras y bailaban al son de la música más hermosa que tus ojos habían oído. Aquello… lo que aquella carta decía, era imposible. No podía existir ese mundo.
Ahora te preguntas si hubieses cogido aquel tren de saber cómo iban a terminar las cosas. Si hubieses sabido que ibas a enfrentarte al mago más temible de todos los tiempos, que ibas a descender a las profundidades de un antiguo castillo y casi morir a manos de un basilisco. O que ibas a ver morir a un compañero tan cerca de ti que aún tienes escalofríos al recordarlo. Que ibas a perder a lo más parecido a un padre que nunca has tenido.
Te preguntas cómo hubieran sido las cosas si alguien te hubiera dicho todo lo que iba a pasar. El dolor, las lágrimas, la desesperación. Las ganas de dejarlo todo. El miedo.
Pero mientras caminas (sin mirar a los lados, ni al suelo, ni tan siquiera al frente; sólo arriba, al cielo azul, al sol que despunta en el horizonte, a los enormes torreones de Hogwarts), les ves. A lo lejos.
Ves a Ron. Ves su cabello pelirrojo. Casi puedes ver sus ojos azules y su nariz larga, su cara salpicada de pecas. Casi puedes ver el día en que os conocisteis, en aquel tren que te llevó a un mundo nuevo. Le ves llorando, mientras abraza a su madre. Le ves cuando la toma de la mano fuertemente y le habla. Y Ron puede parecer un niño a veces, como cuando se enfada por tonterías o como cuando no era capaz de reconocer lo que sentía por Hermione, pero ahora lo ves. Ronald ya no es un niño. Has crecido con él y ahora lo entiendes.
Puede que haya merecido la pena.
Sigues caminando. Porque no puedes parar. Porque te gustaría acurrucarte y llorar, como un niño. O quizás lo que te gustaría es volver a ser aquel niño. Pero mientras amanece, todo se ve distinto y sabes (te atraviesa, es una certeza, una verdad irrevocable) que nunca más serás un niño. Ahora eres un hombre. Un héroe quizás. Pero nunca (jamás) volverás a ser un niño.
-Harry…
Te giras y ahí está. Pelo revuelto, ojos castaños al borde de las lágrimas. Una herida sangrante en su mejilla, aunque sabes que hay muchas más. Ahí dentro, escondidas en lo profundo. Y mientras la miras, mientras ella habla de cosas que ahora mismo no eres capaz de entender, tú piensas en trols que se cuelan en colegios de magia e hipogrifos sobrevolando los terrenos. Y una parte de ti, vibra. La misma que se cuestionaba aquel dichoso viaje en tren, aquellas cartas, aquella decisión.
Porque ha merecido la pena, porque a ellos no los cambiarías por nada del mundo.
Esboza una sonrisa triste y te aprieta el brazo. Levemente, reconfortándote. Y un minuto después su melena ha desaparecido. Su melena y ella, y su olor. Y tú vuelves a estar solo, justo en el centro de un enorme terreno de hierba verde, donde tantos han caído. Escuchas los lamentos y las voces ahogadas.
Siete años.
Siete años han pasado. Durante siete años has reído, has llorado, has sentido cómo te desgarrabas por dentro, has amado. Y puedes preguntártelo cuantas veces quieras. Puedes dar la vuelta otra vez y pensar que quizás ahí detrás sigue estando la infancia feliz que nunca llegaste a tener. Pero, lo sabes. Lo sabes ahora, mientras lloras en silencio y divisas una larga melena pelirroja que corre hacia ti con los brazos abiertos y el rostro bañado en lágrimas.
Sabes que no cambiarías nada. No importa cuanta felicidad te prometiesen. Sabes que incluso cuando eras un niño que soñaba con motos voladoras y no tenía más esperanza que la de cumplir la mayoría de edad y marcharse lejos de sus tíos, ése era tu mundo. Lo sabes, mientras la abrazas y le dices que todo irá bien. Sabes que, para bien o para mal, esto es lo que eres. Y lo que quieres ser.
No hay otro Ronald Weasley en el mundo. Ni otra Hermione Granger. No hay otra Ginny, otro Neville, otra Luna. Y tampoco quieres que los haya.
Un nuevo día amanece y te prometes que, aunque sea duro, aunque a veces prefieras llorar, no dejarás escapar la oportunidad que se te ha brindado. Porque a veces, y sólo a veces, podrás seguir siendo aquel pequeño niño de cabellos alborotados que, en el fondo de su ser, creía en la magia. Y ese niño hubiera sonreído, hubiera sostenido su varita, y hubiera vivido.
Por todos los que no pudieron.