Navidad navidad

Dec 25, 2008 03:21


¡Feliz Navidad, Fandomium!

He estado bastante alejada estas semanas por rollos de la RL, pero esta vez con ganas. Entre la navidad y mi madre me han tenido loca, que era exactamente lo que yo quería (después de tantos años sin tiempo de disfrutar diciembre como se debe) ^^.

Ya les contaré luego del regalo que le hice al pollo (que es al que le puse más ganas y del que estoy más orgullosa), en éste, el año de la crisis economica total creatividad en los regalos.

Por ahora, y antes de irme a dormir (son casi las 4 am y mañana viene a almorzar todo el planeta), quería dejar caer algunos regalos. No son los que esperaba (que son más largos y siguen en proceso), pero son. Ya vendrán los que fueron planeados originalmente. (He estado escribiendo con muchas ganas... pero por lo visto, cuando uno escribe 5 cosas al mismo tiempo, no termina ninguna. Si ya lo sospechaba yo.)

Así que eso. Fandoms nuevos, dos originales, un vicio de merodeadores, varios drabbles más de esta serie... todo en proceso. Fandomium, tú me inspiras. Y yo te amo por eso.

Sin más que decir (o mejor dicho, demasiado cansada para decir más), les dejo esto:

***

Bajo el muérdago

Para: alastor_black 
Fandom: Harry Potter
Beso: Sirius/Remus

La luz se cuela por la ventana. Y es casi la misma luz. Tímida y tibia, casi blanca, casi azul. La luz de tantas mañanas de Navidad en la vieja habitación de la casa de sus padres, despertando con una sonrisa expectante, más por las lechuzas que por los regalos. Las lechuzas que traen noticias de sus amigos. Y es el regalo más grande, el más increíble… James y Sirius y Peter y Lily. La lechuza de James nunca falló en arrancarle una risa. La de Lily siempre fue respondida de inmediato. No recuerda cuándo la lechuza de Sirius empezó a dejarle aquella sonrisa tonta que le duraba toda la tarde.

Un brazo le cae encima, y de pronto tiene a Sirius frotándole la nariz en la cara, sonriendo con todos los dientes, el cabello hecho un desastre y los ojos desenfocados.

- Feliz navidad, Lunático.

Casi la misma luz.

Es la primera mañana de navidad que pasan juntos. En su propio apartamento en el Londres Muggle. Hay escarcha en la ventana y calor bajo las mantas. Un árbol mágicamente iluminado, restos de pavo en la cocina, chocolate instantáneo y muérdago sobre la cama (justo en la cabecera, donde Sirius lo quería). Hay, también, una guerra allá afuera. Un mundo que se oscurece, que se enfría, que se estrecha. Gente en peligro, amigos, familia, ellos mismos. Un mundo que empieza fuera de esa manta, fuera de esa habitación cálida y propia, fuera de esas piernas enredadas en las suyas, y esos ojos grises en los que se pierde, y esos dientes que se clavan en su piel, y esa lengua, y esas ganas, y esa ola de posesividad que ya ha renunciado a controlar.

Fuera. Lejos. No aquí, en este lugar, en el que solo existe la luz pálida de diciembre sobre la piel de Sirius, y el mapa de lunares y cicatrices que trazan de memoria, hasta encontrarse.

- Feliz navidad, Canuto.

*

Para: deraka 
Fandom: El Clan de los Irlandeses (State Of Grace)
Beso: Jackie/Terry

Sabe que tiene que irse. Lleva tiempo sabiéndolo. La Cocina no es un lugar en el que pueda desarrollarse, cumplir sus sueños, crecer. Ni él, ni nadie.

- Se acabó la escuela,- dice Frankie, cuando pasa a saludar a los Flannery en Nochebuena.- ¿Has pensado qué vas a hacer ahora?

- No mucho, la verdad. No estoy seguro.

Pero sí que lo ha pensado. Lo ha pensado tanto que podría diagramar el plan en sueños.

- Pues ya lo sabes,- dice Jackie (que ha empezado la celebración antes de tiempo, por supuesto), y le pasa un brazo por los hombros.- Si necesitas algo, eres familia.

Lo dice sonriendo. Como si fuera algo bueno. Abriéndole los brazos.

Terry Noolan no quiere trabajar para Frankie. De hecho, quiere todo lo contrario. Quiere ser uno de los buenos. Y para eso, tiene que irse (en la Cocina, los buenos son los malos).

- Ustedes dos… ¿han visto dónde están parados?- la voz lleva ese tono divertido que hace que a Terry le tiemblen un poco las rodillas. Ése que es un poco broma y un poco reto. Ése que le recuerda que alguna vez ha sido testigo de que Kathleen Flannery no es tan ‘chica buena’ como a sus hermanos les gustaría.

Levanta la vista.

Maldita sea.

Jackie suelta una carcajada y Terry quiere lanzarle una mirada fulminante a Kathleen, pero ella sonríe inocente y él pierde concentración, y de pronto Jackie le está cogiendo la cara con las dos manos, y dice “sabes que lo estás deseando” con una sonrisa brillante, y puede oír la risa de Kathleen cuando sus labios chocan, con sabor a whisky irlandés y tabaco negro, antes de separarse con un ‘pop’.

Empuja a Jackie y lo golpea en la cabeza (“¿qué haces? ¿estás loco?”), por supuesto. Pero la risa le quita efecto.

Tiene que irse.

Es lo mejor.

Sólo quisiera sentirlo tan claramente como lo sabe.

*

Para: wild_nympha 
Fandom: Laberinto
Beso: Sarah/Jareth

Sarah ya no es una niña. La mañana de navidad, encuentra bajo el árbol un juego de collar y aretes, un par de blusas preciosas y un perfume. Le gustan todos los regalos, claro. Es solo que extraña las historias fantásticas de personajes sorprendentes. Ya nadie le regala mundos imaginados. Cuando le dan (o recomiendan) algún libro, es siempre muy real y ‘útil, ahora que está por presentarse a la universidad’.

Los aretes son demasiado elegantes para el día a día, pero sospecha que su madrastra está adelantándose al baile de promoción. Parece estar más entusiasmada por el evento que ella misma. Y no es que no le guste la idea, claro. Es sólo que ya ha estado en bailes escolares, y no ve del todo la diferencia. Hay otras maneras de dar un baile. Máscaras y misterio, vestidos vaporosos, reyes con una mirada capaz de detener el tiempo. Eso es un baile, y lo demás… es realidad.

De pronto, ve una sombra moverse en el espejo. Apenas un segundo, una milésima de segundo. Pero está segura, la ha visto. Una lechuza canta en la ventana.

Deja a Toby riendo con su nuevo oso (que habla cada vez que le aprietan la barriga), y sube corriendo (“voy a cambiarme, bajo en seguida”).

Lleva tanto tiempo sin verlos. Ludo, Hoggle, Dydimus. Demasiado tiempo sin verlos.

Cuando abre la puerta, no se sorprende realmente. Muy en el fondo, se lo esperaba (debe haber sido la lechuza). Jareth está parado en mitad de la habitación, mallas grises y una larga camisa blanca de cuello abierto, botas negras relucientes, piel pálida como la nieve, una esfera girando en sus manos.

Sonríe cuando nota su falta de sorpresa. Con esa sonrisa de predador que Sarah conoce bien.

- ¿Recibiste el regalo que querías?

Sí.

- ¿Qué haces aquí?

- Vine saludarte. Hace mucho que no vienes a visitarme. ¿No puedo saludar a mis amigos en navidad?

- Tú y yo no somos amigos.

Tú y yo somos otra cosa.

Jareth sonríe de nuevo, despacio, calculado.

- No. No lo somos.

Las tres esferas flotan por la habitación, que de pronto no es más su habitación. De pronto es el laberinto de escaleras de Escher, y Jareth está imposiblemente cerca, acercándola aún más, susurrándole al oído “dame esto, solo dame esto” tan imperceptiblemente que tal vez solo lo esté imaginando. Y no sabe cuánto tiempo lleva sonando la música, pero se mecen suavemente a su ritmo, como flotando, como en un sueño.

Están mucho más cerca de lo que nunca estuvieron en el baile de máscaras, y Sarah puede sentir el aliento del Rey de los Duendes contra su piel. Es intoxicante.

Jareth se separa lentamente y la observa un momento, antes de alzar la vista. Sobre ellos, suspendida en el aire, cuelga una perfecta rama de muérdago (Sarah está convencida de que no estaba allí hace un segundo).

- ¿Cómo es esa tradición de los tuyos…?

No lo piensa, realmente. Debería, supone. Jareth no es confiable, y bajar la guardia en su presencia no es lo más recomendable. Debería. Pensar. Dudar. Protegerse. Retroceder.

Pero no piensa, no duda, no se protege.

Avanza.

Y cuando siente esos labios (pálidos como la luna, hormigueantes de magia, sorprendentemente cálidos) contra los suyos, se deja perder y se funde, se quema y se entrega, y comprende que no importa cuánto crezca para el resto, cuánto cambie su vida formal, éste (éste y no el otro) es el mundo real. El que existe de la piel para adentro. El que inventa y recorre cada día. El que la nutre. El que la impulsa. Hoggle, Ludo, Dydimus. Las hadas salvajes y el Laberinto. El Rey de los Duendes, intenso y peligroso, reordenando los cielos para conquistarla.

Tal vez nadie lo entienda, cuando el beso termine y ella cruce de nuevo la puerta hacia el mundo ‘real’.

Tal vez nadie lo entienda. Pero no importa. Porque ella lo entiende, y Jareth lo entiende, y el gusano que vive entre las paredes del laberinto lo entiende. Y quienes no quieran entenderlo, son bienvenidos a nunca cruzar la puerta, a no conocer el bosque de los fireys ni la magia, a no asistir a un baile en una burbuja, a no sentir un beso como éste.

No importa.

Porque ella lo siente.

*

Para: chocolaticida  y malena_sama 
Fandom: Wicked
Beso: Elpheba/Galinda

Sale del monasterio de noche, sin ser vista.

La ciudad es una fiesta de luces y canciones. Nunca ha sido muy afecta a estas celebraciones, pero Lurlinemas trae recuerdos inevitables. Y en fechas como ésta, los templos abren toda la noche.

El altar de Santa Glinda no ha cambiado. Allí siguen los rizos, las velas, los vitrales. El silencio y la memoria.

No reza (nunca reza). Pero reflexiona.

A través de las puertas abiertas del templo puede ver a dos jóvenes en el parque cercano, compartiendo un beso bajo las ramas invernales (una tradición que ha proliferado en los últimos años).

Recuerda, como en sueño, los patrones sinuosos sobre la piel de Fiyero, un alfabeto casi conocido, casi misterioso.

Recuerda, con una nitidez aplastante, una mata de rizos dorados contra su pecho, la fragilidad del cuerpo acurrucado contra el suyo, habitaciones baratas, el cansancio del viaje, el calor de las camas demasiado estrechas, el roce de unos labios, cálidos y suaves, sin ramas invernales sobre sus cabezas, sin miedo, sin malicia, sin pretensiones. La curiosa armonía de rosa contra verde.

Antes de emprender el camino de regreso, dirige una última mirada a Santa Glinda (tan fría, tan correcta, tan distinta).

Extraña la armonía.

***

En otras noticias: SALIÓ INTRUDERS xDD.

Pasen por allí, que el número trae secciones nuevas, recursos sorprendentes, entrevista con Joanne Distte y Alastor Black, y servidora ha escrito un artículo que quiere que lean.

Así que a leer todas.

***

ETA (03 de enero): Más besos bajo el muérdago (que curiosamente, no se acostumbra a colgar por estos lares).

Para:  lexa_dartle_moo  y joanne_distte 
joanne_distteFandom: Harry Potter
Beso: Sirius/James

Sucede la noche antes de las vacaciones de navidad de quinto año. Sirius tiene puesto ese ridículo sombrero con una rama de muérdago colgada, y los chicos le hablan a un metro de distancia (sólo si es indispensable), mientras las chicas buscan cualquier excusa para ‘toparse casualmente’ con él. En el camino hay un par de incautos (como Peter, a quien no se le borra la mirada de horror por más que se limpie la boca), que sirven de ejemplo al resto de que ‘nunca es bueno olvidar que Black es capaz de todo’.

Cuando se hace tarde, huyen a la habitación y liquidan las reservas de whisky de fuego. A un metro de Sirius, que se rehúsa a quitarse el sombrero.

- Hey, Jimmy, no me vas a decir que te da miedo acercarte a tu hermano.

- No quiero que me pegues las pulgas, chucho.

- Jimmy tiene miedo, Jimmy tiene miedo…

- Si quieres besarme, Black, puedes decirlo directamente.

- Quiero besarte, Potter. Te deseo tanto… sueño contigo todas las noches… es un deseo incon…- La boca de James lo corta de pronto, húmeda y un poco fría, haciendo más show que nada, pero con esa energía innegable que son Black y Potter.

- Supongo que vale la pena el sacrificio,- dice James, limpiándose la boca,- si con eso te callas.- Pero le brillan los ojos.

- Lo que tu digas, cariño.

A la mañana siguiente, abordan el tren a Londres. Una semana después, Sirius llama a la puerta de los Potter. Sin baúl, sin escoba, sin dinero, sin otro lugar adónde ir. Si lo piensa bien, James supone que debería haberlo esperado. Las cosas en la Noble y Muy Antigua Casa Black llevaban tiempo trazando ese rumbo. Y tal vez no es exactamente que Sirius no tenga otro lugar adónde ir. Tal vez es simplemente que Sirius no necesita tener otro lugar adónde ir, porque si hubiera dudado siquiera un segundo que el Valle de Godric era la siguiente parada, se hubiera metido en tantos problemas con James que Walburga hubiera parecido un Puffkein a su lado.

Hay habitaciones de huéspedes en casa de los Potter. Pero Sirius se queda con James la primera noche, y luego la segunda, y la tercera, y Dorea no dice nada, porque tiene sentido que el pobre chico no quiera estar solo. La gente ve a Black y Potter desde fuera y piensa que son cómplices criminales, compañeros de juerga, un hechizo perfecto de generación de caos. Y lo son. Todo eso. Las bromas, y las fiestas, y los planes al detalle, la rebelión y el reconocimiento. Pero James y Sirius son, antes que nada, hermanos.

Se lo dice esa primera noche en la habitación compartida (cuando sale del baño con el sombrero puntiagudo, el muérdago colgando de la punta, y dice “hey, chucho, no me vas a decir que te da miedo acercarte a tu hermano”). Porque es bueno que Sirius lo sepa. Que no está solo. Que nunca va a estarlo. Que pase lo que pase, James está a su lado.

Y Sirius lo sabe, claro.

*

Para: el staff de Intruders
Fandom: Harry Potter
Beso: Weasley/Weasley

Fue culpa de los gemelos (¿hay algo que no lo sea?). Pero parecía una idea inocente, de la que nadie saldría herido, y Molly lo dejó pasar (era Navidad, después de todo).

La rama apareció cuando Arthur chocó con Molly en la cocina, mientras ésta preparaba el desayuno. Ella abrió los ojos sorprendida y procedió a besar a su esposo con una sonrisa. Fue entonces cuando Percy se detuvo en la puerta (“por Merlín, ¿tienen que portarse como adolescentes todo el tiempo?”) y Ron, todavía dormido, se estrelló contra su espalda. En un instante, la rama de muérdago desapareció de las cabezas de Molly y Arthur para reaparecer sobre los hermanos.

- ¡Mamá!

- ¡Fred! ¡George!

Los gemelos aparecieron en la escalera en un segundo, con idénticas sonrisas inocentes.

- ¿Qué sucede, mamá?

- Ronniekins, no sabía que tenías tanto espíritu navideño.

Ron emitió un gruñido e intentó avanzar hacia la mesa. Intentó es la palabra clave. Y es que por más que se esforzara, algo lo atraía al muérdago (y a Percy) como un imán.

- Mmm… creo que las tradiciones no quieren ser evadidas.

- No, parece que no.

- ¡Mamá!

Pero Molly contuvo una sonrisa y siguió con el desayuno. De entre todas las ideas locas que habían puesto en práctica los gemelos… ésta era hasta divertida.

Percy respiró hondo, sacudió la cabeza y le dio un beso rápido a Ron, antes de moverse hacia la mesa (y esconder rápidamente el rubor tras El Profeta). A Ron le tomó un par de segundos quitarse la cara de espanto y sentarse del otro extremo.

La tercera aparición no se produjo hasta el almuerzo (una vez advertidos, todos los miembros de la familia decidieron cuidar sus pasos), cuando Ginny, la visión obstruida por la gran fuente de pavo, chocó levemente con la cabeza de Ron, que esperaba su ración sentado a la mesa. Ante el gesto de espanto de su hermano, Ginny rodó los ojos, murmuró algo parecido a “por todos los…” y le dio un beso rápido sin inmutarse (a lo que Ron respondió con un sonido estrangulado, que dio pie a burlas de los gemelos durante meses porque “Ronniekins, no es posible que la única chica que te haya arrancado un gemido sea tu hermana” “hay algo muy perturbador en eso, hermanito”).

Y tal vez Ginny haya quedado como una chica muy liberada en el almuerzo, pero vaya que se sonrojó dos horas después, cuando chocó con Bill en la escalera.

- Umm…

- Shh…- dijo Bill, llevándose un dedo a los labios e intentando parecer desenfadado. Pero le temblaban un poco los labios cuando los posó despacio en sus pequeños labios rosados. Bill sabía a agua fresca y chispas rojas, y tal vez el beso duró un poquitín más de lo necesario, pero Ginny no iba a quejarse de eso.

Cuando se separaron, había luz en sus ojos y una ternura infinita.

- Tengo que…

- Sí, también yo.

Tardaron algunos segundos más en moverse.

La quinta aparición del muérdago fue un poco sospechosa. Y es que Bill y Charlie estaban solos en el cobertizo, sin nada que ocupara demasiado su atención, y no es que tuvieran poco espacio para moverse ni nada. Pero chocaron, de todas maneras, cadera contra cadera, con cierta fuerza.

A los dos se les escapó media sonrisa cuando apareció la dichosa ramita, antes de volver el rostro y mirarse a los ojos, con ese brillo de “vaya, así que estamos en la misma página”. Si los gemelos estaban vigilando el muérdago (la idea cruzó por la mente de Bill más de una vez aquella tarde), nunca dijeron nada. Pero Bill tenía sus propias sospechas sobre los gemelos. Y la verdad, tampoco importaba. Porque ese no fue un beso casto, ni tímido, ni cuidadoso. No fue un beso para pensar en “qué va a pasar si alguien se entera”. Fue un beso de dos rebeldes, con lengua, y dientes, y ganas, y manos tirando de cabello rojo. Fue un beso caliente, largo, consciente. De cuerpos que se frotan buscando el ritmo. Fue también un beso de hermanos que han crecido cuidándose las espaldas, siendo responsables de los menores, intentando ser ejemplo. Un beso profundo, confiado. Un beso de “no me preocupo, porque comparto el secreto contigo”.

La penúltima aparición fue un ardid.

Eran más de las 10 de la noche y los gemelos estaban un poco decepcionados (porque, vamos, ¿sólo cinco apariciones?). Así que George se paró frente a la habitación de Percy (Ron merecía un descanso, y siempre es divertido reírse de Percy), tocó despacio, y le saltó encima en cuanto abrió la puerta.

- ¡¿Qué…?!- Era tarde. La rama pendía sobre sus cabezas.- Por Merlín.

En su defensa, Percy intentó detenerlo. Pero quien haya intentado detener a uno de los gemelos Weasley conoce lo vano de la empresa.

- Buenas noches, Percy,- dijo George, sonriendo de oreja a oreja, antes de cogerle la nuca y meterle la lengua en la boca.

- ¡¿Estás loco?!

- Un poco. Y tú estás rojo como un tomate. No te preocupes, preciosa. No le vamos a contar nada a tu novio.

Y con eso salió de la habitación, dejando a Percy con una mano en el pecho, respirando entrecortado.

Encontró a Fred tirado en la cama, riendo como un maniaco.

- Ha sido…- respirando entre carcajadas- absolutamente brillante.

George río con él. Pero algo más brillaba en sus ojos. Esa malicia distinta, que no iba de planes geniales ni bromas memorables. Esa que solo le tocaba ver a Fred.

Se lanzó a su lado en la cama, pero no sobre él. Sus cuerpos no entraron en contacto hasta que uno empujó el hombro del otro, deliberadamente, sonriendo.

La rama de muérdago hizo su última aparición del día.

- Hey,- dijo George.

- Hey,- respondió Fred, los ojos azules oscurecidos.

- Es Navidad,- dijo George, señalando la ramita con la cabeza.

- Y hay que respetar las tradiciones navideñas.

- Es importante respetar las tradiciones.

- Eso dice mamá.

Fue lo último que dijeron por muchos minutos, labios contra labios idénticos, lenguas enredadas explorando sin miedo, piel contra la misma piel (cada vez más expuesta, hasta quedar desnudos), el mismo sabor y las mismas ganas, los mismos gemidos quedos en la fría noche de diciembre.

*

Para: miss_piruleta  miss_piruleta
Fandom: Amélie x Harry Potter
Beso: Sirius/Remus
Advertencia: Olvidemos la existencia de la línea temporal. Además, hay que leer imaginando la voz del narrador y visualizando todas las escenas. Las comillas son Amélie hablándole a la cámara.

Hay cuatro jóvenes ingleses que pasan seguido por el Café des 2 Moulins aquel invierno. Amélie los encuentra muy divertidos, a pesar de que no entiende la mitad de lo que dicen.

Los dos de cabello negro están siempre haciéndose bromas y soltándole piropos a alguna chica. Son un poco ruidosos, pero nunca rudos, y les brillan los ojos. Sirius, el de cabello largo, apareció en la puerta una tarde con un perro callejero, pidió dos platos de chuletas e insistió en comer con su amigo en el callejón.

“Y nadie que coma en cuclillas por un amigo puede ser una mala persona.”

Le gusta el nombre de Sirius, una enorme supernova que arde con la fuerza de mil soles y puede verse a billones de kilómetros de distancia. Le queda bien. Le da un poco de pena, porque ¿cuántas personas pueden acercarse a una supernova sin quemarse? Se lo imagina a veces, irradiando luz, a billones de kilómetros de todos ellos.

Hay otra persona en la mesa a quien ha sorprendido imaginando lo mismo.

Remus Lupin es más callado que sus compañeros y el favorito de Amélie. Le recuerda a ella misma, sumido en su propia visión del mundo, observando. Recoge los platos al levantarse de la mesa y siempre que se dirige a alguien ajeno al grupo, habla en francés. Interviene poco en la conversación, pero todos lo escuchan. Tiene un humor sutil y sarcástico, sin ser ácido.

“Y guarda un secreto.”

Un terrible secreto. Amélie lo sabe.

- Tiene una enfermedad mortal,- dice Georgette, tras el mostrador.

- No tiene un centavo y los está engañando a todos,- dice Monsieur Beltran, sentado en la barra.

- Es una bestia sedienta de sangre, enviada por el diablo,- dice Baltasar, el predicador loco de la esquina, con los ojos muy abiertos.

“Está enamorado.”

Amélie tiene una sola misión en la vida. Y esa misión es ayudar a los demás.

- ¿Es correspondido?- pregunta Dufayel.

Amélie lo piensa.

- Eso creo, sí.

- Que se lo diga, entonces. No podemos esperar respuesta a las peticiones que no hacemos.

Pero Remus Lupin es un hombre de palabras que no se dicen. Y el objeto de sus afectos no parece escucharlas.

Amélie traza un plan. Y lo pone en práctica una tarde de diciembre. Peter (el pequeño) se marcha temprano como de costumbre. Amélie retiene a James (el de lentes) en la puerta, le pide ayuda con un problema, y lo encierra en el baño de la puerta rota. Es drástico, pero necesario.

Los otros dos han dejado ya el café y esperan a su amigo en la esquina. Sobre ellos, observan de pronto, una perfecta rama de muérdago cuelga de un farol.

Amélie se esconde cuando los ojos grises giran de pronto hacia ella. Pero luego asoma y espía de nuevo. Es un beso largo y lento, como esos que no aparecían en los cuentos infantiles que leía su madre. Se sonroja un poco, pero no deja de mirarlos, apoyada en la puerta.

Amélie busca la soledad. Se retrae del mundo. Observa a la distancia. Pero muy en el fondo, sueña con un beso bajo el farol de la esquina una tarde de diciembre.
Se producen sucesos más sorprendentes aquella tarde. Cuando abre la puerta para dejar salir a James, no encuentra a nadie dentro. Y esa noche, cuando sale del baño para empezar la limpieza del local, encuentra la vajilla reluciente, las mesas limpias, los pisos trapeados y las sillas en su lugar.

Amélie se sorprende. Y luego sonríe. Tal vez, si tantos sucesos extraordinarios son posibles, otros más extraordinarios, como la felicidad, lo sean también.

*

Tengo tres más por escribir, pero me eluden las ideas concretas. Si se me ocurre algo, los subo para reyes. Pero si no, vendrá algo más pronto ^^.

naviduka naviduka

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