Como peruana criada en los '80, una de las primeras cosas que aprendí sobre política es que los buenos no siempre son buenos, y que los malos no siempre son malos sin motivo. A tenerle miedo a las personas uniformadas. A no dar opiniones en voz alta frente a extraños. A nunca preguntarle nada a un policía.
Aprendí que la gente no necesitaba ser
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No sé tú pero a mi los apagones me dejan quieta, me hacen pensar demasiado, me hacen dudar sobre lo seguros que estamos y sobre lo que podría pasar mañana.
Ver las imágenes te dejan mal porque la mayoría es gente que está involucrada casi sin querer en esto, que obedecen órdenes insensatas por miedo o por la eterna promesa de algo mejor. Recuerdo que el viernes hubo una protesta contra la violencia con los nativos, me llegaron muchos correos de gente que satanizaba a todos los policías y horas después muchos de ellos caían como carne de cañon. Es cierto que hay culpables en ambos lados, el problema es que ellos nunca caen y son los inocentes los que ponen el pecho -o el cuello- por ellos.
Es terrible no poder confiar, no poder creer en nadie. Tanto nativos como policías no merecían muertes violentas y menos que muchos lucraran con ellos y el dolor de sus deudos.
Es terrible sentirse impotente y, más aún, asustado.
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