Quienes conocen a Arín Twinlight saben que tiene dos caras. A veces usa una, a veces otra. Son como sus máscaras personales y, por qué no, hipócritas.
Está la Arín sádica y cruel que se muestra frente a sus enemigos como una chica despiadada, obsesionada, loca. La que disfruta de rematar a sus víctimas cuando éstas ya agonizan. La que secuestró a una niña de quince años y la mantuvo prisionera durante meses, igual que le hicieron a ella misma años atrás. La que sólo se debe fidelidad a sí misma. La que traicionó y asesinó a su mejor amigo de infancia con una sonrisa que aún hoy no se ha borrado de su cara.
Y luego está la otra Arín. Esa que sólo su hermana gemela, Sam, conoce. Esa que sólo se muestra cuando están solas.
No es dulce. No es cariñosa. Ni siquiera tiene más humanidad que la otra. Es igual de sádica.
O incluso más.
Es la Arín que sólo aflora a la superficie cuando las firmes manos de Sam le aprisionan las muñecas contra la almohada. Es la vampiresa furiosa que muerde en lugar besar, que juega con el tiempo en contra, que desgarra la ropa de Sam con un arma de filo o, por qué no, con las manos desnudas.
Como cuando lucha, Arín mata y se regocija en dar una muerte dolorosa y vívida.
Porque, al fin y al cabo, para la pequeña de las Twinlight apenas hay diferencia entre amigos y enemigos, entre vida y muerte.
Entre odiar y amar.
Prompt: Vampiresa
Advertencias: nada.
Huele la sangre, la siente.
No sabe exactamente cuando desarrollo esta extraña obsesión. Quizás desde que su mundo se ha invertido y lo que todos temen, ella lo adora; lo que todos aman, ella no lo soporta.
Acerca la nariz a la tersa piel de su cuello sin llegar a rozarla. Aspira y mentalmente casi delira por sentir el cálido líquido acariciarle los labios. Sabe que esa sangre, la que se oculta tras esa piel blanca y lisa, es precisamente una de las buenas, una de esas cuyo sabor es especialmente embriagador.
Lástima. Sí, está loca, es una desquiciada adicta a la sangre. Sin embargo, no está tan loca como para desgarrar ese cuello indefenso y robarle la vida a su propietaria mientras ésta duerme.
Una vez más, se aleja a pasos resignados de su presa y mayor depredadora. Son contadas las ocasiones que ésta cae dormida, presa de la extenuación. Es casi un sacrilegio dejar pasar la oportunidad.
Arín sonríe. Y los idiotas compañeros de Sam aún se preguntan porque su hermana siempre está alerta, sin dormir, con los ávidos ojos dorados fijos a cualquier indicio de amenaza…
Prompt: Logia oscura
Advertencias: ninguna.
La mira, aunque Sam no pueda verla a ella.
Perfila sus rasgos duros con la mirada, que pese a todo, sonríen. Una sonrisa arrogante, granuja, no podía ser de otro modo. Con una mano se sujeta la visera de la gorra para que proyecte sombras sobre su frente y con la otra hace un gesto un tanto maleducado, cerrando la mano en un puño y alzando el dedo corazón frente a la cámara. Por aquellos entonces tenía doce años, cuando Arín la convenció de posar unos segundos para que pudiera hacerle una fotografía. Ella accedió, a regañadientes. Si hubiera sabido que las cosas iban a desencadenarse en los siguientes años de ese modo, probablemente no hubiera permitido que su hermana guardase una fotografía suya.
Se muerde el labio y, con dos dedos níveos, acaricia la imagen sin llegar a tocarla, sólo pasando las yemas a unos centímetros del papel.
Aún hoy se pregunta en qué se han convertido ambas. En monstruos, quizás. En seres movidos por el odio por un lado y las ansias de venganza por otro. Quizás peones, míseros reflejos de personas desechables. Al menos ella misma, Arín. Sam… Sam no está tan segura. Si no fuera porque es imposible, diría que es un poco más libre, que no está tan atada a su grupo como lo está ella misma.
Porque, al fin y al cabo, Arín no es nada. Un peón. Un ángel caído siervo de su Dios, sin ojos para nadie más. Ni tan solo para una chica de sonrisa arrogante que en algún momento consideró hermana.
Suspira y vuelve a guardar la fotografía debajo de la almohada cuando oye los pasos de su señor resonar por las paredes del pasillo, en dirección a su dormitorio. Sí, Arín es un peón.
El peón hueco e inservible, sin otra atadura a que no sea a su amo ─Sam ya no pinta nada en su vida.
Prompt: Hechizera
Advertencias: nothing~.
Algo doloroso. Algo que le helase la sangre en las venas, que le congelase el rostro en una mueca de terror. Algo lo bastante fuerte para que su hermana se agarrase la cabeza, presa de la agonía, y suplicase clemencia. Algo que le causase una herida irreparable, algo que dejase al descubierto la inútil que se escondía tras esa máscara de chica rebelde ─porque era una máscara, seguro─.
Algo que hiciese que Sam desease morir.
Pero Arín sabe de sobras que no existe ningún conjuro ni ninguna maldición así, de modo que da media vuelta y vuelve por donde ha venido, con el fracaso gritando dentro de sí y la indiferencia como única barrera de cara al mundo.
¿Por qué no es capaz de herirla? ¿Por qué no puede causarle daño a conciencia? Ella es muy superior a esos estúpidos sentimientos. Ella puede matar a Sam cuando quiera, puede destrozar esa insignificante y patética vida cuando le de la gana.
O no…
No.
Porque, al fin y al cabo, ese reflejo de chica en un cristal roto sigue siendo su hermana mayor.
Promtp: Rito satánico
Advertencias: ninguna.
La odiaba.
Y eso no era una novedad para nadie. Entre los sicarios era conocido que Arín Twinlight odiaba con todas sus fuerzas a su hermana gemela, esa chica que rara vez se dejaba ver por otro lugar que no fueran las calles. Lo suyo era un odio enfermizo, una ansia asesina que sólo podía calmarse con la visión de la sangre de la otra. Para algunos, Arín estaba loca. Para otros simplemente era humana.
Para todos sólo había una pregunta: si tanto la detestaba, ¿Por qué no la mataba aún?
Quién sabía. Ni tan solo la propia chica encontraba una explicación a eso. Hubiera sido fácil, se dijo. Una cuchillada limpia con sus puñales, un disparo certero en el corazón, o incluso cualquier tipo de rito satánico para invocar a los mismísimos diablos. Incluso con sus propias manos podía hacerlo.
Y sin embargo, todo se quedaba en fantasías venenosas demasiado lejanas a la realidad.
Todo.
Prompts: reencarnación
Advertencias: spoilers. Semi-UA, ya que me paso por el forro algunos datos cannonicos (?).
Solían recibir novatos, niñatos con ansias de sangre y pelea. Ilusos que pretendían integrarse a esa secta más que asociación.
La mayoría, o morían durante los entrenamientos, o eran asesinados por sus compañeros al querer rendirse ─nadie aceptaba cobardes. Eran débiles de mente, almas confusas que no sabían ni lo que querían. Carecían de un líder y creían que entre los sicarios lo encontrarían.
Se equivocaban. Lo que iban a encontrar ahí no era un líder, sino un señor supremo.
Nadie le dijo nada de eso Arín; tuvo que aprenderlo por su cuenta -a base de palos, gritos y humillaciones, pero tanto daba. Sin embargo, debía admitir que actualmente estaba bien, satisfecha consigo misma.
Bien…
Ya no tenía más el rango de novata. Ya no se burlaban de ella; la temían -como ella temió a sus superiores antaño. Incluso tenía un propio pequeño séquito de muchachos a sus órdenes -cortesía de Leo.
Y sin embargo, ni en sus pesadillas había imaginado que sucedería algo así cuando aceptó como aprendiz a esa cría de doce años que pretendía unirse también a la secta.
Una vez más, Arín Twinlight se mordía el labio inferior, camuflando el odio y la frustración, pero sin apartar los ojos de los de su subordinada. Una niña apenas. Una cría que se creía superior a todos. Pelirroja, de baja estatura. De gestos fríos y calculados, en ocasiones coléricos cuando se atentaba contra su dignidad. Y a pesar de que Arín no se había fijado, estaba convencida de que esa niñata tendría los ojos dorados.
Como los suyos propios. Como los de otra persona.
Esa chica tampoco duró mucho. Meses después la encontraron en su celda, tumbada en la camilla con los ojos cerrados. Y hubieran pensado que dormía, de no ser por la brutal puñalada que le travesaba la espalda y abría la piel en una grieta carnosa y roja.
Fue la primera vez que una novata no moría a manos de sus compañeros o en los entrenamientos. Y si le preguntaban a Arín, ella hubiera contestado que, por primera vez, creyó en la reencarnación.
En la reencarnación de la gilipollas de Sam que, incluso después de morir, seguía torturándola en otros cuerpos y con otras apariencias -y ella se había limitado a terminar el trabajo una vez más.
Prompts: Creencias
Advertencias: twincesto. Spoilers. ¿OoC? (¡Coño, incluso una niñata sádica como Arín puede tener su momento fluffy!)
Ellas nacieron juntas.
Fueron ese par de cabecitas pelirrojas que siempre iban una al lado de la otra, esas dos pequeñas manos que siempre estaban tomadas. Estudiaban juntas, pasaban el tiempo juntas, se iban a dormir juntas. Por un momento, Sam pensó que quizás ─quizás─ aquello era una de esas cosas llamadas “amor” ─la verdad, no le importaba de qué tipo exacto─, uno de esos de los cuentos que solía leerle a Arín antes de ir a dormir. Uno de esos que nadie puede separar.
Se equivocaba.
Ellas nacieron juntas, pero se alejaron con el tiempo. Y ya no eran dos cabecitas pelirrojas a la par, sino una melena roja por un lado y una gorra de béisbol por otro. Ya nunca se tomaban de las manos. Se convirtieron en un par de nombres lejanos, sin significado, que almacenaban en algún rincón sin luz de su memoria.
Ellas nacieron juntas. Por eso Arín sabe que hace lo correcto cuando sonríe con soberbia, aflojando el agarre entorno a unas manos idénticas a las suyas ─unas manos que se aferran a un arma─. Dejando que el cuchillo que se hunde en su vientre lo haga con un poco más de fuerza, con un poco menos de cuidado. Aprovecha la corta distancia y atrapa con los dientes los finos labios de su atacante ─que no opone resistencia─ hasta que sus manos de vuelven de un blanco mortal y cuelgan inertes a ambos lados del cuerpo.
Y entonces, en su último hálito de vida, la pequeña de las Twinlight cambia el sabor amargo de su sonrisa a uno de cálido, como el chocolate que mamá solía preparar, como el azúcar de las chucherías que robaban de escondidas. Sonríe y se conciencia ─se empeña en creer con todas sus fuerzas─ de que no podía ser de otro modo, que no podía morir a manos de ninguna otra persona.
Si nacieron juntas, debían morir juntas.
Prompt: Leyendas
Advertencias: Chibi!Arín y Chibi!Sam. De pequeñas, vaya. And, of course, spoilers ;P.
¿Recuerdas? Solíamos escaparnos de casa de vez en cuando, sabiendo de sobras que eso a mamá no le importaba. Teníamos una cabaña hecha con cajas de cartón en un callejón sin salida. Nuestro refugio, dónde combatíamos monstruos inventados y nos cobijábamos en nuestra fortaleza de mantas mugrientas.
¿Recuerdas? Yo sabía muchas cosas, las oía en la calle, en las conversaciones de los mayores. Leyendas urbanas, historias de miedo que hacían que tú temblases y empezases a llorar en un momento dado. Entonces yo te reñía, te decía que una chica tiene que ser fuerte, y terminaba abrazándote a regañadientes mientras tu te aferrabas a mi camiseta con las manitas.
¿Recuerdas? Yo fui los ojos dorados del último instante, letales. Fui el destello plateado del filo de un arma enmarcada por tu piel ensangrentada. Fui el cálido brazo que pasó sobre tu pecho, protegiéndote, justo antes de que te fuera lejos, muy lejos de aquí. Lamento decirte que te he seguido
¿Puedes recordar ahora al fantasma de la que fue tu hermana y tu asesina, Arín?
Prompt: Farsa
Advertencias: ninguna. Again, infancia de ambas.
Madre solía hablar de ellas dos comparándolas, resaltando los defectos de una y las virtudes de la otra. Aunque jamás lo dijo, Arín sospechaba que ese era el único modo que tenía Madre de diferenciarlas.
Hubo un tiempo en que la pequeña de las Twinlight quiso ser como Sam. Y lo que en principio era una tímida idea se convirtió en una obsesión. Las tardes que pasaba encerrada en su habitación, probándose de escondidas esos pantalones anchos y esas cadenas y gorras se convirtieron en días enteros. Las conversaciones amenas con su hermana, en interrogatorios dignos de películas. Y sobretodo, el lazo simple, la amistad fresca y desinteresada, en una cadena de hierro irrompible.
Pero Arín tuvo que detenerse una noche, con las manos ceñidas alrededor de los bordes de un espejo, para darse cuenta que algo no andaba bien. Tuvo que ver sus propias lágrimas, vivas, nítidas y expresivas, para comprender que ella no era más que una farsa humana, una falsificación. Y, sobretodo, tuvo que reconocer al fin, cerrando la mano en un puño, que ella jamás tendría el interior de Sam Twinlight por muy idéntico que fuera el exterior.
Prompt: Miedo (aquí y en
fanfic100_es)
Advertencias: sangre, angst, blah blah~.
Tienen seis años. Juegan al escondite, a policías y ladrones, a tocar y parar…
Tenía el rostro cubierto de sudor y sangre seca que no le pertenecía. Jadeaba, presionando la espalda contra el muro y manteniendo las manos ceñidas entorno al mango de un cuchillo de cocina que, a su vez, apretaba contra el pecho, como si temiera que fueran a arrebatárselo. Sus ojos dorados recorrían las cuatro paredes de oscuridad líquida que tenía alrededor, la escalera sobre sí ─bajo la cual estaba escondida─, cada leve movimiento de su entorno. Se escondía. No quería ser descubierta.
Uno… dos…tres… cuatro…cinco…
Arremetía contra ella, arma en mano, gritos en labios temblorosos. El miedo disfrazado de ira ciega, la desesperación vestida de cólera. Sam se limitaba a esquivar sus golpes y espasmos infructuosos sin apenas esfuerzo, con una mirada entre enfadada y decepcionada, como si hubiera esperado mucho más de ella. Arín no se detenía. Quería matarla. Quería matarla de verdad.
…seis…siete…ocho…nueve…
Sam atrapaba sus muñecas con las manos, la empujaba atrás hasta que el frío de un muro de piedra le helaba la columna vertebral. Acercaba sus ojos -severos, dorados, idénticos a los de su hermana- a su rostro, analizándola, viendo a través de ella. Reclamaba respuestas. En un arranque de ira y viéndose acorralada, Arín le escupía sangre en la mejilla, desafiante, desafiante, desafiante.
…diez… ¡voy a salir…
Sam apenas reparaba en esa muestra de desprecio; se limitaba a seguir travesando con los ojos cada una de las capas de fingida rabia, cada uno de los muros de odio de su hermana hasta hallar con ese miedo característico que se escondía en un rincón de su pupila.
Al fin y al cabo, las cosas no habían cambiado tanto; ninguna de las dos era capaz de rebajarse hasta el punto de mostrarse atemorizada por la otra.
Acercaba la nariz a su cuello muy lentamente, casi gentil, y susurraba las palabras que daban fin al juego
─Te he encontrado…
…Arín!